“Pareció un terremoto”. El secuestro del avión etíope que acuatizó frente a un lujoso balneario y el pedido “imposible” de los captores
Madrugada del 23 de noviembre de 1996. El vuelo 961 de Ethiopian Airlines despegó minutos después de la medianoche desde Addis Abeba, la capital de Etiopía, con destino final a Abiyán, la ciudad m{as grande de Costa de Marfil. A bordo del Boeing 767-260ER viajaban 175 personas, entre pasajeros y tripulación. El plan de vuelo incluía tres escalas: Nairobi, en Kenia; Brazzaville, en Congo; y Lagos, en Nigeria. Pero aquel itinerario se rompió de inmediato. Y lo que comenzó como una travesía regular, pronto se convirtió en una pesadilla que se extendería hasta que aparecieran los primeros rayos de sol.
Quince minutos después de despegar, tres hombres tomaron el control de la cabina del avión. Uno de ellos empuñaba un hacha pequeña, aparentemente la que se guardaba en el avión para uso de emergencia. Otro corría entre los pasajeros con un pequeño matafuegos en su mano. El tercero repetía: “Tengo una bomba”. Nadie pudo verla, pero él aseguraba que la tenía. Tiempo después, distintos testigos coincidieron en que, en realidad, tenía una botella de licor abierta.
A los gritos, se presentaron como “revolucionarios etíopes” y avanzaron hacia la cabina de los pilotos levándose puesto todo lo que encontraron en su camino. Antes de hacer alguna petición, golpearon al copiloto, Yonas Mekuria, de 35 años.
Era la decimoséptima vez en seis años que revolucionarios etíopes participaban de un secuestro aéreo. Desde 1991, cuando el régimen comunista de Mengistu Haile Mariam fue derrocado por partidarios de Meles Zenawi, se multiplicaron los actos terroristas en Etiopía. Según Bisrat Alemu, un pasajero etíope, los secuestradores hicieron un anuncio en amárico, uno de los idioma oficiales de Etiopía.
Dijeron: “Nos escapamos de la prisión. Estamos en contra del gobierno. Estamos secuestrando el avión. Tenemos un explosivo. Si alguien se mueve, lo haremos explotar”.
Luego le exigieron al piloto que desviara el vuelo hacia Australia. Ignoraban cuestiones básicas de la aviación como, por ejemplo, las limitaciones en cuanto a la autonomía de una nave. El Boeing había cargado combustible para un viaje regional, de ninguna manera podría llegar hasta Oceanía. Era imposible. Pero los revolucionarios pedían eso, obstinadamente. Se dice que querían solicitar asilo político allí. Otras versiones cuentan que simplemente querían probar suerte en un país angloparlante.
El capitán Leul Abate continuó advirtiéndoles que era imposible realizar semejante trayecto, pero ellos, completamente fuera de sí, no quisieron escuchar.
Abate era un piloto experimentado con una sólida trayectoria en la aerolínea africana, en la cual volaba desde 1980. Su experiencia y conocimiento jugaron un papel crucial en su intento de manejar ese vuelo en circunstancias extremas.
En esa época, Ethiopian Airlines no tenía una flota tan grande como la que posee hoy en día, y por algún capricho del destino, varios de los secuestros aéreos involucraron al mismo hombre. Antes de 1996, Leul había sido secuestrado dos veces mientras pilotaba, siendo obligado a volar a Kenia y Sudán, respectivamente. En ninguno de los incidentes hubo heridos, pero ambos palidecen en comparación con lo que estaba por venir.
En ese momento, tomó una decisión: volar a lo largo de la costa africana, esperando que eventualmente los secuestradores entendieran la situación o que se abriera alguna oportunidad para aterrizar el avión de manera segura. Pero la postura de los criminales no cambiaba. Y mientras tanto, el combustible se agotaba.
Unos minutos más tarde, la situación alcanzó un punto de no retorno. La obstinación de los secuestradores, que insistían en que el avión cruzara el vasto océano, y la desesperación del capitán Abate, que intentaba salvar las vidas de todos a bordo, crearon una combinación letal. Ante el aumento de tensión en la cabina de los pilotos y en el área de pasajeros, el capitán Abate, que tenía a los 3 terroristas gritándole en el oído, decidió dirigir el avión hacia las Islas Comoras, en la esperanza de que pudiera realizar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Moroni, la capital del archipiélago.
El piloto informó a los pasajeros de la situación y anunció que podrían terminar acuatizando en el océano. Insistió con la situación del combustible y le pidió a los secuestradores que lo dejaran aterrizar allí, en Moroni. Pero se negaron otra vez. A medida que la aeronave descendía hacia la costa de Gran Comora, quedó claro que el avión no alcanzaría el aeropuerto. Abate realizó una maniobra hacia el mar, intentando apoyar el aparato sobre el agua con el mayor control posible. Sin embargo la velocidad de descenso y la falta de potencia de los motores dificultaron el control total.
