La nueva SIDE: ¿una oportunidad o más de lo mismo?
La decisión del presidente Javier Milei de disolver la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y crear cuatro entidades especializadas que funcionarán bajo la órbita de la nueva Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) abre una oportunidad excepcional para que la Argentina, al fin, desarrolle un sistema de inteligencia consistente que se aboque a proteger a la comunidad y a realizar aportes en la preservación de la seguridad internacional, en relación con servicios similares del extranjero. Pero esta misma reformulación conlleva, también, riesgos insoslayables.
Como se recordará, el Gobierno publicó en el Boletín Oficial los decretos 614 y 615. Con ellos creó el Servicio de Inteligencia Argentino, la Agencia de Seguridad Nacional y la Agencia de Ciberseguridad, que serán monitoreadas por una División de Asuntos Internos, que funcionará como organismo de control de los anteriores.
Bien diseñados, con los recursos presupuestarios adecuados y sobre todo con el personal más idóneo al frente, la nueva estructura de inteligencia puede saldar una de las mayores deudas que arrastra la democracia argentina desde 1983. Cuatro décadas llenas de oprobio y vergüenza que esperamos y deseamos que de este modo queden atrás.
Bien diseñados, con los recursos presupuestarios adecuados y, sobre todo, con el personal más idóneo al frente, la nueva estructura de inteligencia puede saldar una de las mayores deudas que arrastra la democracia argentina desde 1983
Basta recordar algunos de los muchos y graves tropiezos que durante esos 40 años registraron todos los presidentes en el área de inteligencia. Desde la presencia de Raúl Guglielminetti en tiempos de Raúl Alfonsín y los dos atentados y la causa AMIA durante la presidencia de Carlos Menem a las “coimas en el Senado”. También podemos citar los sobresueldos que salían de la SIDE destinados a políticos, jueces y periodistas; las escuchas telefónicas ilegales y el despido de Gustavo Beliz cuando se enfrentó con Antonio “Jaime” Stiuso durante la presidencia de Néstor Kirchner, la nefasta influencia del general César Milani durante el cristinismo y la banda “Super Mario Bros” en la pésima gestión de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani. Y la intervención de la AFI y el ingreso de militantes de La Cámpora con Alberto Fernández. En todo este oscuro panorama se destaca otro hecho lamentable y, todavía, misterioso: la muerte del fiscal Alberto Nisman no se puede explicar sin tomar en cuenta la actividad de los servicios de inteligencia.
Con semejantes antecedentes –entre otros muchos ejemplos vergonzosos que podríamos citar–, debemos reaccionar con cautela ante el anuncio de esta reformulación del sector de inteligencia. ¿Estamos ante una reforma real o ante otro ejemplo más de gatopardismo? ¿Estamos ante un cambio verdadero o un mero cambio de nombre –otro más en apenas unos años– para que en realidad nada cambie en aquello que el gran politólogo italiano Norberto Bobbio denominó el sotto governo?
En ese sentido, invitamos pues a la Comisión Bicameral de Fiscalización de Organismos y Actividades de Inteligencia del Congreso Nacional a prestar especial atención a la ejecución de los “fondos reservados”, que fueron incrementados, a la selección de personal y al cumplimiento de los objetivos trazados dentro de la legislación vigente. A qué se destine el dinero de los contribuyentes, quiénes encarnarán la letra de la ley y qué harán cada uno de ellos resultará clave.
En materia de inteligencia, hemos vivido cuatro décadas llenas de oprobio y vergüenza que esperamos y deseamos que queden atrás
Dada la nueva estructura de inteligencia, sin embargo, resulta evidente que otro de los grandes desafíos pasará, sin dudas, por lograr una coordinación eficiente entre el Servicio de Inteligencia Argentino, la Agencia de Seguridad Nacional y la Agencia de Ciberseguridad. Solo así se evitarán los recelos y el tabicado de la información que suele registrarse en toda burocracia.
Ese riesgo resultó tristemente patente en los Estados Unidos cuando ocurrieron los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Años después se supo que diversos organismos de seguridad e inteligencia de ese país tenían indicios y pistas sobre la inminencia de aquellos ataques perpetrados por Al-Qaeda, pero los burócratas se habían negado a compartir esa información entre sí, impidiendo la prevención del desastre.
El recuerdo del 11S en este espacio editorial no es casual. La Argentina ya padeció dos terribles ataques terroristas en las postrimerías del siglo XX, con apoyo logístico desde la Triple Frontera, y la posibilidad de un tercer atentado resulta un riesgo con el que lidian nuestros servicios de seguridad e inteligencia.
Para contar con una estructura de inteligencia que funcione como tal resultará decisivo designar a los mejores funcionarios, a los más idóneos, a los más preparados, a los que tengan fojas de servicio intachables. No lo fue el senador nacional Oscar Parrilli, al que la propia Cristina Kirchner trataba como un lacayo, como tampoco lo fue Arribas, cuyo único mérito para que Macri lo designara como “Señor 5″ fue, al parecer, su labor previa como representante de futbolistas.
Dados esos antecedentes lamentables, permítasenos concluir este espacio editorial con una pregunta dirigida al presidente Milei, a sus máximos colaboradores –en particular a su asesor todoterreno, Santiago Caputo–, y a la comisión bicameral del Congreso: ¿cuáles son los méritos del señor Sergio Neiffert para liderar semejante estructura de inteligencia?
Según el CV que él mismo redactó, Neiffert no tiene experiencia alguna en el área de inteligencia ni tampoco en el sector público nacional de alto nivel hasta que, en marzo de este año, asumió como representante del Poder Ejecutivo en el Consejo Directivo de la Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo (Acumar). Hasta entonces, solo había sido vicepresidente del Consejo Escolar del partido de Malvinas Argentinas, con Jesús Cariglino, y presidido el Consejo Escolar bonaerense, con Daniel Scioli, además de trabajar como productor de radio y televisión, y montar una empresa de publicidad en la vía pública. En la primera línea del CV que presentó a la Acumar, el propio Neiffert se caracterizó a sí mismo como experto en el manejo de recursos públicos y privados. ¿Será esa experiencia la que lo promovió hacia un organismo que ha sido visto, durante décadas, como la gran caja negra del Estado?
El mejor organigrama administrativo no compensará jamás la presencia de funcionarios ineficientes o, peor, inescrupulosos, en el control de uno de los aparatos más opacos de la estructura del Estado. El aparato del que se alimentó durante décadas “la casta”, por utilizar una categoría del oficialismo. De nada sirve, tampoco, convocar a personal idóneo, si se utilizan fondos reservados para contratar de manera clandestina a personajes del submundo a los que se asignan tareas ilegales. Al mismo tiempo que Milei delegó en Santiago Caputo el diseño de la nueva SIDE, se multiplicaron los rumores sobre la aproximación de personajes funestos traídos del pasado, como Stiuso y sus colaboradores. Nadie ha desmentido que la renovación de esa agencia coincida con esa regresión a tiempos vergonzosos.
¿Queremos saldar una de las mayores deudas pendientes de la democracia? ¿O queremos seguir honrando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa?
Asignar correctamente los fondos, coordinar actividades, evitar los recelos y el tabicado de la información son algunos de los principales desafíos de la agencia Editoriales
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