Luciano Lutereau: “Los adultos tenemos que encarnar la diferencia generacional. Es sano para los adolescentes”
“Si no hay diferencia generacional, eso desorienta más a los adolescentes porque los expone mucho más al hacerles creer que está todo permitido y que no hay ningún tipo de prohibición”, explica. “Los adultos tenemos que preguntarnos hasta qué punto educamos para que los chicos sean adultos o si educamos para volvernos adolescentes nosotros también”, dice. “Las redes sociales suponen un usuario adolescentizado”, afirma. “En lo electoral, todos nos vimos arrastrados a una lógica de funcionamiento que es bien adolescente con la la grieta, el hateo, el odio al otro, la polarización: todas esas cuestiones que tienen que ver con fenómenos de grupo bien estrictamente juveniles”, agrega. “Hay una adolescencia prolongada que convive con la intención de ser autónomos pero va de la mano de una gran dependencia”, plantea. “Los problemas de ansiedad son todos aspectos de la reactividad que impulsan los dispositivos digitales”, analiza. “Las apuestas online que copan la vida de los adolescentes hoy son dispositivos interactivos, algo puramente instantáneo, de conectividad permanente, y que va de la mano con algo que es un problema en el mundo adolescente hoy, que es la forma de conseguir dinero”, desarrolla. “El trabajo como vía de realización de una vocación para que redunde en una remuneración es una idea muy en crisis”, plantea. “Hoy los adolescentes tienen mucha dificultad para elaborar conflictos internos, entonces viven más los conflictos externos”, explica. “El gran problema del adolescente es ver el pasaje a la adultez como una pérdida, una privación, una resignación, un desencanto y con mucho miedo”, dice. “A los adolescentes hay que escucharlos sin sancionar de antemano lo que están diciendo”, señala. “Un adulto tiene que saber que a un adolescente no le puede decir ‘yo sé cómo son las cosas. El de hoy es otro universo”, cuestiona. “Para el adolescente de hoy, es especialmente difícil encontrar con quién hablar”, concluye.
El reconocido psicólogo y psicoanalista especializado en adolescencia, Luciano Lutereau, estuvo en La Repregunta. Lutereau es doctor en Psicología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, donde también obtuvo una maestría en Psicoanálisis. Es autor, entre otros títulos, de Más crianza, menos terapia y de Esos raros adolescentes nuevos.
Adolescentes y jóvenes adultos, entre la dependencia y la autonomía. De poner a un presidente a las nuevas angustias y ansiedades en época de redes sociales, crisis argentinas y un horizonte de cambio climático, nuevas guerras y polarizaciones. ¿Qué los angustia? ¿Qué tienen los adultos para dar? Lutereau hizo su análisis.
Aquí, la entrevista completa.
Adolescentes y jóvenes. Paradoja: entre la autonomía para poner presidentes y la dependencia y angustias
-Por un lado, los adolescentes tienen una autonomía enorme para tomar decisiones importantes, por ejemplo, políticas: en la Argentina en 2023, el fenómeno político fue que los adolescentes y los jóvenes le explicaron a sus padres las virtudes de un presidente como Javier Milei, y los convencieron de votarlo. Por otro lado, esos mismos adolescentes y jóvenes están enfrentados a problemas como ludopatía, depresión y ansiedad por el uso intenso de redes sociales, crisis argentinas recurrentes, temor al desempleo, cambio climático, la incertidumbre ante nuevas guerras y nuevas polarizaciones, un nuevo concepto de la masculinidad y el peso de la imagen corporal de las adolescentes muy expuestas en las redes. ¿Qué ve usted en este escenario?
-Desde hace un tiempo se viene hablando de la extensión de la adolescencia, una adolescencia que ya empieza a tener sus períodos propios. Antes, la adolescencia concluía a los 18. Hoy tenemos una adolescencia prolongada que evoluciona y convive con la intención de ser autónomos y producir decisiones pero, al mismo tiempo, va de la mano de una gran dependencia. En el pasaje de la dependencia absoluta del niño a la dependencia relativa del adolescente, esa dependencia relativa pospone cada vez más las consecuencias de las acciones. Esto sucede porque se sigue viviendo con los padres, porque son dependientes económicamente. En ese marco, al mismo tiempo logran proyectar decisiones muy contundentes, a veces taxativas, que se puede ver en lo electoral pero también en decisiones irreversibles como tatuarse o algunas prácticas específicas que a veces son muy riesgosas. El núcleo de la cuestión tiene que ver con el peso de la decisión.
