¿Quiénes son los tres sargentos?
Durante casi 10 años, mientras trabajaba por la zona del Bajo de Retiro de Buenos Aires, habré pasado unas miles de veces por la calle Tres Sargentos, esa angosta arteria –para algunos es una cortada o pasaje- de apenas dos cuadras, paralela a Córdoba, que va desde la Leandro Alem hasta San Martín. En ese entonces, yo daba clases en un instituto de Español para Extranjeros por esa zona y nunca me había hecho la pregunta que un día me hizo un estudiante brasileño que me cruzó camino al trabajo: “¿Quiénes son los tres sargentos?”.
Me preocupó mi propia ignorancia, pero en lugar de responder con un sincero “no tengo idea”, solo atiné a decirle: “Te lo voy a averiguar”. Pero, por una cosa o por la otra, pasaron los días, el grupo de brasileños se fue y no le respondí la pregunta.
Años después, ya trabajando como periodista y quizás llevado por un sentimiento de culpa retroactivo, volví a interesarme por aquellas dos cuadras de Retiro y el origen de su nombre. Averigüé, antes que nada, que en el lugar por donde hoy corre esa arteria pasaba un curso de agua conocido como el zanjón de Matorras, un pequeño riacho que, en los primeros años de la ciudad, la limitaba por el norte (al sur estaba el zanjón de Granados) y que recién fue rellenado en el año 1879. También supe que, antes de llamarse Tres Sargentos, la calle llevó el muy original nombre de Córdoba Segunda, para diferenciarla de su avenida paralela.
Pero para no dilatar más el relato llegó la hora de decir que los tres sargentos fueron: el tucumano José Mariano Gómez y los dos cordobeses Santiago Albarracín y Juan Bautista Salazar. Pero decir que son sargentos es espoilear la historia. En realidad, estos tres hombres que batallaron por la independencia latinoamericana, en el momento de realizar la proeza que les valió ser recordados en Retiro eran soldados.
Todo ocurrió en 1813, en el Alto Perú, actual Bolivia, y luego de la derrota de Vilcapugio, una de las más tristes que había vivido el ejército del norte, al mando de Manuel Belgrano. Mientras reorganizaba sus tropas, el creador de la bandera, envió a sus hombres a hacer un reconocimiento del territorio y de las fuerzas del enemigo español en la zona. Así mandó al teniente Gregorio Aráoz de la Madrid que, al mando de su pequeña tropa, se llegó hasta un lugar llamado posta de Tambo Nuevo, en medio de una quebrada, donde se encontraba una guarnición enemiga.
La cuestión es que, el 24 de noviembre de 1813, Gómez, Albarracín y Salazar fueron enviados adelante para explorar la presencia de los realistas en el lugar y muy pronto dieron con un rancho de adobe en el que descansaban unos 11 militares españoles. En la entrada del lugar, un centinela parecía distraído o dormido. Entonces, los tres soldados patrios, de manera espontánea, convirtieron su misión de observación en una maniobra ofensiva. Sigilosos como sombras, sorprendieron al guarda y lo desarmaron. Después, ingresaron al rancho, tomaron las armas de los enemigos y, con la carabina gatillada, los despertaron y los intimaron a rendirse.
Los tres valientes regresaron a donde estaban Lamadrid y sus hombres llevando consigo 11 realistas derrotados y 12 fusiles. Un sargento de los apresados había logrado escapar por un despeñadero para dar aviso al resto de la compañía de españoles, que constaba de unos 50 hombres y que pronto se trabó en un tiroteo en la oscuridad contra los patriotas. Pero poco después los realistas se rindieron convencidos de que los hombres de Lamadrid (que eran apenas 13) los superaban ampliamente en número.
Cuando los tres soldados que vencieron épicamente a 12 enemigos realistas regresaron al campamento, Belgrano reconoció su gesta y los ascendió al grado de sargentos. Los tres sargentos homenajeados en la calle de Retiro, que, además, inspiraron estas palabras de Bartolomé Mitre en su libro Episodios de la Revolución: “Cuando un ejército está animado de nobles pasiones, hasta los simples soldados tienen las inspiraciones de los héroes”.
En Retiro, una calle de solo dos cuadras homenajea una proeza de Salazar, Gómez y Albarracín, un trío de soldados de la independencia que Manuel Belgrano premió con un ascenso por su valentía Opinión
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