Nadar contra la corriente​

No es fácil defenderse de acusaciones que ponen en tela de juicio la conducta de uno. Pero es más difícil defenderse contra una época. No son sólo acusaciones puntuales, denuncias que, deben tener curso legal así mujeres y hombres mencionados podemos demostrar nuestra verdad sobre tantas cosas que se dicen, sino del precio más alto que se paga: representamos nosotros lo que gran parte de la sociedad rechaza.

No me niego a defenderme, pero quiero también comprender ese sentimiento. La mayoría de los políticos me conocen. Me cuesta tener enemigos. Cultivo amistades con gente en la que no estoy “en la misma vereda”. Puedo ser amigo de empresarios del campo o de políticos que están en las antípodas del peronismo. Alguno me habrá visto visitar a mi amigo Esteban Bullrich. La política me dio demasiados beneficios en mi vida. Para mí, que fui hijo de una madre soltera, que aún con 60 años desconozco quién fue mi viejo, que a Dios gracias me rodeó el amor de una familia del corazón, la vida y la política fue generosa conmigo. Tuve hasta hoy una vida digna, llena de desafíos, rodeado de compañeros, de amigos. Y también, obviamente, los claroscuros de este camino: traiciones, golpes, caídas. No recuerdo si fue Raúl Alfonsín quien dijo que la política consiste en tirarle la honra a los perros.

Pues bien, se la tiro todos los días. Ando, camino, escucho puteadas, saludos, abrazos, debates. Quien me putea se gana un café. Porque me cuesta enojarme con las personas comunes sean de la clase que sean. Hay periodistas que me insultan, que tienen como hábito mentir y dar por sentado que cometí -junto a otros compañeros- delitos, robos, enriquecimiento. A esos periodistas muchas veces les escribo. Les ofrezco explicaciones, les pido que me inviten a sus programas a debatir en vivo. La mayoría de ellos son más veloces para descalificar al aire que para responder un Whatsapp.

A a la vez, me pregunto por qué se dan los nombres de los que ellos llaman “gerentes de la pobreza”, se acusa con nombre y apellido sin más pruebas que el prejuicio, pero nunca le preguntan, por ejemplo, al Presidente de la Nación, los nombres de los periodistas que él recurrentemente llama “ensobrados”. Sé que la mayoría de los periodistas son más que dignos, pero sí hay periodistas que se involucran en prácticas ilícitas, y sería sano saberlo. Igualdad y libertad de prensa ante todo y para todos. Conversación franca y debate. Soy de la vieja guardia: en la Argentina la mitad de las cosas se solucionan si tomamos más cafés entre nosotros. Somos de carne y hueso todos. Duelen los agravios. Pero es un precio que estoy dispuesto a pagar.

Pero a veces me siento un “general de escritorio”. Uno que representa a otros que ponen el cuerpo, que dejan el alma en zonas y lugares de barrios que la mayoría de nosotros prefiere no pisar. Si el ataque a los movimientos sociales termina en nosotros, los dirigentes, me lo banco. Pero si el ataque daña a otros que son los que levantan ollas para dar de comer, organizan cooperativas de trabajo, contienen a mamás de chicos adictos, entonces ahí digo: paremos la mano. La estadística fría dice que hay 37.500 comedores en todo el país. Esos son los que se pueden contabilizar, no sabemos cuántas ollas populares se arman cada noche, aunque sea para ofrecer una polenta. Algunos de esos periodistas, que juegan a ser inquisidores, ¿saben algo de esas vidas, de esas generaciones de chicos y chicas que ya son nietos de cartoneros, de esa esquina, de ese barrio?

Los movimientos sociales no nacieron solos. No son un complot para reproducir pobres. Son una consecuencia de la pobreza, no su causa. Son el fruto de una democracia en la que no todos comen, ni se curan, ni se educan. Más de 40 años en los que crecieron y se desplegaron más barrios humildes, donde el desempleo crece o crece la informalidad, donde hay inseguridad alimentaria. Si fueran capaces de exterminar hasta la última organización social, les tendría una mala noticia: nacerán nuevas organizaciones. Donde hay una necesidad… alguien organiza su demanda.