-¿Es una dependencia en relación a los padres o es una dependencia en relación a otras figuras o dispositivos de poder como puede ser la mirada de las redes sociales?
-Las redes sociales suponen un usuario adolescentizado. En ese punto, los adolescentes participaron fuertemente de la contienda electoral, pero también todos nos vimos arrastrados a una lógica de funcionamiento que es bien adolescente en el sentido de la expresión inmediata de una intención, la grieta, el hateo, el odio al otro, la polarización: todas esas cuestiones que tienen que ver con fenómenos de grupo bien estrictamente juveniles.
Los adultos tenemos que preguntarnos hasta qué punto educamos para que los chicos sean adultos o si educamos para volvernos adolescentes nosotros también
-La pulsión sin la autorregulación de la madurez.
-Exactamente. Eso también nos interpela a nosotros, los adultos, como padres preguntándonos hasta qué punto educamos para que los chicos sean adultos o para volvernos adolescentes nosotros también.
-Los adultos que se adolescentizan, ¿terminan reconfirmando el lugar adolescente a esos adolescentes que deberían estar por lo menos encaminando su transición hacia una mayor toma de responsabilidades?
-En cierta medida, sí. Porque una cosa es que un adulto pueda funcionar como modelo o ejemplo y otra cosa es que un adulto quiera ser un ideal, que puede ser un ideal negativo por su transgresión o un ideal positivo, inalcanzable, como puede ser en alguna figura que es vista de forma absoluta. Lo absoluto siempre es un problema en esa instancia. En cambio, el modelo que busca acompañar con el ejemplo es un modelo que tiene matices. La pérdida de matices es la gran dificultad en estas cuestiones.
Adolescencia y salud mental. ¿Por qué las redes sociales cada vez los afectan más?
-Hay una preocupación creciente en relación al uso de redes sociales, que es intenso y ha ido creciendo en los últimos años: se ha sumado una hora más del día en promedio en muchos países. El uso de las redes sociales impacta muy específicamente en el desarrollo de la psiquis adolescente, con depresiones y angustias. El cirujano general de Estados Unidos, la principal autoridad en salud pública de ese país, el doctor Vivek Murthy, planteó que debería ponerse una especie de etiqueta advirtiendo los riesgos de la salud mental de los niños y adolescentes en el uso de redes sociales como Tik Tok o Instagram. Según Murthy, pasan más de tres horas por día, un promedio de 4,8 horas con consecuencias, por ejemplo, en la percepción del cuerpo. ¿Por qué esa correlación entre el uso de redes sociales y el impacto en la salud mental de niños y adolescentes?
-Por un lado, porque las redes sociales o la virtualidad en general busca que alguien interactúe de forma constante. La lógica que prima es la inmediatez y eso estimula una percepción desatenta. No es raro que quienes utilizan en exceso las redes sociales suelen tener problemas de atención y de ansiedad, todos aspectos de la reactividad que impulsa ese mismo dispositivo independientemente del contenido. Una cosa es un niño que mira en YouTube una serie o un capítulo de una película o una película entera que cuenta con un sostén narrativo y otra cosa es la percepción desatenta, interactiva, el estar pasando una cosa detrás de otra, donde no hay, en efecto, ningún incentivo para la reflexividad.
-¿Con “reflexividad” se refiere al detenerse y pensar qué experiencia se está viviendo en ese momento presente?
-Exacto.
-¿También tiene que ver con la disparada de dopamina cada vez que alguien recibe un like o lo contrario cada vez que alguien es agredido? Esta idea de una retroalimentación continua, casi adictiva.
-Exacto, sí, entra en el circuito adictivo de la confirmación o de buscar repetir el estímulo permanentemente. Eso tiene todo un trasfondo neuronal e incide neurológicamente.
-A los adultos también nos pasa. Soy una usuaria de X, ex Twitter y vivo esa pulsión por seguir scrolleando, pasando posteos sin parar: por momentos, es muy difícil controlar ese impulso. Uno se encuentra muy atrapado en una mecánica de satisfacción continua viendo cosas que se renuevan todo el tiempo sin dejar demasiada huella. ¿Es parecido a lo que viven los adolescentes pero, en su caso, con más impacto en una psiquis que se está formando?
