Soledad Pastorutti: la niña del poncho que conquistó todos los escenarios

“Siempre sentí que tenía que volver a enamorar a la gente, volver a rendir examen cada vez que subo al escenario”. Con esta frase, Soledad Pastorutti resume tres décadas de carrera y la esencia de su vínculo con el público. Cantante, compositora y referente indiscutida del folclore argentino, “La Sole” no solo marcó una época: la reinventó. Desde aquella adolescente de Arequito que deslumbró en Cosquín hasta la artista consagrada que este año celebra 30 años en la música con un Gran Rex.
En esta charla para el ciclo Conversaciones, la artista repasa los comienzos, los desafíos y las alegrías de una trayectoria que combina tradición y renovación. Habla de su vínculo con el público, del trabajo con artistas como Mercedes Sosa, Carlos Santana y Milo J, de cómo vive su presente y de lo que viene: un nuevo show, el paso por Lollapalooza, y la certeza de que el folclore todavía tiene mucho por decir.
¿Cómo te puedo decir? ¿Qué hace Sole?
Todo eso me gusta. “La Tota” también, como dicen algunos amigos. Es una hermosa presentación porque tiene mucha calidez. Gracias por el cariño.
Arranquemos con la de rigor: ¿qué te trajo hasta acá? ¿Qué representa este momento de tu vida y de tu carrera?
Diría “la música”, pero en mi caso no es solo eso: es la gente. En los primeros años fue una necesidad de ser y estar; después, la vida misma. Es un camino muy pasional. En la música y en el contacto con el público encontré una llama encendida que no me dejó parar en 30 años.
¿Ese “no parar” alguna vez te obligó a frenar y mirar lo hecho?
Soy de mirar para adelante y ver el vaso medio vacío. No es que no valore lo construido: me cuesta ponerlo en palabras. Tuve que hacerlo en pandemia. Lejos de vivirla como un final, la tomé para ordenarme y pensar el futuro. Me rodeé de gente con esa mirada y empezamos a trabajar virtualmente. Antes, hice un repaso con ayuda: “mirá este premio, este logro…”. Yo siempre decía “no tengo tantos premios”, pero si no los ves o no los anotás, parece que no existen. Ese ejercicio me ayudó a poner en valor el esfuerzo de años, mío, de mis viejos, de mi hermana y de todo el equipo.
El calendario trae números redondos. Se vienen 30 años.
Los espero con ansias.
En lo inmediato: 12/10, Gran Rex, y tu cumpleaños.
Sí. Ese show es el kilómetro cero hacia las celebraciones. Volvemos al repertorio que me trajo a Buenos Aires, a los 90, cuando hice 30 Gran Rex seguidos. Nadie esperaba esa explosión en la ciudad para una gringuita del interior cantando folclore. Por suerte nos recibieron con cariño. El Rex será ese recorrido, con otra sonoridad, una puesta fuerte y un juego escénico donde “aparezco” con 17 años. Mucha emoción: hay temas que la gente grita, llora y hasta reza. Luego vendrán festivales de verano y, para mí, un hito inevitable: Cosquín.
Cosquín no fue amor a primera ni a segunda vista: fue a la tercera.
Total. En 1994 fui con mi papá a una suerte de audición. Un productor nos había escuchado; iba a montar una peña, después no pudo. Igual viajamos fuera de temporada y toqué en la peña oficial, muy conectada con el escenario mayor. Pasaban todos por ahí: Guaraní, Mercedes, Saravia. Ese verano me invitan al escenario mayor como “invitada de último domingo”, después de las 12. Estaba detrás del telón y me preguntan la edad. “15.” Había una ordenanza que prohibía menores de 16 en escena. Todo mi pueblo estaba despierto esperándome, y yo no salí. Me volví deshecha, como si se hubiera terminado una carrera que ni había empezado. La segunda vez dormimos en un garage con colchones. A la tercera, mi papá me dijo “vamos de nuevo; si no sale, es la última”. Volvimos a la misma peña. El intendente Walter Costanzo me escuchó y me abrió un espacio. En 1996 canté una canción; salió la segunda porque estábamos televisados; la gente pidió tercera y cuarta. Ahí encendió.
