Parar la función
La ballena es un drama intimista, con un clima muy particular reforzado por una ambientación y una iluminación sugerentes.
Homónima de la película protagonizada por Brendan Fraser, la obra que se representa en la sala Pablo Picasso del Complejo La Plaza tiene a Julio Chávez, en el papel central de Charly, un profesor de literatura que enseña a distancia. Es que después de haber perdido a su pareja se ha encerrado en la soledad de su casa mientras la obesidad mórbida avanza sobre su cuerpo y apenas puede moverse. En medio de ese dejarse morir lentamente suelta sabias reflexiones y valiosas autocríticas cuando lo visitan Liz, su amiga y asistente; un joven misionero, su hija adolescente y su exmujer.
Lo que pasa sobre el escenario merece concentración y silencio por parte del público. Aunque no siempre es posible. Al menos no es lo que ocurrió la noche que presencié la función. Tantas veces interfería el sonido de un celular, que Chávez debió interrumpir la representación para pedir que lo apagaran. El móvil de la señora que estaba a mi lado, y que también emitía ruiditos intermitentes, confesó que no sabía mutearlo. ¿Para qué llevan celulares al teatro si no saben dominarlos y silenciarlos?
La ballena es un drama intimista, con un clima muy particular reforzado por una ambientación y una iluminación sugerentes. Homónima de la película protagonizada por Brendan Fraser, la obra que se representa en la sala Pablo Picasso del Complejo La Plaza tiene a Julio Chávez, en el papel central de Charly, un profesor de literatura que enseña a distancia. Es que después de haber perdido a su pareja se ha encerrado en la soledad de su casa mientras la obesidad mórbida avanza sobre su cuerpo y apenas puede moverse. En medio de ese dejarse morir lentamente suelta sabias reflexiones y valiosas autocríticas cuando lo visitan Liz, su amiga y asistente; un joven misionero, su hija adolescente y su exmujer. Lo que pasa sobre el escenario merece concentración y silencio por parte del público. Aunque no siempre es posible. Al menos no es lo que ocurrió la noche que presencié la función. Tantas veces interfería el sonido de un celular, que Chávez debió interrumpir la representación para pedir que lo apagaran. El móvil de la señora que estaba a mi lado, y que también emitía ruiditos intermitentes, confesó que no sabía mutearlo. ¿Para qué llevan celulares al teatro si no saben dominarlos y silenciarlos? Opinión
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