Un dolor fuerte detrás del oído. Con 29 años y dos hijos chicos tuvo cáncer y luego una recaída: “Odié a mí médico, a mí, a todo el mundo”​

A fines de 1994 Elvira María Levy, que tenía 29 años y dos hijos pequeños (de 9 y 3 años) comenzó a sentir un dolor muy fuerte detrás del oído izquierdo que en cuestión de horas resultó ser un bulto.

Como su hijo mayor había tenido paperas, cuenta, al principio no le dio importancia porque pensó que se había contagiado esa enfermedad. Si bien ese bulto no crecía, a los pocos días sí se le empezaron a sumar otros síntomas: sudoración nocturna, fiebre y delgadez extrema.

Como en donde ella vivía, Alvear, una pequeña ciudad correntina en la costa de Uruguay, no tenían los especialistas ni los instrumentos e insumos para estudiarla, tuvo que trasladarse hasta Posadas (Misiones).

Allí le realizaron la primera biopsia y el resultado (no recuerda Elvira con precisión) arrojó que debían hacerle otra vez el mismo estudio. “Como la atención no fue de las mejores no accedí y regresé a mi ciudad. Asombrosamente todos los síntomas desaparecieron y volví a la normalidad. Sin embargo, esto duró poco porque cuando llegó el verano todos los síntomas regresaron con más intensidad”, relata.

“Nuestro faro ante tanta tempestad”

En esta oportunidad, Elvira decidió ahorrar tiempo y directamente viajó, junto a su esposo y a sus hijos, a la ciudad de Buenos Aires para atenderse en el Hospital Naval. Estaba convencida de que le darían un diagnóstico y que a las pocas horas retornarían todos a Alvear. Nada más ajeno a la realidad.

“Después de hacerme todos los estudios me dijeron que tenía Linfoma No Hodking, cáncer en la sangre nos tradujeron. Todo se oscureció, dejamos a mis hijos con mi hermana y volvimos mi marido y yo para empezar el tratamiento. No sé si era consciente de lo que pasaba o bloqueé la información”.

Con apenas 29 años, a Elvira le pasaron quimioterapia durante seis meses. Luego de esas sesiones, dice, los resultados no fueron los esperados porque durante enero y febrero de 1995 se sometió a una serie de quimios complementarias. “Dolía el cuerpo, pero más dolía el alma, el desgarro de las despedidas a los chicos, viajar audazmente en auto cuando jamás había conducido en Buenos Aires. La situación económica (solo su marido trabajaba) y el futuro incierto no ayudaban en nada”.

Un regreso a pura emoción

Elvira dice que su mayor bendición fue caer en manos del doctor Claudio Dufur, a quien define como el mejor oncohematólogo del mundo, que no solamente le respondió todas sus dudas, sino que también se comportó de una manera muy sensible y empática, justo lo que ella necesitaba en esos días de angustia, tristeza y desesperanza. “Él nos vio tan perdidos que se convirtió en nuestro faro ante tanta tempestad”.

Sin embargo, en julio de 1996 le realizaron un auto trasplante de médula porque la segunda tanda de quimios tampoco había dado los resultados esperados. Era como una especie de última carta para vencer a la enfermedad, como ella misma lo describe.

Debió permanecer 40 días en la Unidad de Trasplantes de Médula Ósea (UTMO). “El día que me dieron el alta crucé esa puerta y dije para mí misma: ´Ya está, lo logré´. De todas maneras, debí quedarme un tiempo en un hotel cerca del hospital con todos los cuidados”.

El momento en el que se reencontró con sus hijos en Corrientes lo tiene atesorado en su corazón, por más que hayan pasado 26 años. “Llegamos en nuestro Duna rojo, nos esperaba mi hermana con mis sobrinos y mis hijos a quienes cuidó como los suyos. Matías y Hernán se metieron en el auto y no me dejaban bajar, me lloré la vida”.

10 años después: inesperada recaída

Durante los años siguientes Elvira trató de olvidarse de todo lo que había pasado, volvió a trabajar y se procuró vivir todos los días al máximo, como si se trataran de los últimos de su vida. Esto suele ser muy común en las personas que logran atravesar de manera resiliente la adversidad que se les presentó en el camino.

Sin embargo, en 2006, 10 años después del autotrasplante, le diagnosticaron otra vez linfoma No Hodgkin. “Me vi sufriendo todo de nuevo, pensaba que no lo iba a soportar. Odié a mí médico, me odié a mí misma, a todo el mundo. ¿Por qué yo? ¿No fue suficiente lo que ya había pasado? ¿Acaso no había aprendido la lección? Pedí que me dejaran así, sin tratamiento hasta que Dios decidiera. Mis hijos ya estaban grandes, no me extrañarían tanto y yo creía que no soportaría más internaciones. La ignorancia se había apoderado de mi por un momento, obviamente era la peor decisión”, confiesa.

Por suerte, dice, los médicos lograron tranquilizarla y le explicaron sobre la importancia de volver a realizar el tratamiento para iniciar una nueva etapa en su curación.

“Gracias a Dios fueron pocas sesiones de quimioterapia y pasó. Y ya van 18 años que disfruto la vida cada minuto, tratando de alguna manera de recuperar lo que perdí. Sobre todo, disfruto de mi nieto (de tres años). Soy una privilegiada de la vida y amo vivirla.

​ Elvira, que vivía en una pequeña ciudad de Corrientes, sintió un dolor muy fuerte detrás del oído izquierdo, pero al principio no le dio mucha importancia porque su hijo mayor había tenido paperas y pensó que se había contagiado.  Lifestyle 

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