“Sabíamos que íbamos a morir”, dijo N. B Surti, uno de los pasajeros del vuelo. El piloto hizo lo que estaba a su alcance para guiar a la aeronave hacia una zona donde las olas fueran más bajas, aumentando así las probabilidades de supervivencia, que de por sí ya eran escasas. El Boeing 767 impactó en el agua a alta velocidad, relativamente cerca de la costa de las islas Comoras, ante el sombro de los turistas que observaron la escena.
Las escenas dentro del avión fueron de un caos absoluto, con pasajeros tratando desesperadamente de escapar de las garras de la muerte mientras el agua inundaba la cabina.
“Pensé que estaba muerto cuando llegamos al agua”, dijo Franklin Huddle, pasajero y sobreviviente. Huddle es un diplomático estadounidense. Por entonces, era Consul General en la India. Estaba en África de vacaciones con su esposa.
Los testigos que vieron la escena desde la orilla relataron que el Boeing golpeó el mar cuatro veces, volcándose al menos una vez. “El primer golpe fue muy suave. Luego el segundo fue muy duro. El tercero fue aún más difícil, como un accidente automovilístico a más de 100 kilómetros por hora. El último fue como un terremoto”, dijo Huddle.
Huddle sufrió graves cortes en piernas y pies. Él y su esposa lograron liberarse nadando de los restos del avión. Fueron evacuados a la isla Reunión en un transporte militar francés.
N.B Surti dijo que se abrió camino entre cadáveres flotantes para llegar a tierra. “Cinco o seis veces subí y bajé al agua. Tenía muchas ganas de sobrevivir. Luché contra todos los cuerpos y todo, y agarré una parte rota del avión. Poco a poco salí”, contó.
A bordo, el impacto masivo mató instantáneamente a numerosos pasajeros. Cualquiera que no estuviera asegurado fue lanzado violentamente hacia su muerte. Otros fueron destrozados por los escombros voladores, mientras que decenas de personas sobrevivieron al choque pero murieron ahogados dentro de la cabina que, dada vuelta, se llenó de agua en un instante. De hecho, el mar era tan poco profundo en el lugar del accidente que el fuselaje invertido del 767 permaneció visible por encima de la línea de flotación.
Solo los que fueron arrojados fuera del avión o que lograron nadar a través de los escombros, cuerpos y el oleaje agitado, escaparon con vida. Se cree que un gran número de pasajeros sobrevivió al impacto pero se ahogaron ya que inflaron sus chalecos salvavidas dentro de la cabina y eso les impidió nadar hacia las puertas de salida invertidas.
El piloto, Leul Abate, de 42 años, sufrió heridas en la cabeza pero sobrevivió. Más adelante, desde su cama en el hospital, relató a los periodistas que había tres secuestradores y que querían ir a Australia pero que no exigían más. “Los secuestradores querían hacer historia”, dijo Abate.
El accidente ocurrió a poca distancia de la costa de Mitsaumiuti, una pequeña localidad en la isla de Gran Comora. Los turistas del cercano hotel Galawa, que habían presenciado el impacto desde la playa, se lanzaron al agua para tratar de ayudar a los sobrevivientes. Entre ellos se encontraban 20 médicos franceses que estaban en el hotel por un congreso y que rápidamente se unieron a los esfuerzos de rescate. La llegada de la noche, sin embargo, complicó las operaciones de búsqueda y el fuerte oleaje hizo que la tarea de recuperar los cuerpos fuera más difícil aún.
Sin embargo, a pesar de las difíciles condiciones, 52 personas fueron rescatadas con vida. Pero hubo otras 123 personas murieron en el desastre. Entre los fallecidos estaban los tres secuestradores.
Posteriormente, Abate reflexionó acerca de lo cerca que estuvo de morir. “Al principio creí que se trataba de un auténtico secuestro, pero cuando supieron que era imposible aterrizar, creo que se convirtió en un suicidio”.
Tanto Abate como Yonas continuaron volando para Ethiopian Airlines hasta su retiro. Abate recibió el Premio al Profesionalismo en la Seguridad de Vuelo de la Flight Safety Foundation, aunque él siempre insistió en que Yonas, quien luchó contra los secuestradores mientras él aterrizaba el avión, era el verdadero héroe. Por supuesto, no cabe duda de que ambos jugaron un papel crucial.
En cuanto a las identidades y motivaciones de los secuestradores, se sabe muy poco. El gobierno etíope los identificó como tres ciudadanos etíopes: Alemayehu Bekeli Belayneh, Mathias Solomon Belay y Sultan Ali Hussein, señalando que dos de ellos eran graduados de secundaria desempleados y el tercero era enfermero, sin proporcionar más información al respecto.
El 23 de noviembre de 1996, hace exactamente 28 años, ocurrió uno de los accidentes aéreos con registro más impactante Lifestyle
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