Hélène Cixous y por qué salvar a los animales​

María del Carmen Rodríguez es una poeta casi secreta. Es también docente y traductora. Posee una erudición y una velocidad de pensamiento que, al menos para mí, a veces son difíciles de seguir.

Nos vemos cada tanto; un cumpleaños, una obra de teatro, alguna Nochebuena. Hace poco me la encontré de modo imprevisto (aunque, conociendo sus trabajos, lo de “imprevisto” podría matizarse): terminaba de leer Animal amor, lacerante texto de la escritora francesa y ganadora del Premio Formentor 2025 Hélène Cixous, publicado por editorial La Marca y descubrí, oh dato en el que no había reparado, que la traducción era de María del Carmen.

“Sentí su dolor en cada palabra”, me diría luego, cuando la llamé y hablamos del libro. Qué haríamos los lectores sin los buenos traductores. Porque la escritura de Cixous es exquisita, sofisticada, incluso frágil. Llevarla del francés al castellano requiere precisión de orfebre; y, en el caso de Animal amor, un corazón capaz de sentir lo atroz y lo bello de este mundo como lo siente el corazón de María del Carmen.

Animal amor es una conferencia de Cixous que la editorial Bayard publicó en Francia en 2021, y cuya versión en español ahora forma parte de la colección En pocas palabras (dedicada a este tipo de materiales).

Para hablar del vínculo entre los seres humanos y los animales, de sus asimetrías y de lo que expresa sobre nuestra propia condición, Cixous se remonta a su infancia argelina y al recuerdo de un perro, Fips, sobre el que se descargaron infinidad de maltratos. Un cachorro querido y no querido a la vez; un ser a expensas de esa capacidad tan humana de dañar incluso a lo que se ama. Sin alegorías rebuscadas ni conclusiones fáciles, la autora, además, habla de Argelia, el país donde nació en 1937 y al que recuerda sumido en múltiples violencias y sufrimiento (la escritora se instaló en Francia en 1955).

Para hablar del vínculo entre los seres humanos y los animales, de sus asimetrías y de lo que expresa sobre nuestra propia condición, Cixous se remonta a su infancia argelina y al recuerdo de un perro, Fips, sobre el que se descargaron infinidad de maltratos

Ante un público que, por el tipo de expresiones que usa, presumimos juvenil, Cixous explica que aunque Fips ya está muerto, la intensidad del vínculo con él permanece. Admite que lamenta no haberle nunca dicho “Sabes, Fips, este es el tiempo de la injusticia, del odio ciego, de los malentendidos asesinos, de las masacres, de la esclavitud, y estamos todos en el mismo brasero”.

Los hechos, en apariencia, son nimios. El padre trae a la casa un cachorro que la Hélène niña deseaba. Pero el perrito no se comporta de acuerdo a sus expectativas, ni las de su madre, ni la de los eventuales vecinos. El perro, al que en cierto modo también consideraba su hermano, “no se dejaba atrapar , nos amaba según él, no según nuestro orden”. Y hay que tener mucha bondad –la que tenía el padre de Cixous– para aceptar ese tipo de diferencias sin sentirse “oscuramente decepcionados”, sin rebajar la dimensión de lo amoroso ni abrirles la puerta al descuido, la brutalidad, la anestesia ante las heridas que se puedan infringir a algún otro.

La autora explica al auditorio que, hoy por hoy, vive con dos gatas a las que cuida con devoción. Pero el fantasma de Fips, la huella de eso que ella le hizo (o de las violencias que otros descargaron sobre el perro sin que a ella, en aquellos años, pareciera importarle) permanece: una llaga que no cierra. “La vida es muy cruel y no tenemos otra arma que la de intentar imaginar, pensar”, escribe, desde un lugar no precisamente equiparable al “mascotismo” al que estamos habituados.

Cixous nació en un territorio áspero, en una época dura, en el seno de una familia judía que miró de frente al horror nazi. Su planteo es fieramente ético. Sabe de lo que es capaz nuestra especie y, desde ese saber, propone (en un gesto que implica a los “hermanos con pelo”, pero también a la humanidad): “El antiguo horror permaneció. Quien no salva, mata”.

