La historia de la restauración de una mítica casa de té destruida para la que Brad Pitt ayudó a recaudar US$20 millones

Artistas de todas partes del Reino Unido reconstruyeron pieza a pieza el salón de té más famoso del diseñador, una obra artesanalmente épica.
“Hay esperanza en el error honesto, ninguna en la fría perfección del mero estilista”. Un lema que se hizo en carne desde Glasgow, gracias a Charles Rennie Mackintosh, su mayor exponente del movimiento Arts & Crafts y el Art Nouveau. Pasó sus primeros años en las afueras de Denistom, en contacto directo con la naturaleza, un vínculo que marcaría su futuro en el desarrollo de una estética orgánica.
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De regreso en Glasgow, fue aprendiz de arquitectura en el estudio de John Hutchinson por cinco años, y más tarde, durante sus estudios de dibujo y pintura en la Escuela de Arte, conocería a quienes formarían el grupo The Four (los Cuatro): Herbert MacNair y las hermanas Frances y Margaret Macdonald, con quien se casaría y compartiría una parte importante de sus desarrollos.
Fue el edificio para esa escuela su obra más célebre (concurso que ganó en 1896). Su construcción se volvió mundialmente famosa, y fue destruida por un incendio en 2014. Brad Pitt fue una de las figuras que se comprometió en la recaudación de US$20 millones para su restauración. Sin embargo, cuando las obras de recuperación ya se habían iniciado, un nuevo incendio volvió a acosar al edificio.
Junto a su esposa, Mackintosh diseñó una serie de salones de té, respondiendo a una práctica habitual de la época. Los más célebres fueron los Willow Tea Rooms. Abiertos originalmente en 1903 fueron diseñados por Mackintosh bajo un concepto de control total por dentro y por fuera. Su involucramiento con la remodelación del edificio de viviendas de la década de 1860 se extendió a toda la decoración de interiores, que incluyó desde el diseño de la platería y vajilla, hasta el uniforme de las mozas. Todo pasó algo desapercibido por entonces, y los halagos estuvieron destinados a la propietaria: Kate Cranston, una de las siete mujeres que figuran en el Quién es Quién de la ciudad de 1909, entre 453 hombres.
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Aunque Mackintosh fue celebrado fronteras afuera, no fue dimensionado en su ciudad de origen. Aún así, los salones de té, cercanos a la gente, fueron destacados por su valor artístico y decorativo, dos aspectos en los que el arquitecto se involucró en detalle. Luego de su apogeo, empezaron a mermar su protagonismo. Algunos sufrieron transformaciones inusuales y otros fueron ocultados detrás de dependencias de grandes tiendas departamentales. Pasaron de mano en mano y hace una década, luego de varios intentos de rescatarlos, tuvieron cartel de venta.
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La rutina de cada sábado era la misma, Celia tenía como meta el Kelvingrove, la segunda mayor atracción turística de Escocia y el museo más visitado de todo el Reino Unido fuera de Londres. Se subía al tranvía en el oeste de Glasgow para darse una vuelta por el museo y terminar su tarde en la cafetería Empire. Se sentía grande y atrapada por el arte. Casi cinco décadas después, esa pasión se convirtió en la llama que rescató la herencia de Mackintosh. Fundó el Willow Tearooms Trust para revivir los salones originales. Compró el edificio que estaba a la venta y decidió encarar una restauración tan minuciosa, que en su proceso incluyó hasta las servilletas de las mesas.
“El plan -relata Celia Sinclair- involucró la restauración completa de los salones de té para llevarlos a su estado inicial, incluido el Salón de Lujo del primer piso, que reunió a la alta sociedad de Glasgow en los eventos más recordados. También se abrió un centro de visitantes, otro educativo que alberga a 2500 niños, y un espacio de exhibición”. A la par, no solo se volvió la arquitectura a su estado fundacional, sino que requirió la participación de una dotación de profesionales comprometidos en la producción de más de 400 muebles Mackintosh meticulosamente elaborados.
