La política de la barrabrava

Después de la indignación, el espanto y el dolor pertinentes por las escenas que dejó la violenta jornada de anteayer en el Congreso, una pregunta se instaló entre quienes son parte o siguen de cerca las dinámicas políticas: “¿Beneficia a alguien lo que pasó?”.
La respuesta llegó muy rápido, al menos de uno de los actores principales: el Gobierno. Los elogios, felicitaciones o expresiones de reconocimiento a Patricia Bullrich, del Presidente para abajo, indican que para el oficialismo los graves choques entre manifestantes y policías, los heridos y hasta las insólitas escenas de pugilato entre diputados (más o menos) oficialistas en el recinto de la Cámara baja le dejaron un saldo positivo.
Esa es la creencia dominante en el universo mileísta. Para la mayoría de la oposición, obviamente, la respuesta es la opuesta y algunas primeras evidencias surgidas del universo digital podrían obligar a matizar el entusiasmo de la Casa Rosada, en un contexto complejo para el Gobierno. El criptogate, la designación por decreto presidencial de dos jueces en la Corte Suprema y que uno de ellos sea el hipercuestionado Ariel Lijo, más nuevos episodios oscuros que rozan a la cima del poder oficialista no se han disipado de la agenda pública.
No hay todavía encuestas de opinión para sacar una conclusión definitiva, pero sí indicios claros de que la que perdió es, otra vez, la política. Lo sucedido dentro y fuera del Congreso son imágenes propias de un espejo invertido de roles establecidos y convenciones aceptadas.
Lo que se vio el miércoles en el recinto parlamentario fue a diputados nacionales convertidos en barrabravas para dirimir a golpes un lugar en el paraavalanchas de la tribuna (o en la estructura del poder) e impedir una sesión de la Cámara de Diputados muy relevante, en la que se dirimían cuestiones sensibles para la legalidad y la institucionalidad.
Mientras tanto, en las calles barrabravas e hinchas de equipos de fútbol oficiaban de representantes, líderes o exponentes destacados y exaltados de la protesta social. En ellos buena parte de la dirigencia política había delegado, resignado o tercerizado el liderazgo de un sector vulnerable de la población, afectado por la política económica del Gobierno.
El apoyo virtual y verbal, pero la ausencia mayoritaria en la manifestación de la dirigencia de los partidos políticos, de los sindicatos y hasta de gran parte de los movimientos sociales que hasta hace nada estaban en la primera fila de las protestas realzó la anomalía. Difícilmente pueda encontrarse una mejor síntesis de la crisis de representación que sigue padeciendo la dirigencia política, en especial, los opositores.
Por eso, en línea con la rápida (y, tal vez, apresurada) conclusión a la que llegó la cúpula del gobierno libertario, un agudo y curtido analista de opinión pública que mira críticamente el fenómeno mileísta sostiene: “Por ahora, lo que pasó en el Congreso le suma al Gobierno, aunque los que se trompearon y se agredieron hayan sido diputados que llegaron en la lista de Milei y aunque haya habido evidentes y graves excesos en la represión”, como fue el viralizado golpe de un policía a una mujer de 86 años, que cayó brutalmente contra el suelo, o la gravísima herida que sufrió un fotógrafo, causada, aparentemente, por un proyectil de las fuerzas de seguridad.
El partido del orden
El razonamiento se basa en la lógica de que “para la mitad de los argentinos que apoyan al Gobierno los que están dentro del Congreso son la casta, sin diferenciar si son oficialistas u opositores, mientras que en la calle estaban los violentos. Y ellos quieren orden. Que nada altere, principalmente, el proceso de estabilización económica. Aunque orden no se traduzca en seguridad ni paz”, completa el consultor.
En ese marco conceptual nadie respondería mejor la demanda que Bullrich y Milei, en cuyas figuras personales una buena parte de la sociedad parecería delegar el ejercicio monopólico de la violencia, antes que en la denostada figura del Estado, como indica la ley y la doctrina nacida en la modernidad.
Inquietante, si las encuestas lo corroboraran y se consolidara en desmedro de la institucionalidad. Más en un país fragmentado en la representación y fuertemente polarizado en idearios y cosmovisiones de la sociedad, donde la violencia parece empezar a ser naturalizada y baja, real o simbólicamente, desde las más altas esferas.
Los primeros análisis de las reacciones en redes sociales sobre lo sucedido anteayer obligan a ser cautos: Bullrich es la figura que protagonizó la mayoría de las conversaciones, pero, al menos en las primeras 24 horas, el signo de esas menciones era negativo en más del 50 por ciento de los casos respecto de la ministra y de la actuación de las fuerzas de seguridad a su cargo.
En ese punto, vuelve a cobrar relevancia la pregunta inicial y cuál fue la hipótesis con la que el Gobierno enfrentó la protesta. Los antecedentes de la rigurosidad policial en las últimas manifestaciones de jubilados que motivaron (o pretendieron justificar) la convocatoria a los hinchas de fútbol y la participación de barrabravas entrenados como fuerzas de choque permitían presumir que no sería una protesta pacífica.
Ante ello, surgen algunos interrogantes sobre la calidad, la eficiencia y los objetivos del operativo de seguridad desplegado por las fuerzas federales, que no logró prevenir los hechos de violencia, cuando el número de manifestantes y, más aún, de actores violentos era bastante menor que el que se ha visto en otras manifestaciones.
