Trastornos de la alimentación: “Me vienen a ver muchos padres de chicos y chicas que quieren tener cuerpos de maniquíes, de Barbie o Ken”​

“Mi hija tiene 12 años y no quiere comer. Dice que tiene un objetivo, pero no me lo quiere contar. Empezó con esto desde que se metió en las redes”.

La frase, enviada por un lector de LA NACION, resume el desconcierto de muchas madres y padres frente a una problemática creciente: los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en niñas, niños y adolescentes. Es que en los últimos años, el boom de las redes sociales, la presión de los estereotipos de belleza y la exposición temprana a contenidos tóxicos, alteraron profundamente el vínculo de los chicos y las chicas con la comida y con su imagen corporal. ¿Cómo acompañarlos?, ¿cuándo preocuparse? o ¿dónde pedir ayuda? son algunas de las preguntas que más se repiten.

La semana pasada, desde LA NACION convocamos a nuestros lectores a que compartieran sus preguntas sobre los trastornos de la alimentación. La iniciativa surgió tras publicar la historia de Valentina Sandgarten, una chica de 21 años que fue diagnosticada con anorexia a los 15. Es, además, parte de Hablemos de Todo, el proyecto de Fundación LA NACION que se propone acercar herramientas para prevenir y actuar a tiempo frente a distintas problemáticas de salud mental.

Para responder las preguntas que llegaron desde varios puntos del país, desde Córdoba hasta La Rioja, convocamos a la psiquiatra Juana Poulisis, especialista con una vasta trayectoria en la temática y fellow de la Academia Mundial de Trastornos de la Conducta Alimentaria (Academy of Eating Disorders)

—Un padre nos cuenta sobre cómo las redes sociales influyeron para que su hija de 12 años empezara a desarrollar un trastorno de la alimentación. ¿Qué rol juegan hoy las redes en estas enfermedades?

—Los TCA se desarrollan por dos grandes factores: uno genético y otro ambiental. Este último tiene hoy muchísimo peso. El incremento exponencial de casos en los últimos años está muy relacionado con el “tsunami” de las redes sociales. Desde muy chicos, los niños y niñas ingresan en un mundo virtual que los adultos muchas veces desconocemos. Las redes pueden llevarlos a lugares muy oscuros. Por eso, es clave que los adultos estemos informados y alfabetizados en estos temas. Si nosotros no entendemos ese lenguaje, no podemos acompañarlos. Hoy hay chicos de 6, 7 u 8 años que ya están mirando redes, subiendo videos a TikTok y evaluando constantemente su cuerpo. La forma en que ven ese cuerpo tiene que ver con lo que aprenden que es importante.

—¿Qué están aprendiendo exactamente?

—Que el ideal de delgadez es fundamental, que hay que tener un cuerpo hegemónico, un cuerpo de mujer a los 6, 7 u 8 años. Una niña puede empezar a sentirse mal por tener el abdomen redondeado, algo natural a esa edad. Un niño espera ver los “ravioles” marcados en su panza, cuando a esa edad no van a tener músculo.

—¿Qué tipo de contenidos circulan que te preocupan?

—Antes los chicos buscaban material “pro Ana” (anorexia) o “pro Mía” (bulimia) con esos nombres. Hoy, esos contenidos siguen existiendo pero camuflados: en hashtags modificados, grupos de WhatsApp o canales de Telegram. Se comparten “tips” para ocultar conductas purgativas, evitar comer o engañar a los adultos. También circulan desafíos muy peligrosos.

—¿Como cuáles?

—Muchos de los challenges actuales están vinculados a la restricción alimentaria o la obsesión con la imagen. Por ejemplo: “Tomá agua en vez de comer”, “¿cuántas horas podés hacer ayuno?”, o “mostrá tu panza marcada”. También aparecen videos que ensalzan la delgadez como sinónimo de éxito. Y eso, cuando lo ve una nena o un nene, puede convertirse en una aspiración. Como si ese fuera el camino a seguir.

—Muchos padres dicen que no saben cómo hablar del tema. ¿Cuáles son los aciertos y errores más comunes?