El poncho, tu gesto icónico, nació antes.
Sí. Tenía 11 o 12, en un festival de Gálvez. Público mayor, tranquilo. Yo cantaba una chacarera —un atrevimiento para Santa Fe— y un señor empezó a revolear un suéter verde. Yo tenía el poncho a mano, lo imité como diciendo “te veo, gracias”. La gente se levantó. Ahí entendí la fuerza de un gesto.
Salto en el tiempo: colaboración con Milo J en “Lucía”. ¿Cómo viviste ese cruce generacional?
Con alegría. Milo escribe desde un lugar profundo y propio. Me invitó sin contarme demasiado del disco y me sentí honrada. Me gusta apoyar a quienes vienen en el folclore: yo también padecí miradas de “te falta”. Cuando escuché su álbum en un asado en su casa me emocioné: las canciones a la abuela, la sensibilidad. Y en “Jangadero” dejó mi voz al inicio y al final: es la toma de 2006 con Mercedes Sosa. Me llamó y preguntó: “Che, ¿te jode si la dejo?”. Le dije que era un honor. Me encanta esa línea de tiempo: Mercedes–Soledad–Milo.
Esos puentes traen público nuevo: pibes que oyen a Milo, descubren a Mercedes y a vos.
Es que no está todo dicho. Me conocen mucho, pero no sé si me escuchan tanto como me conocen. Siento que en cada show el juego vuelve a empezar: hay que rendir examen, enamorar de nuevo. Y parte del público que me siguió de adolescente hoy cría hijos, trabaja; ya no está en el día a día como antes, cuando se iban a dedo a Arequito para verme.
¿Cómo convivís con esa doble vida entre el escenario y el pueblo?
Nunca me fui de Arequito. Para mi gente soy una más. En el escenario me la creo —si no, te vas corriendo—. Horacio Guaraní me decía “mirá lejos, bien arriba”. Y abajo soy la mamá de Antonia y Regina, la hija de Omar. Vida normal, con la logística singular de los shows.
Cambio de cancha: Lollapalooza 2026. ¿Cómo lo encarás?
Con ganas de revolucionar todo, sin dejar de ser yo. Es un trabajo de años y un orgullo. Muchos años ese mundo me fue ajeno porque vivía otros “Lollas”: los festivales del interior. Estos festivales te conectan con públicos nuevos. Preparo un gran show, pero en esencia no cambio: La Sole tiene que ser La Sole. Hace poco canté en el Colón, muy solemne, y metí un guiño humorístico en el final: se rieron. Me gusta descontracturar. La música es una sola. El público tiene derecho a sus preferencias; a mí me gusta el “picante” del desafío. Como dicen: los pingos se ven en la cancha. Si hago esto hace 30 años, por algo será.
En las redes sociales, ¿cuánto te afecta la crítica?
Depende. Algunas cosas sí, otras no. Con el cumpleaños de Antonia, por ejemplo, ella me pidió que cante. Eligió el repertorio. Leí comentarios del tipo “la madre le roba el protagonismo”. Ella contestó y le pedí que no: no ganás nada. Esas cosas se arreglan dialogando y en persona; las redes acercan, pero no del modo ideal.
¿Escuchás mucha música en casa o en el auto?
Ahora menos. Necesito silencio. Trabajamos con los oídos; hay que darles descanso. Y también hay tanto ruido —metafórico— que uno corre detrás de cualquier pelota. La música me acompaña al correr o cocinar, pero noté que a veces tapaba otras voces: las propias. Para tener identidad tenés que escucharte. Si no, sos copia.
¿Te escuchás a vos misma?
Más con lupa que por placer. A veces me sorprendo y sonrío. Cuando armo un show, reviso cómo hacía tal canción para no repetirme. Y escucho de todo: tango, country, música de raíz de otros países. Comparo cómo en otros lugares la música propia convive con todo lo demás. Me duele que al folclore aún le cueste sostener espacio y respeto. No apunto culpas: pienso qué podemos hacer los artistas, los medios, el público. En La Voz muchos piden “que sea argentina”. Es un formato global hecho acá: lo valioso es el talento.
