Un almirante endeudado, un tesoro perdido y un cuaderno “maldito”: la Primera Invasión Inglesa a Buenos Aires​

El martes 24 de junio de 1806, por la noche, la alta sociedad porteña asistía al estreno de El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, en el Coliseo Provisional (en el cruce de las actuales calles Reconquista y Perón). Era el gran evento social del año. El virrey Rafael de Sobremonte presidía la función estelar cuando fue notificado de que una flota de guerra inglesa se acercaba a Buenos Aires. Algunas horas más tarde, a las 11 de la mañana del miércoles 25, los ingleses desembarcaron en Quilmes y en poco tiempo ocuparon la ciudad de Buenos Aires.

Comenzó entonces una suceso fundamental en la historia argentina, la Primera Invasión Inglesa, que es relativamente conocida. Se enseña, en las escuelas, la resistencia de las milicias, la conducción de Santiago Liniers, el nacimiento del Regimiento de Patricios, el agua hirviendo como recurso de defensa y el virrey que huyó con el tesoro.

Pero detrás de esa primera lectura, cierta y efectiva, hay una subtrama fascinante: ¿quiénes eran los ingleses que vinieron?, ¿qué los trajo hasta el Río de la Plata?, ¿qué buscaban realmente?, ¿y qué dejaron, además de muertos, prisioneros y algunas mujeres enamoradas?

Asoman los apellidos Popham, Pack, White y aparece el diario de un tal Alexander Gillespie, que relató con ojo curioso cómo vivían los porteños de entonces. Esta parte de la historia, si bien no es inédita, está menos contada.

Gerardo Bartolomé escribió El tesoro de Buenos Aires, donde profundiza en los personajes británicos, con sus miserias, ambiciones, aciertos y errores. Se basó en documentos de época, cartas, archivos y, sobre todo, en el diario de Gillespie, que vivió la ocupación desde adentro.

-Gerardo, ¿cuáles eran las intenciones de los británicas en el Río de la Plata en 1806?

-En ese momento, el contexto europeo era una guerra abierta entre Gran Bretaña y Francia. Toda Europa estaba dividida: apoyabas a los ingleses o a los franceses. España estaba del lado de Francia, presionada por Napoleón. Francia había invadido Holanda, que en ese momento tenía como colonia a Sudáfrica. Entonces Inglaterra organizó una expedición importante para tomar esa colonia. Al mando estaba un militar del ejército británico, pero el segundo en la cadena de mando era el comodoro Home Popham. La expedición a Sudáfrica fue más corta y exitosa de lo que esperaban. De pronto, Popham se encontró con barcos, tropas… y sin nada urgente que hacer. Y ahí entra en juego un personaje clave: un comerciante norteamericano que vivía en Buenos Aires, llamado William White. White, que había conocido a Popham en Asia, se enteró de que el almirante estaba en Sudáfrica y le mandó una carta. Allí le contó que en Buenos Aires había un tesoro esperando ser embarcado rumbo a España. Detrás de la infidencia había un interés personal: algunos años antes, White le había prestado dinero a Popham, y creía que si los ingleses venían a Buenos Aires e interceptaban ese tesoro, él iba a poder cobrar su deuda. Popham convenció al comandante general de la expedición en Sudáfrica para que le prestara parte de las tropas y organizó el ataque a Buenos Aires. Ese general era William Carr Beresford.

-¿Qué se sabe sobre White? ¿Quién era y qué rol jugó?

-White era un comerciante aventurero. Había vivido en la India y el sudeste asiático, siempre buscando oportunidades de negocios. En esos viajes conoció a Popham y a muchas otras personas influyentes. A fines del siglo XVIII se instaló en Buenos Aires con la idea de comerciar. White tenía vínculos con varios criollos influyentes, como Manuel Belgrano, y a través de esas conexiones supo del tesoro que estaba esperando en Buenos Aires para ser enviado a España.

-¿Cómo definiría a Popham? ¿Era un visionario o un cazador de oportunidades? ¿Cuánto sabía la corona británica de lo que él planeaba hacer en el Río de la Plata?

