Tiene 20 años, salió de Alaska en bicicleta porque no sabía qué hacer con su vida y llegó a Ushuaia
La infelicidad, la vuelta a los orígenes, un libro y la necesidad de confirmar que la vida puede ser más que una rutina a la que estamos atados. Todas estas cosas motivaron a Liam Garner, un joven de 17 años, a cambiar sus propias reglas del juego, y a emprender una travesía, la más larga de su vida hasta ahora: de Alaska a Ushuaia, en bicicleta.
Técnicamente californiano -de una ciudad llamada Long Beach- aunque con sangre latina en las venas, Garner acababa de terminar el secundario y de transitar el peor momento de la pandemia (quizá también de su existencia) cuando decidió lanzarse al ruedo en agosto del 2021.
“Mi vida era bastante normal, pero yo no era feliz”, cuenta Garner en un diálogo con LA NACION. “Además, no tenía ganas de estudiar. Siempre me fue bastante mal en el colegio y sabía que el campo de lo académico no era lo mío. Quería hacer algo distinto, darme la oportunidad de cambiar mi día a día sustancialmente”.
Eso, su inquietud de protagonizar una aventura y un libro que le regalaron (”To Shake the Sleeping Self”, o “despertar al yo dormido” en español) sobre un hombre que pedaleó desde Oregón, en Estados Unidos, hasta la Patagonia, lo convencieron de que no solo su deseo de llevar a cabo un viaje largo era legítimo, sino que, si se lo proponía seriamente, el universo conspiraría para ayudarlo a concretarlo. “Recuerdo haber pensado que si un tipo a sus 30 pudo hacerlo, entonces yo también podía”, concluyó.
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Ser en serio “americano”
El recorrido de Garner comenzó formalmente en Alaska, a donde subió desde Los Alamitos -localidad en donde reside su familia-, y desde donde fue bajando hasta llegar a Ushuaia. En total, pasó por 15 países: Canadá, Estados Unidos, México, Guatemala, Belice, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia y, finalmente, la Argentina.
“Siendo norteamericano, la idea de conocer todas las Américas y conectar con mis raíces mexicanas me tentaba especialmente”, explica Garner, y no duda demasiado en responder que su lugar favorito fue la Patagonia. “La amé más que a nada. El Chaltén y El Calafate son mágicos”.
Aunque empezó solo, a los pocos meses luego de iniciado el itinerario a la altura de Oregón, su camino se cruzó con el de Logan, otro adolescente con ganas de pedalear largas distancias, con quien terminó compartiendo gran parte del trayecto hasta Colombia.
900 kilómetros más tarde la suerte volvería a sorprenderlo, esta vez con el amor. “En San Francisco conocí a Chloe. No tenía donde quedarme y ella me alojó. Desde el momento en el que nos conocimos nos llevamos muy bien, y cuando me fui de la ciudad seguimos hablando”, relata ligeramente risueño pero manteniendo la formalidad. “Hablamos durante siete meses y decidimos que queríamos empezar a salir”.
Y como en ese momento, por razones obvias, no se podía, decidieron organizar un primer encuentro en el fin del mundo. “Me vino a visitar a Ushuaia y de ahí empezamos a subir juntos”, cuenta. “Fue un lindo primer final”.
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Más allá de la gente, Garner explica que, especialmente a lo largo de la costa oeste, encontró un sentido de familiaridad. “Viendo el Océano Pacífico y, en algún punto, la misma cordillera, logré sentirme cerca de casa estando lejos”, advierte. “Una energía especial hizo que, tanto en Alaska, como en California como en Lima hallara un pedacito de hogar”.
A Ushuaia llegó casi un año y medio más tarde, el 10 de enero de 2023. Ahí fue donde lo visitó su novia “para celebrar”. De ahí, subir para volver a California -combinando bicicleta con otros medios- le llevó otros ocho meses y, por eso, fue recién este año que empezó a contar en sus redes sociales todo lo que hizo -y lo que le hizo- el recorrido.
“Durante el viaje en general no tuve ni internet ni tiempo ni energía para ponerme a editar videos”, admite Garner. “Quería disfrutar el momento y hacerlo una vez de vuelta en casa, más tranquilo y de una manera consistente”.
“No importa en dónde estés, la gente siempre puede ser amable”
En materia de calidad humana, Garner no tuvo problemas y destaca, en el 99% de las oportunidades, el buen trato. “En general, la gente que me cruzaba quería cuidarme, me ofrecían comida y un lugar para quedarme”, dice entre sorprendido y relajado. “Con la gente solo tuve buenas experiencias. No importa en qué lugar del mundo estés, si das la oportunidad la gente siempre va a ser amable”.