—Lo primero: nunca ir como policía. En las terapias con la familia solemos usar imágenes para hablar de los distintos estilos parentales. Están los “rinocerontes”, que avanzan sin escuchar, y los “avestruces”, que esconden la cabeza para no ver. Lo que buscamos es un modelo más cercano al del “delfín” o el “San Bernardo”: ese que acompaña, valida, empuja pero no presiona. Pensemos en una niña de 12 años atrapada por lo que ve en redes. Es como una secta, que todo el tiempo le dice qué hacer. Y la voz del padre o la madre queda lejos, muy lejos, de esa cabecita inmadura. Por eso, el camino es desde la empatía. Acercarse y decir: “Sé que la estás pasando mal. Te veo más insegura, que no estás compartiendo con nosotros, que estás lejos de tus amigas”.

—¿Cómo generar esos espacios de diálogo?

—Hay chicos que hablan en el auto. Otros, caminando. A veces, invitar a tomar algo o a ese lugar que les gustaba de chicos puede abrir la puerta. También usar disparadores como una película (Barbie, por ejemplo) o preguntar: “¿Tenés ganas de mostrarme esa famosa lupita de Instagram?”. Muchas veces, ahí aparecen videos de rutinas obsesivas, platos perfectos pero pobres en nutrientes o modelos de belleza imposibles. Es un mundo inmenso y necesitamos estar presentes. No como amigos, porque los padres deben seguir siendo figuras de autoridad, pero sí como adultos amorosos. El “estar”, incluso si molesta, es siempre un mensaje de cuidado.

—¿Por qué es importante hablar con nuestros hijos de lo que aparece en esa “lupita”?

NOTA JUANA POULISIS A 02

—¿Sirve contarles a los hijos nuestras propias inseguridades?

—Sí. También nosotros lidiamos con el paso del tiempo, con los cambios físicos. El otro día, una amiga me decía: “Qué difícil no hacerse intervenciones en la cara cuando todo tu círculo lo hace y vos estás haciendo un proceso natural”. Y eso también se puede conversar. Implica ir contra la corriente. Lo mismo pasa con el uso del celular: si tu hijo no tiene teléfono a los 10 pero sus amigos sí, explicale por qué tomaste esa decisión. No hace falta un gran discurso, basta un mensaje simple y directo. Por ejemplo: “¿Sabés que si no desayunás tu cerebro no va a rendir en la escuela?”. Repetir esas pequeñas ideas es importante. Porque los mensajes que reciben por redes tienen muchísima fuerza.

—Una lectora nos dice: “Mi hijo de 13 años es muy selectivo con la comida desde hace años. Come solo cinco cosas: fideos, salsa bolognesa, queso rallado, yogur y banana. Hemos hecho consultas y también un tratamiento interdisciplinario. No dieron resultado. Crece normalmente, por lo que tanto el pediatra como la psicóloga nos dijeron que mientras eso suceda y sus análisis den bien, lo dejemos tranquilo. ¿Estamos bien asesorados?”

—Podría tratarse de un trastorno llamado Trastorno por evitación y restricción de la ingesta de alimentos (Teria). No está vinculado con la imagen corporal, como pasa con la bulimia o la anorexia. Se puede producir en la niñez, en la adolescencia y en la adultez. En ese caso, por lo que cuenta, puede haber comenzado a los 3 o 4 años, cuando los chicos empiezan a ser más selectivos o determinados alimentos comienzan a darle asco. El tema es cuántos alimentos empiezan a excluirse y qué consecuencias tiene eso. Porque aunque los laboratorios dan bien y el chico está creciendo, tal vez hay cuestiones más de micronutrientes que no se están dando, como vitaminas o minerales. Además, a nivel social también es complicado, porque los chicos a los 13 años empiezan a ir a un campamento, a un viaje de egresados o a la casa de amigos, y esto los empieza a excluir.

—Te comparto otro mensaje: “Mi hija de 10 años tiene episodios donde se niega a comer porque manifiesta que le da miedo descomponerse y que por más que quiere no puede hacerlo. Está en tratamiento pero sentimos que no avanza, por momentos mejora y por momentos las crisis son muy fuertes.” ¿A esta mamá que le dirías?

—También podría tratarse de un Teria. Este trastorno puede presentarse de tres formas: la hipersensorialidad que hablamos con el otro caso; la inapetencia y la aversión a encontrarse en una situación dolorosa, como tener dolor de panza, miedo a vomitar o a descomponerse, lo que genera evitación de ciertos alimentos. En la terapia se va a hacer una exposición gradual de cómo ir abordando los alimentos. Y se hace junto con la familia.

