Soledad contemporánea, una generación triste con fotos felices​

Hiperconectadas y adictas al placer efímero, la humanidad sigue el implacable mandato social actual: hay que ser feliz, todo el tiempo, a toda hora y exhibirlo, tanto a cercanos como a desconocidos. Pero, ¿cuán real es esa “felicidad”?

Sergio Sinay tiene la visión de una sociedad atomizada, con individuos desconectados entre sí, emocionalmente dispersos. “En el mundo del capitalismo tardío, voraz e inclemente, la felicidad se impone como una meta alcanzable […] El resultado, paradójicamente, es una población cada vez más infeliz y solitaria”, analiza el escritor y ensayista en su nuevo libro La Soledad de los Felices.

Este enfoque recuerda a Un mundo feliz, la distopía que imaginó Aldous Huxley en 1932 donde los seres humanos son manipulados genéticamente y controlados mediante el consumo de la droga “soma”. En la ficción literaria, ésta tenía el papel de suprimir cualquier tipo de sufrimiento o cuestionamiento existencial.

El autor describe una suerte de muchedumbre hiperconectada consumiendo sin fin pero con un profundo sentimiento de soledad interior: cada cual en su burbuja. Siempre en busca de un placebo que “se vende” como la dicha, pero que por su carácter efímero conduce en realidad a reforzar la sensación de aislamiento. Muy lejos de la felicidad plena.

También, distante de un tipo de soledad que podría ser esencial: la soledad introspectiva como espacio para la autorreflexión, definida por Hannah Arendt, filósofa e historiadora.

En este caso, esta “soledad no deseada […] es una soledad autoinfligida”, describe Sinay. “Millones de personas se entregaron mansamente al home office”. Además a comprar on line, a pedir comida por delivery y al reemplazo de todo tipo de encuentro, reuniones, cursos o incluso eventos sociales presenciales por una imitación en la pantalla. “El resultado es la pérdida de habilidades sociales y vinculares por falta de ejercitación de estas”, destaca el especialista en vínculos humanos.

En cuanto a la noción de felicidad, el concepto en sí mismo tiene sus aristas y complejidades. Como mínimo, si lo miramos con respecto a la línea temporal.

En la Grecia Antigua de Sócrates y Platón la felicidad estaba asociada a la virtud y el conocimiento. Era el resultado de vivir una vida justa y guiada por la razón. Aristóteles la vinculó con la realización de las potencialidades de cada ser, en equilibrio y armonía. “La felicidad es el bien supremo al que aspiran todas las almas humanas”.

Yo no tengo derecho a exigir que otros me hagan feliz. Es un deber mío, es responsabilidad de cada uno, y es una responsabilidad casi ética

En la Edad Media, la teología cristiana la asoció con la unión con Dios, mientras que en la era moderna, pensadores como Immanuel Kant la relacionaron con la moralidad y el deber. Los utilitaristas, como Jeremy Bentham o John Stuart Mill, la vieron como la maximización del placer y la minimización del dolor. En el siglo XX, el existencialismo de Jean-Paul Sartre y Albert Camus miraron la felicidad desde el prisma de la autenticidad y la aceptación del absurdo de la vida.

A lo largo de la historia el concepto de felicidad fue reinterpretado por distintas corrientes filosóficas, a la luz de los diferentes contextos culturales. Y aunque fueron muchos intelectuales que intentaron asirla a una definición, la idea de felicidad parece rehuir y movilizar a la humanidad hacia una búsqueda singular, según cada época.

Así, Sinay encuentra más esquivo que nunca el actual concepto de felicidad. En sintonía con la caracterización social que hace el pensador polaco Zygmunt Batman en La modernidad líquida (2003), La Soledad de los Felices describe una humanidad dominada por vínculos más frágiles y sobre todo, metas desconectadas del mundo interno de las personas.

De esta manera, la gente se encuentra confundida acerca de lo que significa la felicidad en realidad. El autor clarifica: “La felicidad es una puerta que se abre desde adentro. Nace del interior hacia afuera y no al revés. Y tampoco es una y para siempre. La felicidad se compone de una serie de momentos ligados a cierta trascendencia. Éstos me hacen feliz porque parten de deseos internos, no de algo externo, al placer instantáneo, que se diluye enseguida”.

Y además, Sinay coloca “un punto” en su obra para llamar la atención sobre esa consciencia interna de poder disfrutar los momentos dichosos precisamente porque no son lo único que experimentamos: también existen etapas tristes, difíciles, terribles, etc. Esto contrasta con la propuesta del sistema que presenta la felicidad como un producto de consumo más en la sociedad capitalista, suprimiendo el sufrimiento y la tristeza que son negados y reemplazados por una búsqueda constante de placer superficial.

“La verdadera felicidad proviene de sumergirse en las aguas existenciales, de no rehuir las preguntas de la vida, entablar un vínculo significativo con los otros y abrazar por momentos una soledad o pesar transitorios y necesarios”.

Señala, de esta forma, que justamente la felicidad es el gozo de superar momentos infelices y que sin conflicto la vida sería aburrida. Este enfoque valora la vital importancia de los desafíos y la resiliencia en la búsqueda de la verdadera felicidad.

Sinay coloca en el centro del problema la ausencia de los cuerpos, la velocidad moderna y la falta de conexión real como los obstáculos principales para sentirnos plenos. Así, esta multitud, aunque hiperconectada gracias a la tecnología, no logra conexiones reales y se encuentra superficialmente satisfecha, pero no llega nunca a alcanzar la felicidad.

