Porno en la Argentina. ¿Existe una industria nacional? De las películas de César Jones a los contenidos de Milanesita​

Aun cuando es legal en la Argentina, la pornografía sigue siendo un tema tabú. Quizás un poco menos que cuando comenzó a circular con mayor libertad a partir de la revolución del VHS entre finales de los 80 y mediados de los 90, o al menos mientras existieron videoclubes. Incluso entonces, tenía su costado prohibido: las películas triple equis estaban escondidas en una carpetita que el videoclubero pasaba con mirada cómplice, o en un anaquel escondido. O directamente el género no aparecía si se pasaba por Blockbuster. Las razones son muchas; sin embargo se consume. Mucho: la llegada de Internet de banda ancha (más de 41 millones de personas acceden hoy, de alguna manera, a la web en nuestro país) hizo que el porno volviera -aunque ahora legalmente- al consumo privado que fue su escondite y justificación durante siglos. Lo que lo vuelve un enorme negocio: si se calcula lo que puede contabilizarse (hoy estas cifras son totalmente relativas por la cantidad de contenido amateur, videollamadas, venta de videos personalizados, cámaras web y demás que no pueden calcularse), son alrededor de 100.000 millones de dólares anuales los que genera el sector. El promedio global (no mundial porque hay países enormes, como China, donde está prohibida la pornografía) es de unos 60 dólares diarios por consumidor pago. Por cierto, también el negocio de lo “gratuito” es difícil de contabilizar; muchos sitios no pagos generan dinero por publicidad y generación de tráfico. La cifra es enorme, de cualquier manera. Y la Argentina se ubica en el puesto 16 en cuanto a consumo.

Ese lugar en el ranking lo genera todos los años PornHub, que es uno de los agregadores porno más importantes del mundo. Más allá de lo que propone el sitio, genera estadísticas que, bien leídas, permiten entender el consumo de entretenimiento más allá del sexo. En el de 2023, el último generado, hay datos muy interesantes sobre nuestro país. El mayor, es que la categoría más buscada en el sitio (que, al ser tan grande y global, sirve como indicador general) es “argentina”. Es decir, se busca explicitud erótica del país. Lo mismo pasa en España, Brasil e Italia, por ejemplo -casi nuestras raíces, digamos todo-, pero no en la enorme proporción que aquí. Sin embargo, cuando se ve cuáles son los nombres más buscados, ninguno es nacional. Lo más “latino” son la panameña Alexis Texas y las colombianas Sara Blonde y Esperanza Gómez. Alguna vez, en la ventana entre 2005 y 2009 -como lo muestra el libro Porno nuestro, de las periodistas Daniela Pasik y Alejandra Cukar- hubo un atisbo, la posibilidad de una industria. Pero se fue disolviendo y hoy es difícil entender qué sucedió. Aún así, hay quienes en la Argentina hacen dinero con -eufemismo justo- el entretenimiento adulto.

César Jones es platense y quizás el único productor de contenidos tradicionales. Digamos, películas: realmente hace cine porno, incluso si algunas de sus producciones son conjuntos de escenas. No es un recién llegado: lleva más de dos décadas haciendo films adultos. Para romper el prejuicio, César es una persona realmente formada, leída, que sabe de cine y lo muestra en la manera de buscar encuadres significativos, en la forma de narrar y en el ejercicio de la imaginación no sólo erótica. Es hardcore, es decir sexo duro, pero rompe el mayor problema del género: el aburrimiento que genera un plano de constante movimiento genital extendido por minutos que parecen horas. Lo que Jones busca es que el espectador siga mirando, enganchado con lo que sucede en pantalla más allá del uso de estimulante hormonal al que suele reducirse el cine adulto. Su productora LPsexx lleva realizadas una veintena de películas desde la inaugural Las fantasías de…Sr. Vivace (2001) -algunos otros títulos: El profeta, Los desviados, La zona cautiva, Temporada alta, Visiones de un erotómano y otras de nombre mucho más explícito-, y en ellas se cruzan lo más tradicional del encuentro afrodisíaco con elementos -la inclusión de la bisexualidad, de chicas trans, de juegos mentales- que no suelen formar parte del catálogo estándar de, por ejemplo, la industria estadounidense.

