Los psiquiatras no dan abasto para atender las emergencias de adolescentes con cuadros graves

El detonante fue apenas un grito de su hermano, de 8 años, que estaba jugando a la Play. Nunca había ocurrido antes. Gala, de 14, de pronto, estaba desencajada. Empezó a vociferar, a tirar cosas e intentó pegarle a su madre, que no sabía qué hacer. El desborde duró unos minutos y después del episodio se quedó dormida por 10 horas. Al despertar, fue como si nada hubiera ocurrido. La ayuda psiquiátrica no podía esperar.
Los padres consultaron a su pediatra y a la psicóloga que la estaba tratando desde que habían descubierto que se lesionaba. Eran pequeñas heridas en las piernas y en los brazos, cada vez más frecuentes. La recomendación fue un psiquiatra infantojuvenil. Y allí se encontraron con un callejón sin salida: nadie atendía por su prepaga y, aun en forma particular, pagando lo que fuera, con suerte le daban turno para dos meses más adelante.
Los desbordes se repitieron pocos días después. Al menor estímulo, volvía el estallido. Hace menos de un año, sin motivo aparente, Gala empezó a revolear objetos, rompió un vidrio y solo se calmó cuando se vio las piernas lastimadas. En esa oportunidad, la psicóloga y el pediatra coincidieron en que el cuadro era urgente. Los padres ya no podían manejar la situación. El médico de la ambulancia le dio un calmante y decidió llevarla a la guardia de un sanatorio donde quedó internada. Estuvo 48 horas en una sala común, adaptada, algo que se volvió frecuente en los últimos años debido al incremento de internaciones por emergencias psiquiátricas en adolescentes.
La sala no tenía ventanas ni espejos el baño, para evitar cualquier autolesión. Dos días después, pese a lo complejo del caso, Gala volvió a su casa, pero con mucha medicación. Recién dos semanas más adelante, los padres consiguieron un turno con un psiquiatra, tras haber llamado a más de 20 profesionales. Todos le decían lo mismo, estaban con agendas colapsadas. Si era una urgencia, tenían que volver a la guardia, nadie tenía turnos disponibles.
Acceder a un psiquiatra infantojuvenil es una misión cada vez más difícil, en medio de la enorme crisis de salud mental que atraviesa la adolescencia, sobre todo, desde la pandemia. En la Argentina, hay solo 454 psiquiatras infantojuveniles en actividad y 3945 psiquiatras generales, según datos del Ministerio de Salud de la Nación a los que accedió este medio tras un pedido de acceso a la información pública realizado por el equipo de LA NACION Data.
Dicho de otro modo, hay cuatro psiquiatras infantojuveniles activos por cada 100.000 niños, niñas y adolescentes. Cuando se analiza esa tasa por provincia, las desigualdades territoriales se vuelven evidentes: la ciudad de Buenos Aires concentra la mayor disponibilidad de especialistas, con 39 cada 100.000 chicos de hasta 18 años. En el otro extremo, se ubican seis provincias en las que no hay ningún profesional que atienda niños y adolescentes: Corrientes, Formosa, Misiones, San Luis, Santiago del Estero y Tierra del Fuego.
“Tengo que rechazar unos diez llamados por semana”
“Yo tengo que rechazar unos diez llamados por semana. Y son pedidos desesperados. ‘Por favor, doctora, un huequito en la agenda’. A una esto la angustia porque no consiguen en otro lado tampoco”. Quien habla es la psiquiatra Andrea Abadi, responsable del departamento de Psiquiatría Infanto Juvenil de Ineco, una de las especialistas más destacadas del país. “Además, hay pocos lugares para internaciones y son pocas las clínicas que tienen guardias activas de psiquiatría para niños y adolescentes”, explica.
En estos días, en el marco del Congreso de la Sociedad Argentina de Psiquiatría que se realiza en Mar del Plata, Abadi y su equipo van a presentar un curso de farmacología para psiquiatras generales, para formarlos y habilitarlos para que puedan atender chicos.
“Tengo pacientes por Zoom en provincias como Chaco o Corrientes, porque no consiguen especialistas. Les pido que busquen un psiquiatra para adultos y yo lo oriento. Es muy difícil. Por eso, armamos un curso para enseñarles a manejar las crisis en pacientes pediátricos. Hoy es muy frecuente, en hospitales y clínicas, recibir a diario cuadros de chicos de 8 años que llegan rompiendo todo”, relata la experta.