Entre las preocupaciones del autor se encuentran la falta de propósito y de valores que este contexto propone. Se da, entonces, el fenómeno de una búsqueda constante y superficial, carente de profundidad y permanencia. Sinay observa que las conexiones humanas se convierten en “no-encuentros”, cada vez más fugaces, dominadas por una tecnología que promete cercanía pero que, en realidad, amplifica la soledad.

Las personas quedan así atrapadas en un ciclo interminable de deseos insatisfechos y gozo momentáneo, alejándose cada vez más de la auténtica realización personal y el verdadero sentido de la vida.

Es un círculo vicioso. “El escape de la angustia a través del consumo voraz de todo lo que se considera como fuente de placer y que se cree que brinda acceso a la felicidad termina en el punto opuesto al que se pretende alcanzar. Es decir, en mayor vacío, más angustia, menos felicidad”.

–Entonces, ¿qué es la felicidad?

–La felicidad es el resultado de una manera de vivir, pero no es un derecho porque los derechos se exigen ante alguien. Yo no tengo derecho a exigir que otros me hagan feliz. Es un deber mío, es responsabilidad de cada uno, y es una responsabilidad casi ética: vos podes vivir la vida para pasarla bien y divertirte, estar consumiendo sin más objetivo, pero esto habla de la falta de valores trascendentales, de ausencia del deseo de darle sentido a nuestras vidas. En definitiva es la elección de tener una buena vida (ligada al “tener”), en contraposición a una vida buena (ligada a “ser”).

Para el autor, si cada uno se anima a poner de sí, trabajar desde adentro y para la verdadera conexión con respecto al mundo aparecerá el propósito. Y claro, el afecto, que funciona como un motor: los lazos profundos nos dan objetivos más duraderos que el placer efímero.

Según la línea de pensamiento de Sinay, la verdadera comunicación y la felicidad surgen del encuentro humano real, cara a cara, y no de las conexiones virtuales que son un simple simulacro de la interacción.

En el libro, asegura que la gran cuestión humana es el encuentro y que si todo encuentro con el otro, con los otros, es un efímero simulacro, sin acercamiento real, se vuelve “un baile de fantasmas enmascarados. Una fábrica de soledades multitudinarias”.

El dolor del alma es “como el del cuerpo, un mensaje, el aviso de una necesidad desatendida. […] Donde se amordaza al dolor, la felicidad será apenas un simulacro”

La felicidad trascendente o verdadera se opone al conformismo de la “pseudovida”, que se basa en falacias como la lluvia de mensajes que no complejizan la existencia humana y simplifican la mirada positiva para hablar sobre el crecimiento personal superficial.

“El negocio de la felicidad, basado en falacias como el crecimiento personal, el pensamiento positivo y una variada gama de supuestas filosofías, apuntala la pseudovida”, advierte Sinay.

–Usted propone recuperar el vínculo real

–No solamente ver, sino mirar. No solamente oír, sino registrar, regalar escuchar, conectar. Por ejemplo, voy al recital. Me dejo el celular en casa, pongo en juego mi mirada, comparto con quién está presente y así con todo, si viajo a conocer el mundo si tengo la posibilidad, etc. Al menos priorizar eso. Claro que eso exige responsabilidad. Creo que hay que recuperar el artesanado de las relaciones humanas, hay que volver a estar presentes, hay que dejar de estar solos en multitud.

La profundidad de los lazos humanos siempre aportará más satisfacción que una gran cantidad de conexiones superficiales. Cultivar relaciones significativas y auténticas hará un invaluable aporte de comprensión mutua, aprendizaje y construcción real.

La realidad es inapelable, por disminución de los encuentros reales que lleva a cierta “atrofia vincular” y la dinámica consumista, el individualismo parece agigantarse a cada paso.

Sinay cita en su libro a la economista y pensadora inglesa Noreena Hertz, que a su vez observa que la combinación del individualismo con las nuevas tecnologías de interconexión dispara el fenómeno de la soledad pandémica. Una perspectiva clave para la comprensión de la soledad contemporánea, donde las personas, aunque rodeadas de otros, se sienten desconectadas de sí mismas y del mundo.

De esa manera, las personas aisladas –atravesadas por otros fenómenos como el elogio de la crueldad y la desensibilización– son terreno fértil para la manipulación. Y aún más: con una vida entera atravesada por algoritmos, métricas y datos geolocalizados, o sea hipervigilada, el control social se intensifica desde todos los ámbitos, también desde el político, en donde se simplifican los temas, se imponen ideas o florecen las fake news en el mar infinito de la posverdad.

“El actual gobierno, sin ir más lejos, está proponiendo un discurso que aumenta el egoísmo, promueve la meritocracia y basarse en ese individualismo es incentivar el primero yo y que los otros se queden atrás. Es decir, la sociedad es esto de que el esfuerzo, en caso de cada uno tener la libertad de desarrollarse, va a cambiar el sistema económico. Pero esto omite el hecho de que un 50% de personas no van a poder competir porque están tan atrás y hay otros que están tan adelantados en la carrera hacia el mérito, el logro o el éxito total que cuando suene el silbato para arrancar algunos están 10 metros atrás de la línea de partida. Otra cosa es una simplificación total”, ejemplifica.

“Pero ocurre que el individualismo tanto del sistema económico, del sistema político como del sistema comercial reflejan a las personas, porque los sistemas no existen previamente a las personas. Que, cada vez más desconectadas emocionalmente –sobre todo de sí mismas– construyen una sociedad así. Por ello urge valorar el encuentro real, y construir una población más auténtica, menos dispersa e infeliz. Acaso alguno de mis libros sea mi modesta contribución a ello”.

​ El escritor y experto en relaciones humanas Sergio Sinay explora en su último libro el concepto de soledad contemporánea a través de un oxímoron: “muchedumbres solitarias”  Conversaciones de domingo 

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