-Popham era, en esencia, un aventurero. Si bien tenía rango militar, había incursionado en la vida comercial y había fracasado. Eso lo había endeudado. Una de las personas que lo ayudó en ese momento fue justamente White. Después de ese fracaso económico, Popham volvió a la carrera militar, buscando estabilidad con un sueldo fijo, pero nunca dejó de estar atento a oportunidades. Ahora bien, no tenía autorización expresa de Londres para atacar Buenos Aires. Pero en ese entonces, los jefes de expedición como él tenían una libertad operativa bastante grande. Mandar una consulta a Londres y esperar respuesta podía llevar meses. Así que los mandos locales podían, dentro de ciertos márgenes, actuar por cuenta propia.

-¿De qué tropas disponía? ¿Cómo reunió los hombres suficientes para invadir Buenos Aires?

-La expedición a Sudáfrica no podía desmantelarse del todo, porque existía el riesgo de que los locales se sublevaran. Entonces, Popham recibió solo una pequeña dotación de soldados. Para reforzar su número, recurrió a Santa Elena, una isla que, aunque bajo control británico, tenía una administración comercial más privada. Allí había una guarnición especializada en artillería, compuesta por un ejército privado. Popham reclutó unos 300 soldados adicionales allí. Así armó su fuerza para el ataque al Río de la Plata.

-¿Fue en ese contexto que entró en juego Beresford?

-Sí. La parte naval la comandaba Popham, pero la parte terrestre estaba bajo el mando de Beresford. Él no tenía experiencia seria en batalla. Había participado en campañas, como la de Egipto, pero siempre desde roles administrativos o logísticos. La verdadera capacidad militar en tierra la aportaba el joven Dennis Pack, a cargo del regimiento escocés número 71, famoso por combatir con kilt. Pack sí tenía experiencia de batalla y fue quien realmente comandó las operaciones de combate.

-En su libro, usted cuenta que Beresford era más bien un burócrata con carrera.

-Exactamente. Él había ascendido en la estructura del ejército británico, pero más por vínculos y trabajo administrativo que por méritos de batalla. Era irlandés protestante, y después de las invasiones incluso tuvo un rol relevante en Portugal, cuando los ingleses ayudaron a frenar a Napoleón en la península ibérica. Ahí conoció a San Martín. Pero en 1806, Beresford era más un gestor que un guerrero.

-¿Con qué capacidad llegan los ingleses a Buenos Aires?

-En total, llegaron a contar con unos 1600 hombres. Para dar un golpe rápido a una ciudad como Buenos Aires —que tenía entre 40.000 y 50.000 habitantes, pero poca experiencia bélica— era suficiente. El problema era quedarse: para eso necesitarían más tropa.

-¿Qué pasó con el tesoro cuando se avistaron los buques ingleses en el Río de la Plata?

-El virrey Sobremonte pensó inmediatamente en proteger el tesoro, porque ya había antecedentes: en 1804 los ingleses habían interceptado un barco español con oro. Así que lo cargó en carretas y lo mandó a Córdoba. Pero las carretas eran lentas, iban por huellas de tierra. Entonces lo dejaron en Luján. Mientras tanto, Sobremonte siguió viaje hasta Córdoba a buscar refuerzos, lo que iba a llevar semanas o incluso meses.

-Durante la ocupación británica, ¿qué vínculos se formaron entre los ingleses y la sociedad porteña?

-Ya había en Buenos Aires una pequeña comunidad británica: unas 50 o 60 familias, en su mayoría comerciantes, muchos vinculados al contrabando. No estaban mal vistos por los criollos, que a su vez sentían un resentimiento creciente hacia los españoles peninsulares por los impuestos y el trato desigual. Durante los 40 días que duró la ocupación, los soldados ingleses durmieron en barracones, pero los oficiales (más de cien) fueron alojados en casas de familia, sobre todo en las de esos británicos ya establecidos, y en hogares de criollos recomendados por ellos. Se evitaba que los mandaran a casas donde pudieran sufrir agresiones. De hecho, si nos adelantamos, muchos oficiales terminaron heridos tras la reconquista y permanecieron meses en esas casas. Algunos se enamoraron de mujeres criollas.

-Entiendo que durante su estadía en Buenos Aires, los 48 días que duró la ocupación, hubo varios soldados ingleses que desertaron.

-Sí. Muchos de los que venían con los ingleses no eran británicos propiamente dichos. Algunos eran de Santa Elena, otros eran irlandeses católicos, alemanes… No tenían una gran simpatía por los oficiales protestantes ingleses. Entonces, durante la ocupación, varios desertaron. Cuando Juan Martín de Pueyrredón organizó su fuerza con recursos propios, recurrió a estos desertores para sumar experiencia, sobre todo en artillería. Pero Pack se enteró, salió de Buenos Aires y atacó esa fuerza improvisada, la venció y capturó a varios desertores. Algunos fueron fusilados públicamente, en tandas, como advertencia.