Hablemos de “Brindis”: de canción íntima a himno popular.
Nació para mis 10 años de carrera; Afo Verde me dijo: “acordate de este tema”. En el Gran Rex apareció Diego Maradona. Quise ubicarlo en platea, pero la gente lo rodeaba. “Vení al escenario.” Se quedó todo el show y cerré con “Brindis”. Quedó ese video. Con el tiempo, una hija de Diego lo subió cuando él estaba enfermo y se viralizó. Luego su partida, el Mundial, Messi contando que lo escuchaban… y me invitan a cantarla frente a la Selección. Ese día pensé más en que todo saliera bien que en emocionarme de más. La idea inicial era que Leo estuviera a mi lado, pero propuse que se quedara con sus compañeros y yo bajaba a saludar si lo sentía. Lo hice. Fueron segundos, pero muy fuertes. Él me abrazó. Y hoy “Brindis” es de todos: cumpleaños, fines de año, rituales.
Proyecto “Raíz”, con Niña Pastori y Lila Downs. ¿Tiene continuidad?
Siempre quisimos, pero vivimos en tres países y las agendas son difíciles. Estuvimos cerca hace poco; yo ya lo anunciaba y no se dio. La idea nació charlando con Afo: cómo una folclorista argentina podía ampliarse en el mundo. Él había vivido Tribalistas. Propuse unir fuerzas con una “Sole” de España y otra de México. Conocía a Niña, faltaba México y apareció Lila. El primer disco fue en 2014: ganamos Grammy. El EP nuevo también. Aprendí un montón: dos artistas con carácter y ternura.
Y Carlos Santana…
Un genio. Nos invitó a grabar “Una noche en Nápoles”, nos recibió en su casa, hicimos un especial en Guadalajara. Yo estaba produciendo Vivir es hoy con Matías Zapata y Gianmarco. Con Pablo Santos compusimos “Vivir es hoy”, un malambo rockero. Soñé con Santana y el Laucha Calcaterra —el riff de “A Don Ata” es de él— en la misma pista. Escribí un mail yo misma a la producción, sin vueltas. “Mandame el tema.” La devolución fue su guitarra grabada. Todo servía; no podías sacar nada. Para mí es un orgullo: la escribí en un momento bajo y terminó con la firma de Santana.
¿Cuál fue el primer disco que te compraste con tu plata?
Con mi plata, casi ninguno. A los 15 me regalaron el minicomponente de tres bandejas. Los primeros CDs: “Ruido blanco” de Soda; un “Romances” de Luis Miguel; Memphis con “La bifurcada”. Después, por Sony, me regalaban. Viajaba con un minicomponente chiquito y una pila de CDs. Soñaba con apretar un botón y escuchar lo que quisiera. Llegó años después. Antes, mucho folclore en casete en el auto de mi viejo. Y un disco que amo: “Encuentro”, de Peteco Carabajal. Viví los 90 como una revolución del folclore distinta a la de los 60, pero en la misma línea.
Vos, Los Nocheros, El Chaqueño, Los Tekis…
Y Los Alonsitos, Cuti y Roberto Carabajal. Los santiagueños fueron clave: La Chacarerata, Cuti y Roberto, Peteco, Jacinto Piedra, Raly más tarde.
Tu actualidad discográfica: Parte de mí y Natural marcan un giro.
Parte de mí es ecléctico: “La abuela Emilia” la produjo Carlos Vives, con Cheche Alara, Juan Blas Caballero, Rodo Lugo. Ese proceso decantó en Natural, con Nico Cotton; también Santi Alvarado —mano derecha de Bizarrap y folclorista de alma—, el Colo Vasconcelos, Raly, el Chango Spasiuk. Hicimos mitad clásicos —“Bañado Norte”— y mitad nuevas, como “Paisajes”, nacida en pandemia con Claudia Brant, Loli Molina, Nico Membriani y yo por Zoom. Lo siento como una semilla de clásico. Me dio pena que pasara sin más premios: es un disco elegante, con cuerdas de Leo Sujatovich, y una tapa que soñé, con esa radio pintada que en casa estaba fija arriba de la tele en la que se escuchaba folclore, tango, Serrat, Patricio Manns… mi educación sentimental.
