Margarita Bali, la maga de la danza que estudió física, vivió la psicodelia de los 70 en California y vuelve a bailar a los 81
En una vieja y hermosa casona de Colegiales, rodeada de edificios en construcción en altura que atentan brutalmente con la identidad barrial, está el taller/laboratorio/sala de la bailarina y coreógrafa Margarita Bali, esa dama de 81 años que es una pieza vital y clave en el devenir de la danza contemporánea de nuestro país. Desde esta semana, con la obra Juego del tiempo, que dirige junto con Gerardo Litvak, revisita su expansiva trayectoria en la sala Luisa Vehil, del Teatro Nacional Cervantes. Luego de recordar sus obras iniciales termina bailando un tema de Paul Butterfield Blues Band, banda que escuchaba en un bar clave de la contracultura de California en plena época de la psicodelia. En aquellos tiempos, fines de los años 60, ella y su esposo, un físico de renombre, estudiaban en la Universidad de Berkeley hasta que decidieron volver a Buenos Aires en un Peugeot 404 junto con Valentina, la hija de ambos, de cuatro años. El primer día de ese periplo de dos meses, Valentina preguntó: “Ma, ¿cuándo llegamos?”.
Así como en el escenario recupera secuencias de movimientos de viejas obras suyas, lo mismo sucede cuando para las fotos de esta nota se sienta en una silla que usó en tal puesta u otra. Cierra los ojos unos segundos como exprimiendo a su memoria e inmediatamente después vuelve a transitar los movimientos de brazos y piernas que alguna vez repitió en grandes escenarios locales o europeos.
Margarita Bali es una maga, así de sencillo. Cada vestuario, cada objeto, cada silla desparramada por la casa/jardín que alguna vez fue su casa tienen sus historias, que ella activa con un cerrar y abrir de ojos como si fuera lo más natural del mundo. Así es la naturaleza de esta dama que fue una de las fundadoras del grupo de Nucleodanza, la que hizo el primer mapping a gran escala sobre la fachada de un edificio histórico, una de las encargadas de las coreografías de la película Tango, el exilio de Gardel, una de las pioneras de la videodanza, una de las gestoras del ciclo Danza Abierta en tiempos de la dictadura y quien siempre defendió el lugar de la danza contemporánea dentro de las políticas culturales a nivel estatal.
“Muchas veces encontrás ideas dentro del desorden, no hay que tenerle miedo al desorden”, dice al pasar, mientras observa la infinidad de objetos que la rodean. ¿Ves? Las esculturas esas que están colgando son del tiempo de cuando trabajaba con resina. Las hice cuando vivía en los Estados Unidos, en donde tenía mi taller y llenaba mi casa de esos objetos de formas simples, de escaleras con cambios de color interno. Al volver a la Argentina, incluso, las presenté en el Museo Nacional de Bellas Artes. Pensé que iba por seguir esa línea de trabajo artístico pero, al poco tiempo, me lo olvidé y no hice nunca más nada en resina. Cosas de la vida; retorné al Bellas Artes hace poco, cuando presenté mi libro Universo Bali en una lindísima sala”.
-A juzgar por tus obras, las escaleras te atraen, se repiten en tu producción.
-Sí, en la obra que presentamos en el Cervantes también aparecen. Todo lo que es espacial me fascina. Como también me gustan las especies acuáticas o toda mi etapa galáctica, de cuando me presenté al concurso de Gyula Kosice y me metí en la NASA a ver las fotos espaciales a las cuales les puse cuerpos humanos navegando esos espacios. Producto de esa investigación monté Galaxias, con el Ballet del Teatro San Martín.
-Hay muchas etapas en tu producción artística, pero hay una previa: tus estudios en Ciencias Exactas en la UBA. ¿Cómo es que alguien de la ciencia dura pega el volantazo hacia las artes del movimiento?
-Tampoco es tan raro. En Exactas aprendés a resolver problemas y ese método de trabajo lo podés aplicar a otras cuestiones. Cuando entré en etapa galáctica, por llamarlo de algún modo, empecé a estudiar los agujeros negros. Traté de entenderlo, no pude; pero siempre me atrajeron. ¿Significa que las estrellas se meten ahí? No lo sé, pero pensarlo me inquieta. Yo me había recibido de bióloga en la Universidad de Berkeley, California. Venía de cursar tres años en la UBA y me faltaban validar materias como historia y cultura americana, así fue como me anoté en infinidad de concursos de diseño, de cultura, de educación física.
-Vos ya tenías tu pasado como atleta.