​ María del Carmen Rodríguez es una poeta casi secreta. Es también docente y traductora. Posee una erudición y una velocidad de pensamiento que, al menos para mí, a veces son difíciles de seguir.Nos vemos cada tanto; un cumpleaños, una obra de teatro, alguna Nochebuena. Hace poco me la encontré de modo imprevisto (aunque, conociendo sus trabajos, lo de “imprevisto” podría matizarse): terminaba de leer Animal amor, lacerante texto de la escritora francesa y ganadora del Premio Formentor 2025 Hélène Cixous, publicado por editorial La Marca y descubrí, oh dato en el que no había reparado, que la traducción era de María del Carmen.“Sentí su dolor en cada palabra”, me diría luego, cuando la llamé y hablamos del libro. Qué haríamos los lectores sin los buenos traductores. Porque la escritura de Cixous es exquisita, sofisticada, incluso frágil. Llevarla del francés al castellano requiere precisión de orfebre; y, en el caso de Animal amor, un corazón capaz de sentir lo atroz y lo bello de este mundo como lo siente el corazón de María del Carmen.Animal amor es una conferencia de Cixous que la editorial Bayard publicó en Francia en 2021, y cuya versión en español ahora forma parte de la colección En pocas palabras (dedicada a este tipo de materiales).Para hablar del vínculo entre los seres humanos y los animales, de sus asimetrías y de lo que expresa sobre nuestra propia condición, Cixous se remonta a su infancia argelina y al recuerdo de un perro, Fips, sobre el que se descargaron infinidad de maltratos. Un cachorro querido y no querido a la vez; un ser a expensas de esa capacidad tan humana de dañar incluso a lo que se ama. Sin alegorías rebuscadas ni conclusiones fáciles, la autora, además, habla de Argelia, el país donde nació en 1937 y al que recuerda sumido en múltiples violencias y sufrimiento (la escritora se instaló en Francia en 1955).Para hablar del vínculo entre los seres humanos y los animales, de sus asimetrías y de lo que expresa sobre nuestra propia condición, Cixous se remonta a su infancia argelina y al recuerdo de un perro, Fips, sobre el que se descargaron infinidad de maltratosAnte un público que, por el tipo de expresiones que usa, presumimos juvenil, Cixous explica que aunque Fips ya está muerto, la intensidad del vínculo con él permanece. Admite que lamenta no haberle nunca dicho “Sabes, Fips, este es el tiempo de la injusticia, del odio ciego, de los malentendidos asesinos, de las masacres, de la esclavitud, y estamos todos en el mismo brasero”.Los hechos, en apariencia, son nimios. El padre trae a la casa un cachorro que la Hélène niña deseaba. Pero el perrito no se comporta de acuerdo a sus expectativas, ni las de su madre, ni la de los eventuales vecinos. El perro, al que en cierto modo también consideraba su hermano, “no se dejaba atrapar , nos amaba según él, no según nuestro orden”. Y hay que tener mucha bondad –la que tenía el padre de Cixous– para aceptar ese tipo de diferencias sin sentirse “oscuramente decepcionados”, sin rebajar la dimensión de lo amoroso ni abrirles la puerta al descuido, la brutalidad, la anestesia ante las heridas que se puedan infringir a algún otro.La autora explica al auditorio que, hoy por hoy, vive con dos gatas a las que cuida con devoción. Pero el fantasma de Fips, la huella de eso que ella le hizo (o de las violencias que otros descargaron sobre el perro sin que a ella, en aquellos años, pareciera importarle) permanece: una llaga que no cierra. “La vida es muy cruel y no tenemos otra arma que la de intentar imaginar, pensar”, escribe, desde un lugar no precisamente equiparable al “mascotismo” al que estamos habituados.Cixous nació en un territorio áspero, en una época dura, en el seno de una familia judía que miró de frente al horror nazi. Su planteo es fieramente ético. Sabe de lo que es capaz nuestra especie y, desde ese saber, propone (en un gesto que implica a los “hermanos con pelo”, pero también a la humanidad): “El antiguo horror permaneció. Quien no salva, mata”.  Cultura 

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