Por lo pronto, los cronistas y observadores que estuvieron en la zona del Congreso advirtieron que, por ejemplo, no había en la práctica una coordinación entre los integrantes de las fuerzas federales y los de la policía porteña. ¿Habrá sido solo fruto del enfrentamiento político que mantiene Bullrich con el macrismo o habrá habido algo más, como la intención de exponer a los violentos para desnaturalizar la protesta? ¿Las imágenes grabadas de excesos y provocaciones de algunos agentes fueron excepciones que serán condenadas o toleradas? Son preguntas, por ahora, sin respuestas.
Los analistas de opinión pública advierten que el control de la inflación y del dólar y la estabilidad macroeconómica siguen siendo hoy los sostenes fundamentales de la buena imagen que conservan Milei y su gobierno. La demanda de estabilidad económica pesa casi más que la de la estabilidad institucional.
Por eso, la afirmación oficial, esgrimida por Bullrich y el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, de que el miércoles en el Congreso hubo un ensayo de golpe de Estado no parece haber encontrado terreno fértil más allá de los militantes y adherentes del oficialismo.
En cambio, empiezan a pregnar algunos temas de preocupación y fuente de críticas al Gobierno. Dos encuestas realizadas después de estallado el escándalo del meme coin $Libra, hechas para clientes privados por consultoras que gozan de prestigio en el mercado, advierten que la corrupción se ha instalado como uno de los temas que más preocupan a los argentinos. En una de ellas desplazó a la inseguridad y el empleo.
Además, la mayoría opinó que Milei y su hermana Karina tuvieron responsabilidad en el caso, incluso para un cuarto de los votantes de Milei y para un tercio de los de Bullrich, que en el balotaje sumaron su voto a los libertarios. A pesar de eso, la caída de la imagen de Milei solo fue de entre dos y tres puntos, apenas por encima del margen de error.
El control de la inflación sigue pesando y sosteniendo al Presidente y su Gobierno, pero empiezan a advertirse algunos rayones en el blindaje social del oficialismo.
Estadios hostiles
En ese punto, aparecen señalamientos de algunos dirigentes y legisladores de la oposición dialoguista que últimamente se han raspado más que los propios referentes libertarios para tratar de aligerarle al mileísmo algunos problemas, como el tratamiento parlamentario del Criptogate o de los pliegos de Lijo y García-Mansilla.
“El Gobierno tiene que revisar algunos mecanismos, pero dudo que lo hagan, después de ver la euforia por lo que creen que fue un logro de ellos y un fracaso de la oposición, a raíz de la violencia en la manifestación del Congreso. Parece que no se dan cuenta de que tienen muchos desafíos por delante y le agregaron más. Después de lo del miércoles, en las canchas de fútbol van a putear a Milei y a Bullrich y la semana que viene, si no retiran los pliegos de Lijo y de García-Mansilla, el Senado se los va a rechazar.
Mientras tanto, no logran explicar ni disipar el escándalo de $Libra”, señala un senador no libertario que en la Cámara alta suele facilitarle las cosas al hiperminoritario oficialismo.
La observación cobra relevancia cuando se repara en que la legitimidad del reclamo de los jubilados no se anula por la violencia de algunos manifestantes y la presencia de barrabravas. Las jubilaciones que cobran el mínimo, más el bono, perciben hoy casi un 4% menos que en noviembre de 2023, según un informe de Chequeado.com. Ese haber es hoy de $ 349.121, 71, lo que los pone algo más que en el umbral de la pobreza. No hace falta mucho para comprender que al mes de los jubilados le faltan pesos y le sobran días.
Las advertencias e incomodidades de aliados o dialoguistas también refieren a situaciones personales y episodios muy concretos. “Hasta cuándo yo me voy a inmolar con el argumento de sostener la institucionalidad si ni los propios libertarios lo hacen. Lo del miércoles en el Congreso (adentro y afuera) hace muy difícil defenderlos. La violencia de los barras es inaceptable pero los excesos en la represión son difíciles de justificar. Encima, después se pelean entre los diputados libertarios en el recinto, mientras algunos de nosotros nos levantamos para no dar quórum y evitar un avance del kirchnerismo para debilitar al Gobierno”, se preguntaba al finalizar la violenta jornada un diputado radical, que no usa peluca, pero que en cuestiones de fondo suele asistir a Milei.
Complican más las cosas la falta de unidad y conducción del oficialismo sobre su escasa tropa parlamentaria, así como la ausencia de interés demostrada por el Presidente para alcanzar consensos, cuando no sus ataques furibundos a legisladores que luego necesita para sacar leyes, designar jueces o evitar rechazos y eludir investigaciones complicadas o interpelaciones riesgosas.
No obstante, la baja consolidada de la inflación, la estabilidad cambiaria, más la fragmentación y la falta de legitimidad de la oposición siguen siendo soportes fundamentales para el Gobierno.
Un poco de presente propio y mucho de pasado ajeno, que sigue vigente, siguen siendo la principal fortaleza de Milei.
Pero cada día que pasa el oficialismo va construyendo su propio pasado, que se proyecta sobre el futuro y está obligado a ofrecer resultados. Siempre, hoy es el mañana de ayer.
En el universo mileísta, la creencia dominante es que los desmanes dejaron un saldo positivo en la imagen gubernamental Política
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