Su padre fue un “crack de la TV” y hoy por primera vez habla de la otra herencia: “Cuando se enteran que soy el hijo aparecen las sonrisas”​

“Mi viejo no fue una estrella, pero la gente no lo olvida, eso me sigue provocando una emoción inmensa. Todo viene de la mano también de su compañero de aventuras, nada menos que El Negro Olmedo, ¿sabías que es mi padrino de bautismo y siempre me acompañó cuando me faltó mi papá?”, arranca la charla, con LA NACIÓN, Christian Ortiz, hijo del fiel Coquito -Humberto Ortiz, en los documentos- escudero nada menos que del Capitán Piluso.

Christian se quiebra pero por la alegría que le provoca que la gente rememore a aquel personaje vestido de marinero que traspasaba la tevé, incluso hoy por hoy, ya transcurridos casi cuarenta y dos años de su muerte: “Te juro que cuando alguien se entera de que soy su hijo siempre se le dibuja una sonrisa y lo recuerda con alegría. Nunca nadie me dijo algo negativo de él, ni siquiera me llegaron comentarios por el estilo. Esa es la mejor herencia que me dejó. Fue una persona muy clara, transparente, perfecta podría decir, con los mejores valores, lo decían todos, no solo yo porque es mi papá”, se sincera y vuelven a aflorar los sentimientos entre sus palabras que se entrecortan.

Cuenta que de niño oía el tintineo de la máquina de escribir porque a su padre le encantaba crear guiones. Así se la pasaba durante casi todo el día: “Después de la Olivetti tuvo una eléctrica. A mí me gustaba cuando lo hacía por las noches, era como una música suave, crecí con eso. Yo decía: ‘¡Pero mi viejo cómo labura!’. ¿Sabés lo que hacía? Me colocaba detrás de él, yo sentía como que estaba tecleando. De repente él se paraba, se iba a dar una vuelta, regresaba y seguía, un laburante de las palabras…”.

Un padre inigualable y un “estirón” de imprevisto

Era un adolescente cuando su padre enfermó, y a los 16 años, cuando murió, su ausencia fue difícil de sobrellevar: “Cuando estaba muy mal, igual seguía escribiendo. Me preguntaba a mí: ‘¿Te gusta esto? Vení, ayudame a cambiarlo’. Yo tenía iniciativa, él me enseñó todo dejando que lo acompañara. Entonces le decía: ‘Esto lo tenés que corregir, esto cambialo, esto acá, esto allá’. A veces me miraba y se reía, pero me daba lugar, me escuchaba y pude seguir sus pasos. Siempre digo que cuando lo perdí, crecí de golpe desde los 16 años a los 20, fueron cuatro años en los que sentí que viví como quince juntos y de golpe”, resume.

Todo fue vertiginoso en su vida: a los 20, Christian se casó, fue papá, a los 24 tenía dos hijos, y a los 30 ya tres… “Salí de una cajita de cristal, fue como que la vida me sacudió fuerte y no paré más. Empecé a revisar todo lo que él había hecho, cantidad de guiones, varias películas, Crónica de un vagabundo, una comedia con la que le fue muy bien con la dirección de él mismo. Yo siempre insisto con que es como una especie de Roberto Gómez Bolaños, que es reconocido por El Chavo, pero quizás no sabemos que escribió un montón de cosas con las que también se destacó”, detalla.

Al diálogo vuelve una y otra vez el nombre de Alberto Olmedo y Christian sonríe cada vez que lo menciona: “Eran tan unidos, como una sola persona. Se conocieron en Canal 7, él y mi viejo formaban parte de La troupe TV, programa que según creo lo dirigía Pancho Guerrero, y se hicieron recompinches. Mi viejo siempre hacía los guiones y le daba los pies, también del programa El Chupete, donde creó el personaje del mago ucraniano que hacía Alberto y él interpretaba a un italiano que hablaba cocoliche.

