Elegido por Leloir y Susana, el “Fitito” cuenta con miles de fanáticos, un museo propio y se niega al olvido
“En mi infancia, mi familia pasó por muchas situaciones de pobreza y recuerdo haber tenido que dormir varios días con mis hermanas dentro del Fitito, porque una hipoteca hizo que se perdiera la casa donde vivíamos con mis padres”. Así como la de Diego Consiglio, presidente del club Reunidos por el 600, no son pocas las historias -de paletas de colores diversas- que se tejen en torno a ese vehículo que se dejó de fabricar casi en simultáneo con el inicio de la Guerra de Malvinas, pero legó una estela indeleble entre los “fierreros” y los que, alguna vez, algo tuvieron algo que ver con el pequeño gigante de dos puertas y poco más de tres metros de longitud.
Como esas especies que se resisten a extinguirse gracias a la ayuda de los proteccionistas, el Fiat 600 aún da batalla con cientos de ejemplares sobrevivientes en todo el país. En la jungla de cemento, miles de fanáticos -incluido un intendente del Conurbano-, un club y un museo le rinden pleitesía. Hasta Susana Giménez forma parte de la historia de este coche o, mejor dicho, el Fiat 600 fue parte de su vida cuando comenzó a hacerse notar como modelo en los años sesenta.
“Las historias son incontables, los más grandes lloran, y me hacen llorar a mí, y los más jóvenes recuerdan a sus padres y a los autos con los que los llevaban a pasear”, sostiene Mabel Díaz, la responsable del Museo del Fitito, quien recibe al público y está al frente de las visitas guiadas de este espacio muy bien montado detrás del palacio municipal de Tres de Febrero, a metros de la estación Caseros, y al que se puede acceder -de manera libre y gratuita- de miércoles a domingo.
Un viaje de vacaciones gasoleras, aquel beso tramposo que selló un romance, el primer auto para los debutantes del registro. El Fiat 600 fue protagonista de mil y un cuentos. Su valor económico le permitió convertirse en un vehículo muy asequible para los sectores más populares que encontraban allí lo aspiracional del traslado sobre ruedas propias, una especie de escalafón intermedio entre el “bondi” y la posibilidad de acceder, bonanza económica mediante, a un automóvil de mayor categoría. Aquella solución al alcance de la mano -mucha veces denostada o subestimada- hoy se convirtió en un objeto de culto.
“En el club hay más de 22.000 integrantes”, afirma Pablo Riscica, vicepresidente de Reunidos por el 600. El Fitito siempre se fabricó en la planta de Fiat que estaba ubicada en el corazón del partido de Tres de Febrero y su enclave siempre fue disputado por tres barriadas vecinas: Caseros, Villa Bosh y El Palomar. Los vecinos de cada zona del municipio se disputan la joya preciada.
Desde 1960 y hasta el 9 de abril de 1982, fecha en la que salió de fábrica la última unidad producida en el país, vieron la luz 297.000 vehículos. El número suficiente para hacer historia. “Para la población que tenía la Argentina, era un porcentaje muy alto”, reflexiona Pablo Riscica, vicepresidente de Reunidos por el 600.
Una nueva vida para este clásico
“Hoy podemos hablar del ´boom del Fitito´; los chicos que sacan por primera vez el registro quieren que sea su primer vehículo y muchas nenas, al cumplir sus quince años, no piden que les regalen la fiesta sino uno de estos autos anticipándose a la edad para poder conducirlos; así que muchos padres, para cumplir con sus hijos, los van armando con los recursos que poseen”, reconoce la guía especialista Mabel Díaz, quien suele perfeccionar sus conocimientos con bibliografía nacional e importada de Italia.
Desde ya, no son pocos los ejemplares que están puestos a la venta casi como una perla exótica digna de ser valorada por entendidos. Un incunable, como aquellos ejemplares tan buscados en las “librerías de viejo”.
Suplir el dolor
La historia de Diego Consiglio acaso resuma la carnadura más honda que genera el amor por este modelo de Fiat que, en España, se lo conoció como “El Pelotilla”. El presidente del club Reunidos por el 600 y sus hermanas durmieron dentro de uno de estos coches hasta que su familia ya no pudo contar ni siquiera con ese recurso. “Hubo que venderlo para sobrevivir”. Ya habían perdido todo. Sin embargo, para el joven, hoy padre de familia y con el mismo espíritu aventurero, reconoce que aquel auto “era nuestra casa, nuestro juguete, nuestro todo, tengo un recuerdo muy fuerte del Fitito”.
A pesar de haberse encontrado literalmente en situación de calle siendo un niño, ese mes en el que el auto lo cobijó no es un recuerdo traumático: “Allí nos resguardábamos de la lluvia y era nuestro lugar de diversión”, explica Consiglio, quien llevaba la voz cantante entre sus hermanas y era el encargado de replegar los asientos para convertirlos en cama. Un motel improvisado en una calle de Lanús. “Luego terminé en un instituto de menores y a mis viejos no los vi más”.
