Promoción “95″: una camada con historia en el egreso del Colegio Militar de la Nación​

Mediodía del viernes 25 de noviembre en el Colegio Militar de la Nación (CMN), creado por Sarmiento. Lo hizo en 1870 en la antigua residencia de Juan Manuel de Rosas, en San Benito de Palermo. En 1892 se mudó a San Martín (futura sede del primer liceo militar para oficiales de la reserva). Finalmente, al aún moderno y magnífico edifico en una enorme extensión de campo arbolado del Palomar. Construido por el presidente Agustín P. Justo, fue inaugurado en 1937. Entre ese año e inicios de los años 40 cursaron y se recibieron allí las camadas militares que serán protagonistas del derrocamiento de Perón en 1955.

Un sol abrasador ilumina el flamear de la inmensa bandera argentina en el mástil de la Plaza de Armas. La contemplan una vez más 27 antiguos oficiales, casi todos ya octogenarios. Se reencuentran, se abrazan y se vuelven a ver juveniles con sus chaquetillas azules abotonadas hasta el cerrado cuello rojo con insignias del CMN. En invierno, de gruesa pana azul con mangas rojas en las que se insertaban de 1 a 4 barritas de metal dorado según el año de cursada, sumado el capote gris con cuello azul y doble hilera de botones. Y en verano, de planchado de algodón blanco almidonado. Ambos con pantalones azules con vivos rojos, gorra rojiblanca de visera negra y el pequeño facsímil del sable curvo de José San Martín colgado del cinturón de charol blanco, al costado izquierdo. Les había sido entregado en 1962 en la primera formación de 1er. Año con el uniforme de salida, después de los primeros meses de instrucción.

Para desfiles en fechas especiales, la infantería lo hacía con pantalones blancos y zapatos negros. Y con bridges blancos y botas de charol negras, las armas montadas. Al son de “Curupaity”, “Alto camarada” y/o la “Marcha de la libertad”, y la infaltable marcha de la fuerza ejército cantada a vos en cuello (letra previa a la guerra de Malvinas), marchaban unos 800 cadetes en las efemérides patrias de los ‘60: “Por la Patria el Ejército Argentino, legendarias hazañas realizó, fue la lucha triunfal su camino…”. Rodeados de la planicie verde a la vista del circular Palomar histórico en cuyo entorno se libró la batalla de Caseros en 1852, formaba el Cuerpo de Cadetes en la majestuosa plaza. Las 8 subunidades formando un cuadro de tres lados, e hileras de tres en fondo, dando frente a la dirección del instituto, incluida la del escuadrón a caballo en dos líneas, con sus lanzas y banderines albicelestes, al centro del cuadro.

Al son de los acordes wagnerarianos triunfales de “Avenida de las Camelias”, los cadetes iban presentando armas, a medida que pasaba por delante la bandera de guerra coronada con moño patrio. Marcialmente de los FAL portada sobre la cuja de una banda argentina cruzada al pecho del sargento cadete mejor calificado, seguido de sus dos escoltas. A su paso, brillaban al sol las pequeñas bayonetas de los FAL. Y los sables de los oficiales al mando de cada subunidad subían y bajaban junto las órdenes: “Al hombro ar”, “a la bandera de guerra, vista izquierda!”, “presenten ar!” y luego “vista al frente!”, “descansen ar”. Imágenes imperecederas en la memoria de los 27 los únicos presentes de una camada original de 132 cadetes argentinos, más 2 norteamericanos. Futuros oficiales de los Estados Unidos y combatientes en Vietnam, que representaban la confraternidad castrense de la potencia hemisférica.

En el casino de los cadetes

Rodeados de familiares, entre ellos tres hijos oficiales superiores (un general de infantería y dos coroneles de artillería) y un nieto (cadete de caballería), han concurrido al festejo que culminará con un lunch en el Casino de Cadetes, solventado austeramente por los mismos veteranos. Sus amplios salones de esparcimiento y camaradería, recuerdan las tertulias folklóricas con compañeros de Cuyo y el Noroeste –excelentes musiqueros de tonada criolla y algunos precoces compositores–. Y en algunos domingos, las entrañables visitas de las madres, hermanos, novias y amigos a los cadetes privados de franco bajo arresto. También las fiestas bailables ideales para iniciar un noviazgo. Adornado con fotografías de los cadetes abanderados, desde el primero hasta el de la última promoción egresada, más los del cuadro de honor anual en la escalera de su entrada, representaban (y siguen representando) el premio honorífico al mérito intelectual, militar y deportivo. Ejemplo para sus camaradas de todos los cursos y especial incentivo para los “bípedos implumes” (viejo apelativo de los reclutas de primer año, quizás ya en desuso).

Sus sillones, mesas de juegos, música y bar (sin alcohol) eran el “oasis” más ansiado a última hora de la tarde. Breve paréntesis a una disciplina de raigambre espartana y con raíces austríaco-franco-prusianas (nacionalidades del primer director y algunos oficiales instructores del instituto en el s.XIX), al fin de cada día de clases y estudio en las aulas y/o de instrucción militar al descampado. Tanto en polígonos de tiro para armas portátiles como haciendo fuego con morteros y artillería en Campo de Mayo. O la práctica del pasaje de las “pistas de combate” y subida a “palcos altos” del campo de deportes. El rígido trato jerárquico entre cadetes de distintos años se relajaba un poco sólo en la práctica cotidiana de deportes. Sobre todo en la semana del campeonato anual inter-armas “Antártida Argentina”. Defendiendo los colores de cada arma, descollaban los mejores atletas al margen del trato y distancia según año de cursada.

La jornada se iniciaba al toque de diana a las 5.30. A fin del día, ya en las habitaciones (para 4 cadetes) se hacía el rutinario y obligatorio “orden interno”. El desorden dentro de los armarios individuales o el piso de roble de Eslavonia más lustrado eran ocasión de apercibimientos, arrestos y “bailes”. Los cadetes de 4to. año (jefes de pelotón y de sección) pasaban revista antes de la formación de cada subunidad en el hall central, donde se formaba en pijama y chancletas reglamentarias. Previo al toque de silencio de las 21, a veces algún “oficial de semana” leía cartas a madres, novias o esposas de heroicos combatientes, previas a sus muertes en el campo de batalla en las guerras mundiales. Insuflaban el espíritu del valor en combate.