También es justo señalar que lo que muchos dirigentes de acá y allá que integran gobiernos desde 1983 hasta hoy, llevan adelante denuncias con respecto a las cuestiones sociales. Algunos lo hacen por desconocimiento, aunque imbuidos de buena fe. Y otros actúan con oportunismo y un doloroso cinismo. Y que hay jueces que con sensatez llevan adelante esas investigaciones, hay otros que juegan al espectáculo y al estigma.

A muchos de los dirigentes de las organizaciones sociales nos faltó el reflejo de exigirnos más y más transparencia. Rendir más y mejor las cuentas de todo lo que hicimos con los recursos públicos. Nos olvidamos de aquella máxima que dice: no solo hay ser, también hay que parecer.

Junto a otros compañeros dirigentes podemos ser los fusibles de este ataque. Pero será como matar al mensajero. No defiendo con pasión “mi persona”, defiendo con pasión el rol histórico que, con errores graves, con injusticias, con mil tropiezos, llevamos adelante. Los errores se pagan. Las acusaciones se aclaran. Pero las necesidades no se abandonan. Está de moda culpar al pobre de su pobreza. Y estigmatizar organizaciones es otra variación de ese mismo recurso. Así como desde 2001 fuimos parte de una corriente que pretendía reconstruir el lazo social con organización, sensibilidad y voluntad. Hoy nadamos contra otra corriente: la que puso de moda romper el lazo social, vuelve a construirse en el sentido común colectivo el “sálvese quien pueda”.

No obstante el fracaso de la política tradicional, la consolidación de diversas derechas en distintos lugares del mundo, de la derrota del peronismo, el radicalismo y el macrismo en la Argentina y el auge de Javier Milei, sigo creyendo que somos muchos los que apostamos a un gran acuerdo que con valor, sensatez, bien común y solidaridad definitivamente podemos reconstruir una Argentina más justa. Y eso se hace desde la sociedad civil, la comunidad organizada, la organización popular, desde las mayorías de esta patria. Sin líderes mesiánicos, ni líderes que solo piensan en su legado histórico, sino con liderazgos democráticos que subordinen su accionar al bienestar del conjunto del pueblo.