Ya adulto, el presidente de Reunidos por el 600 se propuso restaurar un vehículo en desuso, seguramente la forma de recuperar su historia, reconstruirla y sanar.
La historia de Pablo Riscica, aunque menos dolorosa que la de su compañero, también fue atravesada por lo emocional. “Mis amigos tenían autos buenos, pero, dada la situación económica de mi familia, mi viejo no podía comprarme uno. Una noche, andando con mis amigos por la General Paz, nos pasó un Fitito, algo que me impactó mucho y que me llevó a pensar que ese auto si estaría al alcance de la mano de mi papá”.
Tenía razón. Su padre hizo el esfuerzo y adquirió un vehículo que consiguió a buen precio. “Ese auto me enseñó todo sobre mecánica. Genera una adrenalina única y si venís mal, te levanta el ánimo”. Contar con un Fitito también implica saber que el motor puede fallar o que, quizás, las grandes distancias pueden ser un escollo, aunque varios integrantes de Reunidos por el 600 han recorrido el país a bordo de uno de estos aparatos.
Un intendente “tuerca”
A pocas cuadras de la Municipalidad de Tres de Febrero y frente a la antigua planta donde veían la luz los vehículos, funciona Copetín Fiat, un bodegón donde tradicionalmente almorzaban los trabajadores de la fábrica y que hoy es un reducto de moda que no perdió su esencia tradicional.
Allí, hace un tiempo, algunos fans del Fitito se congregaron para compartir aventuras, como lo hacían con regularidad, dejando estacionados sus adorados coches en las inmediaciones. Diego Valenzuela, el intendente del partido, que también es un reconocido historiador y periodista, pasó ocasionalmente por el lugar en una de sus habituales recorridas por las calles de la zona y se topó con el animado grupete que, como él, comparte su pasión por el ´Fito´ (como también se lo conoce) descatalogado, pero no olvidado.
En aquel encuentro, el alcalde comunal les comentó la idea de fundar un museo, idea que, inmediatamente, fue apoyada por los integrantes de Reunidos por el 600, quienes se ofrecieron a colaborar en todo lo necesario para la concreción de la singular idea. En poco tiempo, finalmente, vio la luz el Museo del Fitito que, al momento del corte de cintas inicial, hasta contó con el rodado de Diego Valenzuela en exhibición.
Los coches expuestos en el museo pertenecen a los fanáticos que acercan sus vehículos para ser mostrados a los visitantes. Cada quince o veinte días, la muestra va rotando de ejemplares, como si se tratase de una de esas salas donde las pinturas itinerantes van dejando su aura y permiten el paso a nuevas firmas. Acá no se trata de pasar de Dalí a Picasso, sino de un Fitito rojo a otro beige o de un modelo de la primera camada a uno de los últimos en ser fabricados. “Vamos armando una lista de espera, así todos pueden lucir sus modelos en el museo”, explica la responsable del lugar, describiendo una curiosa dinámica. La nomenclatura grabada en el motor permite saber a qué generación pertenece cada coche.
El gran salón -construido ad hoc- está muy bien acondicionado y permite observar no solo vehículos que aún conservan su longeva vida activa, sino también partes escindidas del cuerpo principal, una historiografía con imágenes de época y explicaciones cronológicas, objetos relacionados y hasta un panel donde el público escribe sus recuerdos, una especie de santuario pagano, sin flores ni velas, pero que es reverenciado.
“Estamos muy emocionados de estar en el museo del Fitito, un auto que marcó la historia de los argentinos, felicitaciones”. Como el de Marcelo y Victoria, son decenas los textos que se acumulan en un panel donde se pueden completar y pegar las postales rotuladas con un claro y estimulante “tu mensaje para el Museo del Fitito”.
“Para el Día del Padre se reunieron varias familias recordando a sus padres. A medida que iban intercambiando anécdotas, muchos no pudieron evitar llorar, fue conmovedor”, confiesa Mabel Díaz, quien agrega que “viene gente de todo el país que tuvo o conserva un Fitito; muchos, luego de conocerse en el museo, terminan conformando una comunidad de amigos”. Varios de esos fanáticos llegan al lugar con regularidad mensual.
Para vivir la experiencia
Un simulador de manejo -bajo el mote “Experiencia Fitito” permite que, realidad virtual mediante, hasta los más chicos puedan experimentar la sensación de manejar uno de estos vehículos. Un niño de cinco años hizo lo imposible para llegar a la pedalera y, con notable precisión, no sólo logró ese cometido, sino que “manejó” con mucha destreza su vehículo virtual a través de las pantallas.