-Absolutamente. Si vamos hacia principios del siglo pasado, ya en 1936, el filósofo Walter Benjamin había escrito un texto titulado “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”. Benjamin decía que el cine iba a producir un espectador desatento por, justamente, la sucesión de fotogramas. Esa tensión fue creciendo a lo largo del tiempo y es verdad, alguien que se dedique concienzudamente a una tarea enfrenta, sobre todo, la dificultad para poder detenerse en esa tarea.
Las apuestas online que copan la vida de los adolescentes hoy son dispositivos interactivos, algo puramente instantáneo, de conectividad permanente, y que va de la mano con algo que es un problema en el mundo adolescente hoy, que es la forma de conseguir dinero
-Frenar, decir basta, autorregularse.
-Y no es lo mismo en tu caso, que empezaste a utilizar un smartphone relativamente hace poco en comparación con el resto de tu vida, que haberte ya iniciado directamente en un mundo digital, como el caso de los adolescentes. Vos llegaste a constituir una memoria, una atención y el resto de tus facultades cognitivas y recién después vino la virtualidad. En cambio, cuando eso ya está de inicio, puede ser muy nocivo.
-El otro tema de la ludopatía, que parece una problemática más puntual, en realidad responde a lo mismo: recibir una respuesta al alcance de un click y no poder despegarse de esa mecánica.
-Ahí se combinan dos fenómenos. La ludopatía adolescente no es la ludopatía clásica que encontramos en una novela como Cicatrices de (Juan José) Saer o en Fuera de juego de Emmanuel Carrère, centradas en los viejos ludópatas, esas personas que desarrollan todo un saber en torno al juego. Las apuestas online que copan la vida de los adolescentes hoy son dispositivos interactivos que tienen muy poco de desarrollo y de curiosidad y son más bien algo puramente instantáneo, de conectividad permanente. Va de la mano con algo que es un problema en el mundo adolescente hoy, que es el dinero y la forma de conseguirlo, que ya no se da necesariamente a través del trabajo. El trabajo como vía de realización de una vocación para que eso redunde finalmente en una remuneración es una idea muy en crisis en nuestra sociedad. Hoy los ideales son más de pegarla, de obtener dinero rápidamente. No necesariamente enriquece personalmente.
-Hay una encuesta de Opina Argentina que encontró que el 16 por ciento de los adolescentes reconoce que hace apuestas online y que los más afectados son los adolescentes entre 12 y 16 años. ¿Llega a su consultorio ese problema y esa preocupación tanto de padres como de adolescentes?
-Sí, algunos casos con cuestiones directamente vinculadas a las apuestas online, pero también a prácticas semejantes a la ludopatía. Me refiero a formas de reactividad similares, por ejemplo, que no pueden despegarse de los teléfonos o no pueden despegarse de la Play. Es esta cuestión de no poder tomar distancia y empezar a detectar esa conducta como una nueva forma de adicción. Pasó algo parecido cuando adolescentes que no consumían cigarrillos empezaron a usar el vapeador: empezó a haber fenómenos adictivos con el vapeador, iban con el vapeador a todos lados. En una sociedad en la que no se puede fumar en determinados lugares, los adolescentes estaban vapeando todo el tiempo, y sabemos que fue muy nocivo para su salud.
Los dos modelos de adolescencia. ¿Cómo gestionar la incertidumbre del mundo de hoy?
-Hay adolescentes que se comprometen en organizaciones de activismo de algún tipo, por ejemplo, o la militancia política. Pero también hay adolescentes que miran ese tipo de participación de una manera muy distanciada pero que, sin embargo, están al tanto de los debates sobre el clima, las nuevas guerras, todos los problemas de Medio Oriente, Rusia, Ucrania, Europa reaccionando a Rusia, China, Estados Unidos, China y Taiwán. Eso está continuamente en las redes sociales en las que los adolescentes y los jóvenes están insertos. ¿Cuánto de la satisfacción inmediata que buscan todo el tiempo en las redes está compensando una angustia ante la incertidumbre que este mundo de hoy plantea?