​ No es fácil defenderse de acusaciones que ponen en tela de juicio la conducta de uno. Pero es más difícil defenderse contra una época. No son sólo acusaciones puntuales, denuncias que, deben tener curso legal así mujeres y hombres mencionados podemos demostrar nuestra verdad sobre tantas cosas que se dicen, sino del precio más alto que se paga: representamos nosotros lo que gran parte de la sociedad rechaza.No me niego a defenderme, pero quiero también comprender ese sentimiento. La mayoría de los políticos me conocen. Me cuesta tener enemigos. Cultivo amistades con gente en la que no estoy “en la misma vereda”. Puedo ser amigo de empresarios del campo o de políticos que están en las antípodas del peronismo. Alguno me habrá visto visitar a mi amigo Esteban Bullrich. La política me dio demasiados beneficios en mi vida. Para mí, que fui hijo de una madre soltera, que aún con 60 años desconozco quién fue mi viejo, que a Dios gracias me rodeó el amor de una familia del corazón, la vida y la política fue generosa conmigo. Tuve hasta hoy una vida digna, llena de desafíos, rodeado de compañeros, de amigos. Y también, obviamente, los claroscuros de este camino: traiciones, golpes, caídas. No recuerdo si fue Raúl Alfonsín quien dijo que la política consiste en tirarle la honra a los perros.Pues bien, se la tiro todos los días. Ando, camino, escucho puteadas, saludos, abrazos, debates. Quien me putea se gana un café. Porque me cuesta enojarme con las personas comunes sean de la clase que sean. Hay periodistas que me insultan, que tienen como hábito mentir y dar por sentado que cometí -junto a otros compañeros- delitos, robos, enriquecimiento. A esos periodistas muchas veces les escribo. Les ofrezco explicaciones, les pido que me inviten a sus programas a debatir en vivo. La mayoría de ellos son más veloces para descalificar al aire que para responder un Whatsapp.A a la vez, me pregunto por qué se dan los nombres de los que ellos llaman “gerentes de la pobreza”, se acusa con nombre y apellido sin más pruebas que el prejuicio, pero nunca le preguntan, por ejemplo, al Presidente de la Nación, los nombres de los periodistas que él recurrentemente llama “ensobrados”. Sé que la mayoría de los periodistas son más que dignos, pero sí hay periodistas que se involucran en prácticas ilícitas, y sería sano saberlo. Igualdad y libertad de prensa ante todo y para todos. Conversación franca y debate. Soy de la vieja guardia: en la Argentina la mitad de las cosas se solucionan si tomamos más cafés entre nosotros. Somos de carne y hueso todos. Duelen los agravios. Pero es un precio que estoy dispuesto a pagar.Pero a veces me siento un “general de escritorio”. Uno que representa a otros que ponen el cuerpo, que dejan el alma en zonas y lugares de barrios que la mayoría de nosotros prefiere no pisar. Si el ataque a los movimientos sociales termina en nosotros, los dirigentes, me lo banco. Pero si el ataque daña a otros que son los que levantan ollas para dar de comer, organizan cooperativas de trabajo, contienen a mamás de chicos adictos, entonces ahí digo: paremos la mano. La estadística fría dice que hay 37.500 comedores en todo el país. Esos son los que se pueden contabilizar, no sabemos cuántas ollas populares se arman cada noche, aunque sea para ofrecer una polenta. Algunos de esos periodistas, que juegan a ser inquisidores, ¿saben algo de esas vidas, de esas generaciones de chicos y chicas que ya son nietos de cartoneros, de esa esquina, de ese barrio?Los movimientos sociales no nacieron solos. No son un complot para reproducir pobres. Son una consecuencia de la pobreza, no su causa. Son el fruto de una democracia en la que no todos comen, ni se curan, ni se educan. Más de 40 años en los que crecieron y se desplegaron más barrios humildes, donde el desempleo crece o crece la informalidad, donde hay inseguridad alimentaria. Si fueran capaces de exterminar hasta la última organización social, les tendría una mala noticia: nacerán nuevas organizaciones. Donde hay una necesidad… alguien organiza su demanda.También es justo señalar que lo que muchos dirigentes de acá y allá que integran gobiernos desde 1983 hasta hoy, llevan adelante denuncias con respecto a las cuestiones sociales. Algunos lo hacen por desconocimiento, aunque imbuidos de buena fe. Y otros actúan con oportunismo y un doloroso cinismo. Y que hay jueces que con sensatez llevan adelante esas investigaciones, hay otros que juegan al espectáculo y al estigma.A muchos de los dirigentes de las organizaciones sociales nos faltó el reflejo de exigirnos más y más transparencia. Rendir más y mejor las cuentas de todo lo que hicimos con los recursos públicos. Nos olvidamos de aquella máxima que dice: no solo hay ser, también hay que parecer.Junto a otros compañeros dirigentes podemos ser los fusibles de este ataque. Pero será como matar al mensajero. No defiendo con pasión “mi persona”, defiendo con pasión el rol histórico que, con errores graves, con injusticias, con mil tropiezos, llevamos adelante. Los errores se pagan. Las acusaciones se aclaran. Pero las necesidades no se abandonan. Está de moda culpar al pobre de su pobreza. Y estigmatizar organizaciones es otra variación de ese mismo recurso. Así como desde 2001 fuimos parte de una corriente que pretendía reconstruir el lazo social con organización, sensibilidad y voluntad. Hoy nadamos contra otra corriente: la que puso de moda romper el lazo social, vuelve a construirse en el sentido común colectivo el “sálvese quien pueda”.No obstante el fracaso de la política tradicional, la consolidación de diversas derechas en distintos lugares del mundo, de la derrota del peronismo, el radicalismo y el macrismo en la Argentina y el auge de Javier Milei, sigo creyendo que somos muchos los que apostamos a un gran acuerdo que con valor, sensatez, bien común y solidaridad definitivamente podemos reconstruir una Argentina más justa. Y eso se hace desde la sociedad civil, la comunidad organizada, la organización popular, desde las mayorías de esta patria. Sin líderes mesiánicos, ni líderes que solo piensan en su legado histórico, sino con liderazgos democráticos que subordinen su accionar al bienestar del conjunto del pueblo.  Opinión 

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