-Hay un documento relevante en esta historia: el cuaderno de firmas de Alexander Gillespie. ¿Qué era exactamente? ¿Qué implicancias tuvo?

-Cuando los británicos tomaron Buenos Aires, Beresford, como gobernador, reunió en el fuerte a las autoridades del Cabildo, la Audiencia y el Consulado de comercio. Les propuso mantener las estructuras vigentes, pero con él en lugar del virrey. Para eso, les pidió que firmaran una declaración de lealtad. El encargado de custodiar ese cuaderno fue Alexander Gillespie, un oficial escocés. Esa primera tanda de firmas fue obligatoria: era firmar o ir preso. Todos firmaron, salvo alguna excepción muy puntual. Pero además de ese registro oficial, Gillespie abrió un segundo cuaderno más informal, donde invitaba a firmar como “amigos de los ingleses” a quienes no ocupaban cargos, pero querían quedar bien con los ocupantes. Esa firma no era obligatoria, y sí fue mal vista por muchos, especialmente si después los españoles retomaban el control. Era peligroso quedar registrado ahí.

-¿Cuántos porteños firmaron ese segundo cuaderno?

-Se sabe que fueron 58 personas. Y cuando Buenos Aires fue reconquistada, todos querían encontrar ese cuaderno para destruirlo. Gillespie logró esconderlo y se lo llevó de regreso a Inglaterra. Años después, cuando estalló la Revolución de Mayo, Gillespie fue a ver a funcionarios del gobierno inglés con ese cuaderno en la mano. Les dijo que tres miembros de la Primera Junta de 1810 habían firmado su libro. Uno, confirmado, es Castelli. Se sospecha también de Rivadavia, y algunos creen que Belgrano lo habría hecho, aunque él siempre lo negó. Gillespie sugería esa posibilidad. El cuaderno nunca apareció. Algunos creen, y yo me incluyo, que Belgrano, durante un viaje a Inglaterra en 1815 junto a Rivadavia, lo recuperó y lo destruyó.

-Gillespie también registró muchas apreciaciones de Buenos Aires en su diario de viaje, que luego se convirtió en el libro Gleanings and Remarks. ¿Qué le aportó ese texto al leerlo?

-Gleanings and Remarks se publicó en 1818, creo, aunque fue escrito durante su tiempo en Buenos Aires. Primero narra el desembarco, el ataque y la ocupación. Después, cuando se convierte en prisionero, describe la vida cotidiana en Buenos Aires, Luján y, más tarde, en un monasterio cerca de Bell Ville, Córdoba. Cuenta cómo vivía la gente, cómo eran las iglesias, los gauchos, las costumbres locales… Es muy valioso porque no hay muchos testimonios criollos de esa época que relaten cómo era el día a día.

-¿Qué pasó con White? Eventualmente, muchos en Buenos Aires sabían que él hacía inteligencia para los ingleses.

-White vivió su momento de gloria durante la ocupación británica. Pero a medida que los ingleses empezaron a perder poder, su figura se desgastó. Le comenzaron a pasar información falsa, lo engañaban y sus datos ya no eran confiables. Sin embargo, no tuvo que huir cuando se fueron los ingleses. Los criollos no lo veían como enemigo. De hecho, siguió viviendo en Buenos Aires. No todos los que colaboraron con los ingleses fueron mal vistos después. Al contrario, muchos británicos y extranjeros que vivían acá siguieron siendo parte de la vida porteña, especialmente entre los criollos. La elite criolla los toleraba o incluso los valoraba.

-¿Qué pasó con los principales personajes británicos después de la invasión?

-Después de la primera invasión, Popham fue sometido a una corte marcial, pero su desempeño naval era tan bueno que lo absolvieron y le dieron un cargo aún más importante. Terminó sirviendo en el norte de Portugal, en el mar Cantábrico, durante las campañas contra Napoleón. Beresford y Pack fueron enviados a Portugal cuando el rey portugués huyó a Río de Janeiro. Beresford fue nombrado gobernador de Lisboa, y Pack fue su segundo. Beresford, pese a su escasa experiencia en combate, tuvo un ascenso político y luego fue gobernador en la isla Jersey. Pack, en cambio, sí tuvo un rol militar destacado: peleó en Waterloo y recibió varias condecoraciones. Popham, en cambio, nunca resolvió sus problemas económicos. La mayor parte del tesoro que se llevó terminó yéndose en deudas. No fue un negocio redondo para él. Le debía plata a White y se quedó con muy poco.

