Teatro Colón: Edén, el “unipersonal lírico” de Joyce Di Donato, demostró por qué es una artista superior
Edén, recital conceptual de Joyce DiDonato, mezzosoprano, e Il Pomo D’Oro. Programa: canciones, arias y obras instrumentales de Charles Ives, Rachel Portman, Gustav Mahler, Marco Uccellini, Biagio Marini, Josef Myslivecek, Giovanni Valentini, Francesco Cavalli, Christoph W. Gluck y George F. Handel. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente.
Si bien toda generalización implica riesgos y potenciales injusticias, lo más habitual es que los recitales de un cantante lírico no sean sino una sumatoria de numerosas arias o canciones que el artista ofrece para demostrar capacidades, versatilidad y talentos y que no necesariamente guardan alguna ilación musical o argumental clara. Más allá del arte y de las calidades de los cantantes, la consecuencia natural de este tipo de propuestas es que no generan alguna continuidad que mantenga al público en estado de tensión a la espera de algún nuevo capítulo. Todo se reduce a reunir unidades independientes. Edén rompe con todas esas rutinas y es, definitivamente, un recital conceptual como no recordamos haber visto por estas latitudes. Además, y no es precisamente un detalle menor, de altísima calidad. Joyce DiDonato, la gran mezzosoprano estadounidense, concibió un espectáculo sobre la conflictiva y problemática relación que el hombre ha establecido con la naturaleza y cuya esencia y génesis fue claramente explicitada en LA NACIÓN en la excelente entrevista que le realizó Mauro Apicella.
Edén, a su manera, es lo que en el ámbito teatral llamamos un unipersonal. A la espera de una mejor definición, podríamos decir que es un monodrama operístico, ya que además de canto y orquesta hay actuación, escenografía, diseños de luces y movimientos escénicos. Frente a esta realidad, es casi ocioso detenerse en resaltar, una vez más, las cualidades técnicas, interpretativas y musicales sobresalientes de Joyce DiDonato, definitivamente una artista superior, una de las mejores cantantes líricas de la actualidad. Lo interesante, lo distintivo, en esta ocasión, es detenerse en el repertorio escogido y en los planteos escénicos aplicados.
En el comienzo, dentro de una penumbra y un silencio contundente, casi a tientas, se ubicaron sobre el escenario los músicos de Il Pomo D’Oro, el más que prestigioso ensamble historicista dirigido por el violinista Edson Scheid. Edén se inicia con la versión más extraña jamás escuchada de La pregunta sin respuesta, esa obra de culto de Charles Ives, escrita en 1908. Sobre esa oscuridad casi absoluta, se escucharon los acordes estáticos de las cuerdas (en esta oportunidad, cuerdas de tripa). Por sobre ellas, no fue la trompeta quien formuló esa pregunta de cinco notas que interroga sobre la razón de la existencia, sino que fue la voz de Joyce desde algún lugar inmaterial del teatro. Luego, desde la parte posterior de la platea, lentamente y reiterando siempre la misma pregunta, Joyce fue avanzando por el pasillo central hasta llegar al escenario mientras las cuatro flautas (seguramente a cargo de músicos de alguna de las orquestas del Colón), sin fortuna, iban tratando de ofrecer alguna respuesta a esa eterna pregunta. Filosófica e ideológicamente, Edén comenzó con un simbolismo categórico: la falta de respuestas (y conductas) unívocas sobre la acuciante realidad del cambio climático y el conflicto entre la especie humana y el planeta que nos alberga.
Sin pausa, y ya con DiDonato sobre el escenario moviéndose o estática entre una serie de amplios arcos inconexos dispuestos en el centro, por delante de la orquesta, cantó La primera mañana del mundo, una bella y sugerente canción especialmente encomendada a Rachel Portman para este espectáculo y cuyo texto remite a aquel hipotético paraíso inicial. Y después de “Respiro una exquisita fragancia”, de los Rückert Lieder, de Mahler, comenzó una extensa recorrida por canciones y arias del temprano barroco italiano en cuyas letras se asoman el amor, flores, perfumes, el cielo, plantas, ríos, luces, colores y las infinitas presencias de la naturaleza. Entre ellas, la orquesta interpretó algunas sinfonías y sonatas del siglo XVII. A lo largo del espectáculo, aquellos arcos desparramados por el piso se convirtieron en dos círculos verticales en tanto que, desde focos y proyectores altos o ubicados en el sector posterior del escenario, las luces visten, comentan y engalanan cada uno de los momentos de Edén. Dentro del altísimo nivel expuesto, dos obras particularmente logradas. En primer término, la intimidad y la belleza de “Piante ombrose”, de la ópera La calisto, de Francesco Cavalli, un aria que gozó del canto sublime de Joyce y un aporte notable de los continuistas de Il Pomo D’Oro. Aquí, un video de la misma Joyce DiDonato con Il Pomo D’Oro.
En segundo lugar, la “Danza de los espectros y de las furias”, de Orfeo y Eurídice, de Gluck, un pasaje orquestal enérgico que fue transformado en una tormenta feroz y cuyo frenesí se vio reforzado por los músicos que se paraban y sentaban una y otra vez mientras tocaban al tiempo que rayos de luz relampagueantes surcaban el escenario.
El final de Edén, respetando una simetría digna del mejor elogio, fue con “Me he perdido para el mundo”, la tercera canción de los Rückert Lieder, de Mahler, con Joyce DiDonato sentada en el piso del proscenio, mirando fijamente al público, y que contó con una excelente participación de Christopher Palameta en el corno inglés.
Después de una aplauso atronador, la intéprete, micrófono en mano y con un meritorio y esforzado español, habló sobre Edén y su significación. Si bien el recital en sí mismo termina con Mahler, el espectáculo, en su más de medio centenar de presentaciones ya realizadas en todo el mundo en los últimos tres años, finaliza siempre con chicos en el escenario. Joyce invitó al Coro de Niños del Teatro Colón que, con ropas de calle, se sumaron a DiDonato para cantar “Semillas de esperanza”, el himno del proyecto Edén. Seguidamente, los chicos, a cappella, cantaron “Canción del jardinero”, de María Elena Walsh, en un arreglo especial para la ocasión de César Bustamante (y cosecharon una ovación clamorosa) y, por último, la fiesta edénica concluyó con la mezzosoprano ofreciendo una interpretación poética, extremadamente lenta y conmovedora de “Ombra mai fu”, de la ópera Jerjes, de Handel.
La mezzosoprano norteamericana rompió todos los esquemas y las expectativas de un público que la ovacionó a cada paso en su exquisita presentación con Il Pomo D’Oro, en su presentación del Mozarteum Música
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