-¿De dónde salieron los nombres de Piluso y Coquito?

Creo que lo tomaron de un gerente de programación que se llamaba Carlos Piluso y quedó. Y Coquito porque papá era bastante cabeza dura, jajaja. Yo estaba encantado porque El Negro era mi padrino, me bautizaron en la Parroquia San Agustín en avenida Las Heras. También estuvo presente Fidel Pintos, otro gran amigo del viejo. Alberto cuando viajaba le confiaba todo a papá, hasta la plata, eran como hermanos, no sabés el amor que se tenían. Cuando caminaban por la calle iban del brazo, como dos señoras de las de antes…

Capitán Piluso, uno de los clásicos de Televisión Pública

Cuando su padre murió, Olmedo no quiso hacer más el personaje: “Recuerdo que vino a casa a saludar, a tomar un café y a preguntarnos cómo estábamos. En un momento le pidió permiso a mi mamá, si podía, pasar a la habitación de ellos. Abrió el placard, miró su ropa, tomó aire, cerró la puerta, luego saludó amable y conmovido. Se fue y nunca más volvió, no pudo. Era muy introvertido, solo se desinhibía cuando se prendía la luz de la cámara. Había sufrido mucho de chico junto a su mamá; al papá lo pudo conocer ya de grande. Él te expresaba su amor con actitudes, no con palabras. Fue como un padre para mí, siempre estuvo a mi lado, me llevaba al teatro, me respaldó cuando papá ya no estaba. Nunca voy a olvidar eso. Tengo muy buena relación con sus hijos, a quienes respeto muchísimo. Mariano, Fernandito -que se fue muy joven en el accidente con Rodrigo, Sabrina, con quien estuve hablando cuando vino de Miami hace un tiempito-, también Javier, Marcelo, que es autor como yo. Todas grandes personas”.

Los comienzos de Christian fueron desde abajo, como apuntador en Pol-ka, adonde lo hizo ingresar Hugo Sofovich, otra especie de padre protector para quien solo tiene palabras de reconocimiento: “Me abrió el camino, y con lo que había aprendido de mi padre y como me gusta escribir, empecé a redactar guiones. Mi primera comedia fue Dos más dos… stress. Seguí escribiendo, hice infantiles como Pérez, el ratoncito de los dientes de oro, con el que recorrimos el país. Luego me convocó Gabriel García, empresario de teatro e hice el guion de No hay dos sin tres, y siguieron Loca herencia, De amantes ardientes, Tres vidas para Oswald. Ahora estoy tratando de armar elenco para reestrenarla, producida por mi amigo Maximiliano Suárez en el Teatro Odeón que está en San Telmo, Perú, 863, un sitio cultural muy bonito con corredor gastronómico”.

Christian detalla que también tuvo la oportunidad de hacer televisión en Chile y que se dio un gran gusto cuando en dos oportunidades pudo regresar a las tablas a Coquito, siempre interpretado por Hernán Jiménez, y a Piluso, con Hernán Belloso y Alejandro Paker. “Hice de todo en la vida, también tuve un polirrubro maxikiosco”, sonríe y agrega: “Hoy mi gran anhelo, una cuenta pendiente, es realizar la película de Piluso y Coquito de dibujos animados en 3D. Siempre la soñé, está en proyecto y ojalá pueda realizarla. A mis 58 años, se la debo al viejo, a Wally, mi vieja, que se fue diez años después que él, a mis tres hijos y mis dos hermosos nietos, Sofía y Augusto, que cuando les muestro cositas de su bisabuelo siempre les robo una sonrisa, para que quizás alguno pueda seguir sus pasos”.

​ A 42 años de la muerte del histórico Coquito, su hijo Christian Ortiz lo recuerda en diálogo con LA NACION; el nacimiento de sus personajes, las enseñanzas y el trabajo codo a codo: “Me escuchaba y pude seguir sus pasos”  Espectáculos 

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