El simulador funciona en lo que sería la cabina de un auto, razón por la cual, un brasileño que visitó el museo se lamentó de antemano por no poder ingresar al mismo ya que supuso que su altura de casi dos metros se lo impediría. No fue así. El hombre logró acomodarse y también gozar de las mieles del Fitito sobre el asfalto virtual.
Indumentaria original y credenciales de los trabajadores de la fábrica y licencias de conducir se exhiben con orgullo. “Me quedaron recuerdos muy lindos”, se lee en una placa debajo de una vitrina que conserva la ropa que utilizaba Guillermo Vidales, empleado que estuvo a en Fiat desde 1971 hasta 2016 y cuya tarea era colocar butacas, paneles, manijas y cristales, entre otras labores.
Club social y deportivo
La comisión directiva de Reunidos por el 600 está conformada por diez personas que trabajan ad honorem para el club. Los asociados pueden formar parte sin tener que abonar ningún tipo de cuota de ingreso ni social.
Todo tiene un comienzo. El club Reunidos por el 600 tuvo una génesis muy particular. Hace varios años, el actual presidente Diego Consiglio debió viajar a Bariloche en Fitito, una osadía no menor y una exigencia superior para un vehículo que, ocasionalmente, solía quedarse en medio de las rutas por las roturas más insólitas. En ese periplo, el joven fue subiendo sus fotos a las redes, lo cual fue generando que se comenzara a vincular con gente con su mismo fanatismo. Así nació un primer grupo de Facebook, que luego devino en la conformación del club.
“Nos comenzamos a reunir en las colectoras de la autopista Ricchieri o de la General Paz y, como todo se expandió, le dimos forma de club”, grafica Consiglio.
De la inauguración del Museo del Fitito participaron más de 600 coches que desfilaron desde el autódromo Oscar y Juan Gálvez hasta la sede de Tres de Febrero. “Es sin fines de lucro, todo se hace con donaciones de los miembros”, reafirma el presidente del club “tuerca”.
De un Nobel a una diva
En 1970, el Premio Nobel de Química Luis Federico Leloir se desplazaba con su Fitito con mucho orgullo. En muchas ocasiones lo hacía vestido con su característico guardapolvo de investigador. Dos años después, en una visita a Buenos Aires, el poeta chileno Pablo Neruda hacía lo propio con una “nave” alquilada.
A mediados de la década del sesenta, Susana Giménez comenzaba a destacarse como modelo. En 1965, el cachet cobrado por una publicidad para la marca Gillette le permitió comprar su primer automóvil, nada menos que un Fitito.
La diva siempre cuenta que solía llevar su vehículo, pintado de colorado, cargado de ropa, ya que eran tiempos donde corría de un desfile a otro y de la filmación de una publicidad a una sesión de fotos.
Hasta 1964, las puertas abrían invertidas, a modo de “contraviento”, pero cuando las señoras bajaban del auto quedaban expuestas si lucían las minifaldas que las francesas habían comenzado a adoptar a comienzos de esa década. Fiat decidió invertir la apertura de las puertas de sus rodados al modo tradicional como protección a la mujer, gran “consumidora” de Fititos.
Aunque muchos creen que se trata de un invento nacional, el Fitito fue creado por el ingeniero romano Dante Giacosa y fue Fiat la empresa que lo fabricó en Italia desde 1955 hasta 1969, como preámbulo al suceso que generaría en nuestro país y en otros mercados del mundo.
Entre los proyectos más inmediatos que tiene en carpeta Reunidos por el 600 es la realización de un censo nacional para testear la cantidad de Fititos que aún están rodando por el país. De la iniciativa también participará Fiat Argentina y la Municipalidad de Tres de Febrero.
Pablo Riscica sostiene que “los chicos los miran como a un juguete y para los adultos no pasan inadvertidos”. Su compañero Diego Consiglio remarca que “cuando, por razones económicas, los tenía que vender, volvía a ahorrar para comprarme otro”. Nada de irracionalidad y mucho amor por ese coche que fue presentado al mundo el 9 de marzo de 1955 en el Palacio de Exposiciones de Ginebra y que llegó a alcanzar una velocidad máxima cercana a los cien kilómetros por hora.
El Fitito está más vivo que nunca. Aunque su fábrica haya frenado la producción hace décadas, el pequeño gigante se resiste a abandonar la faz de la tierra. Lo suyo no es ser una especie en extinción. Un museo lo celebra y miles de fanáticos lo veneran.
Museo del Fitito: Alberdi y Murias, Caseros, provincia de Buenos Aires. Abierto de miércoles a domingos de 10 a 16. Ingreso libre y gratuito. Visitas guiadas: 10.30, 11.30, 12.30, 13.10, 14.10 y 15.10 horas. Agradecimientos: Ariel Andreoli y Facundo Pandolfi (Municipalidad de Tres de Febrero)
El Fiat 600 es para muchos un objeto de culto que encierra desde los recuerdos amorosos de la infancia hasta dramáticas historias de vida Lifestyle
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