“Nunca tuve problemas legales -explica Jones al referirse al contexto de su trabajo-, sólo cierto grado de reprobación social (proveniente ora de los sectores más tradicionales del conservadurismo religioso, ora del feminismo más rabioso) y la consabida mojigatería de ciertas redes sociales. Por lo demás, sin mayores dramas”. Jones produce y vende su contenido desde su propia plataforma, tanto en formato físico -DVD- como en descarga digital. Su permanencia en el medio lo hace testigo de lo que pasa comercialmente con él y lo que podría pasar. “No sé si hay una posibilidad de crecimiento -explica- en la Argentina; soy miope para avizorar este tipo de movimientos a gran escala. En lo que hace a la vida de mi productora, éste está siendo un gran año con muy buena respuesta de público, con una producción ya estrenada comercialmente (Casting Lpsexx: Eli Marstar) y cuatro títulos más en breve”. Es una hazaña: en el medio, se considera que a lo sumo puede producirse un largo por año, o cinco cortos o dos o tres mediometrajes. Hay una especie de norma en el porno desde, por lo menos, la popularización de Internet: secuencias de puro hardcore de un promedio de veinte minutos. Contado así, un largo corresponde casi exactamente a los números que se apuntan para las otras duraciones.

¿Cuánto sale hacer una película porno en la Argentina? Al lado del cine “normal”, es mucho más barato: unos 10.000 dólares aproximadamente: en general, el rodaje suele ser rápido (no más de una semana, muchas veces un fin de semana) y el mayor tiempo se gasta en montaje y post-producción. En una producción importante, un performer puede llevarse entre 500 y 1000 dólares; no es una mala cifra si se considera lo que es el mercado nacional y el tiempo real que lleva un rodaje. El porno es, por otro lado, la única industria donde la mujer gana, en promedio, mucho más que el hombre. Pero cuando se habla de “industria porno”, hay que hacer diferencias entre el contenido en vivo o las videollamadas, o los combos de imágenes o videos a pedido, y lo que es la producción más “cinematográfica”, que en general, hoy, es escasa. Cuesta saber, salvo casos puntuales como el de Jones, si se es cine o está más cerca de la ficción televisiva. Su hogar es, hoy y casi sin excepción, Internet. Donde tuvo un boom en la pandemia: en ese aciago 2020, sitios como PornHub incentivaban el consumo aprovechando el “quedate en casa” global. En ese entonces, el género ganó mucho dinero porque las plataformas pagas liberaron contenido premium (por el que sí hay que pagar) de modo gratuito, aunque seguían distribuyendo ganancias por la publicidad que entra en ellos, a los creadores.

Milanesita (Milagros) trabajaba entonces como empleada y tenía -tiene- un emprendimiento de ropa interior. En ese año, comenzó a modelar sus creaciones en redes sociales y, poco a poco, pasó a lo erótico y lo más jugado. De allí a producir contenidos triple equis hubo un paso. “Arranqué en pandemia en diferentes plataformas -cuenta- y en general trabajo de modo independiente. A los cinco meses ya me pude dedicar cien por ciento a esto. Hoy en día, para trabajar en la industria porno tenés muchas más facilidades que hace veinte años; con tener un buen celular y ser desinhibido ya podés arrancar, y eso seguramente es lo que afectó a muchas productoras de películas. La única que conozco aquí hoy es la de César; pero si hacés cosas de calidad te va a ir bien. Él tiene un público muy fiel”. Cuenta además que lo que puede ganar es variable, entre los 1000 y 3000 dólares, de acuerdo con lo que uno esté dispuesto a trabajar. Pero esto en la producción no cinematográfica sino de contenido propio. “Yo lo elijo -explica- porque me da muchísima libertad en todo sentido: puedo invertir, estudiar, pagar todos mis gastos y manejar mis tiempos”. También explica que en las producciones grandes, todo está en regla, incluso los certificados médicos. En los EE.UU., eso es obligatorio: la aparición de alguna enfermedad de transmisión sexual en un performer puede paralizar el negocio por días.

