Qué cambia en la vida de los jóvenes que por primera vez consiguen un trabajo en blanco: “Pude llenar el changuito del súper”.
Tobías Mercado y Jennifer González no se conocen, pero sus vidas se parecen mucho. Viven a 1000 kilómetros de distancia, tienen 22 años y terminaron el secundario con el sueño de seguir una carrera universitaria y trabajar al mismo tiempo para ayudar a sus familias.
Tobías vive con sus padres en la ciudad de Neuquén. Tiene dos hermanos, su papá es guardia de seguridad y su mamá, ama de casa. Se inscribió en la carrera de Administración de Empresas en la Universidad del Comahue y buscó un empleo, pero todas las ofertas eran trabajos informales y precarios.
Jennifer vive en José C. Paz con su mamá. Desde pequeña, sintió la necesidad de ayudar a su mamá y hacía pulseritas para vender y daba clases de apoyo escolar a niños más pequeños en un barrio privado donde su mamá trabajaba como empleada doméstica. Desde los 14 años emprendió la venta ambulante de repostería casera que la pandemia detuvo. Había terminado la escuela y quería ser veterinaria, pero rápidamente dejó su sueño de lado por la imposibilidad de costear los gastos de transporte y materiales que esa carrera le insumiría. Hizo una tecnicatura en Gestión Contable y todos los trabajos que tuvo fueron informales.
El recorrido de Jennifer y Tobías ayuda a graficar una generalidad: si bien el 70% de los jóvenes que viven en hogares pobres aspiran a trabajar y seguir estudiando luego de terminar la escuela secundaria, solo 2 de cada 10 lo logran, según un informe del Observatorio Argentinos por la Educación.
“Mi mamá priorizó siempre que vaya a la escuela”, dice Jennifer González, con voz suave, hace un gesto de agradecimiento con sus manos y agrega: “Quería estudiar y tener un trabajo formal para poder pagarme los estudios y ayudar en la casa, pero no conseguí”.
Su primer trabajo en blanco
Jennifer encontró en las redes sociales un anuncio de la fundación Empujar. Ofrecía un programa de capacitación para la inserción laboral destinado a jóvenes que provienen de contextos sociales vulnerables y buscan un trabajo formal. “Me anoté y al tiempo me llamaron porque había quedado seleccionada”, sigue Jennifer, quien participó del programa durante la segunda mitad de 2023. Tobías también se inscribió mientras cursaba su carrera a mitad del año pasado y quedó seleccionado. Por la mañana cursaba las materias y por las tardes participaba en forma virtual de la capacitación.
Ambos obtuvieron herramientas para identificar en ellos sus habilidades y competencias y poder ofrecerlas mejor a las empresas en donde querían trabajar. Durante esos meses aprendieron a redactar un CV y cómo asistir a una entrevista laboral. Hasta tuvieron clases prácticas para ensayar lo aprendido. “Eso me dio mucha confianza en mí misma”, dice Jennifer, mientras reconoce que es muy tímida y que no hubiera sabido desenvolverse en una situación así.
La capacitación duró cuatro meses con tres encuentros semanales de tres horas cada uno, en formato híbrido. “Yo egresé a fines del año pasado”, dice Tobías y cuenta que en el cierre del programa, la fundación reunió a los egresados con los empresarios que dan su apoyo financiero a la organización para que los conocieran.
“Al mes siguiente de ese evento, me contactó Codesín, una empresa de servicios que había escuchado mi exposición sobre el trabajo final que había hecho para obtener el certificado y empecé a trabajar como Analista de Recursos Humanos, en blanco, con un salario que me permitió empezar a proyectar mi futuro”, dice Tobías y agrega: “Cobro y le doy un porcentaje del sueldo a la casa. Uno trabaja porque hay una necesidad y este trabajo me permitió comprarme ropa para mí y mi hermana, renovar la tecnología y otras cosas que antes no podía y que, quizás, muchos compañeros de la facultad ya las tienen. Ellos vienen en auto a la universidad y su única preocupación es estudiar”.
Jennifer también terminó el programa para la misma fecha y en marzo ingresó en el área contable de Codiser, una empresa de distribución de alimentos, en donde aplica lo aprendido en la tecnicatura. “Me gustó mucho estudiar contabilidad porque me ayudó a ordenar mis cuentas y a saber cómo organizar los gastos de un proyecto. Con mi novio estamos armando un emprendimiento”, dice Jennifer, que todos los días sale a la madrugada de su casa. “Tengo que tomarme dos colectivos y un tren para llegar. Son más o menos dos horas de viaje, pero, por suerte, me entienden cuando hay problemas de transporte”, explica.
