Le realizaban un trasplante de corazón y sufrió una descomposición severa: “Tenía los ojos abiertos, pero no comprendía lo que le decían”​

Stella Maris Candarle, una maestra jubilada de 67 años, que vive en Entre Ríos, comenzó a experimentar sensaciones extrañas como fatiga y dificultad para respirar al caminar. A los pocos días fue a ver a un cardiólogo, que luego de realizarle los exámenes correspondientes le diagnosticó insuficiencia cardíaca severa.

“A partir de entonces, todos los cardiólogos que consulté coincidieron en el diagnóstico. Desde el principio, existió un riesgo de vida. La situación se complicó debido al rápido avance de la insuficiencia cardíaca. Los médicos determinaron que la única opción para recuperar mi salud era mediante un trasplante. Nunca pensé en la muerte porque desde el momento que supe que necesitaba un trasplante de corazón estuve muy tranquila y con mucha fe”, cuenta.

Tras varios episodios críticos y por recomendación médica, viajó a Buenos Aires con su esposo para atenderse con los especialistas del Hospital Universitario Austral.

Sentimientos encontrados

Cuando se enteró de que su corazón estaba en camino para ser trasplantada, cuenta, sintió una mezcla de emociones. Por un lado, felicidad porque tenía la oportunidad de seguir viviendo y, por el otro, tristeza porque sabía que había una familia que sufría por haber perdido un ser amado.

“Estaba muy tranquila y con mucha paz porque sabía que estaba muy bien cuidada. Siempre supe que mi corazón iba a llegar. Fue todo muy rápido, fue corta la espera y no llegué a sentir la angustia de no saber si iba a tener un corazón, pero yo siempre positiva”.

Sin embargo, cuando se acercaba la hora del trasplante Stella Maris comenzó a sentir mucha incertidumbre porque los médicos debían confirmarle si realmente el corazón era compatible. “Me dijeron que iba a ver indicios con los cuales yo me iba a dar cuenta de eso. Por ejemplo, me iban a cambiar de habitación (así ocurrió), me iban a bañar varias veces para ir preparándome hasta que aproximadamente a las 12:30hs los camilleros vinieron a buscarme para llevarme al quirófano”.

Susto por una descomposición severa

Stella Maris viajó desde Federación (Entre Ríos) junto a Carlos, su marido. “Desde el momento en que ingresamos al hospital tuve mucha confianza en ella. La veía bien, con fuerza, transmitía seguridad y mucho optimismo. El único bajón que tuve fue a los tres días de estar internada, cuando tuvo una descompensación severa que le produjo una arritmia grave, y el grupo de médicos que la atendía tuvo que actuar de urgencia. Eso pasó a la tarde. Recuerdo que le pregunté si se sentía bien y me respondió que no, así que llamé de inmediato a los enfermeros. A partir de ese momento, los médicos empezaron a correr y automáticamente me pidieron que me retirara de la habitación”, relata Carlos.

Pasadas unas horas, un médico salió del quirófano y le informó a Carlos que estaban tratando de estabilizar a su mujer. “Me dejaron entrar a la habitación y le pedí a Stella Maris que tuviera confianza porque todo iba a salir bien. Tenía los ojos abiertos, pero noté que no comprendía lo que le estaba diciendo”.

Unas horas después los especialistas le entregaron el parte médico y Carlos leyó que Stella Maris se encontraba estabilizada, pero que necesitaba contar con un balón de contrapulsación (un dispositivo de apoyo circulatorio que consiste en un balón o globo insertado en la aorta, generalmente en su porción descendente o aorta torácica). Dicho balón de infla y desinfla con helio, de forma sincrónica con el corazón.

“No entendía mucho, pero me imaginaba que no estaba bien. Sin embargo, grande fue la sorpresa cuando, al otro día, ya se estaba recuperando y noté que cambió la actitud de los médicos. Uno de ellos me dijo que había tenido un problema grave y que corrió riesgo de vida”.

“A los pocos días pude levantarme y caminar”

Cuando Stella Maris despertó, se encontró con varios médicos sorprendidos porque en muy pocas horas había despertado. “Vi mucha satisfacción en la cara de los especialistas y eso me hizo dar cuenta de que todo había salido bien. En el fondo de la habitación estaba mi marido, el que siempre me acompaña en todo. Físicamente me sentía bien y sin dolores, a los pocos días pude levantarme y caminar, mi ánimo siempre fue el mismo, súper positivo sin bajar los brazos”.

En la actualidad, Stella Maris se encuentra recuperándose de la mejor manera, rodeada de su familia que la cuida y la mima mucho más de lo que lo hacía antes. De a poquito, cuenta, está volviendo a hacer las cosas que le gustan. Ahora, puede disfrutar de una movilidad sin inconvenientes, ya que no experimenta más la falta de aire ni cansancio al trasladarse.

“Los cambios que siento después de la cirugía, no son muchos todavía, los médicos me explicaron que después de los seis meses serán más notorios, lo que si siento es que ahora puedo caminar una hora diaria sin cansarme y sin sentir ahogos”.

“Recuerden que los órganos no van al cielo”

A las personas que se encuentran esperando un órgano que les salve la vida les aconsejo que confíen en los médicos y sigan sus indicaciones. Y que mantengan siempre una actitud positiva y busquen el apoyo de sus seres queridos, recordando siempre que la donación de órganos salva vidas, sin distinción de raza, credo o religión y dan otra oportunidad a quienes padecen de alguna enfermedad y necesitan un trasplante. Que todos recuerden que los órganos no van al cielo.

El caso de Stella Maris, junto a otras cinco personas, fue parte de lo que el Hospital Universitario Austral denominó “Hazañas que salvan vidas”: seis trasplantes en 48 horas que se realizaron el 19 y 20 de marzo de este año.

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