Gloria Parque comenzó hace una década, con el mítico pionero del género en el país, Víctor Maytland. “Busqué la oportunidad en castings -cuenta-, filmé mucho durante tres años y después formé mi propia productora con dos socios; aún continúo en la industria pero a otro ritmo”. Conocedora de los avatares del negocio, puede responder a la cuestión de si hay o no, realmente, una industria porno en la Argentina o si podría haberla. “Hubo y hay -explica- directores independientes. Pero al mismo tiempo, son insuficientes para decir que existe una industria. En principio se creyó que Internet había matado a la pequeña industria que existió en los 90 y los primeros 2000. Sin embargo, yo creo que Internet hizo lo mismo que con la industria de la música y el cine: sirve para encontrar nuevos nichos. El streaming es una gran oportunidad para generar recursos cuando las oportunidades de filmar disminuyeron. Dudo igual que una cosa reemplace la otra: hay público para todo. El más tradicional elegirá ver un video ya filmado y editado. Y las nuevas generaciones buscan conectarse con la actriz en forma pública a través de algún chat, plataforma privada o videollamada”. Jones ve otras cosas, además: “a mí los creadores de contenidos -explica- me trajeron un público más joven al que no habría llegado, y me nutrí de ellos para encontrar intérpretes, por ejemplo”.

Ahora bien, ¿existe un “porno argentino”? Milanesita dice que sí, que se proyecta internacionalmente. “Hay algo de los europeos y los estadounidenses con las latinas -cuenta- es como una gran fantasía; pero creo que lo que más gusta es el trato, que somos más cariñosos, más alegres”. Gloria cuenta que “sí, hay un porno argentino y está vivo; a mí me permitió viajar y trabajar en España, donde la forma de trabajar es parecida, y a Miami”. César explica que “el contenido se vende tanto aquí como afuera; no puedo discriminar exactamente cuál es la diferencia, pero sí permite ganar en euros o dólares”. El porno tiene algunas características que le otorgan un valor comercial importante en términos de mercado internacional. Como el terror, apela a un efecto en el espectador (por eso el género del miedo se vende muy bien: todos nos asustamos de las mismas cosas y nos horrorizan los monstruos del mismo modo; con el sexo no sucede algo diferente). Y por lo mismo, por ser específicamente visual, no requiere de traducción. Como dijo alguna vez el crítico francés Barthélemy Amengual -contemporáneo de André Bazin- el porno es el lugar en el que sobrevive el espíritu de los hermanos Lumière. Lo que se ve debe ser, cuando llega el momento de lo genital, no hay truco posible, es la realidad absoluta. Su efecto es inmediato, sea de excitación o de rechazo. Todo este pequeño exordio semi erudito es para decir que se puede vender bien. No sólo eso: no quiebra las fronteras nacionales e idiomáticas solamente, sino también las barreras temporales. “Yo sigo cobrando -explica Jones- por material producido hace quince años. Una producción porno tiene una vida útil muy larga.”

Lo que implica una oportunidad, pero también un peligro. Se considera que esos diez mil dólares de producción se amortizan y generan ganancias entre uno y dos años después de su lanzamiento. La fama de los intérpretes -que tienen sus fans: tanto Milanesita como Gloria son de contactarse con ellos, que las tratan como auténticas estrellas- es un punto a favor, pero también que el espectador (o habría que llamarlo, hoy, “usuario”) busca ver una situación en particular, o sólo dejarse llevar por algo que lo atrae. Eso mismo es, también, lo que llevó a una explosión en el campo de la producción de contenidos sobre todo -otra vez- durante la pandemia. Pero conlleva el problema de una sobreproducción. Si bien el sexo es un enorme negocio, la enorme cantidad de contenidos terminará depurándose y, como pasa siempre, quedará lo de mejor calidad o, al menos, los de mayor aceptación en el público, que suele ser lo más profesional. También es una cuestión generacional: otro estudio de PornHub muestra que los millennials (es decir, aquellos nacidos entre 1981 y 1996) son los que más consumen. Y todavía los varones jóvenes (salvedad: las mujeres más activas en el consumo de pornografía tienen un rango etario mayor, hasta los 50 o 55 años) son la fuerza dominante. En su mayoría, consumen vía teléfono celular (por debajo de los 35 años, en un 80,7%; de allí hasta 45 años, en un 67%), lo que explica, de paso, el auge del contenido breve, como en casi todo el espectro audivisual individual-hogareño. Estos datos muestran que, aunque desde su legalización en Occidente el porno se convirtió en un negocio superlativo, su producción va a terminar adaptándose al tipo de consumo. Y dados sus costos de producción y su validez internacional, una posibilidad para generar divisas sin pacaterías.

​ La industria de contenidos para adultos mueve cada año 100.000 millones de dólares; la Argentina se ubica en el puesto 16 en consumo pero en producción pierde contra las estrellas latinas  Cine 

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