-Es una pregunta central porque ahí está la gran diferencia entre la adolescencia tradicional y la actual. El adolescente tradicional construía su mundo propio y ese mundo propio lo blindaba respecto de la realidad exterior o de los problemas que ocurrieran en el país y en el mundo. Hoy en día los adolescentes están más directamente proyectados. Ya no tienen esa protección que generaba su propio mundo a partir de la cual resolvían conflictos internos. Tienen mucha dificultad para proyectar o elaborar conflictos internos y entonces viven más directamente los conflictos externos. Eso es bueno en cierta medida porque están mucho más implicados en la realidad. Es malo en cierta medida porque tienen menos recursos de elaboración personal. Entonces, empiezan a militar pero no va necesariamente de la mano de tener una conciencia política sino que suscriben ideologías reaccionarias o progresistas, eso es lo de menos.
-También es pulsional.
-Exactamente. Convertirse en militante es un trabajo muy arduo y es un trabajo de elaboración de una posición y una postura crítica ante el mundo.
-Un trabajo de formación intelectual que demanda detenerse, examinar y atender puntualmente un corpus de ideas, que es lo que no pasa con los adolescentes en el escenario de la inmediatez. ¿Cómo se tramita la adolescencia que tiene un futuro por delante si ese futuro se presenta como preocupante? ¿Cómo plantearse como adultos para poder acompañarlos desde la adultez?
-Primero que nada, los adultos no debemos olvidarnos de nuestra propia adultez. No debemos regresionar hacia formas adolescentes de vínculo que poco ayudan, poco colaboran y poco traccionan para que ellos tengan un entusiasmo en ser adulto. Porque el gran problema del adolescente es ver el pasaje a la adultez como una pérdida, como una privación, una resignación, un desencanto, con mucho miedo también. Y hay motivos para todo eso. Pero también es cierto que ahí tenemos que estar nosotros, los adultos, siendo una fuerza que les diga que apostar por la madurez, apostar por la constancia, por la durabilidad, por la perduración, por lo que implica comprometerse con la realidad, ahí uno va a encontrar también muchísimos beneficios y sobre todo, el verdadero desarrollo personal.
Los adultos y su rol ¿Cómo hablar con los adolescentes? ¿Por qué no conviene ser “amigo de los hijos”?
-¿Pero cómo hablar con los adolescentes? Usted plantea dos modelos de adolescencia, un modelo clásico de adolescencia que se blindaba en esa especie de universo de secretos que tienen los adolescentes y tenía una vida alejada del mundo adulto. Y esta adolescencia mucho más porosa a las noticias que llegan de ese mundo adulto no muy prometedor en muchos casos. En ninguno de los modelos es fácil hablar con los adolescentes que no se abren fácilmente a sus padres o a figuras de autoridad adultas. Si no quieren hablar, ¿es estar cerca? Por ejemplo, una madre que le dice a su hijo “no hables pero vení que te cocino tu comida rica”. ¿Eso aporta o reconfirma los peores lugares del adolescente?
-Por un lado, antes de hablar hay que escuchar mucho. A los adolescentes hay que escucharlos un poco más y escucharlos sin sancionar de antemano lo que están diciendo. Sabemos que ellos van a construir sus propias versiones de las cosas y tenemos que poder apoyarlos en esas versiones, aunque a veces sepamos que tienen que hacer una experiencia posterior para que esa versión se modifique y se transforme en otra. Al mismo tiempo, creo que uno como adulto tiene que saber que a un adolescente no le puede decir “yo sé cómo son las cosas”. Con muchos padres hoy en día, es muy difícil trabajar para que no hagan la típica bajada de discurso “yo a tu edad tal cosa” porque cambió totalmente el escenario. Hoy, no tiene sentido decirle a un chico de 15 o de 22 años “yo a tu edad ya no vivía en mi casa y trabajaba” porque es otro universo.
-Hay mucha conversación entre adultos de que sus hijos de veintitantos años tienen actitudes que eran propias de sus adolescencias, de las adolescencias de esos padres.
