La agonía del kirchnerismo: ¿utopía o realidad?
El escándalo que rodea a Alberto Fernández ha dado lugar a un clima de fin de ciclo. No se refiere este debate a una figura desgastada desde que dejó el gobierno y hoy potencialmente condenada al ostracismo, si es que no termina en prisión, como el expresidente, sino al propio kirchnerismo.
Dirigentes peronistas que hoy aseguran estar en estado de shock ante las graves denuncias contra Fernández intentan disimular que su verdadera sorpresa no reside en la perversión del exmandatario, tanto por el escándalo de malversación de fondos públicos con los seguros del Estado como por la presunta violencia de género ejercida contra su pareja. Su mayor fastidio deviene, en cambio, de la chapucería y la imbecilidad exhibidas por el expresidente de la Nación. En el peronismo, muy rara vez se condena internamente al corrupto, pero sí se reprueba a quien se ha mostrado incapaz de ocultar sus actos innobles. En otras palabras, no se castiga al ladrón, sino al chambón.
Uno de los más gráficos testimonios de la legitimidad que el peronismo en general y el kirchnerismo en particular les confieren a los actos corruptos de sus funcionarios pasa por dichos de Víctor Manzanares. Este antiguo contador de la familia Kirchner, al declarar como imputado colaborador en una causa por lavado de dinero, confesó que, cuando estaban cargando en una camioneta bolsos con unos 30 millones de dólares mal habidos, Daniel Muñoz, el recordado secretario privado de Néstor Kirchner que acumuló innumerables propiedades inmuebles en Miami antes de morir, le dijo que ese botín no era parte de un robo, sino “una comisión que se le cobraba al país en concepto de servicios a la patria”.
Representantes del kirchnerismo que hoy pretenden victimizar a su jefa política y convertir a Fernández en chivo expiatorio de todos sus pecados deberán recordar que este no fue ungido como candidato presidencial por su idoneidad ni por sus méritos, sino por un espurio acuerdo con Cristina Kirchner, quien imaginó que el carácter moderado y dialoguista de su delfín le garantizaría una solución a su complicada situación judicial.
¿Sobrevivirá el kirchnerismo a Alberto Fernández? ¿Estamos ante el final de una era política signada por matrices de corrupción que han ido desde la obra pública hasta la contratación de seguros, y por la utilización de los derechos humanos –incluidos los de la mujer– como hipócrita escudo de atropellos contra las instituciones y las arcas del Estado?
Lo cierto es que el kirchnerismo sobrevivió a los escándalos de los bolsos de José López y los cuadernos de las coimas, y se impuso en las elecciones presidenciales de 2019. Sin ir tan lejos, el candidato a intendente de Martín Insaurralde venció el año pasado en Lomas de Zamora, pese a la impudicia del “yategate” que protagonizó este último. Como escribió el diputado Fernando Iglesias, “siempre es difícil abandonar una droga, y el peronismo es una droga que proporciona a sus adictos momentos de felicidad internos que se pagan con la destrucción de todo proyecto de vida normal”.
Hoy el debate sobre la agonía de la era kirchnerista recobra vigencia tras el escandaloso epílogo de la gestión de Alberto Fernández. Pero el final está abierto ante el convencimiento de no pocos observadores sobre la capacidad de mutación de un movimiento político que, tradicionalmente, ha sabido encontrar la vuelta para reconfigurarse, como aquel villano de la saga Terminator que parecía no morir nunca.
Muchos pensadores se han preguntado por esa llamativa capacidad que nos condena al eterno retorno de quienes se aferran a las promesas que enuncia la leyenda peronista y su descendiente directo, el relato kirchnerista. Una amplia porción del electorado ha seguido creyendo, al menos hasta los últimos comicios, que el kirchnerismo era un legítimo intérprete de la justicia social y el progresismo. Es probable que hoy sean muchos más los que adviertan que aquel movimiento político cuyos dirigentes se presentaban como salvadores del pueblo es, en realidad, liderado por un grupo de farsantes que solo procuraron salvarse ellos mismos con los recursos de todos.
La devaluación del liderazgo de Cristina Kirchner viene quedando en evidencia y sigue sumando motivos. A su error en la designación de Alberto Fernández como candidato –aunque haya quienes la consideren una jugada maestra que le permitió ganar una elección que ella sola difícilmente hubiese ganado–, hay que añadir su opción en 2011 por Amado Boudou, quien se transformó en el primer vicepresidente de la Nación condenado por corrupción, y su trágica decisión en términos electorales para el peronismo de promover a Aníbal Fernández como postulante a la gobernación bonaerense en 2015.
