Se puede tener plata y seguir a la intemperie

En política, como a veces en la vida misma, todo es cuestión de medir fuerzas. Y de saber medirlas con cierta precisión. Tanto la propia como la ajena. De eso depende la supervivencia. Si vivo en un barrio peligroso evitaré salir a la calle cuando declina la luz del día, en el momento en el que los atracadores salen a la caza de sus víctimas amparados por la oscuridad. De ser necesario, saldré acompañado de un grupo de amigos capaces de sumar músculo suficiente como para desalentar a los que quieren hacernos mal. Si me quedé sin amigos, estoy en problemas. En la calle salvaje seré hombre muerto, a menos que obtenga la protección del matón del barrio, aquel al que todos temen, incluso los chicos malos, porque saben que puede ser más duro que ellos. La figura del matón, aparecida desde las sombras, disipa como por arte de magia el castigo inminente. Los atacantes enfundan los cuchillos y se retiran, a la espera de la próxima circunstancia propicia. Bajo el ala del fuerte de pronto nos sentimos seguros, aunque en verdad estamos lejos de dominar la calle y seguimos siendo débiles y vulnerables. Por más que el instinto nos llame a la pelea, más vale que seamos conscientes de esa vulnerabilidad, si queremos preservarnos. Podría resultar fatal creer que participamos de una fortaleza que no es propia y que, en tanto ajena, es libre de dejarnos cuando quiera.
¿Sabrá Javier Milei calibrar la posición en que se encuentra? Donald Trump lo acaba de rescatar en medio de una noche que se ponía cada vez más negra y amenazante, pero el presidente argentino tiene ahora que encontrar solo el camino de vuelta a casa con el peligro todavía al acecho. Es decir, por más que haya encontrado un techo bajo el cual resistir la tormenta, sigue a la intemperie.
La extraña afinidad entre ambos presidentes parece afincarse en factores de lo más variados, aunque las correspondencias entre ambos afloran a simple vista. Además de compartir una agresividad desmedida contra sus críticos, ambos se quieren mucho a sí mismos, necesitan quererse mucho, y ese amor exacerbado que sienten hacia su propia persona los lleva a sobrestimar su fuerza y su capacidad, por más que sostener tal certidumbre les exija emanciparse de la realidad. En eso se potencian mutuamente, lo que no es nada bueno para el mundo (en el caso de Trump) ni para el país (en el caso de Milei). “Es un líder verdaderamente fantástico y poderoso para el gran pueblo de la Argentina”, dijo el magnate del libertario en Nueva York, durante el encuentro en que le prometió auxilio financiero. Es lo que tenía que decir, pero en estas circunstancias el elogio no ayuda. Milei, que no precisa de mucho aliciente para sentirse un león o un titán, debería por fin abrir los ojos y aceptar su condición actual: el respaldo del Tesoro de los Estados Unidos llega para rescatarlo de su debilidad, agudizada tras la derrota sufrida en las elecciones bonaerenses.
No será fácil recuperar a los viejos aliados, pues Milei los ofendió a todos. Pero el Gobierno está a tiempo de reaccionar
Parece esencial que Milei reconozca esta debilidad y actúe en consecuencia. El préstamo –que se haría efectivo después de las elecciones de octubre- es un salvavidas económico que llegó cuando el agua estaba cerca de la línea de flotación. Sin embargo, el agujero por donde le entra agua a la nave es de naturaleza política, y si no se lo tapa pronto el agua va a seguir entrando cada vez con más fuerza hasta mojar y lavar todo dólar que se consiga, con el consecuente riesgo de irnos a pique otra vez. Una película que vimos y sufrimos muchas veces. Las finanzas no arreglan lo que la política destruye.
Por eso, todo depende ahora de la actitud que adopte el Presidente y aquellos que lo rodean. Es preciso que tengan la lucidez suficiente como para admitir la debilidad en la que se debaten y encontrar el modo de fortalecer ese flanco vulnerable por donde puede llegar el desastre. En lo político, se necesita una vuelta drástica de timón. Deponer la aspiración hegemónica que en algún momento se les subió a la cabeza y tanto daño causó y les causó. Y reconocer que para gobernar necesitan la ayuda de las fuerzas que al principio de la gestión acompañaron leyes importantes, a fin de hacerles un lugar en una mesa donde se escuche su voz, en lugar de exigirles una sumisión incondicional mientras se los agrede con descalificaciones e insultos. No será fácil recuperar a los viejos aliados, pues Milei los ofendió a todos. Pero están a tiempo.
Si el Gobierno no tiende acuerdos, si no busca consensos que le permitan desplegar su gestión, octubre estará en riesgo para los libertarios y lo mismo la ayuda del amigo americano. Como sea, el país no debería permitirse un nuevo sismo. Están a la vista el deterioro económico, social y cultural que han dejado las últimas grandes crisis, por no hablar de gobiernos que han empobrecido en todo sentido a los argentinos, en especial a los más pobres, relegados al olvido mientras sus supuestos salvadores se llenaban la boca con relatos vacíos y se robaban la riqueza que debió destinarse a mejorar sus barrios. El horrendo triple crimen de las tres chicas de La Matanza que fueron asesinadas por el narco responde a múltiples causas, locales y globales, pero conviene no olvidar que el gran avance del narcotráfico en el país se dio durante los años de la “década ganada” y la fábula del Estado presente, con la complicidad o la indiferencia de quienes entonces usufructuaban el poder. Los mismos que están esperando que se venga la noche para volver a lo suyo.
