Las lecciones de El Eternauta: una guía para liderar en tiempos de crisis

En un rincón del mundo que a veces parece olvidado, surgió una de las obras más potentes de la historieta latinoamericana: El Eternauta. Escrita por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López en 1957, esta historia es mucho más que ciencia ficción. Es una alegoría, una advertencia y, para quienes lideran personas o intentan construir organizaciones más humanas, una lección urgente y vigente.
La escena inicial ya es inolvidable: una nevada blanca cubre Buenos Aires. Pero no es una nevada navideña. Es muerte. Un polvo mortal cae del cielo y quienes están expuestos, mueren al instante. La ciudad se detiene. La sociedad se desmorona. Lo que sigue es una historia de supervivencia colectiva, resistencia y, sobre todo, liderazgo desde lo común.
En tiempos donde los manuales de management nos ofrecen recetas estériles y PowerPoints repletos de lugares comunes, El Eternauta ofrece algo más valioso: un espejo. Un relato que nos obliga a preguntarnos cómo actuamos cuando lo improbable irrumpe. Y eso, en el mundo de las organizaciones, ocurre más seguido de lo que creemos.
Juan Salvo, el protagonista, no es un superhéroe ni un líder con un MBA en Stanford. Es, como muchos de nosotros, un tipo cualquiera que está en su casa jugando al truco con sus amigos cuando cae la nieve letal. Su primer impulso no es salvar al mundo, sino proteger a su familia. Pero pronto entiende que la única forma de sobrevivir es con otros. Y así, se convierte, sin quererlo, en un líder.
Ese liderazgo —sin título, sin galones— se construye sobre la base de la responsabilidad, la escucha, el coraje y la capacidad de actuar en la incertidumbre. No hay planificación estratégica de cinco años. Hay decisiones difíciles tomadas en tiempo real. Salvo lidera como puede a los que no saben si mañana estarán vivos. Pero lidera. Y eso hace toda la diferencia.
¿No es acaso esa la situación de tantos líderes hoy? Dirigir organizaciones atravesadas por crisis sanitarias, tecnológicas, políticas o económicas; liderar sin certezas, navegando tormentas con mapas incompletos. El Eternauta nos recuerda que no se necesita carisma para liderar, sino compromiso.
La verdadera épica es colectiva
Una de las lecciones más poderosas de la historia es que nadie se salva solo. Salvo y sus amigos construyen un microgrupo de supervivencia. Toman decisiones, discuten, dudan, pero avanzan juntos. No hay un héroe individual. Hay una épica coral, donde cada uno aporta lo que sabe, lo que puede.
El management moderno muchas veces sobrevalora al “high performer”, al talento estrella. El Eternauta hace exactamente lo contrario. Nos muestra que, en contextos críticos, el que más vale es el que se queda, el que escucha, el que colabora. En otras palabras, nos recuerda que la inteligencia colectiva siempre será más poderosa que el brillo individual.
Y acá conviene decirlo sin rodeos: muchas organizaciones fracasan no por falta de talento, sino por la incapacidad de actuar como un verdadero equipo. Por líderes que no delegan, por egos inflados, por estructuras que premian la competencia interna en lugar de la cooperación. Oesterheld, sin hablar de management, entendió esto mejor que muchos gurúes del Silicon Valley.
Resiliencia organizacional: adaptarse o morir
A lo largo de la historia, los personajes enfrentan escenarios cada vez más extremos: invasiones alienígenas, traiciones, seres mutantes, pérdida de compañeros. Nada de lo previsto ocurre. Pero tampoco se rinden. Cada nuevo desastre obliga a adaptarse. Cambian de refugio, modifican sus estrategias, improvisan, aprenden.
Esta lógica de adaptación permanente es una definición práctica de resiliencia organizacional. No se trata de resistir como una piedra, sino de moverse como el agua. El Eternauta es una clase maestra de improvisación inteligente. Y si eso no es lo que hoy se exige a las organizaciones modernas —flexibilidad, rapidez, capacidad de reconfiguración— entonces, ¿qué lo es?
Ética en tiempos de crisis
Uno de los momentos más desgarradores ocurre cuando el grupo debe decidir si seguir buscando sobrevivientes o concentrarse en salvarse a sí mismos. El dilema ético es crudo. Y ahí aparece otra enseñanza clave: liderar también es asumir el peso de las decisiones morales. No todo se resuelve con KPIs o indicadores. A veces, la brújula es interna.
Muchas empresas han descubierto durante las crisis recientes que los valores corporativos escritos en los muros poco sirven si no guían las acciones. El Eternauta nos recuerda que la ética no es una palabra bonita, sino una práctica encarnada en decisiones concretas, muchas veces dolorosas.
El enemigo invisible y la alienación
Hay otro aspecto perturbador: los verdaderos enemigos nunca se ven del todo. Hay manos que manipulan desde las sombras. Hay soldados que ni siquiera saben para quién pelean. Hay alienación. Oesterheld, claramente influenciado por los climas de la Guerra Fría y las dictaduras militares argentinas, muestra cómo el poder se ejerce desde la opacidad.
En las organizaciones, el poder también se vuelve a veces invisible: estructuras que impiden el pensamiento crítico, burocracias que ahogan la creatividad, discursos vacíos que esconden decisiones arbitrarias. La lección aquí es clara: liderar también es generar transparencia. Darle al equipo la capacidad de entender qué está pasando y por qué.
¿Qué haría uno en medio de la nevada?
El Eternauta no ofrece respuestas cerradas. Lo que hace es hacernos preguntas incómodas: ¿Cómo actuarías vos si todo se desmorona? ¿Qué harías si la única forma de salvarte fuera con otros? ¿Estás liderando para construir comunidad o para salvarte solo?
En épocas donde la palabra “liderazgo” se usa para cualquier cosa —desde influencers hasta CEO premiados por discursos que otros les escriben— vale volver a Juan Salvo. Ese tipo que sólo quería cuidar a su familia y terminó enfrentando lo impensado. No porque quería, sino porque era lo correcto.
Como dijo alguna vez el propio Oesterheld, “el verdadero héroe es un héroe colectivo”. Y tal vez, en esa frase, se condense todo lo que necesitamos recordar hoy en las empresas, en las aulas, en los gobiernos: sin comunidad, no hay futuro.
Muchas organizaciones fracasan no por falta de talento, sino por la incapacidad de actuar como un verdadero equipo Negocios
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