Los Comba, ocho cordobeses que disfrutaron compartir el Gran Premio Argentino Histórico en familia​

SANTA FE DE LA VERA CRUZ.– Hay un tema con los nombres en la vida de Eduardo Alfredo Comba. “Martín Fierro”, eligió como pseudónimo, cuando, adolescente, quería que sus papás no supieran que estaba compitiendo en carreras de autos. Tiempo más tarde, a su primogénito le puso “Eduardo Alfredo”: fue al registro civil, se olvidó del nombre que su señora había elegido y en el apuro al que lo sometía la empleada cuando él llenaba el formulario, con la mente en blanco destinó al bebé a llamarse igual que él. Años después, cuando su esposa quería que llegara la niña luego de tres varones, los nombres fueron los del otro sexo: aparecieron un cuarto hombre y un quinto, mellizos. Tras la paradoja, no hubo más y la mujercita nunca se dio.

Pero hoy Eduardo Alfredo puede estar orgulloso de sus hijos, que a sus 77 años están haciéndole pasar momentos muy lindos de su vida: luego de que tres compartieran con él un viaje de 40 días por la península ibérica, los cinco acaban de participar con él en el Gran Premio Argentino Histórico (GPAH), la competencia de regularidad que dura ocho días y, organizada por Automóvil Club Argentino, recorre unos 3300 kilómetros por varias provincias. Pero los cordobeses Comba fueron no seis, sino ocho, porque intervinieron también un primo y un primo segundo. Ocho Comba en cuatro autos por las rutas argentinas. Buenos Aires, Gualeguaychú, Goya, Puerto Iguazú, Resistencia, Concordia, Santa Fe. Pero fue la última vez para Eduardo Alfredo.

Tardó décadas el hombre en cumplir este anhelo del GPAH. “La vida quiso que recién hace siete años pudiera comprar el primer auto. A la idea de hacer el Gran Premio la arrastro desde pibe, pero nunca tuve la posibilidad de hacerlo”, dice hoy, con la alegría de saberse a tiempo. En rigor, acaba de hacerlo por tercera vez. En 2023 debutó con uno de sus mellizos, César Augusto. Tan bien la pasaron ambos que para el año siguiente interesaron a Oscar Amadeo, primo de Eduardo, y su hijo Franco. Y tanto disfrutaron unos y otros que ahora, en 2025, se prendieron todos. Ocho veces estuvo escrito el apellido en la lista de 252 protagonistas de la 22ª versión de la prueba de regularidad que concluyó este viernes en Santa Fe, con autos mayoritariamente de entre los años treintas y los ochentas.

Los Comba no pueden con su genio, con esa identidad de ser cordobeses. No los delata el acento, porque San Francisco está al borde de Santa Fe (aunque varios de ellos ahora viven en Villa Carlos Paz y alrededores), pero pueden no llevar documentos porque los chistes están a la orden del día. Puede pasar que uno empuje a otro con el auto a la espera de una largada. Se ponen apodos. Y se cargan. Se autocargan, también. “¿Qué apostaron entre ustedes?”, escuchan la pregunta. “Nada. ¡Si competimos por quién sale último!”, ríe el padre de cinco. Las planillas no se esfuerzan por desmentirlo, a decir verdad, pero todos aclaran algo verosímil: “La idea es divertirse y pasar un buen momento. Tenemos muchas ganas de volver. Y eso que nos ha ido muy mal. En nuestro caso, pasarlo en familia es lo más importante. Disfrutar de mi tío, que está grande; de mi papá, que está grande. Tomarnos el tiempo para disfrutar con mi viejo supera todo, y no tiene precio lo que uno vive esos momentos. Es lo que a uno le queda”, valora Diego Eugenio, uno de los mellizos, de 45 años, que lleva por navegante a su hermano Eduardo Alfredo (53), aquél para quien su mamá tenía pensado otro nombre.

Otros hermanos que hicieron binomio son José Nicolás (50 años) y Marcos Sergio (52). Ellos cuatro montaron FIAT 1500, uno de los modelos emblemáticos del parque automotor argentino. “Anduvimos renegando un poco con los cachivaches viejos, pero esto es muy lindo”, comenta Marcos. El suyo, azul, tuvo problemas de carburación. Al de Diego y Eduardo, blanco, se le rompió el dínamo. Raro: cargaba de más, cuando lo normal es lo contrario. “Así que vinimos con una tecla de un velador con un voltímetro cortándole la corriente y controlando el voltaje de la batería”, cuenta Diego. Nada que los mecánicos de Automóvil Club Argentino, que asistieron a la caravana durante los 3300 kilómetros, no pudieran solucionar. Con el trabajo de los que saben de fierros, los FIAT llegaron a la meta. “Ganarles a mis hermanos Diego y Eduardo. Con eso me voy contento”, expresó pícaro en su momento José Nicolás. Pues no, no les ganó: Marcos y él rescataron el puesto 87, y Diego y Eduardo, el 82, entre los 100 vehículos que llegaron, y los 126 que habían largado siete días antes.

