Maruja Mallo, mítica y de avanzada​

Esas formas como de arlequines, el movimiento, la danza. Debo haberlo visto más de una vez, de la mano de mi abuela, mientras subíamos las escaleras del cine Los Ángeles, en medio de una marejada de chicos, más excitada por la película de Walt Disney que estaba por empezar que atenta al mural que cubría una de las paredes del edificio.

Y resulta que ahora, en la penumbra de una de las salas del Centro Cultural de la Cooperación, veo la proyección de ese mismo mural y algo, un eco de la infancia, se agita mientras la creadora de esa pieza, la artista gallega Maruja Mallo –porque el encantamiento funciona, y Mallo realmente se hace presente a través de la voz, los gestos y el cuerpo de la actriz Cecilia Hopkins– comenta, con una ironía que no niega el dolor, que al día de hoy en el lugar donde estuvo su mural se extienden las lisas paredes de un Burger King.

La obra teatral se llama Marúnica. Reportaje a una pintora española y es una de esas pequeñas maravillas que cada tanto nos recuerdan que el arte es civilización y la civilización nuestro único, posible, oxígeno.

Adelantada entre los adelantados, Maruja hacía de sí misma una declaración de principios: “sobresalir y sobrevivir”

Periodista, investigadora de Antropología teatral y actriz, Hopkins escribió el texto: un monólogo que es, a la vez, un delicado recorrido por la vida de Maruja Mallo (Viveiro, 1902-Madrid, 1995), un diálogo entre voces –la Maruja adulta, la Maruja joven y una Maruja muy niña– y un entretejido de textos donde tanto aparecen citas a poemas de Raúl González Tuñón como cancioncillas populares o fragmentos de algún artículo periodístico.

La dirección de Ana Alvarado, la poética de la puesta en escena, el vestuario, la incorporación de un títere y la proyección de fotos y obras de una artista cuyo fulgor fue más bien tardíamente recuperado: asistir a Marúnica (cuya última función se realizará este viernes a las 20.30) tiene algo de ese ritual que solo el teatro se puede permitir: ingresar en un espacio diferente, dejarse llevar por sombras y luces, celebrar la textura, los tonos, la respiración de la palabra y el modo en que entreteje sentido. “Yo pinté naturalezas vivas…nunca comprendí yo las naturalezas muertas, los bodegones…yo pinté el mundo de los líquenes, de las algas, los ciclos de las cosas vivas”, dice Hopkins-Maruja, al tiempo que algunas de esas obras –hijas de la modernidad y las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX– emergen, fantasmáticas, en la sala. Varias de ellas (en versión original desde ya) seguramente formen parte de la retrospectiva que hasta marzo de 2026 se exhibirá en Madrid, en el Museo de Arte Reina Sofía.

Mallo fue una de las “Sin sombrero”, mujeres que en los años 20 desafiaron a la pacata sociedad madrileña saliendo a la calle sin nada que les cubriera la cabeza. Amiga de los jóvenes ligados a la Residencia de Estudiantes (Lorca, Dalí, Buñuel), Mallo creó una obra que fue reconocida por los surrealistas franceses, respaldada en España por José Ortega y Gasset y, en la Argentina –donde residió 25 años–, por Victoria Ocampo y diversas figuras del arte y la literatura.

Adelantada entre los adelantados, Maruja hacía de sí misma una declaración de principios: “sobresalir y sobrevivir”; ser fieramente autónoma, libre en el maquillaje, en la vestimenta, y en el gusto de amar a quien y a cuántos desease. “Aquella muchacha pintora era extraordinaria, bella en su estatura, aguda, con cara de pájaro y llena de irónico humor –escribió Rafael Alberti–. De la mano de Maruja recorrí tantas veces las galerías subterráneas que ella, de manera genial, comenzó a revelar en sus lienzos”.

En septiembre de este año, a iniciativa del colectivo Galegas na Diáspora, se colocó una placa en el antiguo cine Los Ángeles para recordar el mural junto al que tantos pasamos de chicos. A cuadras de ese lugar, en una sala de teatro, su autora sigue viva.