¿Cuál es tu mayor virtud?
¡Qué difícil! No me considero una persona con muchas virtudes, pero creo que tengo una: estoy demasiado atenta a lo que me rodea. A veces lo sufro, porque me vuelve dispersa, pero también me hace muy humana, muy pendiente —veo a alguien, qué está mirando, qué le pasa— y muy sensible.
¿Qué rasgo de tu personalidad te enorgullece?
La necesidad de estar siempre en contacto con la gente. Tengo muchos defectos —soy muy orgullosa, no me gusta perder—, pero me enorgullece la capacidad de compartir con cualquiera, en cualquier lugar: en un palacio o en un fogón en el medio del campo. Soy bastante “anfibia”: me adapto muy bien. Esa sería la palabra.
¿Qué parte de la infancia volverías a vivir?
Los últimos años de la primaria. Se me viene la imagen de escaparme por los techos de la casa de mi abuela materna; los domingos en el campo de mis primos, trepar árboles, comer naranjas, ir a pescar, jugar al fútbol. El olor del campo al atardecer y mi tía esperándonos con dulce de leche casero y pan calentito para una taza gigante de café con leche. Descalza, despeinada, sucia: me encantaba.
¿Qué canción te emociona más?
Te nombro tres: “Aquellas pequeñas cosas”, de Serrat; el “Tema de amor” de Ennio Morricone —por lo que me pasa cada vez que vuelvo al pueblo, como si la vida fuera una película—; y “Adiós Nonino”, de Piazzolla: lo escucho y no puedo parar de llorar.
¿Qué paisaje de Argentina llevás siempre adentro?
Toda la Argentina, pero tengo un amor particular con el Litoral: lo que me pasa con correntinos y misioneros, con el chamamé. También Purmamarca y el Norte. Argentina no es una sola y, a la vez, es una sola; está bueno recorrerla entera.
¿Qué libro, película u obra te marcó para siempre?
Películas: Cinema Paradiso y Los hijos de Francisco —la historia de Zezé di Camargo y Luciano—; una familia que cree en el arte de sus hijos. En artes plásticas, Antonio Berni, entre muchísimos. En teatro, “Lo que el río trae” (o “Cuando el río suena”) por cómo cuenta al interior con respeto. Libros: La bailarina de Auschwitz; en la línea de El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. En contextos extremos, las decisiones son vida o muerte; en lo cotidiano nos enroscamos demasiado para decidir qué nos gusta y qué no.
¿Qué te da bronca con facilidad?
La incoherencia: decir una cosa y hacer otra. Esa costumbre de señalar al otro para esquivar la propia responsabilidad. Veo falta de responsabilidad y de respeto; estamos más conectados, pero a veces “fingimos demencia” y miramos para otro lado.
¿Qué te hace reír con ganas y sin culpa?
Miguelito, un vecino-amigo de 80 años que viene todos los días a tomar café. Me crié con él. Aparece con colores imposibles, trae chistes y anécdotas. Esas sobremesas con mi familia y —un poquito— de alcohol me pueden.
¿Con quién te gustaría tener una última charla y por qué?
Soledad: Con mi abuelo paterno, Guerino, a quien no conocí. Dicen que me parezco. Tenía un boliche: me gustaría tomar un vermut ahí, escucharlo y entenderme un poco más a través de él.
¿Qué te gustaría que digan de vos dentro de 100 años?
Soledad: No creo que se acuerde nadie. Prefiero mirar más cerca: mi familia. Me gustaría que digan “La querían, era tremenda”. Como artista, ojalá se vea que busqué conectar con la mayor cantidad de gente posible y tender puentes —que la música es una, que no existe la General Paz, que todos somos el “interior”. Ser curiosa de la vida del otro para entendernos mejor. Con eso me alcanza.
A tres décadas de su irrupción en Cosquín, La Sole repasa su historia, sus aprendizajes y los nuevos desafíos de una carrera que sigue ampliando fronteras; de la niña del poncho rojo a una artista que se anima a todo Videos
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