“En el sistema público y en el sistema privado es muy complejo conseguir una internación psiquiátrica para un adolescente o un niño. Muchas veces vuelven con indicaciones y mucha medicación a su casa, pero lo cierto es que el entorno familiar no está en condiciones de contenerlo, y la familia va a tardar varios meses en conseguir terapeutas”, describe Abadi.
“Estamos desbordados”
Hoy, en la ciudad de Buenos Aires, hay dos hospitales públicos de salud mental que atienden emergencias: el Tobar García, que recibe a niños y tiene capacidad para 64 pacientes, y el Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear, que trata a adolescentes desde 14 años, además de adultos. Allí, hay dos salas dispuestas para la internación de hasta 12 adolescentes.
Otros hospitales pediátricos como el Ricardo Gutiérrez y el Pedro de Elizalde cuentan con guardias y destinan salas de internación a situaciones de emergencias de salud mental.
Javier Indart es director del Elizalde y afirma que, desde la pandemia, la cantidad de emergencias se multiplicaron. “Hoy estamos desbordados. Hoy tenemos entre 15 y 20 pacientes internados en el sector de psiquiatría infantil y cada día recibimos por lo menos otras diez consultas de urgencias psiquiátricas, desde un chico con excitación psicomotriz, que puede ser un paciente que tiene un diagnóstico de base como Trastorno del Espectro Autista (TEA) que está desregulado, un adolescente con trastornos alimentarios que llega a situaciones extremas o intentos de suicidio”, refleja el profesional que forma parte del sistema de salud de la ciudad de Buenos Aires.
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Se trata de un problema estructural que no escapa a ninguna jurisdicción y que se replica a nivel global. “Hay días que llegan unos 20 niños y adolescentes. Detrás hay depresiones, angustia, violencia familiar. Si la situación reviste un riesgo inminente se lo interna. Muchas veces, ante la gran demanda, son unas 24 o 48 horas donde se lo estabiliza desde lo clínico y después, dependiendo del caso, de cómo evoluciona la situación de peligro, se decide si se lo interna en una sala o si vuelve a su casa. Pero siempre, tenemos que asegurarnos que salga con un plan para abordar esa situación. El problema es que como las familias no consiguen terapeutas, psiquiatras, psicólogos, todo el equipo que se necesita, los volvemos a citar a diario o en la semana, porque a veces son varios meses hasta que consiguen un profesional”, explica Indart.
Los pacientes suelen recurrir al sistema público pese a contar con prepagas debido a la dificultad para conseguir especialistas o lugares de internación en el ámbito privado. “Vemos con preocupación que esta no es una situación estacional sino que se incrementa día a día”, dice Andres Luccisano, subjefe del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano.
“Las situaciones en las que un niño o un adolescente recurrían a un psiquiatra cambiaron radicalmente. Hoy, prácticamente, todos los días recibimos una situación de emergencia psiquiátrica infantil o adolescente. En 2019, recibíamos unas 139 emergencias en el año. Ahora, son unas 360 al año, es decir, casi todos los días”, señala el profesional.
La evaluación de cada paciente requiere un estricto protocolo. “Si hay situaciones como que se haya cortado o haya ingerido algo, la internación es para resguardar la vida. Se convoca al equipo, tenemos una guardia de salud mental que es un mix activo pasivo, y si es necesario, hacemos una internación psiquiátrica, que hoy por la Ley de Salud Mental, en caso de menores de edad es involuntaria”, explica Luccisano.
Por ley, todos los hospitales y clínicas polivalentes deben tener un lugar preparado, además de las camas de guardia, para realizar una internación psiquiátrica. La habitación tiene que estar preparada para que no existan riesgos de autolesiones, fugas u otros peligros. En general, las instituciones los reciben hasta que se resuelve el cuadro agudo y luego se le pide a la familia que gestione un traslado a una clínica de salud mental, algo que no es sencillo.