Y sin perjuicio de destacarse los buenos ejemplos del día, se solían ordenar movimientos vivos (en ocasiones “manijas” agotadoras) si algún cadete se movía mientras hablaba el oficial o el cadete superior “encargado” de la subunidad o de turno semanal. También podía ser el momento de impartir días de arresto por faltas disciplinarias que  servían de advertencia para el resto de los cadetes. Finalmente, se impartían órdenes para la organización del servicio de “imaginarias” nocturnas puertas adentro, y 4 turnos de centinelas nocturnos de 1ro. y 2do. año (2 horas rotativas que se restaban al sueño), en puestos a la intemperie no cubiertos por la guardia de prevención de la “Agrupación Tropa” encargada del amplio perímetro del CMN. Misión que todos los fines de semana era cubierta, alternativamente, por cada de las subunidades de cadetes. Aprendizaje como soldados, suboficiales, jefes de guardia.

Sable y ancestro de un general patriota

Son las 11.30 del pasado viernes 15 de noviembre cuando puntualmente el director del CMN, coronel mayor Alejandro G. Liberatori, en uniforme de combate pronto a salir a maniobras finales, recibe a los 27 veteranos y describe la currícula militar y universitaria actual del colegio. Luego del agradecimiento del presidente de la promoción “95″, general de división (RE) Alfredo J. Noverasco (artillería), uno de sus miembros, el coronel (RE) Federico G. Toranzo (caballería), hace entrega al Museo de Armas del sable de su abuelo materno, el Ingeniero civil y militar general de brigada Alonso Baldrich (1870-1956) y reseña su extraordinaria biografía. Vale la pena destacar el contexto de su vida y reflexionar sobre los cambios de época de abuelo a nieto, a través del siglo XX. Luego de haberse incorporado como soldado en el Regimiento 1 de Infantería, Baldrich hijo de un capitán del ejército español- ingresa al CMN. A la cabeza de su promoción, será el primer cadete abanderado (hasta  ese momento un oficial). Se recibe de subteniente de artillería y luego pasa al arma de ingenieros. Años más tarde, será autorizado a estudiar ingeniería civil. Uno de los tantos ejemplos de las oportunidades que la Argentina del último cuarto del s.XIX y la primera mitad del s.XX, dio a los hijos de inmigrantes. Tanto la carrera militar como la universidad pública fueron poderosos conductos meritocráticos de integración nacional, progreso socioeconómico y ascenso cultural. Y lo seguirán siendo aún en las adversas circunstancias de los últimos 50 años.

Baldrich egresó en 1903 como ingeniero civil de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA), junto a su camarada, también teniente primero, Enrique Mosconi, quien llegará a general de división. Y a quien va a secundar en la administración exitosa de YPF que Mosconi ejerce durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear y el segundo de Hipólito Yrigoyen. Previamente, forjan una fuerte amistad cimentada en nobles idearios industrialistas y de independencia económica. Ambos había sido destinados como capitanes con aptitud de “ingeniero militar” otorgada por el grado académico civil, para colaborar en el diseño de la extensión del Ferrocarril Central Norte en Salta y Jujuy.

En 1911, al regresar de un período de instrucción en Alemania, ya coronel, asume la jefatura del Batallón de Ingenieros 5 de Tucumán. Entre sus oficiales, sobre los que ejerce gran influencia, están los subtenientes Manuel Savio y Benjamín Matienzo. Futuro padre de la siderurgia nacional el primero, y futuro gran precursor de la aviación en Argentina, junto a Jorge Newbery, el segundo. Como administrador del yacimiento de Comodoro Rivadavia, donde baja los costos operativos en base a la eficiencia y el saneamiento de las cuentas, Baldrich aumenta notablemente la productividad impulsando a la baja el precio de los combustibles. Resultado inesperado que inquieta al trust de las compañías inglesas y norteamericanas. Conocido también por aplicar una avanzada política social con sus trabajadores, despierta las insidias de políticos conservadoras ligados a la Royal Ducht, Anglo Persian y Standar Oil.  Y ofrecen mejores sueldos a los ingenieros y técnicos de YPF, en un intento de vaciarla. ¿Libre mercado vs. interés nacional?

Baldrich participó en la fundación de la Alianza Continental que promueve una ley para nacionalizar los recursos petrolíferos, aprobada en Diputados y rechazada por el Senado. Ante la orden intempestiva de su retiro, so pretexto de la edad, que imparte el ministro de guerra de Alvear (1922-1927), Agustín P. Justo, Mosconi y Toranzo, abuelo paterno del coronel Toranzo de la “95″ donante del sable de su abuelo materno (e hijo y tocayo del general de división F. G. Toranzo Montero, de destacada actuación en la Revolución Libertadora de 1955), encabezarán la protesta de un grupo de camaradas. Producido el pusth del 6 de septiembre de 1930, Mosconi y Baldrich son detenidos por el general golpista Félix Uriburu. Utilizado el prestigio y la fuerza del CMN para violar la Constitución Nacional, el Ejército empieza a debilitar el orden constitucional y su aporte no faccioso al progreso de la Argentina.

Baldrich fue confinado en Bariloche paro luego autoexiliarse en Paraguay y Brasil, y Mosconi, alejado a Europa para estudiar y adquirir armamentos. Se temía al prestigio de ambos. Sucesor liberal del corporativista Uriburu y ganador de elecciones con la “abstención revolucionaria” de la UCR, el presidente Justo, los marginó de todo rol militar influyente. Baldrich, regresado en 1932, será uno de los primeros directores de Parques Nacionales. Ha tomado la pluma para exponer sus ideas en los diarios LA NACION, El intransigente y La Argentina, estos dos últimos de editados por políticos y periodistas radicales. Denuncia al golpe del ‘30 y el régimen siguiente que privilegia al “imperialismo” petrolífero anglosajón. En defensa de su filosa prosa, afirma: “La aspereza en el lenguaje es virtud cuando se fustiga con indignación a la villanía”. Una frase que hoy, como ayer, tiene absoluta vigencia ante las lamentables y deshonrosas “villanías” que se han cometido a  propósito de la corrupción y el prevaricato judicial.