—¿Es común ver en la consulta casos de niños pequeños con trastornos de la alimentación?

—Sí. El Teria se ve desde muy chiquitos. Y lo que empezamos a ver a partir de los nueve o 10 años, es la aparición de cuadros más severos de anorexia y bulimia. Una de las razones es la introducción de las redes sociales y otra el desarrollo más temprano. No cualquiera va a desarrollar un trastorno de la alimentación: tiene que haber una base genética y ciertos rasgos de personalidad.

—Un papá nos habla de su hija de 27 años. Nos cuenta: “Tiene anorexia. Nos dimos cuenta hace unos cuatro o cinco años. Al principio no sabíamos de qué se trataba. Hoy está bastante mejor, sigue con atención médica. Mi consulta es cómo puedo ayudarla en algunos temas que observo que para ella son insuperables. Por ejemplo, no come nada dulce, es totalmente intransigente con eso y observo que es una batalla que no quiere dar”.

—A ese papá le diría que la recuperación total es posible: incluye un peso estable y una cabeza libre del miedo a la comida. Si aún hay alimentos que son “demonios”, hay que seguir trabajando. Hay que hacerlo con el equipo tratante, usando estrategias de exposición gradual a los alimentos. Siempre sugiero hacerlo primero en la sesión, para replicarlo después en la casa.

—También llegaron mensajes de lectores que atravesaron estas problemáticas en primera persona. Como este: ”¿Cuál es la forma apropiada de abordar una recaída después de años de estar recuperada? El TCA que atravesé y recaí después de diez años libre de pensamientos y comportamientos asociados es el trastorno de purga. No pensé que recaer fuese posible después de tanto tiempo, aunque entiendo que el hecho de tener que lidiar con cambios estresantes en esta etapa de mi vida influyó“.

—Las recaídas existen, sobre todo en contextos estresantes, como duelos por la muerte de un ser quiero o separaciones conflictivas. Porque muchas veces la conducta alimentaria funcionaba como regulador emocional. Por eso, es clave seguir trabajando el manejo de las emociones, ya que detrás de estas patologías también hay situaciones de inseguridad e hipersensibilidad emocional. Y entender que una recaída no borra el camino recorrido.

—El acceso a tratamientos adecuados es un desafío sobre todo en el interior del país. Tenemos un mensaje de una mamá de La Rioja: “Desde los 13 años mi hija viene con esta condición de anorexia y atracones, ya vamos por más de cuatro tratamientos y no puedo llegar a un lugar donde realmente la ayuden. Mi esposo falleció y ahí comenzó este calvario. Actualmente tiene 20 años y verla como está, en huesitos, me destroza el alma. Vivimos en Chilecito, La Rioja, y no hay lugares especializados”.

—Cuando un TCA entra en una familia, es como un tsunami que todo lo arrasa. Pero también es posible reconstruir. Hoy existen tratamientos online con buenos resultados. Aunque se viva lejos, un médico de cabecera puede ser el nexo con un equipo especializado. También hay talleres virtuales para padres.

—¿Qué mensaje final te gustaría dejar?

NOTA JUANA POULISIS B 02En la guía “Hablemos de trastornos de la alimentación” de Fundación La Nación podés encontrar más información sobre señales de alerta, dónde pedir ayuda o cómo acompañar a una persona con estas problemáticas.

Contanos tu historia

Esta iniciativa de Fundación LA NACION es parte del proyecto “Hablemos de todo”, que incluye guías con información útil sobre cómo prevenir y actuar frente a problemáticas frecuentes que afectan la salud física y mental de niñas, niños y adolescentes.

Si conocés a algún joven que quiera compartir su testimonio sobre alguna problemática vinculada al uso de las redes sociales (como ciberbullying, grooming, ansiedad, depresión e ideas de muerte, adicción a la pornografía, las redes sociales o los videojuegos, entre otras) escribinos a hablemosdetodo@lanacion.com.ar

​ La psiquiatra Juana Paulisis contestó preguntas de los lectores de LA NACION; ¿cómo influyen las redes sociales?, ¿qué contenidos son preocupantes?, ¿de qué manera puedo conversar sobre el tema con mi hijo?  Comunidad 

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