-Sí, practicaba salto en alto, en largo y carrera de 100 metros con vallas, que me encantaba. En medio de los cursos que fui tomando en los Estados Unidos me metí en uno que explicaba qué era la danza contemporánea. Cuando lo terminé, la típica: tuve que presentar un trabajo final. Llamé a cuatro, los empecé a mover, le puse música y me di cuenta que eso me fascinaba. Después de esa experiencia me metí en otro de danza clásica, que me costó muchísimo aún porque ya era grande para empezar con la clásica; pero me quedó en claro que algo me pasaba con el cuerpo.
-¿Por que te volviste a Buenos Aires?
-En verdad, tendrías que preguntarme por qué me fui [ríe]. Es un tanto complicado. Yo me casé con mi profesor de física, lo confieso [pone gesto de picardía]. Daba la materia Electricidad y magnetismo y se nota que aprendí bien, que hubo magnetismo entre nosotros. Al tiempo de que yo aprobara la materia, él ganó una beca para un posgrado en Berkeley y me propuso ir juntos. Nos casamos, fue todo muy rápido, y nos fuimos a los Estados Unidos. La beca del Conicet era por dos años, pero vino la Noche de los Bastones Largos…
Historia de ida y de vuelta
La Noche de los Bastones Largos remite a la fatídica noche del 29 de julio de 1966, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, cuando la policía entró a cinco facultades de la UBA para desalojarlas, dejando un tendal de 400 estudiantes y profesores heridos y/o detenidos. Todos los decanos y unos 1400 docentes renunciaron a sus cargos. Unos 300 científicos abandonaron el país. “Obviamente, no volvimos”, dice Margarita. “Yo continué mi especialización en fisiología mientras que bailaba todo el tiempo. Llegado un momento, me tomé un año sabático en la universidad y nunca volví. En 1972, cuando ya había bailado en escenarios con mis dos primeras obras que eran muy escultóricas, volvimos para ver cómo estaban las cosas. La mudanza definitiva fue en 1974″.
-No fue, tal vez, el mejor momento histórico, a juzgar porque lo sucedido dos años después.
-Lo sé, pero era difícil saberlo entonces. Nosotros nos volvimos muy contentos, manejando el Peugeot 404 desde California. Valentina, nuestra hija que en ese momento tenía unos cuatro años, el primer día del viaje me preguntó: “Ma, ¿cuando llegamos?”. Tardamos casi dos meses. Varias veces nos quedamos varados en Bolivia por las crecidas de los ríos por la lluvia.
-Tremendo viaje.
-Fue hermoso. Llegamos y al poco tiempo estaba por hacer un espectáculo en un sala, pero murió Juan Domingo Perón y se postergó. Todo era un caos. A los dos meses, a mi marido, Narén Bali, lo echaron de la cátedra en la UBA. No era político ni nada, pero se volvieron a meter con la gente de Exactas. La idea de volver a los Estados Unido después de semejante viaje en el Peugeot, después de haber vendido tu casa, ya no daba. Fue un golpe duro, pero no teníamos ganas de volver a empezar. Mi marido era el presidente de la Asociación Física Argentina, pero terminó trabajando en Techint. Estuvimos 50 años en pareja, falleció hace dos años. Diría que eso de la electricidad y el magnetismo se mantuvo a pleno a lo largo del tiempo. Él se había casado con una científica y terminó con alguien que hacía mil cosas distintas, pero siempre estuvo a mi lado. En paralelo, empecé a estudiar con Ana Kamien y para el cierre del curso nos volvieron a encargar un trabajo final. En el grupo estaba Susana Tambutti quien estudiaba arquitectura. Hizo, como correspondía por su formación, una baile dentro de un cubo que me encantó. Nos hablamos y al tiempo, 1984, armamos el grupo Nucleodanza junto a Ana Deutsch.
-Nucleodanza fue un grupo icónico como años después lo fueron El Descueve y los Krapp, pero ninguno llegó a tener 25 años de vida.
-En aquel momento fuimos tres chicas que nos juntamos a bailar. Y nos fue bien, durante 10 años hicimos todas las temporadas giras de un mes y medio por Europa. Volvíamos ya pensando en la próxima obra. No teníamos subsidio ni nada de esas cuestiones, dependíamos solamente del cachet que nos pagaban.
-Tu trabajo junto a Tambutti como coreógrafa de la película Tangos, el exilio de Gardel, de Pino Solanas, ¿fue nudal en tu proceso de mixturar la danza con el video?