¡Cadetes a triunfar!

En la Plaza de Armas una sección de la banda sinfónica del CMN ejecuta un carrousel con música marcial y redoble de tambores en honor a los 27 veteranos y sus familias. Al oficiarse la misa de gracias en la capilla del instituto presidida por la imagen de la Virgen de la Merced “Patrona del Ejército Argentino”, el capellán  destaca que está delante de soldados que eligieron asumir el riesgo de entregar sus vidas en defensa de la patria, lo que da testimonio de una causa sagrada que merece la bendición divina. Acto seguido, ya parados frente a la Plaza de Arnas, ven formarse a lo lejos a los cadetes que ahora usan camisas blancas de manga corta en lugar de chaquetillas. Avanzan las escuadras por la calle que los conduce al románico arco de entrada. Desfilando a paso de compás, las tres compañías de la Agrupación de Infantería, las siguen a paso redoblado el escuadrón de caballería, la batería de artillería y las compañías de ingenieros y comunicaciones de la Agrupación Montada. Cierran la larga columna las subunidades de los servicios de intendencia, arsenales y enfermería. Vibran los gritos de “¡vista derecha!” de los suboficiales cadetes, varones y mujeres, que pasan al frente de cada subunidad.

Entonando a viva voz la canción del CMN ejecutada por la banda, el Cuerpo de Cadetes pasa rindiendo honores a su director, secundado por los oficiales instructores, con la emocionada presencia de los viejos camaradas. “Corazones de patrio sentir, vibra un canto de honda emoción, a la Patria, de acento viril, en los pechos que anidan acción. Comunica el mensaje a la lid, Ingenieros e Infantes a la acción, Artilleros el punto abatir, a la carga Jinetes valor (…). Cuerpo de cadetes del Colegio Militar, brillará con su sol tu bandera, ¡oh, divina majestad! Cuerpo de valientes, brazo armado nacional, con sus armas y el temple de acero, ¡Cadetes a triunfar!”.

Los veteranos no pueden con su genio y ojo clínico del viejo mando sobre numerosos soldados conscriptos (hasta 1995). También sobre cadetes y aspirantes a suboficiales, aquellos destinados como instructores de institutos. Sin confesarlo en voz alta, comparan el porte, alineamiento, paso a compás y redoblado, y la potencia del canto de los futuros oficiales que ven pasar con nostalgia, con los practicados en sus lejanos, juveniles y esperanzados años de formación, en los cuales también se esforzaban por dar lo mejor en los desfiles. Por ejemplo, el de la Plaza de Mayo en la asunción de Arturo Illia el 12 de octubre de 1963, cuando los 27 gerontes cursaban segundo año. Fecha del último desfile “hipomóvil” de la batería con sus cañones y avantrenes tirados por 6 caballos blancos, 3 de montar y 3 de tiro (jineteados por los artilleros de la “95″, cinco presentes entre los veteranos), precedida por las tres compañías del batallón de infantería, y sucedida por los cadetes de ingenieros, comunicaciones e intendencia sentados con sus fusiles en camiones destapados, y al final el escuadrón de caballería montado en sus briosos zainos.

La música marcial, las vivas del público y el paso solemne frente al palco del presidente electo, ministros y familiares, delante de la Casa Rosada, los colmó de emoción. Desconocían que en los alrededores se habían sucedido manifestaciones de protesta por la proscripción del peronismo y corridas de la policía contra los insultos a las Fuerzas Armadas de grupos izquierdistas antimilitaristas, con saldo de decenas de heridos. Ya superada la cabecera de la plaza al ingresar y marchar por Paseo Colón para regresar al CMN, unas ofensivas agresiones verbales de un grupito de manifestantes en medio del público, provocaron la reacción de los oficiales de una sección de infantería a la que ordenaron girar, darles frente y avanzar apuntando con los fusiles y la bayoneta calada. Sin mayores consecuencias al huir los agresores, pasaría casi inadvertido.

La mayor atención de los cadetes ese día de octubre de 1963 no era el marco del público que asistía al desfile. Sí obviamente la alineación (a paso a compás) de la infantería o de los montados al paso. Sino eran perfectos y acompasados al ritmo de la marcha correspondiente (los ccaballos al ritmo de la lenta y melancólica “Teniente Donovan”), los oficiales instructores no lo perdonarían y habría “baile” en puerta. En tal actividad era famosa la batería de artilleros (“pomos”) bien llamada “la voladora”, en competencia para no quedar como “blanditos” frente los duros y aguerridos infantes. En aquella descollaba el rigor técnico y deportivo del teniente primero Martín A. Balza (90), aunque considerado demasiado arbitrario por muchos cadetes de los ‘60 de los que fue instructor. Y entre ellos, poco más de una treintena de la “95″. En la infantería se destacaba en sentido opuesto el ex Tte. 1ro. Mohamed Alí Seineldín (fallecido). Su muy alta exigencia en el entrenamiento del “soldado argentino” (así reza la “Canción el Infante”) convivía con el respeto y admiración de las camadas de cadetes a sus órdenes, incluyendo un centenar de la “95″. Más allá de su derrotero político que lo enfrentó con Balza en 1990, lo recordarán como un modelo prestigioso del militar que, como regla de oro, primero daba el ejemplo, reforzando así la autodisciplina militar.  A 60 años de su egreso, los 27 veteranos ya no tenían exoficiales instructores vivos que hubiesen podido invitar. Hay un único vivo pero no aplica.

