Un raro lujo

Son niñas en Afganistán. Aún no les llegó la burka –no todas las mujeres la usan; algunas pueden permanecer en el hiyab–; quizás hoy les resulte difícil asistir a la escuela; seguramente mañana, cuando llegue el momento de las grandes decisiones, apenas puedan hacer escuchar su voz. Su niñez, los gestos suaves bajo los velos de colores, es el único descanso en una foto que busca poner el acento en otra cosa. Hay escasez en derredor de esta infancia; faltan muchas cosas. Falta –hacia allí apunta el fotógrafo– agua. Las chicas cargan agua potable que pronto acarrearán hasta sus casas. Son parte de las más de 100 millones de personas que, en todo el planeta, carecen de acceso a ríos, lagos u otras fuentes de agua apta para el consumo humano. Lo que cada día, a cada hora, damos por sentado –abrir una canilla, tomar un vaso, beber– es un raro lujo para infinidad de seres.
Son niñas en Afganistán. Aún no les llegó la burka –no todas las mujeres la usan; algunas pueden permanecer en el hiyab–; quizás hoy les resulte difícil asistir a la escuela; seguramente mañana, cuando llegue el momento de las grandes decisiones, apenas puedan hacer escuchar su voz. Su niñez, los gestos suaves bajo los velos de colores, es el único descanso en una foto que busca poner el acento en otra cosa. Hay escasez en derredor de esta infancia; faltan muchas cosas. Falta –hacia allí apunta el fotógrafo– agua. Las chicas cargan agua potable que pronto acarrearán hasta sus casas. Son parte de las más de 100 millones de personas que, en todo el planeta, carecen de acceso a ríos, lagos u otras fuentes de agua apta para el consumo humano. Lo que cada día, a cada hora, damos por sentado –abrir una canilla, tomar un vaso, beber– es un raro lujo para infinidad de seres. Cultura
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