Cómo trabaja la fundación que los ayudó
La fundación Empujar es una organización que nació hace 10 años y tiene diferentes programas de inserción y desarrollo laboral para los casi 2 millones de jóvenes que, como Jennifer y Tobías, quieren conseguir un trabajo formal y no lo logran. Los programas tienen una duración de 4 meses y luego los conectan con empresas que apoyan financieramente este proyecto.
“Los programas son gratuitos y para participar hay que cumplir ciertos requisitos de edad (tener entre 18 y 24 años), de residencia (vivir cerca de la sede donde se curse) y tener título secundario (aunque se contemplan los casos en los que se adeudan algunas materias)”, dice Florencia Segal, responsable de Desarrollo Institucional de la fundación. Al año de egresar, los acompañan en sus trayectos laborales.
Sin el empuje de una organización o una empresa que los acompañe, los jóvenes pobres tienen cinco veces menos probabilidades de conseguir un trabajo formal que los que viven en hogares sin carencias y con el mismo nivel educativo, de acuerdo a un informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA en exclusiva para LA NACIÓN. “La capacitación me sirvió mucho para sacarme el miedo a hablar en una entrevista y a trabajar mis habilidades blandas”, señala Jennifer y confirma lo que este informe señala sobre las desventajas que acarrea pertenecer a clases sociales más vulnerables.
“Este año se anotaron 12 mil jóvenes, de los cuales quedaron 500″, agrega Segal, quien explica que tienen 17 sedes en todo el país, divididas por regiones.
“Me dio confianza en mí misma”
Un año después a la finalización del programa, la fundación Empujar acompaña a los participantes para ayudarlos en sus búsquedas. No todos quedan empleados o continúan en sus primeros trabajos. Tobías cambió de empresa y pasó a trabajar en el sector de Documentación de Contreras, una empresa que da servicios de gas y petróleo mientras sigue estudiando en la universidad. Se levanta todos los días a las 6 de la mañana y antes de las 8 ya está en la oficina hasta después del mediodía que va a la facultad.
Jennifer, por su lado, también valora lo que le da su primer trabajo en blanco que, además de un ingreso, “me dio tanta confianza en mí misma que me animé a inscribirme en la carrera de Contadora Pública, que empezaré en 2025″, dice. Aclara, también, que eligió la Universidad Siglo XXI porque le da la posibilidad de cursar de manera virtual. Con una sonrisa, cuenta que “con mi primer salario, pude llenar el changuito del súper por primera vez en mi vida y me compré mi primera computadora”. También agrega que se está pagando cursos de programas informáticos que la ayudan con su especialidad contable y que estudia por las tardes, cuando llega de trabajar.
Ella y Tobías coinciden en un mismo orgullo: ayudar económicamente a las débiles economías de sus familias, que no pueden financiar sus estudios. De acuerdo a un informe de la UBA (Universidad de Buenos Aires) de octubre último, 1 de 4 jóvenes de 18 a 29 años está en la indigencia y ésta creció 7,2% en los últimos 6 meses. Y la brecha entre jóvenes de hogares de bajos y altos ingresos se ha ensanchado muchísimo. El informe analiza la situación laboral de 7 millones de jóvenes en el país y muestra que la pobreza afecta mucho más a los jóvenes que al resto de la población y la tasa de empleo es mucho más baja con una brecha de género muy marcada.
“La tasa de desempleo es dos veces mayor entre jóvenes de 18 a 24 años y la informalidad alcanza el 63% en este rango etario”, dice Florencia Segal citando un informe de la CIPPEC, de marzo de este año y añade que, para superar estos obstáculos, es esencial que los jóvenes tengan la oportunidad de adquirir experiencia laboral y acceder a su primer empleo. “En estos 10 años, Empujar tuvo más de 4000 egresados y la mitad de ellos consiguen un empleo formal, por eso creo que ese es el camino para revertir esta situación”, añade Segal.
Cómo ayudar
Empujar es una organización sin fines de lucro enfocada en capacitar y fortalecer a jóvenes de contextos vulnerables en competencias y habilidades para su inserción laboral formal. Podés colaborar sumándote como voluntario o con un apoyo económico. Para más información, se puede consultar su sitio web.
Tobías y Jennifer, ambos de 22 años, crecieron en hogares con muchas carencias; con el apoyo de la fundación Empujar pudieron estudiar y conseguir empleo; la organización ya logró ese objetivo con 2000 jóvenes Comunidad
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