Sí reconoce que en las zonas más rurales las personas tienden a ser más receptivas, mientras que en las ciudades el trato es más hostil y desapegado. También cuenta, sin dolor ni resentimiento, que le robaron múltiples veces. “Me robaron el celular dos veces, la mochila y el pasaporte, entre otras cosas”, dice y aclara que siempre fue sin violencia de por medio. “Se ve que aprovechaban cuando estaba distraído o durmiendo, porque nunca vi a los que me robaron”.
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Las grandes batallas: soledad, dolor y desierto
Al hablar de desafíos y obstáculos, para un adolescente acostumbrado a una rutina llena de amigos, estabilidad y familia, la mayor batalla fue estar completamente solo. Y en su peor momento.
“El mismo día en el que Logan se volvía a Estados Unidos, desde Cali, Colombia, yo me accidenté”, cuenta Garner sin darle demasiada importancia aunque se siente en su voz la frustración. “Me comí un pozo con la bici y aterricé en el piso con la cara”. En el momento se desmayó, y cuando se levantó se dio cuenta de que no solo se había golpeado, sino que también se le había partido la oreja y tenía heridas en la cabeza y en el hombro. Lo operaron ese mismo día y, contra todo itinerario, tuvo que hacer reposo todo un mes.
Quizás lo antelaba, aunque no con certeza, pero fue desde el momento en el que Logan se fue, para él empezó lo peor. “Lo que más me molestó fue tener que parar todo, pero una vez que retomé la primera segunda parte fue cuesta arriba. De Colombia bajé a Perú y todos los días me tocaba pedalear mucho desierto, solo y deprimido”, recuerda Garner. “Me era muy difícil mantener una actitud positiva”.
A pesar de eso, a la pregunta de si alguna vez pensó en abandonar el viaje y volver a casa, fiel a sus convicciones responde un rotundo no. “Mi familia me insistía en que vuelva. No hice caso. Soy muy terco y en el fondo sabía que hasta no llegar a Ushuaia no había vuelta atrás. No me lo hubiese permitido. Incluso si eso significaba morir en el camino, yo quería terminar lo que había empezado”.
“Sin este viaje sería una persona infinitamente peor”
Hay algo que caracteriza a Garner y es que todo lo que dice lo dice con seguridad. Una de las resoluciones de su discurso es que, en su trayectoria personal, la odisea Alaska-Argentina tenía que pasar.
“Este viaje me cambió en todos los sentidos”, delinea entre orgulloso y aliviado consigo mismo. “El Liam que era cuando empecé mi viaje no tiene nada que ver con el Liam que soy hoy. Me convertí en una mejor persona. Creo que sería una versión infinitamente peor de mí de no haberlo hecho. Cada día fue, de alguna forma, una recompensa para mi desarrollo humano”.
Por otro lado, el joven de ahora 20 años subraya que fue gracias al viaje que encontró su vocación. Hoy las redes sociales son su trabajo full time. En su cuenta de Instagram, donde lo siguen 477.000 usuarios, está publicando en capítulos todos los detalles de su viaje. “Por ahora lo que gano me alcanza para vivir y es lo que me gusta hacer”, comenta.
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Si pudiese mandarle un mensaje a su yo del pasado, Garner le diría que disfrute cada momento y que se tome su tiempo para hacer las cosas. “Recuerdo haberme sentido, por lo menos de a ratos, apurado. Si volviese a empezar, tardaría más en hacer el recorrido”, reflexiona en retrospectiva. “La buena noticia es que todavía tengo una vida por delante y muchos viajes por concretar”.
En cuanto a lecciones aprendidas, Garner no duda en decir que la más grande de todas es la importancia de tener fe en uno mismo.
“La razón principal por la que elegí pedalear de Alaska a Argentina fue que era la cosa más ridícula, desmedida y poco viable que en ese momento podía decir”, dilucida. “El momento en el que decidís hacer algo considerado por muchos imposible, es cuando empezás a sentir que, en realidad, todo es posible. Y eso es muy poderoso”.
En este sentido, el joven está convencido de que cualquiera que así lo desee puede llevar adelante un viaje de este estilo.
“El cicloturismo es la forma más accesible de viajar. Seas pobre, rico, hombre, mujer, joven, adulto o viejo”. Muchos se asientan en la idea de que si es complicado no vale la pena intentarlo”, dice y finaliza: “para mi, la cuestión pasa por creer que sí podés hacerlo. La determinación positiva es el único requisito”.
A los 17 años, partió de Alaska en bicicleta porque estaba triste y no quería estudiar una carrera, y terminó en Ushuaia años después; la vocación que encontró en el camino Autos
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