A los grandes, Eduardo y su primo Oscar, les fue mejor con los también icónicos Peugeot 404 Grand Prix. Mejor en confiabilidad, y mejor en resultados: el mayor terminó 52º, y su primo, de 74 años, finalizó más arriba, 49º. No era el objetivo, de todos modos. “Participamos en el Gran Premio, más que competir. Lo que yo quería era tener una experiencia con mi hijo, sentado al lado durante una semana. Y fue realmente buena”, narra Oscar. “Es todo lindo, pero hay momentos de tensión. El año pasado largamos un prime y a los 5 minutos sentíamos un ruido de desperfecto. Paramos y puse el freno de mano. Salimos apurados para no perder el prime y en las bajadas y las subidas el auto no andaba para atrás ni para adelante. Se empezó a sentir olor a quemado. ‘Y bueno, se terminó esto. Se fundió todo’, pensamos. Iba delante un Citroën en una subida y no podíamos pasarlo… Y en eso me dijo mi hijo ‘¿sacaste el freno de mano?’. No. No lo había sacado. Te adorno la anécdota, porque la parte de los insultos no está contada”, relata el hombre, con un guiño.

A Oscar y Eduardo les gustan los autos viejos desde chicos. A los 20 años compraron dos Ford A, y los fines de semana recorrían pueblos en busca de repuestos. “Las peñas para recaudar plata… Puf, si habré servido mesas en cenas. Vendíamos las tarjetas, mangábamos (por ejemplo, a mi viejo una vaquillona) y entre amigos atendíamos nosotros para no gastar. Todo lo que se juntaba era para el auto”, recuerda Eduardo. Y sigue: “La semana era trabajar durante el día y a la noche ir al taller, porque siempre se le hacía algo al auto. Faltaba plata para esto, faltaba para aquello, y cuando llegaba la carrera terminábamos el auto el sábado para ir a correr el domingo. Añoro eso”.

A pesar de esa afición, Eduardo no tenía un coche como para el GPAH. “Siempre lo tuve en mente, pero nunca tuve la posibilidad de comprar uno”, explica. Claro que en familia es más fácil. Relata Diego: “Estuvimos unos seis años persiguiendo al dueño anterior para que nos vendiera el 404 con el que corre mi papá. Para que él tuviera un auto que le había gustado toda la vida y nunca había podido comprar. Y se dio que esta persona accediera a venderlo. Después el tema es encontrar gente que trabaje este tipo de autos para que queden en condiciones para esta carrera y no renegar. Es complejo; todo demanda mucho tiempo, porque hay que ir, venir, buscar, no aparecen repuestos… Pero también eso hace que el gran premio sea tan atrapante. En realidad esto es la fructificación, es el trabajo de meses”.

El GPAH hizo interactuar más a los Comba de Villa Carlos Paz con los de San Francisco, que por la distancia no se ven tanto entre sí. “Entre que empezamos a organizarnos y vinimos acá, pasamos casi dos semanas todos juntos. Es una experiencia muy linda, porque más allá de la carrera sirve para unirnos y compartir entre todos en familia”, destaca Franco. “No tenía una expectativa y la verdad es que es una experiencia inolvidable, hermosa”, coincide Eduardo Alfredo (h.). “Mi viejo está grande, entonces desde hace un tiempo trato de disfrutar momentos con él. Se cansa y ya sabemos que este es el último gran premio que corre”, añade César, que en 2023 se convirtió en el primer hijo en acompañar a su padre en la aventura. Con él en el asiento de al lado, Eduardo confirmó que desde dentro esto le gustaba tanto como desde fuera.

“Me quedaban cuatro hijos. Como no sabía si iba a poder hacer esto cuatro años más, se me ocurrió juntarlos en una reunión familiar y les pregunté. «¿Ustedes se comprometen a acompañarme? Se toman una semana y me acompañan»”, evoca. Encontró la respuesta que quería. “Bueno, no se habla más. Yo me encargo de que vayamos todos”, les contestó. Y después de aquel viaje en motos (tres hijos, un nieto y un amigo de éste) y motorhome (él) por España, Portugal, Gibraltar y Andorra, volvió “enloquecido con los hijos”. En cierta forma, lo emocionan.

“No hay palabras para expresar lo que me pasa. Verlos todos juntos y dejando de lado cosas de ellos para acompañarme es impagable”, celebra Eduardo Alfredo Comba. “Quisiera que esto durara una semanita más. Mi pensamiento es que de esta vida voy a llevarme las alegrías y las satisfacciones. El resto queda todo acá. Esta experiencia de hacerlo con mis hijos no tiene precio. Lamentablemente mis posibilidades económicas se dan ahora, ya de grande. Pero nunca es tarde y estoy haciendo todo lo que está a mi alcance, que me cuesta mi esfuerzo. Ellos me acompañan mucho”, afirma en su último Gran Premio Argentino Histórico.

Un problema de salud lo alejará de lo que tanto anheló vivir. Pero ya se dio el gusto de protagonizar la experiencia, potenciada en familia. Se la lleva para siempre. Y sembró: “Vamos a continuar corriendo los cinco hermanos con algún sobrino”, proyecta César Augusto, su primer acompañante. El GPAH sirvió para unir a los Comba. Y el legado ya está en marcha.

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