-Hubo un cambio drástico. Mi generación fue la última que enfrentó el sorteo para el servicio militar, que no me tocó. Era una bisagra fuerte: alguien llegaba a los 18 y quizá tenía que ir a hacer el servicio militar. Hoy, el pasaje a la adultez es mucho más transicional. Antes había ritos de pasaje mucho más estrictos. En relación al ingreso al mundo del trabajo, hoy pocos jóvenes de 18 o 19 años consiguen un trabajo que les permita independizarse. Apenas trabajan para comprarse un celular. Entonces, la capacidad de acción está mucho más limitada. Esto sin duda genera en los espacios familiares una necesidad de renegociar los espacios. ¿Cómo se organiza un adolescente que vive con sus padres y quiere tener una vida sexual? Muchos padres dicen “nos tenemos que ir, tenemos que dejarle la casa”. Todo eso no existía hace veinte o treinta años: era “cuando quieras hacer tus cosas, tenés que irte, tenés que ir a hacerlo a otro lado”. Ahora el tema es que ya no hay otro lado. Al mismo tiempo, las instituciones de acompañamiento de adolescentes se redujeron muchísimo. Antes un adolescente quizás no charlaba con sus padres pero charlaba con un preceptor en el colegio o con un vecino, con un tío más o menos cercano. Esos espacios se fueron reduciendo muchísimo. Para el adolescente de hoy es especialmente difícil encontrar con quién hablar. Encuentra alguien que quizás lo puede cuestionar menos en el modo de hablar.
El gran problema del adolescente es ver el pasaje a la adultez como una pérdida, una privación, una resignación, un desencanto y con mucho miedo”
-No encuentra un espejo distinto en el que mirarse. Siempre encuentra sus pares y siempre reconfirma sus ideas sobre el mundo. Ahora, hay algo paradójico en esta extensión de la adolescencia iniciada la primera juventud y a los veintipico siguen siendo un poco adolescentes, pero al mismo tiempo tienen permisos, como usted plantea, que nosotros en nuestra época no teníamos, por ejemplo, en el desarrollo de la sexualidad aún dentro de la casa paterna. ¿Cómo funciona ese grado de permisividad, de posibilidad de concretar el deseo tan fácilmente, tan al alcance de la mano? ¿Funciona a favor o en contra en relación a encontrar un sentido en la vida? Porque a veces encontrar un sentido en la vida tiene que ver con un trabajo de descubrimiento de uno mismo, de encontrarse con prohibiciones y desafiarlas de alguna manera, argumentativamente o con otros mecanismos.
-Los adultos tenemos que tener en claro que, por más que nos podamos acercar, nunca vamos a entrar en simetría con los jóvenes. Tenemos que ofrecer algún tipo de resistencia y sobre todo, tenemos que encarnar la diferencia generacional.
-¿Eso es sano para los adolescentes?
-Absolutamente. Si no hay diferencia generacional, eso los desorienta más porque los expone mucho más al hacerles creer que está todo permitido, que no hay ningún tipo de prohibición. Pensemos en el caso de padres que preguntan si pueden fumar marihuana con sus hijos: creería que no. Hay ciertos hábitos que tienen que ser deslindados y la diferencia entre generaciones también marca tiempos, ritmos, cosas que se pueden hacer en un debido momento. Porque para el adolescente, lo difícil ahí es si yo lo hago y vos lo hacés, yo no cargo con las consecuencias de lo que hago.
-¿Y quién es el adolescente si su padre hace lo que hace el adolescente?
-Sostener la diferencia generacional es un criterio claro y preciso para los adultos. No somos amigos con los hijos. Somos los padres. Tenemos una responsabilidad muy grande por eso. Tenemos que incentivar que los adolescentes puedan pensarse en función de una próxima etapa. Que se encuentren con obstáculos y con dificultades. No se la podemos hacer más difícil porque en este mundo es difícil ser adolescente. Pero una cosa es darles una mano y otra cosa es allanarle los caminos. Ayudarlos es un recurso pero no se trata de hacer lo que le tocaría hacer a un hijo. Siempre subrayo que la vida de un hijo es la vida de un hijo. Y él tiene que desarrollarse en su vida. Hay una famosa frase, creo que de Confucio, que dice que tenemos dos vidas y la segunda empieza cuando nos damos cuenta de que tenemos solo una. Para mí, esa es la etapa de la adolescencia: el adolescente vive como si el tiempo fuera indefinido y eterno y en determinado momento, tiene que darse cuenta de que la vida empezó. Los padres acompañamos hasta ese momento en que un hijo se da cuenta de que la vida tiene que empezar. Ahí, nosotros nos tenemos que quedar del otro lado.
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