Mapa corporativo renovado: EE.UU. ingresa en una nueva ola de fusiones y adquisiciones​

La primera ola de fusiones de Estados Unidos comenzó en la década de 1890 y dio origen a gigantes del acero, el petróleo y los ferrocarriles. Una segunda precedió al colapso de 1929. En los años 60 los ejecutivos armaron conglomerados; en los 80, las firmas de capital privado los desmantelaron. El estallido de la burbuja de internet, la crisis financiera y las subas de tasas pusieron fin a las olas de adquisiciones de 2000, 2007 y 2022. Ahora una octava está cobrando fuerza. Como sus predecesoras, se alimenta de promesas tecnológicas, mercados de crédito entusiastas, políticos dispuestos y ejecutivos ambiciosos.

El número de megaoperaciones —fusiones, adquisiciones e inversiones por más de 10.000 millones de dólares— anunciadas este año se acerca a un récord histórico. El tercer trimestre fue uno de los más activos de todos los tiempos. La revolución MAGA de Donald Trump aún no ha transformado la economía real. Pero sí se observan en la “economía de los negocios”, el capitalismo estadounidense ya cambió para siempre.

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Las alianzas históricas se multiplican. En julio, Union Pacific y Norfolk Southern, dos de los cuatro grandes ferrocarriles de EE.UU., acordaron fusionarse. La compra apalancada de Electronic Arts (EA) por US$55.000 millones, anunciada en septiembre, es la más grande de la historia. Jensen Huang y Sam Altman, los jefes de Nvidia y OpenAI, han tejido una red de participaciones cruzadas que, si se rompiera, podría sacudir los mercados. El Estado ha adquirido participaciones accionariales a un ritmo no visto desde los rescates bancarios de la crisis financiera.

Las operaciones suelen engendrar más operaciones. Los otros dos grandes ferrocarriles, BNSF y CSX, podrían verse impulsados a fusionarse. El auge de la inteligencia artificial ha convertido a los centros de datos en activos codiciados. La firma de infraestructura GIP está en conversaciones para comprar Aligned Data Centres por unos 40.000 millones de dólares. Los inversores recompensan cualquier anuncio de fuertes inversiones en IA sin pensar demasiado en los retornos, lo que anima a las empresas a ir aún más lejos. También han recibido con entusiasmo al Estado como accionista.

Lo que los analistas llaman “espíritu animal” es una mezcla de dos cosas: confianza y capital. La confianza en la economía es más alta que en abril, cuando Trump lanzó su batería de aranceles “recíprocos”. El capital es barato y abundante. Los diferenciales de los bonos de alto rendimiento —la diferencia entre el costo de endeudamiento de las empresas más riesgosas y el del Tesoro estadounidense— son casi tan bajos como en 2007.

Adquisiciones frustradas durante años finalmente avanzan. En minería, Anglo American anunció en septiembre que se fusionará con Teck, una minera canadiense de cobre, en una operación superior a US$50.000 millones. Glencore intentó comprar Teck en 2023; BHP persiguió a Anglo en 2024; Glencore y Rio Tinto habían considerado una fusión. Algunas uniones fallidas del pasado se están deshaciendo: Warner Bros Discovery, gigante mediático creado en 2022 por la fusión de Discovery y WarnerMedia, ya se está separando. En septiembre, Kraft Heinz anunció su división, una década después de haberse “empaquetado” como un solo grupo.

Dos factores hacen especial a esta nueva ola. Primero, el enfoque paradójico de Trump hacia los mercados libres: tolerancia antimonopolio, pero uso de las fusiones —junto con exenciones arancelarias— como instrumentos de coerción y política industrial. Todo vale, hasta que algo disgusta al jefe, como en un casino. Segundo, las tecnológicas se lanzaron a una ola de compras de una voracidad y variedad sin precedentes.

Tras las elecciones del año pasado, los ejecutivos temían que la política antimonopolio MAGA combinara el activismo anti-escala del gobierno de Joe Biden con el estilo intimidante de Trump. La unión entre Skydance y Paramount, dos empresas de medios, se demoró hasta que Paramount pagó US$16 millones a la biblioteca presidencial de Trump para resolver una queja del expresidente por un episodio del programa 60 Minutes de CBS.

Pero, en general, los empresarios están satisfechos. En junio, los reguladores aprobaron la compra de Juniper Networks por parte de Hewlett Packard Enterprise, después de intentar bloquearla. Dos funcionarios del Departamento de Justicia nombrados por la administración Trump fueron despedidos; uno denunció a los “cabilderos MAGA de nombre solamente” que ponían en riesgo la “agenda conservadora populista”. Las reglas sobre fusiones bancarias también se flexibilizaron. Este mes, Fifth Third anunció la compra de Comerica para crear el noveno banco más grande de EE.UU. Es probable que continúe la consolidación entre los 4400 bancos del país.