Ese día pasarán a la vista de ellos entre 1100/1200 cadetes –promedio anual actual, calculando poco más del 80% varones y poco menos del 20% mujeres– saliendo a su último franco previo a los ejercicios finales en Monte Caseros.  Después vendrán los exámenes académicos finales de la Licenciatura en conducción y gestión operativa, y la Licenciatura en enfermería. En el terreno deberán demostrar ante sus oficiales la eficacia del adiestramiento practicado todo el año, con la tecnología, armas y munición disponibles. En los años ‘60 los cadetes de 1er. y 2do. año cubrían, respectivamente, el rol de soldados y cabos; los de 3ro., el de sargentos, y los de 4to., la conducción de secciones y subunidades como futuro oficial subalterno. Intensa práctica anticipada que el cadete debía (y debe) experimentar para la lograr aptitud de mando.

Los veteranos recuerdan que en prácticas de combate en terrenos del CMN murió en 1963 un cadete de caballería, impactado con munición de guerra al parecer filtrada accidentalmente entre la de fogueo. En sus solemnes exequias formó todo el instituto. Había caído prematuramente en acto de servicio. Gajes del oficio de una profesión –ayer sólo de varones– con riesgo de morir en el servicio de armas, en la paz o en la guerra. La incorporación femenina en el CMN y unidades se iniciará en los ‘90; punto de sana envidia para aquellos jóvenes/viejos.

Eran una “bella esperanza para la patria”

Así reza el pequeño monumento en honor de dos cadetes muertos en la refriega con militantes radicales atrincherados en el Congreso Nacional y la Confitería del Molino, a mediodía del 6 de septiembre de 1930. En los ‘60, al salir de franco pasando en formación por allí hacia el arco de entrada los cadetes superiores debían mandar “vista izquierda” en honor de los dos caídos en “acto de servicio”. El recuerdo marcial de aquellos jóvenes argentinos del CMN muertos en combate contra connacionales civiles venía de una tradición muy lejana. Lo que no podían imaginar los cadetes de la “95″ y camadas anteriores y subsiguientes era que ellos mismos estarían en situación de caer en una guerra fratricida en 1970.

En su alocución en el monumental Patio de Honor General San Martín, el presidente de la ‘95 exclama: “Hace sesenta años, 134 jóvenes cruzábamos el Arco de Entrada de este venerable Instituto colmados de sueños y aspiraciones”. El mejor calificado entre ellos, sargento cadete abanderado, será teniente general Ricardo Brinzoni, jefe del ejército con De la Rúa y Duhalde a inicios del s.XXI.  Uno de sus dos escoltas y segundo de la “95″, será el futuro canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, quien pedirá la baja de teniente. Al generalato llegarán 18 de sus miembros.

Junto el  agradecimiento a los superiores y profesores “que nos prepararon para enfrentar los desafíos del mundo con honor y valentía (…)” el general Noverasco recuerda “con cariño y nostalgia los momentos más destacados de nuestra formación, muchos de los cuales estuvieron marcados por hechos históricos y bélicos que vivió nuestra amada Argentina”. Y dedica una “mención especial para nuestros compañeros y amigos que por decisiones políticas continúan ilegal e injustamente privados de su libertad”. Nombra uno por uno a 9 camaradas detenidos en sus domicilios –entre un lustro a más de una década– tanto condenados como en prisión preventiva. Los números de la “venganza” político-judicial se completan con 6 de la”95″ muertos en prisión domiciliaria sobre un total de 65 fallecidos.

Y define sin pelos en la lengua la situación de los compañeros en prisión con dos palabras que los “derrotados” de los ‘70, y “vencedores” de los ‘80, más el coro de mala fe y amnésicos que los aplaude, acusarían descaradamente de “negacionismo”. Sin que les caiga la cara de vergüenza luego de haber ocultado a las nuevas generaciones cientos de asesinatos y miles de heridos y familias destrozadas, provocados por los ataques guerrilleros y atentados terroristas (muchísimo más numerosos en democracia): “Presos Políticos (textual en mayúscula) que continúan ofreciendo un acto de sacrificio en estas horas aciagas por las que transitan. A ellos también les corresponde el honor de esta ceremonia y no hay dudas que en este preciso momento nos acompañan con emoción”. Suma a un exiliado en el exterior a quien también nombra. Hay además un fugado en situación ignota, sino fallecido.

La apelación final de Noverasco es a “los mismos valores y principios que trajimos de nuestros hogares y reforzamos en el Colegio Militar de la Nación”. Reforzado por el recuerdo de los camaradas caídos, el espíritu de cuerpo (subcultura castrense universal) que alcanza a la “familia militar”, se seguiría desarrollando, fortaleciendo y aggiornando contra viento y marea. La guerra de Malvinas y sus caídos lo consolida a pesar de las órdenes de silenciar a los excombatientes. Y a pesar de una digna derrota que abre las puertas a medio siglo de sobresaltada democracia y un Estado fallido. Hoy, sin embargo, después de casi 41 años de la recuperación y consolidación del régimen constitucional, se está llegando poco a poco, luego de un largo “vía crucis” de las Fuerzas Armadas que aún no ha terminado, a una renovada fraternidad cívico-militar. La sociedad califica a sus hombres y mujeres de armas como miembros de la más prestigiosa de las instituciones.

Concluyendo, el presidente de la “95″dice: “La camaradería, el honor y el amor a la patria nos siguen guiando y nos inspiran a ser mejores cada día  (…) Gracias a nuestro querido Colegio, al Ejército Argentino y ¡viva la patria!” Respondido con un “¡Viva!” general, una sección de la banda ejecuta la canción del CMN coreada con emoción por los 27 veteranos rodeados de sus familiares. Ningún medio masivo de TV o Radio transmite el encuentro, mientras dan cámara a una manifestación a favor del cultivo de la marihuana y la libre fumata en la Plaza del Congreso.

En el nombre del caído en acción de guerra

Y llega el momento más solemne. El homenaje lleno de sentido histórico a uno de los cinco compañeros de la “95″, fallecidos “en actos de servicio”, según el libro rojo de las promociones. Una más entre otros cientos de militares, gendarmes, prefectos y policías caídos en los ´70, a las cuales la historia le irá dando su justo y claro significado en el análisis sereno de la larga (sui géneris) y espasmódica “guerra civil” argentina del siglo XX. El enorme recinto del Patio de Honor, con planta baja y dos elevados pisos con galerías, tras las cuales están las aulas, laboratorios y biblioteca, adornado de un techo con vitrauxs alusivos al valor, al deber y al honor del guerrero, y rodeado de columnas unidas por arcos curvos formando una larga galería rectangular, es el marco monumental pero austero donde, año tras año, los supervivientes de las promociones que cumplen 50 y 60 años del egreso, se juntan y rinden honores a los ausentes.

