Melissa Gilbert contó que sufre una extraña condición neurológica que hizo que su vida fuera un calvario: “Pensaban que era grosera”
Si hay una estrella infantil que varias generaciones conocieron, esa es Melissa Gilbert. Desde que se trenzó el cabello para interpretar a la simpática y bondadosa Laura Ingalls, la actriz conquistó los corazones de grandes y chicos. Sin embargo, varias décadas después ella misma confesó que mientras se mostraba alegre y enfocada ante la cámara, dentro y fuera del set se encontraba librando una difícil batalla. La misma que, hace un tiempo, confesó llevar adelante Natalia Oreiro.
La actriz confesó este martes que ruidos corrientes como el que se produce al masticar, un golpeteo repetitivo, el chasquido de las uñas o incluso los aplausos, la sumen en un estado de desequilibrio que se parece bastante al de la ira. “Cuando filmaba escenas para La familia Ingalls que transcurrían en el aula de la escuela, si alguno de los niños mascaba chicle o comía o golpeaba la mesa con las uñas, yo quería salir corriendo”, le contó Gilbert a People. Y agregó: “Me ponía colorada como un tomate, se me llenaban los ojos de lágrimas y me quedaba sentada, sintiéndome absolutamente miserable y terriblemente culpable por sentir tanto odio hacia todas esas personas, personas a las que amaba”.
“Fue una parte realmente oscura y difícil de mi infancia”, reveló la actriz, que actualmente tiene 60 años. Pasarían décadas hasta que, finalmente, se enteraría de que su reacción a ciertos ruidos tenía un nombre, misofonía, y se debía a una discapacidad neurológica que lleva a quienes la padecen a experimentar respuestas emocionales, fisiológicas y conductuales fuertes y desagradables ante estímulos sonoros y, a veces, visuales.
“Lloré cuando descubrí que lo que me pasaba desde siempre tenía un nombre y que no me ocurría porque yo era simplemente una mala persona”, recordó Gilbert, quien se puso una meta: crear conciencia sobre la enfermedad junto con el Centro Duke para la Misofonía y la Regulación Emocional en la Facultad de Medicina de la Universidad de Duke.
La presunción de que su reacción desmedida tenía que ver con su falta de tolerancia o sus ganas de llamar la atención no fueron casuales. “Durante años, mi familia pensó que era una niña quisquillosa que miraba a mis padres, a mi abuela y a mis hermanos con los ojos llenos de odio. Pensaban que era una grosera y me sentía muy mal por eso. Y culpable, que es un componente enorme de la misofonía, porque es muy común que uno sienta culpa por esas ganas de pelear o de huir. Es un trastorno que realmente aísla”, explicó.
La actriz indicó que hasta sus hijos eran conscientes de que el simple acto de masticar podía hacerla enojar. “Yo hacía una señal con la mano, hacía que mi mano fuera como una marioneta y parecía que estaba masticando y luego la cerraba de golpe, ¡como si dijera ‘cierra la boca’!”, recuerda. “Mis pobres hijos pasaron toda su infancia conmigo haciendo esto. No les permitían comer chicle”, recordó.
Sus reacciones se volvieron aún más potentes al llegar a la menopausia. “Me volví más susceptible y, simplemente, me encontré arremetiendo contra los demás. Y eso comenzó a afectar la relación cotidiana con mis seres queridos”. La actriz indicó que hasta 2023 pensó que su condición no tenía cura, pero que su vida cambió cuando se enteró que sí existe un tratamiento. “Escribí al azar al Centro de Misofonía de Duke y dije: ‘Necesito ayuda. Por favor, ayúdenme’”, rememoró. Inmediatamente, recibió una respuesta del director de la institución, el doctor Zach Rosenthal, que le informó que podían ayudarla y que no estaba sola.
“Eso fue muy importante para mí”, indicó en la entrevista. Y contó que días después se enteró de que la terapia cognitivo-conductual es un tratamiento eficaz para la misofonía. Sin dudarlo, se sometió a 16 semanas de un tratamiento intensivo. “Es una cuestión emocional. Tiene que ver con la autorregulación y el autocontrol”, explicó Gilbert, e instó a otras personas que sufren esta enfermedad a evitar “soluciones mágicas”. “Me di cuenta de que podía capear estas olas, pero que no iban a desaparecer. Nunca van a irse. Pero ahora tengo todas estas herramientas que me permiten estar más cómoda y sentirme menos afectada. Me hizo sentir que tenía el control”, aseguró.
Por ejemplo, aprendió a reconocer que cuando se siente estresada, una de las primeras señales es que aprieta los pies. “Así que, en cuanto empiezo a sentirlo, relajo los pies”, explica. “Y una vez que tengo el control sobre mis pies, por alguna razón, puedo hacer todo lo demás”.
Gracias a las herramientas que aprendió en la terapia cognitivo conductual, “todos los que me rodean no tienen que andar con pies de plomo”, afirma. De hecho, la pasada Navidad les dio a sus hijos un regalo especial: paquetes de chicles para masticar sin miedo a su reacción. “Ha cambiado toda mi vida”.
La actriz de La familia Ingalls contó en una entrevista que debido a esta situación, su infancia fue un “momento oscuro” y que a lo largo del tiempo las relaciones con sus familiares, incluidos sus hijos, se vieron afectadas Personajes
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