“No debemos llegar allá”. Secuestraron a su hijo y a su marido, pero ella logró escapar con su hija y un bebé en brazos por un golpe de suerte

Un 7 de octubre de 2023, hace exactamente dos años, las fuerzas gobernantes de Palestina, el grupo Hamás, asentado en la Franja de Gaza, cruzó la frontera, invadió las comunidades sureñas de Israel y desplegó uno de los capítulos más sangrientos en su historia, que se extiende hasta la actualidad y deja un saldo de víctimas inocentes en todas las regiones involucradas.
Uno de los episodios más recordados de ese momento fue el ataque a nivel global fue el que perpetraron contra los jóvenes en un festival de música multitudinario que se organizó en el kibbutz de Re’im, en el desierto de Neguev —a cinco kilómetros de la valla que separa a Israel de Gaza—, cuando las fuerzas de Hamás entraron, asesinaron a 360 jóvenes, y otros tantos fueron tomados como rehenes.
Eran las 6.30 de un sábado, del Sabbat, cuando las alarmas en los distritos del sur empezaron a sonar. En el kibbutz Nir Oz, a siete kilómetros de la Franja, las sirenas alertaron a la población: debido a la cercanía con Gaza la región sufre constantes ataques, por lo que cada casa cuenta con refugio antiaéreo, el llamado “cuarto seguro”. La familia de Batsheva Yahalomi era una de las tantas que residía en esa zona. Y como todas, tras los primeros sonidos de atención corrieron a resguardarse. Su historia está plagada, como todas las historias, de azar, de golpes de mala y mejor suerte. De hecho, hoy Paramount estrena la serie Red Alert, que narra, a través de cuatro capítulos, la vida de esta madre, entre otras.
Batsheva recordó, en muchas ocasiones, los ruidos de alarmas, de misiles. Los habitantes del kibbutz saben qué hacer ante esta situación, están preparados. La familia de cinco —Batsheva, su marido Ohad, su hijo Eitan, que entonces tenía 12 años, su hija Yaël, de 10, y una bebé de dos años— se dirigió al “cuarto seguro”. Pero la cerradura fallaba y no pudieron trabar la puerta desde adentro. Luego de horas de tensión, Ohad decidió hacer lo único que podía en ese momento: cerrarla desde afuera, salir del “cuarto seguro”, exponerse para proteger a su familia.
“Enseguida nos dimos cuenta de que estaba pasando algo más. Los chicos escucharon las voces afuera, estaban aterrorizados, estresados. Eitan, que sufre de ansiedad, quedó paralizado. Incluso, en un momento, se durmió, porque su cuerpo no podía soportar la tensión. Llegó a decirme: ‘Mamá, cuando todo esto termine quiero mudarme a Suiza’”, contó Batsheva en su momento.
Ohad tomó un arma personal que tenía en la casa y se plantó en la puerta del “cuarto seguro”. Hizo guardia. Pero a las 10 de la mañana, un par de terroristas —ya habían tomado el kibbutz— entraron a la casa, le dispararon en una pierna y abrieron el cuarto en donde se escondían los demás. “Mis tres hijos y yo estábamos sentados juntos. Empezaron a gritarnos, a apuntarnos, hablaban en árabe, pero también nos gritaron ‘come, come!’ en inglés. Entendí que nos querían llevar juntos. Los chicos me preguntaban qué querían, y yo les dije que nos querían secuestrar”, recordó.
Actos de valentía
Batsheva actuó con valentía en más de una oportunidad. Primero, le dijo a sus hijos que empezaran a gritar: “Quería demorar lo más posible, porque creía que el ejército estaba en el kibbutz, y que quizás nos iban a escuchar. Les dije que gritaran, y ellos gritaron un poco. Al final, tras evadir lo más posible la situación, uno de los terroristas nos apuntó con el arma y me dijo: ‘Yo disparo’, lo que no nos dejó más alternativas. Salimos del cuarto seguro”. Nadie los había escuchado.
Afuera vieron a Ohad sentado en el piso y sangrando. Les habló. Les dijo que los amaba y que tenían que ir con ellos, con los terroristas. Ella intentó dejarle su bebé, se lo puso en los brazos, tenía la esperanza de, aunque sea, salvarla a ella. “Pensé que la iban a dejar ahí, pensé que iban a dejar a Ohad ahí también, y que eso iba a ser todo. Pero cuando le di a la bebé, uno de los terroristas la agarró, me la devolvió y nos empujó afuera. No me permitieron dejarla”, aseguró.
La subieron a ella y a su hija Yaël en una moto, a Eitan y al bebé en otra, en donde también viajaba un secuestrado tailandés que trabajaba en el kibbutz. La bebé empezó a llorar. Quizás ese fue, en parte, uno de los golpes de “suerte” para ellas: se la pasaron a Batsheva, y ese llanto terminaría por salvarlas a las tres.