Cuando la “95″ cursaba, quedaba guardaba en una gran vitrina empotrada en un extremo de la galería, la bandera de guerra del CMN. Era custodiada durante toda la actividad de la mañana de clases por cadetes de años inferiores en turnos de guardia de 45 minutos. Vestían uniforme de desfile en posición de firme con fusil al hombro, rotando cada tanto con la de descanso, apoyando la culata del fusil en el piso con movimientos reglamentarios. Y de inmediato volviendo a la inmovilidad, siempre con la vista al frente. La vitrina sigue ahí y el privilegio de custodiar la bandera mientras los compañeros estudian seguirá siendo tradición. Santo sactorum litúrgico de una “religión” exigente de valentía, honradez y austeridad.

En cada columna hay dos listados paralelos en letras doradas con los nombres de los egresados de cada promoción por orden de mérito. Frente a la de egreso en diciembre de 1964, el general Noverasco tira de un cordel y baja el lienzo que la tapa. Descubre en lo alto un nombre en letras destacadas que en adelante encabezará las dos hileras de los 134 subtenientes egresados aquel fin de año. En el orden de mérito 101 queda también el nombre del homenajeado. Se trata del ex capitan Juan Carlos Leonetti ascendido a mayor “post mortem”. Queda entonces consagrada la fuerte identidad “combatiente” de la promoción “95″ en la década de 1970. Así se la nombraba hace años en la “Unión de Promociones” sin ser oficializada en sede castrense, quizás a la espera de nuevos tiempos. En los que, superando la dolosa demora de la política y la culposa amnesia de las dirigencias, y distracción de una mayoritaria parte de los medios, parece abrirse hoy, con lento y tardío paso, la idea de que honrar a los “otros muertos” no significa haber admirado la dictadura de 1976 a 1983. Más aún, habiendo estado en contra, e incluyendo en especial el repudio a los abusos de poder o las inhumanas aberraciones por parte de agentes del Estado.

En mayo de 1976, al caer Leonetti, acribillado al entrar en un aguantadero clandestino de Villa Martelli, era jefe de una patrulla del Batallón 601. Se enfrentó inesperadamente con buena parte de la desprevenida cúpula del ERP-PRT, salvándose un “comandante” que se había retirado del lugar. Esa organización había ido quedando diezmada y casi fuera de combate desde el frustrado ataque al arsenal de Monte Chingolo (diciembre de 1975). Al mismo tiempo, con la muerte en ese episodio de su jefe, “Robi” Santucho, se cobraba una deuda de sangre por el frío asesinato de muchos camaradas, y de la pequeña hija de un capitán ultimada sin piedad junto a su padre.

Otros 5 miembros más de la “95″ se cuentan entre los fallecidos en circunstancias definidas como actos de servicio. Son el teniente primero Juan R. Larrufa (artillero) en 1972 en la Patagonia y el capitán José A. Ramallo (infante) en Tucumán en 1976, ambos en accidentes de la aviación de ejército. El primero había sido el subteniente Roberto A. Levinsgton (caballería) en 1967, hijo del segundo presidente de facto de la “Revolución Argentina”. El quinto, el teniente coronel Juan D.C. Bona (comunicaciones) en 1984, y sexto el teniente coronel Eduardo Stigliano (artillería) en 1993. Ocurrieron cuando prestaban el servicio de sus grados en misiones asignadas, no específicamente bélicas.

De Ramón Falcón a los subtenientes de un país integrado

La emoción hace revivir su juventud a los veteranos de la “95″. A pesar de los obvios achaques de la edad, lucen el saco y corbata de rigor con más de 30 grados. Incluso un artillero que perdió la pierna, un colega con bastón ortopédico y algún uno que otro más con bastón, conservan la vertical marcial en las fotos, a pleno sol estival de las 13, sin eventual auxilio familiar. Todos recuerdan el 22 de diciembre de 1964, una mañana de júbilo. En edades de entre los 18 a 23 años, permanecían sentados en sillas alineadas recinto del patio de honor, rodeados de las columnas con los antiguos y cercanos nombres de las 94 promociones precedentes. En ellas figuraban no pocos de sus padres oficiales, y suboficiales, que ahora acompañaban orgullosos a sus hijos.

El primer cadete militar había ingresado en 1870 durante la presidencia de Sarmiento. Será el coronel Ramón Falcón. Con él se iniciaba el embrión del ejército profesional en medio del ascenso de la generación del ‘80 al poder nacional. Egresado como subteniente en 1873, participará en la “Campaña del Desierto”. A los cadetes que repetían años por bajas notas, o superaban el máximo de días de arresto permitido debiendo irse de baja para volver al año siguiente, o que por distintas razones interrumpían su formación y volvían después de uno o dos años, sus compañeros decían que eran viejos “compañeros” de Falcón. Quien ya retirado será dos veces diputado nacional y finalmente Jefe de la Policía de la Capital, nombrado por el presidente José Figueroa Alcorta.

En tal función resultó asesinado el 14 de noviembre de 1909 en la Recoleta (Callao y Quintana) junto a su secretario y el cochero. Los destroza la bomba de un anarco sindicalista ruso (ucraniano), Simón Radowitzky, que acusaba sólo 18 años de edad. Dato débilmente documentado pero que lo salvó de una segura pena de muerte. Exiliado en la Argentina en 1908, huyendo de la represión zarista entró como obrero mecánico en el Ferrocarril Central Argentino. Encargado del crimen por el prestigio de haber participado precozmente en los soviets obreros de 1905 en su fábrica de Ucrania, ejecuta el crimen el 1 de mayo de 1909 en venganza del asesinato por la policía de un militante de la FORA. Ese Día del Trabajador, había sido conmemorado en medio de una gran huelga de inquilinos de más de 1000 conventillos porteños, extendida a Rosario y Bahía Blanca, con apoyo de anarquistas y socialistas. Los disturbios se extendieron en lo que se llamó la “Semana Roja” y provocaron una dura represión con más de una decena de muertos y muchos heridos. Apresado y condenado a reclusión perpetua en la Penitenciaría Nacional de Ushuaia, en 1918 logra fugarse. Recapturado, fue indultado y exiliado al Uruguay.