En política, como a veces en la vida misma, todo es cuestión de medir fuerzas. Y de saber medirlas con cierta precisión. Tanto la propia como la ajena. De eso depende la supervivencia. Si vivo en un barrio peligroso evitaré salir a la calle cuando declina la luz del día, en el momento en el que los atracadores salen a la caza de sus víctimas amparados por la oscuridad. De ser necesario, saldré acompañado de un grupo de amigos capaces de sumar músculo suficiente como para desalentar a los que quieren hacernos mal. Si me quedé sin amigos, estoy en problemas. En la calle salvaje seré hombre muerto, a menos que obtenga la protección del matón del barrio, aquel al que todos temen, incluso los chicos malos, porque saben que puede ser más duro que ellos. La figura del matón, aparecida desde las sombras, disipa como por arte de magia el castigo inminente. Los atacantes enfundan los cuchillos y se retiran, a la espera de la próxima circunstancia propicia. Bajo el ala del fuerte de pronto nos sentimos seguros, aunque en verdad estamos lejos de dominar la calle y seguimos siendo débiles y vulnerables. Por más que el instinto nos llame a la pelea, más vale que seamos conscientes de esa vulnerabilidad, si queremos preservarnos. Podría resultar fatal creer que participamos de una fortaleza que no es propia y que, en tanto ajena, es libre de dejarnos cuando quiera. ¿Sabrá Javier Milei calibrar la posición en que se encuentra? Donald Trump lo acaba de rescatar en medio de una noche que se ponía cada vez más negra y amenazante, pero el presidente argentino tiene ahora que encontrar solo el camino de vuelta a casa con el peligro todavía al acecho. Es decir, por más que haya encontrado un techo bajo el cual resistir la tormenta, sigue a la intemperie. La extraña afinidad entre ambos presidentes parece afincarse en factores de lo más variados, aunque las correspondencias entre ambos afloran a simple vista. Además de compartir una agresividad desmedida contra sus críticos, ambos se quieren mucho a sí mismos, necesitan quererse mucho, y ese amor exacerbado que sienten hacia su propia persona los lleva a sobrestimar su fuerza y su capacidad, por más que sostener tal certidumbre les exija emanciparse de la realidad. En eso se potencian mutuamente, lo que no es nada bueno para el mundo (en el caso de Trump) ni para el país (en el caso de Milei). “Es un líder verdaderamente fantástico y poderoso para el gran pueblo de la Argentina”, dijo el magnate del libertario en Nueva York, durante el encuentro en que le prometió auxilio financiero. Es lo que tenía que decir, pero en estas circunstancias el elogio no ayuda. Milei, que no precisa de mucho aliciente para sentirse un león o un titán, debería por fin abrir los ojos y aceptar su condición actual: el respaldo del Tesoro de los Estados Unidos llega para rescatarlo de su debilidad, agudizada tras la derrota sufrida en las elecciones bonaerenses. No será fácil recuperar a los viejos aliados, pues Milei los ofendió a todos. Pero el Gobierno está a tiempo de reaccionarParece esencial que Milei reconozca esta debilidad y actúe en consecuencia. El préstamo –que se haría efectivo después de las elecciones de octubre- es un salvavidas económico que llegó cuando el agua estaba cerca de la línea de flotación. Sin embargo, el agujero por donde le entra agua a la nave es de naturaleza política, y si no se lo tapa pronto el agua va a seguir entrando cada vez con más fuerza hasta mojar y lavar todo dólar que se consiga, con el consecuente riesgo de irnos a pique otra vez. Una película que vimos y sufrimos muchas veces. Las finanzas no arreglan lo que la política destruye.Por eso, todo depende ahora de la actitud que adopte el Presidente y aquellos que lo rodean. Es preciso que tengan la lucidez suficiente como para admitir la debilidad en la que se debaten y encontrar el modo de fortalecer ese flanco vulnerable por donde puede llegar el desastre. En lo político, se necesita una vuelta drástica de timón. Deponer la aspiración hegemónica que en algún momento se les subió a la cabeza y tanto daño causó y les causó. Y reconocer que para gobernar necesitan la ayuda de las fuerzas que al principio de la gestión acompañaron leyes importantes, a fin de hacerles un lugar en una mesa donde se escuche su voz, en lugar de exigirles una sumisión incondicional mientras se los agrede con descalificaciones e insultos. No será fácil recuperar a los viejos aliados, pues Milei los ofendió a todos. Pero están a tiempo. Si el Gobierno no tiende acuerdos, si no busca consensos que le permitan desplegar su gestión, octubre estará en riesgo para los libertarios y lo mismo la ayuda del amigo americano. Como sea, el país no debería permitirse un nuevo sismo. Están a la vista el deterioro económico, social y cultural que han dejado las últimas grandes crisis, por no hablar de gobiernos que han empobrecido en todo sentido a los argentinos, en especial a los más pobres, relegados al olvido mientras sus supuestos salvadores se llenaban la boca con relatos vacíos y se robaban la riqueza que debió destinarse a mejorar sus barrios. El horrendo triple crimen de las tres chicas de La Matanza que fueron asesinadas por el narco responde a múltiples causas, locales y globales, pero conviene no olvidar que el gran avance del narcotráfico en el país se dio durante los años de la “década ganada” y la fábula del Estado presente, con la complicidad o la indiferencia de quienes entonces usufructuaban el poder. Los mismos que están esperando que se venga la noche para volver a lo suyo. Opinión
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