“Empezamos a cruzar el kibbutz hacia Gaza. Era una imagen difícil de ver, pero lo más asombroso era la cantidad de terroristas que había. Una visión surrealista, salíamos como si estuviéramos en el Éxodo [por el libro de la Biblia]. Saquearon todo lo que pudieron. Había chicos que caminaban con televisores en los hombros, hordas de terroristas conduciendo tractores, manejando las motonetas de movilidad de los adultos mayores. Se llevaron todo lo que pudieron”, rememoró.
En su mente, solo un pensamiento: “No debemos llegar allá”. Otro paso en una suerte accidentada: pocos metros antes de la frontera, aparecieron dos tanques de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que atravesaban el campo. La moto en la que viajaba Batsheva y sus dos hijas derrapó y volcó. Uno de los terroristas intentó agarrarlas y llevarlas con él, pero Batsheva aprovechó la confusión del momento y corrió. Las tres corrieron. Mientras corría por su libertad, para salvar a sus hijas, vio a Eitan sobre la moto de sus captores que seguían camino a Gaza. ¿Qué se supone que debe hacer una madre en esa situación?
Intentó hacerle señas a los tanques del FDI, pero no la veían. Empezó a correr hacia campo abierto. “Estábamos descalzas, en piyama, y yo llevaba a la bebé todo el tiempo. En un punto nos cansamos, así que le dije a Yaël que nos acostáramos en el suelo y nos hiciéramos las muertas”. Se acostó, siempre con la bebé a cuestas, en ese actuar de muertos.
Aunque estaban lejos del camino principal, otros terroristas se acercaron a ellas. No tenían armas y le hablaban, le decían que fuera a Gaza, que Nir Oz estaba quemado, que estaban tiroteando, que allá no quedaba nada. Batsheva se animó a decir que no. Agarró a sus hijas y se alejó. Escapó una vez más. Se escondieron en el campo hasta que se encontró con un micro que llevaba soldados para combatir. Con ellos logró viajar a la parte norte del kibbutz.
Pérdida y recuperación
Ese día, Ohad desapareció de la casa, el último lugar en donde lo vio Batsheva, herido e intentando proteger la entrada. Se lo habían llevado, como a Eitan. En ese momento, contó: “Recibimos un mensaje del FDI de que Ohad y Eitan fueron secuestrados. Puse mi esperanza en eso, pese a que la situación era tan irreal. Esperaba que estuvieran juntos. Soñaba que estaban juntos, que Eitan no estaba solo, porque no le gusta dormir lejos de nosotros”.
Tuvo sentimientos encontrados: lamentó escapar, pensó que debía volver a Gaza para estar con su hijo y, a la vez, se alegraba de estar sana y salva con sus dos hijas, de que ellas no hubiesen sido secuestradas y tomadas como rehenes.
Finalmente, 52 días después de los ataques, Hamás liberó a Eitan como parte de una tregua. Esa vez regresaron, en su mayoría, niños y mujeres. En varias entrevistas, tras la vuelta de su hijo, aseguró que el niño seguía con pesadillas y que no había podido retomar su vida con normalidad.
“Primero lo golpearon, luego lo encerraron solo en una celda con barrotes y lo dejaron solo durante 16 días, bajo la custodia de hombres armados de Hamás —relató—. Lo obligaron a ver videos que, decían, habían filmado el 7 de octubre, y cuando lloró, lo amenazaron con una pistola”. Bajo vigilancia constante y en aislamiento, desconocía el paradero de su familia, y sus captores le dieron versiones contradictorias, sumiéndolo en una “terrible incertidumbre”.
Hasta febrero de este año, no conocía el paradero de su marido, pero mantenía la fe de que estuviera vivo. Cuando desapareció, le escribió una carta. El texto decía: “Ohadi, ha pasado tanto tiempo desde que estuviste con nosotros. Es difícil expresar las emociones, los pensamientos, las preocupaciones y los anhelos que nos acompañan todos estos días. Espero despertar de este sueño, de esta pesadilla que continúa desde ese día hasta ahora y que destruye mi paz mental. Pero me doy cuenta de que no es un sueño, es una realidad distorsionada, una herida sangrante que no podrá sanar mientras tú y los demás rehenes sigan allí. Duele muchísimo”.
El 26 de febrero de 2025, un año y cuatro meses después de la invasión, Hamás entregó los cuerpos de cuatro rehenes israelíes, también en un intercambio programado en medio de un alto el fuego. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, se encargó de hacer pública la noticia, mediante la cual se supo que Ohad Yahalomi, de 50 años, había sido asesinado en Gaza.
Hay una entrevista, en un medio israelí, en donde se la ve a Yaël, la hija. Charla con la periodista y habla con la inocencia de los niños:
—¿La gente te dice que sos una heroína?
—Sí.
—¿Y qué sentís cuando te dicen eso?
—No siento nada.
—¿Por qué?
—Porque el verdadero héroe fue mi papá.
La historia de Batsheva Yahalomi es una de las que reproduce una miniserie ficcionada sobre el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 Lifestyle
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