Ninguno de los egresados de la “95″ a fines de 1964, podía imaginar que alguno de ellos encontraría una muerte cruenta como la del primer subteniente del CMN. Era impensable la violencia fratricida y menos clasista en esa época. Aquella Argentina muy integrada con amplias capas medias crecía al 7% anual, y la pobreza no pasaría del 2% sobre los casi 22.000.000 de habitantes. La década de 1960 era una fiesta para la juventud. La misma dictablanda de la Revolución Argentina a pesar de mojigata y con decorado franquista, transitaba haciendo concesiones sociales en nombre de un nacionalismo desarrollista y comunitarista, aunque iba dejando la macro economía en manos neoliberales. La mayoría de los que habitaban villas miserias eran trabajadores inmigrantes de países limítrofes, o migrantes desocupados de provincias limítrofes. Los que se iban integrando a un mercado laboral demandante, mientras sus hijos se educaban en la excelente escuela pública.

Aquella mañana los 134 de la “95″visten por primera vez sus flamantes uniformes verde oliva con una estrella plateada en las dos charreteras. Sólo diferenciados por las insignias de cada arma o servicio en ambas solapas, y por los vivos de sus gorras con los colores correspondientes. Aguardan el llamado al estrado por orden de mérito, mientras sus familias enmarcan felices el fasto. Recibirán de ministros y generales sus sables y diplomas de la Nación Argentina con el empleo de “Oficial del Ejército Argentino”. Rubricados, tanto el arma como el despacho, por un  Presidente y ciudadano ejemplar, el doctor Illia. Cuya ilegitimidad de origen será compensada con creces por la ejemplar, austera y exitosa legitimidad de su gestión. A todas luces patriótica. De la “95″ siguen con vida 69 y han fallecido 65. El último muerto en octubre de este año, fue el coronel de Infantería, Ernesto Villarruel, tío de la vicepresidente de la Nación.

En el reinicio de una historia violenta

Siendo cadetes de 1ro. y 2do. año en 1962/1963, asistieron (sin mayor información por el régimen de internado) al enfrentamiento entre militares “azules” y “colorados”. En abril del 63, una batería de cañones del CMN desplegada en el linde de una arboleda de Campo de Mayo –cuyos sirvientes de pieza eran cadetes de la “95″– daba frente a un regimiento de caballería blindada del bando “azul”. Más tarde, llegó la orden de cubrir las piezas con sábanas blancas significando la “neutralidad”, mientras se observaban aviones atacando una emisora de radio cercana. Derrotado el bando “colorado” con el efecto de centenares de retiros y bajas de oficiales, el mando militar decidió realizar cursos “acelerados” de cadetes en 1964, y algunos años siguientes. Una doble amenaza bélica se cernía sobre la paz en la predominantemente pacífica Argentina, ya alejada de la violencia político militar de 1955/1956.

Por un lado, las incipientes guerrillas rurales incentivadas por la presencia del “Che” Guevara en Bolivia, las que a pesar de sus rápidos desbandes frente a la gendarmería y policías, aconsejaban reforzar con nuevos y entrenados cuadros los regimientos de monte en el norte fronterizo argentino. Por otro lado, el creciente diferendo de límites con Chile, recomendaba también nutrir de más oficiales y suboficiales las brigadas desplegadas en la precordillera andina. “Marchar a las fronteras” era la orden del día del comandante en jefe Juan Carlos Onganía. Consecuentemente, un conflicto armado casi estalla cuando los subtenientes de la “95″ –luego de realizar el Curso Básico en las escuelas (catedrales) de cada arma y custodiar las elecciones parlamentarias de 1965– ya revistaban desde julio de ese año en destinos de todo el país.

Un luctuoso enfrentamiento entre gendarmes y carabineros en la patagónica Laguna del Desierto (a fines de 1965), con el saldo de un teniente chileno muerto más algunos de sus hombres heridos y prisioneros, había  puesto a todo el V Cuerpo del Ejército, con sede en Bahía Blanca, en estado de alistamiento. Los subtenientes de la “95″ en unidades de las brigadas de montaña fronterizas, participan en los preparativos bélicos que justifican su profesión. No disimulan su entusiasmo por estar en primera línea. Tiempo después, los tambores de guerra se apagaban por acuerdo entre ambos estados. Los más de 400 km2. en disputa retenidos por la Argentina en 1965 presagian futuros conflictos, incluyendo casi una guerra en 1978.

El golpe cívico-militar que derrocó a Illia en junio de 1966 fue para los jóvenes oficiales de la promoción ´95, la mayoría en destinos en el interior, una noticia breve y lejana en medio de las intensas y múltiples tareas que se asignaban a los subtenientes (los “perros”) en los cuarteles. El mando cotidiano de numerosa tropa con el auxilio de más antiguos suboficiales, el cuidado del armamento y del ganado equino o mular, la instrucción de tiro, combate, deporte y “orden cerrado”, las estadías de 7 días al mes internados dentro de los límites de su guarnición como “oficiales de semana” de cada subunidad; sumado a las entradas como “oficial de servicio” tres o cuatro veces al mes, a cargo de la unidad al caer la tarde y hasta diana del día siguiente (en ausencia de jefes y resto de la oficialidad), sin contar las salidas al terreno, no dejaba tiempo nada más que para  el descanso y escapadas los fines de semana a las ciudades o pueblos circundantes. Salvo los destinados en guarniciones de la Patagonia muy alejadas de poblaciones numerosas, mientras la visita a las ciudades chilenas cercanas era desalentada o bien prohibida.