La cercanía con la administración ayuda. MGX, un fondo de Abu Dabi que este año usó una criptomoneda vinculada al presidente para una operación de US$2000 millones de dólares, se perfila como copropietario del negocio estadounidense de TikTok. El fondo soberano de Arabia Saudita es uno de los compradores de EA. El consorcio incluye a Jared Kushner, yerno de Trump, quien luego ayudó a negociar el acuerdo de paz en Gaza. Los inversores dudan de que la compra enfrente trabas regulatorias.

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Las promesas de grandes inversiones y de control presidencial también sirven. La venta de US Steel a la japonesa Nippon Steel es un buen ejemplo: Biden intentó bloquearla alegando riesgos de seguridad nacional infundados. Trump, en cambio, fue mucho más accesible. Nippon prometió invertir US$14.000 millones en US Steel y otorgarle a Trump poder de veto sobre algunas decisiones, el cual la administración amenazó con usar el mes pasado para evitar el cierre de una planta en Illinois.

Los accionistas han premiado intervenciones similares. El precio de las acciones de Intel subió un 50% desde que el Estado adquirió una participación del 9,9% en agosto. Las de MP Materials, Lithium Americas y Trilogy Metals, tres mineras, también se dispararon desde que el “Tío Sam” se convirtió en socio.

Pero la mayor euforia está en la inteligencia artificial. Las nuevas tecnologías suelen deformar la estructura corporativa, y la IA lo está haciendo con una velocidad inusitada. Algunas tecnológicas absorben talento de IA mediante acuerdos de licencias con startups que evitan adquisiciones totales. Más importante aún son las relaciones “poliamorosas” y las participaciones cruzadas que florecen dentro del sector.

Nvidia se convirtió en la empresa más valiosa del mundo porque sus chips son el corazón físico de la industria de la IA. Cada vez más, sus acuerdos son también su columna financiera. Según PitchBook, Nvidia ha invertido en 50 empresas solo este año. Muchas son pequeñas: a fines de julio, la compañía valoraba su cartera de firmas privadas en apenas US$4000 millones.

Otras no tanto. Nvidia posee cerca del 7% de CoreWeave, una firma muy endeudada que planea gastar más de US$10.000 millones en chips de Nvidia este año antes de alquilarlos a grandes tecnológicas (Nvidia firmó un acuerdo de US$6000 millones para garantizar los ingresos de CoreWeave). También invirtió US$5000 millones en Intel y aporta parte de los US$20.000 millones que está levantando xAI, la empresa de Elon Musk, también cliente suyo.

La inversión más importante es en OpenAI. A partir del año próximo, Nvidia aportará hasta US$100.000 millones al desarrollador de ChatGPT. El acuerdo de diez gigavatios (GW) podría traducirse en US$400.000 millones de ingresos para Nvidia. Así, Nvidia asegura un comprador para sus chips, mientras OpenAI reduce el efectivo que necesita para adquirirlos. Goldman Sachs estima que el acuerdo cubrirá más de una cuarta parte de los costos operativos de OpenAI el próximo año.

OpenAI, a su vez, ha tejido su propia red de participaciones cruzadas. Tiene una participación en CoreWeave y un acuerdo de reparto de ingresos con Microsoft. En octubre anunció que usará 6 GW de chips de Advanced Micro Devices (AMD), principal rival de Nvidia. AMD entregó warrants que se convertirán en el 10% de su capital accionario.

Los detalles de estos acuerdos se mantienen en secreto, dejando a los accionistas sin una idea clara de lo que se ha pactado y aumentando el riesgo de doble contabilización y concentración. Incluso las famosas —y poco eficientes— participaciones cruzadas de Japón podrían parecer simples frente a esta maraña.

El final de las olas de fusiones anteriores ofrece lecturas sombrías. Un cambio en la aplicación de las normas antimonopolio podría arruinar la fiesta, como ocurrió con la primera ola en 1904. Sin embargo, la desregulación mantiene a los ejecutivos del lado de Trump. Otra posibilidad es que se resquebrajen los mercados de crédito, como en 2007. Muchas bonanzas de adquisiciones, de hecho, terminaron con un colapso bursátil. Esta vez, es posible que las complejas estructuras de las tecnológicas sean las que provoquen —o agraven— el desastre, haciendo aún más difícil desentrañarlo.

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