-¿Existía realmente un plan entre los ingleses? ¿Vinieron solo por el tesoro? ¿Había alguna discrepancia entre Popham y los otros oficiales?

-No había un plan claro, esa es la verdad. Popham tenía su objetivo: el tesoro. Estaba obsesionado con encontrarlo y sacarlo de Buenos Aires. Los demás oficiales no necesariamente compartían ese objetivo central. Para muchos, lo importante era cumplir con una campaña que justificara sus carreras militares. No podían rendirse sin disparar un tiro: habría sido un desastre para sus hojas de servicios. Popham, por su parte, les ofrecía a los oficiales la posibilidad de reembarcarse y volver, pero tanto Pack como Beresford querían combatir. No podían rendirse, ni siquiera aceptar una derrota sin luchar. Por eso, cuando la reconquista de Buenos Aires se concretó, lo que ocurrió no fue exactamente una rendición. Fue un acuerdo: los ingleses entregaban sus armas y se les permitía salir con cierto honor. Álzaga, sin embargo, consideró que habían sido vencidos y los declaró prisioneros. Así se rompió el acuerdo tácito.

-En el libro, usted menciona que había un discurso ambiguo entre los ingleses: prometían independencia, pero los criollos sospechaban que tuvieran la autoridad para hacer semejante promesa.

-Eso generó sospechas. Además, justo en ese momento murió Pitt, el primer ministro británico y amigo personal de Popham. Eso dejó al almirante sin respaldo político en Londres. Algunos empezaron a preguntarse: “¿Quién nos garantiza que esta independencia que prometen no es un engaño?”. Era muy probable que, si Buenos Aires no se liberaba, hubiera terminado como colonia británica, tal como pasó con Sudáfrica. A los sudafricanos les prometieron lo mismo: “Después de que derrotemos a los franceses, ustedes serán libres”. Y nunca ocurrió.

-¿Hubo alguna influencia británica en la independencia argentina?

-Sí, aunque no directa ni institucional. Pero hay vínculos. Beresford, Pack y otros oficiales ingleses conocieron a San Martín en la península ibérica durante las campañas contra Napoleón. San Martín, que peleaba en el ejército español, fue ascendido a coronel por Beresford, en el sitio de Ciudad Rodrigo.

-¿Qué sabe del famoso plan Maitland?

-Ese plan fue encontrado décadas después por Rodolfo Terragno en Escocia. Maitland, un militar británico, escribió en 1805 una propuesta estratégica para quebrar el poder español en América. Su conclusión era que el verdadero objetivo debía ser el Perú, y que para atacarlo con éxito, había que cruzar los Andes, tomar Chile y desde allí embarcar hacia Lima. Es una locura logística: cruzar los Andes con artillería y municiones, marchar 20 días y llegar a combatir. Todo indica que San Martín conocía ese plan y que fue moldeando su estrategia en base a esa idea. Y no es descabellado pensar que discutió estas ideas con los ingleses que lo acompañaron.

-¿Qué quedó del famoso y codiciado tesoro? O, mejor dicho, ¿quedó algo?

-El virrey Sobremonte lo cargó en carretas y lo dejó en Luján cuando huyó a Córdoba. Cuando los ingleses llegaron, ya sabían que el tesoro no estaba en la ciudad, así que fueron a buscarlo. Lo habían repartido entre familias de la zona para esconderlo: cada una se llevó una parte y la enterró en su jardín, la metió en aljibes, la escondió como podía… Cuando los ingleses presionaban, algunas familias devolvían lo que tenían. Pero no todo. Se calcula que robaron menos del 50 por ciento. ¿Qué pasó con el resto? Quizás algunas familias se lo quedaron… Después, cuando les preguntaron dónde estaba, dijeron que los ingleses se lo habían llevado todo.

​ El 25 de junio de 1806, en la costa de Quilmes, desembarcaron las tropas inglesas lideradas por el general William Carr Beresford; Gerardo Bartolomé desanda una subtrama de la historia, con oficiales extranjeros alojados en casas criollas, promesas de libertad, traiciones discretas y una operación que casi termina en colonia  Lifestyle 

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