Para llevar adelante la idea, Celia creó un fideicomiso que debió reunir algo más de US$14 millones. “La obra implicó recuperar cada elemento tal como Mackintosh lo había ideado”, indica. Pero no solo se fabricó cada pieza, sino que cada una se produjo siguiendo los mismos métodos con que Mackintosh las trabajó en sus inicios. Así, por ejemplo, volvieron a los salones las célebres sillas de estilizado respaldo alto hechas una a una a mano.
Se utilizaron fotografías de colecciones privadas y de medios de comunicación para asegurarse que cada rubro de artesanos pudiera reproducir la araña central, el resto de luminarias, las alfombras y las cortinas exactamente como se veían en 1903. Se convocó a especialistas y artesanos por todo el Reino Unido. Por ejemplo, para los paneles de vidrio de las ventanas del frente, se recurrió al restaurador de vitrales Bryan Hutchison. Para guiar el destino de los 400 muebles que se necesitaron recrear, se contó con el saber del ebanista Kelvin Murray. Para armonizar proporciones y materiales, Kelvin recurrió a piezas que se conservan en el Museo Hunterian de la Universidad de Glasgow.
Honrar el origen
Celia es empresaria inmobiliaria, pero esto era algo diferente. Por su trabajo se enteró que iban a subastar los Willow Tea Rooms y sentada en la vereda de enfrente, en una parada de colectivo, decidió que había que hacer algo. El primer día que entró como nueva dueña del lugar la esperaba toda la prensa escocesa. Entonces nació el nombre que lleva hoy: Mackintosh at the Willow (Mackintosh en el Willow). “La intención es que sea un sitio referente por los próximos 100 años -explica-. Quiero que inspire a los más jóvenes para que se acerquen al arte y que vean que no necesariamente esta disciplina puede estar lejos de lo cotidiano y del uso funcional. Sólo entendiendo de qué se trata cada pieza, es que van a apreciar y resguardar su herencia”.
Un emblema de los originales salones de té era un homenaje de Mackintosh a Margaret, su esposa. Se trataba de un relieve escultórico con la imagen de ella hecha en yeso que sobrevivió casi de milagro y aún se conserva en el museo Kelvingrove. Dai y Jenny Vaughan, nativos de la Isla de Lewis, se habían mudado hacía un tiempo para producir algunas obras emblemáticas a pedido para el Festival de Jardines y para Princes Square. Su amor por el detalle y su afición por traer en el tiempo técnicas pasadas fueron las excusas que convencieron a Celia para que dieran vida al nuevo medallón de yeso que reproduce el original, preside el salón de la planta baja y fue realizado según la técnica de la propia Margaret Macdonald. “Mackintosh creía que el alma del lugar se escondían en sus paneles de yeso”, confirma Sinclair.
Otro desafío fueron las lámparas centrales que iluminan los salones. Para recrear esas piezas se convocó a Ingrid Phillips, especialista en vidrio soplado y caracterizada por ir más allá con ese material a la hora de alumbrar. Para dar vida a las 200 piezas de vidrio macizo que integran las dos arañas, se sirvió de una única fotografía en blanco y negro que reflejaba las luminarias originales. Pero ese no fue el único desafío: “Mi meta es obtener caireles sin burbujas interiores -explica-, pero aquí la idea era hacer todo lo contrario, porque los originales estaban repletos de ellas”. Descartó 700 lágrimas de vidrio para llegar al objetivo.
La pesquisa que emprendió Celia junto a Pamela Robertson, profesora emérita de estudios sobre Mackintosh en la Universidad de Glasgow, implicó rastrear materiales en los patrimonios del artista y de su esposa, recurrir a coleccionistas privados y a la observación de sus obras distribuidas en diferentes locaciones, además de publicaciones de la prensa social. Así recrearon la alfombra del Salón de Lujo del primer piso, las mamparas de vidrio estilo vitreaux y el tipo de terciopelo de los asientos.
Hoy los salones recuperaron su esplendor con la premisa del detalle y la pasión detrás de Celia y del equipo que convocó. “Mackintosh es para Glasgow lo que Gaudí es para Barcelona -explica-. Es en estos salones donde se mostró integralmente al mundo. Lo único que aquí no le pertenece es la vajilla y la comida, por supuesto”. Aún así, el té se sirve como entonces, a toda hora, porque la experiencia Mackintosh at the Willow es atemporal.
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