Staatsburgh: la mansión de la Edad de Oro de Nueva York y cuyos dueños tenían pasajes para el Titanic​

En el valle del Hudson, a unos 160 kilómetros de la ciudad de Nueva York, se alza Staatsburgh, una residencia monumental que refleja el esplendor de la Edad Dorada. Fue el hogar de Ruth Livingston Mills y su esposo, Ogden Mills, miembros de la élite social de principios del siglo XX, que había comprado pasajes para el segundo viaje del Titanic, que nunca zarpó, tras la tragedia de 1912.

Lujo europeo: una mansión pensada para impresionar

Ruth Livingston había heredado la finca familiar en 1890, pero no la consideró suficiente para recibir a los invitados más distinguidos de Nueva York. Con la ayuda de su esposo, emprendió una remodelación total y transformó la propiedad en una mansión de estilo europeo con 79 habitaciones.

La monumental obra finalizó en 1896 y demandó una inversión de 350 mil dólares de la época, equivalentes a unos US$11 millones actuales, destacó Business Insider.

El matrimonio Mills se instaló allí como en una auténtica residencia real. En el vestíbulo principal, Ruth mandó colgar retratos de sus ancestros para recordar la importancia de su linaje. Entre ellos se destacaba Morgan Lewis, tercer gobernador de Nueva York y su bisabuelo, junto al canciller Robert Livingston, quien juramentó a George Washington y negoció la compra de Louisiana.

La huella del Titanic: la tragedia que marcó a los Mills

El vínculo de la familia Mills con el transatlántico más famoso del mundo ocupa un lugar especial en el museo que hoy funciona en la mansión. En una de las salas se exhibe un ejemplar del Boston Daily Globe con titulares sobre el hundimiento del Titanic. También se muestran réplicas de la porcelana utilizada en las distintas clases del barco.

El primo de Ruth, John Jacob Astor, considerado entonces el hombre más rico del planeta, murió en el naufragio. Su cuerpo fue encontrado dos semanas después, identificado por el reloj de oro grabado en su bolsillo y las iniciales bordadas en su chaqueta.

Los visitantes también pueden recorrer una gran escalera que recuerda a la del Titanic. Sus últimos escalones se diseñaron más anchos para que los vestidos largos de las mujeres pudieran desplegarse con dramatismo en cada entrada.

De finca agrícola a museo y parque estatal

Cuando Ruth heredó la propiedad, el terreno estaba cubierto de maizales. Ella ordenó trasladar los cultivos a otras zonas y reemplazarlos por un césped perfecto para recibir a la alta sociedad. Actualmente, los jardines forman parte del Mills Memorial State Park, un espacio público que conserva la majestuosidad del paisaje original.

Durante la visita, los guías destacan los trabajos de restauración en el exterior de la casa. En la década de 1950 se aplicó una capa de gunita para proteger la fachada, pero su composición con asbesto alteró el color de los muros. Hoy, las tareas de limpieza buscan recuperar el tono blanco que tuvo la mansión a fines del siglo XIX.

El lujo de la Edad Dorada: un interior palaciego

Al atravesar el comedor principal, los visitantes se encuentran con una ambientación que refleja los códigos sociales de la época. Las paredes de mármol verde, los tapices belgas del siglo XVIII y la mesa de Tiffany & Co. diseñada para treinta comensales hablan del refinamiento de los Mills.

Las cenas se extendían durante dos horas con entre ocho y diez platos de inspiración francesa. Ruth, reconocida por su carácter perfeccionista, recibía a cada invitado en la sala ovalada y encabezaba el ingreso al comedor, acompañada por el caballero de mayor rango.

El salón, descrito por los guías como “el cobertizo” de Ruth, funcionaba como punto de reunión para las mujeres de la familia y sus amigas. Allí se conservan sillas originales cuyos respaldos muestran menos desgaste que los asientos, debido a la rígida postura que imponían los corsés de la época.

Vida privada y servicio doméstico

Las habitaciones de la pareja se ubicaban en el nivel principal, algo poco común en las mansiones de la Edad Dorada. La decisión respondía a los problemas cardíacos de Ruth, que no podía subir escaleras con facilidad. Su dormitorio, inspirado en los palacios europeos, tenía paredes recubiertas con seda de damasco y una cama elevada sobre un pedestal.

En contraste, el cuarto de Ogden resultaba más austero y pequeño. Aun así, la familia vivía rodeada de lujos y con un staff de sirvientes que residía en la propia mansión. Ellos ocupaban el tercer piso y la planta baja, donde contaban con comedor, salón y cocina. Según los registros, trabajaban seis días a la semana, un privilegio en comparación con otras casas de la misma época.

Un museo que conserva la historia

Hoy, Staatsburgh funciona como museo estatal y mantiene el 95% del mobiliario original de los Mills. Los recorridos, que duran una hora, cuestan US$10, permiten explorar la biblioteca con ejemplares raros como los diarios de George Washington, la despensa del mayordomo con réplicas de vajilla del Titanic y los tocadores privados donde Ruth organizaba sus fiestas.

En septiembre y octubre, las visitas se realizan de jueves a domingo. Durante noviembre, la mansión cierra sus puertas para prepararse para las fiestas y reabrir decorada para la temporada navideña.

Quienes recorren sus salones aseguran que entrar a Staatsburgh es como trasladarse a un palacio europeo sin salir del estado de Nueva York.

​ Descubre Staatsburgh, la mansión de la Edad Dorada en Nueva York con 79 habitaciones, lujo europeo y un vínculo con el Titanic. Hoy funciona como museo y parque estatal.  Nueva York 

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