​ Esas formas como de arlequines, el movimiento, la danza. Debo haberlo visto más de una vez, de la mano de mi abuela, mientras subíamos las escaleras del cine Los Ángeles, en medio de una marejada de chicos, más excitada por la película de Walt Disney que estaba por empezar que atenta al mural que cubría una de las paredes del edificio.Y resulta que ahora, en la penumbra de una de las salas del Centro Cultural de la Cooperación, veo la proyección de ese mismo mural y algo, un eco de la infancia, se agita mientras la creadora de esa pieza, la artista gallega Maruja Mallo –porque el encantamiento funciona, y Mallo realmente se hace presente a través de la voz, los gestos y el cuerpo de la actriz Cecilia Hopkins– comenta, con una ironía que no niega el dolor, que al día de hoy en el lugar donde estuvo su mural se extienden las lisas paredes de un Burger King.La obra teatral se llama Marúnica. Reportaje a una pintora española y es una de esas pequeñas maravillas que cada tanto nos recuerdan que el arte es civilización y la civilización nuestro único, posible, oxígeno.Adelantada entre los adelantados, Maruja hacía de sí misma una declaración de principios: “sobresalir y sobrevivir”Periodista, investigadora de Antropología teatral y actriz, Hopkins escribió el texto: un monólogo que es, a la vez, un delicado recorrido por la vida de Maruja Mallo (Viveiro, 1902-Madrid, 1995), un diálogo entre voces –la Maruja adulta, la Maruja joven y una Maruja muy niña– y un entretejido de textos donde tanto aparecen citas a poemas de Raúl González Tuñón como cancioncillas populares o fragmentos de algún artículo periodístico.La dirección de Ana Alvarado, la poética de la puesta en escena, el vestuario, la incorporación de un títere y la proyección de fotos y obras de una artista cuyo fulgor fue más bien tardíamente recuperado: asistir a Marúnica (cuya última función se realizará este viernes a las 20.30) tiene algo de ese ritual que solo el teatro se puede permitir: ingresar en un espacio diferente, dejarse llevar por sombras y luces, celebrar la textura, los tonos, la respiración de la palabra y el modo en que entreteje sentido. “Yo pinté naturalezas vivas…nunca comprendí yo las naturalezas muertas, los bodegones…yo pinté el mundo de los líquenes, de las algas, los ciclos de las cosas vivas”, dice Hopkins-Maruja, al tiempo que algunas de esas obras –hijas de la modernidad y las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX– emergen, fantasmáticas, en la sala. Varias de ellas (en versión original desde ya) seguramente formen parte de la retrospectiva que hasta marzo de 2026 se exhibirá en Madrid, en el Museo de Arte Reina Sofía.Mallo fue una de las “Sin sombrero”, mujeres que en los años 20 desafiaron a la pacata sociedad madrileña saliendo a la calle sin nada que les cubriera la cabeza. Amiga de los jóvenes ligados a la Residencia de Estudiantes (Lorca, Dalí, Buñuel), Mallo creó una obra que fue reconocida por los surrealistas franceses, respaldada en España por José Ortega y Gasset y, en la Argentina –donde residió 25 años–, por Victoria Ocampo y diversas figuras del arte y la literatura.Adelantada entre los adelantados, Maruja hacía de sí misma una declaración de principios: “sobresalir y sobrevivir”; ser fieramente autónoma, libre en el maquillaje, en la vestimenta, y en el gusto de amar a quien y a cuántos desease. “Aquella muchacha pintora era extraordinaria, bella en su estatura, aguda, con cara de pájaro y llena de irónico humor –escribió Rafael Alberti–. De la mano de Maruja recorrí tantas veces las galerías subterráneas que ella, de manera genial, comenzó a revelar en sus lienzos”.En septiembre de este año, a iniciativa del colectivo Galegas na Diáspora, se colocó una placa en el antiguo cine Los Ángeles para recordar el mural junto al que tantos pasamos de chicos. A cuadras de ese lugar, en una sala de teatro, su autora sigue viva.  Cultura 

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