En el peronismo, rara vez se condena al corrupto. No se castiga al ladrón, sino al chambón
En esta última semana, la expresidenta encabezó dos actos con una escuálida concurrencia, al tiempo que su declaración en el marco del juicio por el atentado que sufrió el 1° de septiembre de 2022 tuvo una escasa cobertura televisiva. Sus apariciones ya no alcanzan los niveles de audiencia de otros tiempos y su pérdida de centralidad comienza a ser cada vez más ostensible. Sin embargo, Cristina Kirchner no deja de seguir sorprendiendo por algunos rasgos patéticos: durante la reciente audiencia judicial, sugirió que el alegato del fiscal federal Diego Luciani contra ella en la causa Vialidad, en la que fue condenada, constituyó el caldo de cultivo para el atentado que sufrió a manos de Fernando Sabag Montiel. Dijo que Luciani “tuvo prime time durante 22 días” y “contribuyó a la violencia política”.
Una semana antes, la intención de convertir la presentación de la nueva Constitución de La Rioja en un acto político que sirviera de prelanzamiento del gobernador Ricardo Quintela para la presidencia del PJ, con Axel Kicillof como armador, terminó en un fiasco que tuvo al intendente de La Matanza procesado por abuso sexual, Fernando Espinoza, como protagonista estelar.
Las serias dudas sobre la capacidad del kirchnerismo para seguir representando a una vasta porción de la sociedad podrían estar conduciendo a una diáspora en el peronismo, de la que ya comienzan a dar cuenta los gestos de algunos gobernadores provinciales. De hecho, los mandatarios de Tucumán, Osvaldo Jaldo, y de Catamarca, Raúl Jalil, vienen teniendo actitudes más condescendientes con el gobierno de Javier Milei, que los diferencian del kirchnerismo. Y los gobernadores de Chubut, Ignacio Torres; de Neuquén, Rolando Figueroa; de Río Negro, Alberto Weretilneck, y de Córdoba, Martín Llaryora, han empezado a trabajar en el armado de un nuevo bloque en el Senado.
No es poco lo que la gestión de Milei viene logrando: se eliminó el déficit fiscal en la primera mitad del año, se está poniendo fin a la emisión monetaria y a la montaña de letras que elevaron el déficit cuasifiscal a niveles inéditos, al tiempo que las proyecciones hiperinflacionarias de diciembre último quedaron en el olvido y julio registró el menor índice inflacionario desde enero de 2022, aun cuando represente en términos mensuales el equivalente a la inflación anual de cualquier país normal (Chile, por ejemplo, tiene en un año la misma inflación que la Argentina en el último mes).
Pese a esos datos positivos, la mitad de los argentinos no llegan a fin de mes y un alto y creciente porcentaje teme el crecimiento del desempleo, en tanto que la fuerte caída del precio internacional de la soja ha hecho que se redoblen las advertencias desde distintos sectores por lo que interpretan como un atraso cambiario –que el Gobierno insiste en negar– y los reclamos para ponerle fin al cepo.
Analistas económicos prestaron especial atención a los recientes dichos de Milei en el Council of the Americas: “Nadie tiene tantas ganas como yo de salir del cepo. Pero es falso que no se pueda crecer con cepo, es una falacia”, afirmó el Presidente. Dos años atrás, Milei nos decía algo diferente: “El cepo recorta la libertad, es un acto dirigista y arrogante, y atenta contra el crecimiento”.
Como ya es habitual en él, Milei sumó algunos excesos tan innecesarios como injustificables que tuvieron como blanco a periodistas independientes. Pareciera que el primer mandatario pretende ver como cómplices de Alberto Fernández a todos aquellos que osen cuestionar sus políticas o no tengan hacia él una actitud propia de chupamedias.
No obstante, las historias de sexo, violencia, mentiras y videos que sacuden al kirchnerismo y sorprenden a la opinión pública le han permitido al actual presidente comprar en formar gratuita el tiempo que necesita su gestión para prolongar la paciencia social y hasta le sirvieron para darse el lujo de esmerilar a sus adversarios.
Las denuncias sobre violencia de género de Fabiola Yañez contra Alberto Fernández –desatendidas, según ella, por funcionarias que debían velar por evitarla– desnudaron la hipocresía progresista de un sector político que intentó apropiarse de la bandera del feminismo.
Detrás del relato de los sufrimientos de Fabiola Yañez, que parecen mostrarla como secuestrada por un golpeador, puede encontrarse un paralelismo con la tragedia de una ciudadanía atrapada por el populismo. De acuerdo con el diccionario de la Asociación Americana de Psicología, el síndrome de Estocolmo “es una respuesta emocional en la que un rehén muestra afecto hacia su secuestrador y en la que el cautivo puede llegar a ver a las fuerzas del orden y a los rescatistas como enemigos porque ponen en peligro al captor”. Tal vez el hecho, para muchos inexplicable, de que Fabiola haya soportado hechos de violencia desde 2016 guarde relación con aquella misteriosa fascinación de la víctima por su victimario de la que nos habla el síndrome de Estocolmo. Y quizás también explique la actitud de una sociedad que se declara harta de la corrupción, pero con tanta frecuencia ha votado sistemáticamente a los mismos de siempre.
Mientras el gobierno de Milei compra tiempo, el escándalo que protagoniza Alberto Fernández desvela a la principal fuerza opositora y no se descarta una diáspora en el peronismo Opinión
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