-No en esos términos, pero sí muy interesante eso de ver ae manejo de la cámara de Pino en relación con lo coreográfico. Él nos hacía diseñar el movimiento según el tipo de plano. Todo ese proceso en mí despertó cierta curiosidad de cómo filmar la danza. A eso se sumó el famoso curso para coreógrafos que dictó el director de cine Jorge Coscia, en 1993. Eso nos abrió un panorama muy rico de cómo la danza se filmó para películas como West Side Story y tantas otras. Como era costumbre, había que terminar con un ejercicio y yo hice así mi primera pieza de videodanza que se llamó Paula en suspenso, con Paula de Luque. Al año siguiente hice otras dos obras, Asalto al patio y Dos en la cornisa, ambientadas en la Biblioteca Nacional y en las terrazas del Cultural Recoleta.
-En esa deriva, la videodanza entraba en diálogo la intervención de espacios no convencionales. En el marco del FIBA de 2005 montaste Pizzurno pixelado, un mapping que tomaba la fachada del Ministerio de Educación.
-Fue todo un proceso. Primero, imaginar a los bailarines por fuera de un escenario tradicional. Me divirtió mucho salir a filmar en la ciudad como en medio de entorno naturales que hice en Uruguay.
-En perspectiva, Pizzurno pixelado fue el primer mapping; lo hiciste vos, alguien que no es una nativa digital.
-Fue increíble aquello, y lo hice yo sola sin saber mucho. Fue un trabajo de hormiga, totalmente artesanal cuando la tecnología era otra. ¡Se tardaba ocho horas en renderizar una imagen!
-Dos años atrás, en la Bienal de Performance, te presentaste en el Teatro Colón evocando secuencias coreográficas de obras tuyas. Ahora, en el Cervantes, volvés a bailar. ¿Cómo es recuperar el movimiento de tu cuerpo?
-En lo del Cervantes no se puede dejar de hablar de Gerardo Litvak, que fue bailarín de mis obras y de Nucleodanza. Cuando di una charla en el teatro Rosetti sobre el grupo, ahí estuvo Gerardo, quien me terminó proponiendo hacer algo juntos incorporando mi pasado artístico. Quería que yo bailara, lo cual me hizo pensar que Gerardo estaba loco. Pero empezamos acá, en el taller, haciendo movimientos muy simples, indagando en mis primeras obras. La dirección de él fue vital. En Juego del tiempo se recorre algo de Nucleodanza, de los períodos del agua, de las galaxias, de lo arquitectónico. Y hay un final que es más personal ya que Gerardo me propuso que eligiera yo una música para que bailara.
Chica de California
– ¿Se puede saber cuál es el tema?
-Sí, es East-West de Paul Butterfield Blues Band, de los años 70. No me costó la elección. Cuando vivíamos en Berkeley escuchábamos muchas bandas. Veíamos a Janis Joplin, a los Creedence Clearwater Revival como a Paul Butterfield. Todas esas bestias podían estar juntas una misma noche. Yo era joven…
– ¿Una joven ingenua? Cuesta creerlo.
-Era una ingenua bióloga cuyo marido me llevaba a ver esas cosas al Fillmore West, el sitio del momento. Al principio no entendía nada, pero me daban ganas de bailar en medio de esas proyecciones psicodélicas. Cada vez que escuchábamos música en el auto y aparecía en el casete el tema East-West, siempre pensaba que alguna vez tenía que hacer algo con esa canción. Siempre me dieron ganas de bailarla.
– Seguro que sonó en el Peugeot 404 en el viaje entre San Francisco y Buenos Aires.
-Claro. Ahora me doy el gusto de bailarlo en el escenario, en el Cervantes. Empieza muy suave, todo muy lindo pero va subiendo y subiendo y yo no puedo a esta edad, ¡quedo agotada!
No hay por qué creerle. Lo concreto es que, desde esta semana, la gran Margarita Bali, dama clave de la danza contemporánea argentina, se da el gusto de bailar aquel tema que sonaba en el templo de la contracultura californiana en tiempos de psicodelia, cuando ella era una ingenua bióloga casada con un físico de renombre.
Para agendar
Juego del tiempo. Intérprete y coreógrafa: Margarita Bali. En el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815). Funciones de jueves a domingo, a las 18. Localidades $6000.
En los años 60 se anotó en Exactas y ahí conoció al que después fue su marido; juntos emigraron a los EE.UU. en pleno apogeo del hippismo y volvieron a la Argentina en auto, en un viaje que duró dos meses; pionera y aventurera, hoy recupera en el Teatro Cervantes movimientos de sus primeras obras Danza
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