Un fuerte indicio de lo que vendría en los ‘70 será el quiebre de la paz social que se manifestó en el “Cordobazo” del 29 de mayo de 1969, justo en el Día del Ejército Argentino. Algunos miembros de la “‘95″ destinados en unidades de la Capital y el conurbano habían sido comisionado esa noche para concurrir, junto a oficiales de las otras dos Fuerzas Armadas, a la tradicional cena conmemorativa de camaradería (esa vez en el CMN) presidida por el presidente, altos mandos y ministros del Ejecutivo. En ese conflicto insurreccional (político-obrero-estudiantil), multiplicado en otras capitales provinciales, debieron actuar, sobrepasada la policía, algunos tenientes de la “95″ junto a oficiales de otras camadas, destinados en regimientos del III Cuerpo del Ejército. Ya habían comenzado a actuar grupos guerrilleros en atentados contra empresas multinacionales y en el robo de armas a guarniciones del ejército. La lamentable “guerra interna” que parecía avecinarse comenzaba a ser objeto de análisis por los cuadros subordinados, mientras los ejercicios tácticos en mesa de arena se orientaban cada vez más contra el “enemigo interno”. Enfocados en el accionar de las bases “combativas” peronistas y grupos cristianos y trozko-marxistas activos en las universidades, embriones de las organizaciones político militares (OPM).

Ascensos y estudios mientras la Argentina se incendia y Chile amenaza

En tanto se desarticulaba el gobierno de facto de la Revolución Argentina, se reiniciaba en sordina la vieja confrontación entre generales nacionalistas y liberales. La corta presidencia del general de brigada Marcelo Levingston en reemplazo de Onganía, y luego su rápido desplazamiento por el general de división Alejandro A. Lanusse, renovaba las internas entre camarillas del ejército. Muchas vocaciones de jóvenes oficiales van a entrar en crisis. ¿Cuál era la misión legítima de las Fuerzas Armadas? ¿Sostener una sucesión de gobiernos dictatoriales o propender a retomar el sendero de la libertad? La crucial respuesta que se iba a orientar hacia la segunda opción, va a ser a la larga, confrontada por la explosión de la violencia en el marco de la confrontación de la Guerra Fría.

Tenientes desde 1968, luego tenientes primeros desde 1972, los miembros de la “95″ seguirán en contacto directo y roles de mando subalterno sobre suboficiales y tropa de conscriptos, hasta los dos primeros años en el grado de capitanes (1976/1977). Algunos serán llamados a colaborar con coroneles y generales interventores en intendencias y gobernaciones. Desde 1978/1979 empezó a cursar la Escuela de Guerra (EG) más de la mitad de la “95″, para llegar a ser auxiliar u oficial de Estado Mayor. Otros menos, siendo todavía tenientes primeros, habían empezado a cursar la Escuela Superior Técnica para ser ingenieros militares, con más años de estudio exigidos. Y otros habían sido atraídos por los cursos de Inteligencia. Además de más cortos, con exigencias académicas menos rigurosas y centradas en la cuestión del conflicto interno –que parecía equivocadamente haber minusvaluado la guerra clásica– la especialidad había aumentado su convocatoria desde fines de los ´60, al compás de la incipiente violencia subversiva. Una interrupción académica general para los capitanes que iniciaban estudios en la EG se produce en 1978. Son destinados a reforzar la oficialidad de las fuerzas desplegadas en la frontera andina. Superada la crisis casi bélica por mediación cardenalicia enviada por el Papa, podrán terminar sus estudios.  La mayoría de la “95″ permaneció en actividad los primeros 10 años de oficial. Habían alcanzado en diciembre de 1975 el grado de capitán, “bisagra” entre esa máxima jerarquía “subalterna” y el grado de mayor, primera jerarquía de oficial “jefe” (mando medio junto a la de teniente coronel). Ascenderán a mayor entre 1980 y 1981. A partir de allí y el ascenso al grado de teniente coronel a mediados de los ‘80, se va achicando el cono del embudo para ascender a coronel y, una minoría, a general.

Combate en dos guerras

El segundo episodio de un asalto del ERP, en plena democracia, a una gran guarnición militar, ocurrió en Azul a fines de enero de 1974. La compañía Héroes de Trelew, con cerca de un centenar de guerrilleros al mando de Gorriarán Merlo y Hugo Irurzun, atacó un sábado el Regimiento de Caballería Blindada 10 al mando del coronel Camilo A. Gay. Quien compartía guarnición con el Grupo de Artillería Blindada 1, al mando del teniente coronel Jorge R. Ibarzábal. En el primero se encontraba destinado el teniente primero Alejandro D. Carullo de la promoción “95″. Era oficial de servicio la noche del ataque. Luchó en cumplimiento de su deber y cayó gravemente herido. Salvó su vida milagrosamente. Un cabo fue también herido. Murió también el soldado conscripto Daniel González.

El jefe de la guarnición, Gay, quien siendo teniente de granaderos en 1955 había sido mal herido por la infantería de marina defendiendo la Casa Rosada, será asesinado al resistirse a su captura. También murió su esposa, Hilda, tomada de rehén con sus dos hijos, en confuso enfrentamiento militar con sus captores (los jóvenes vástagos presencian la muerte violenta de sus padres; Patricia Gay se suicidará a los 33 años en 1993). Y fue secuestrado y asesinado 10 meses más tarde, el teniente coronel Ibarzábal, jefe artillero, al negarse a colaborar en la fabricación de explosivos. El ERP tuvo una baja mortal en combate, un herido curado por la sanidad militar y detenido, y dos desaparecidos. Perón ordenó, de uniforme, el extermino de las organizaciones revolucionarias. Ahí no se cierra la lid del futuro general de división Carullo. Paradigmáticamente, va representar al combatiente de la “95″ en dos guerras.