Demanda incesante y riesgo de vida
“Es muy complejo armar equipos con psiquiatras porque están colapsados”, resume la psicóloga Marina Manzione. “Como terapeuta uno tiene el teléfono 24/7 y desde la pandemia se siguen incrementando los casos. Hace algunos meses, una paciente mía tuvo un intento de suicido. Vino la ambulancia, la internaron, pero poco después le dieron de alta con la indicación de un tratamiento a seguir con un psiquiatra. Sin embargo, no conseguíamos. Entonces, lo que se hace es generar un dispositivo de contención familiar. Armamos un sistema de guardias, donde participaban la familia, hasta los vecinos y el colegio, porque teníamos que garantizar que la paciente no quedara sola en ningún momento”, indica.
El colegio ocupa un lugar central. “Tenés que entrenar a los acompañantes en psicoeducación para que estén en condiciones de contener emocionalmente y saber cuándo pedir ayuda. Obviamente, una está ahí todo el tiempo monitoreando por teléfono y con visitas, pero no es lo ideal”, plantea.
Andrea Spinosa es coordinadora del departamento de Salud Mental de Medicus. “Tengo el servicio desbordado. Los consultorios que atienden adolescentes están llenos y el pronóstico es complicado. Hay un cambio en la estructura familiar, antes la adolescencia empezaba a los 14, ahora es desde los 11. Estamos recibiendo cuadros que requieren internación por conductas autolesivas desde los 11 años. La idea es no medicalizar ni internar en infancia y adolescencia, pero muchas veces no tenemos otras opciones para dar respuesta”, dice.
“Antes de la pandemia recibíamos unos tres llamados telefónicos por emergencias psiquiátricas con niños o adolescentes. Ahora es todos los días. Nos llaman padres de chicos de 8 años con ideas de muerte o que hace días dejaron de comer”, señala. Y remata: “Nunca hay que pensar que están queriendo llamar la atención, siempre hay que pedir ayuda de inmediato”.
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“Los adolescentes están explotando y la enorme crisis contrasta con la poca cantidad de especialistas. familias llaman y les dicen dos meses y medio. Para alguien que acaba de vivir una situación extrema esos es una eternidad. Hoy, muchos de los adolescentes que están en crisis eran niños durante la pandemia. Las causas son muchas. Muchos chicos quedaron expuestos desde muy temprano a las pantallas. Ese cerebro se fue estructurando con una necesidad de pantallas, de recompensa inmediata”, aporta Juana Poulisis, psiquiatra, magister en Psiconeurofarmacología, especializada en trastornos de la alimentación.
El trabajo con los padres es paralelo al tratamiento con los menores y la familia entera atraviesa estas crisis. “La pandemia dejó un terreno más fértil para la proliferación de trastornos y adicciones. Y ahí reaparece el rol del padre y la madre. Cuando hay un trastorno trabajás con los padres en la importancia de su participación en las conductas de sus hijos, en los hábitos de sueño, de comida, de vida digital. Necesitamos que los padres se vuelvan a meter con la conducta”, señala.
Eduardo Bunge es un profesor e investigador académico y psicólogo argentino de la Universidad de Palo Alto, en Silicon Valley, experto en terapia infantil y autor de muchos de los protocolos utilizados con chicos en psicoterapia. Junto a otro argentino creó un herramienta de inteligencia artificial llamada Parente, destinada a asistir a los padres de hijos con trastornos de la conducta, que siempre debe ser complementada con una terapia tradicional. “Todas las semanas recibo llamados desesperados de personas que, aunque son millonarios, no pueden conseguir un terapeuta para su hijo. Esto ocurre en la Argentina y también en Estados Unidos, y en el resto del mundo”, señala.
“La psicoterapia puede ayudar en muchas cuestiones, pero hay otras en las que se requiere la intervención de un médico psiquiatra. Por eso, la escasez de especialistas es un verdadero problema”, apunta Bunge.
El modelo que diseñó ofrece a los padres pautas para actuar ante situaciones de conflicto. “Los terapeutas solo estamos unos 50 minutos a la semana con los pacientes, en cambio los padres están todo el día y con la orientación adecuada, en nuestro caso, basados en los mejores papers certificados, pueden lograr grandes cosas. Pero hay que decir que la herramienta solo se puede usar, combinada con terapia tradicional. Esta es una opción que surgió porque realmente la salud mental está en crisis para dar respuesta a la situación actual”, señala el investigador.
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