La guerra de Malvinas de 1982 sorprende a la “95″ en el grado de mayores. Unos pocos podrán ocupar roles de oficiales de operaciones o segundos jefes en las unidades de combate o logísticas, auxiliares de estados mayores de las brigadas, jefes de escuadrones o compañías reforzados, o jefes de grupos comandos. Son sólo cinco miembros de la “95″ los veteranos de guerra de Malvinas. Uno de ellos, Miguel A. Gardé, marcha a la Gran Malvina integrando el Regimiento 5 de Infantería de Paso de los Libres. Otros tres fueron Ricardo O. De Lorenzi (infantería), Carlos Hidalgo Garzón (caballería), y Douglas. P. Dowling (artillería). Entre ellos se encuentra el mayor Carullo, sobreviviente del ataque de Azul. Actuará en un rol muy importante como jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10. Sus 150 hombres combatieron a pie en apoyo de regimientos de infantería.  “A vencer o a morir, escuadrón” se titula el libro que Carullo escribió en colaboración con su ex segundo jefe, futuro general de brigada Rodrigo A. Soloaga, y el tercer al mando futuro coronel Gustavo A. Tamaño. Su tercera “guerra” es contra el Covid. Frente a la pandemia, Carullo, famoso por sus “siete vidas”, finalmente la pierde fuera del campo de batalla.

Sobre la camada de oficiales de la “95″ y varias anteriores y posteriores egresadas hasta mediados de los ‘70 (incluyendo las correspondientes de suboficiales), y en particular, pero no exclusivamente, los miembros de la especialidad de Inteligencia, recaerá el peso central de la guerra antisubversiva. A ellos se debe gran parte de la cruenta victoria. Concluida la guerra, todas las Fuerzas Armadas serán puestas en la picota por las graves consecuencias deletéreas producto de la estrategia, o metodología, “desaparecedora”, diseñada por las cúpulas militares gobernantes. Se induce una grave ignorancia, sino desprecio, respecto de los procesos históricos y estratégicos, políticos e internacionales. Echadas en saco roto experiencias sucedidas a posteriori de guerras con análogas características “revolucionarias y contrarrevolucionarias”. Si bien en contextos diferentes, culminadas en victorias “pírricas” como luego la de la Argentina.

Ejemplo valedero habría sido la guerra de Argelia (1954-1962), terminada con la independencia soberana y socializante por la que luchaba el derrotado FLN. Pero no sucedida por el desprecio y marginación del militar profesional, ni menos por condenas judiciales a los paracaidistas franceses, auxiliados por policías y grupos argelinos pro-metropolitanos. Que derrotaron al sangriento terrorismo insurgente con un implacable contraterrorismo.

Irreparables efectos para las Fuerzas Armadas, post dictadura, advertidos al mando político-militar del Proceso de Reorganización Nacional por un general expresidente de facto, e incluso hasta por algún oficial subalterno. Consecuencias implícitmente anticipadas por la negativa en 1976 de algunos generales a asumir o a continuar en altos cargos represivos, en desacuerdo con la no aplicación del Código de Justicia Militar en tiempo de guerra, pena de muerte incluida. Más el alejamiento voluntario u obligatorio de oficiales disconformes con el rumbo dictatorial. La memoria completa mata cualquier “relato” redentor y las verdades necesitan un largo camino de decantación. Es el trabajo que vienen realizando algunos investigadores e historiadores.

Reparación equilibrada; justicia equitativa; amor a la verdad

Los deudos de centenares de uniformados caídos –oficiales, suboficiales y soldados– y los propios sobrevivientes mutilados o heridos aún esperan que esa parte de la sociedad argentina que se dice “amante de la libertad” reconozca su condición de “víctimas” en situación de indefensión y/o en el cumplimiento de “actos de servicio”, por causa del enemigo. O sea, uniformados muertos y heridos en combate, o asesinados sin oportunidad de defensa real, o víctimas fatales o heridas (incluyendo civiles) en atentados terroristas. Una guerra “sucia” como han sido y serán, dolorosamente, todas las de características insurgente y contrainsurgente. Una “guerra” negada como tal por el falso relato de los perdedores y acólitos, o de oportunistas rayanos en la traición al pueblo argentino. No declarada ni iniciada por los gobiernos civiles de 1958/1962 y 1963/1966, ni por el interregno de facto 1966/1973, ni por el tercer gobierno peronista 1973/ 1975. Tampoco por la última dictadura cívico-militar 1976/1983. Como puede verificarse en las publicaciones oficiales del ERP, Montoneros, FAR, etc., verdaderos boletines de la “guerra de guerrillas” sobre operaciones de combate y acciones terroristas contra objetivos tanto gubernamentales, como civiles privados, militares y de las fuerzas de seguridad.

Una sociedad que en consecuencia exija indemnizar a las familias de los “otros muertos” y a los heridos y mutilados de los ‘70. Al menos con la misma reparación económica con la cual, desde 1997, todos los gobiernos democráticos han gratificado –menos el presente– a los miembros de las organizaciones subversivas presos, torturados y/o exiliados, y a familiares de los guerrilleros caídos en la lucha, o asesinados y desaparecidos. Y que, asimismo, se determine la devolución o decomiso de bienes equivalentes a las indemnizaciones otorgadas a una indeterminada cantidad de personas por falseamiento de datos, a fin del cobro fraudulento de cuantiosas indemnizaciones y pensiones mensuales. Delitos bochornosos de las nomenclaturas políticas responsables ya desde los años ‘90, que están siendo sacados a la luz, por fin, con su olor putrefacto.

El envión definitivo para el sinceramiento sobre la tragedia de los ‘70 y el logro de una justicia equitativa y no facciosa para quienes ha sido procesados y encarcelados, en base a una ideología “jurídica” por la cual hay víctimas y victimarios “buenos” –merecedores de compasión unas e inimputables los otros– frente a víctimas y victimarios “malos” –acertadamente muertas o heridas unas y sujetos a la vendetta los otros– sólo puede provenir de un país que ame la verdad. Y por tanto clame por el castigo irrenunciable de la corrupción política, judicial, sindical, empresarial y mediática. Y por la reparación a los dañados por ella. ¿Será alguna vez? ¿O toda la sangre y todas las lágrimas derramadas serán en vano? Si así fuere, la violencia estará al acecho para intentar volver. Dudoso es quiénes defenderán un orden injusto.

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El autor es sociólogo y exteniente de Artillería

​ El autor retrata el reciente acto de aniversario de una emblemática camada del Ejército y sus peripecias históricas desde los años 60 hasta aquí; la sombra de la violencia y la necesidad de una justicia equitativa  Política 

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