¿Hacia dónde va la medicina?: las tendencias que marca el referente de uno de los centros científicos más relevante del mundo​

Una carta abierta que en abril pasado llegó al despacho del presidente de Harvard reivindicó la “independencia de las instituciones científicas” y la “libertad académica”. Fue luego de que el gobierno estadounidense congeló fondos públicos –destinados en parte a investigaciones en curso en medicina y tecnología– si la universidad no corregía políticas internas. En su texto, Patrick Cramer, presidente de la Sociedad Max Planck, advirtió también sobre el riesgo de que este tipo de “amenazas” globales terminen por hacer que la ciencia pierda el “papel fundamental” que tiene para la sociedad.

A seis meses de esa carta, de visita en el país, el referente de esa red de institutos de investigación de Alemania con centros asociados en más de un centenar de países, incluido la Argentina, planteó la “gran preocupación” con la que el mundo científico está observando los cambios políticos, mientras crecen desafíos que van desde los efectos que está teniendo el cambio climático hasta las infecciones o el cáncer, al que define como “un gran problema aún no resuelto”.

Esto, de acuerdo con Cramer, sucede en un escenario científico internacional en el que Asia “está avanzando muy rápido”, Estados Unidos está “reduciendo fondos drásticamente”, Europa se mantiene “relativamente estable, con financiamiento y recursos en la mayoría de los centros” y América Latina “difiere bastante” en sus avances y recursos.

“En los últimos días, mis colegas de la Argentina me explicaron que la situación [local] es muy crítica”, refirió en diálogo con LA NACION en una sala del Instituto de Investigación en Biomedicina de Buenos Aires (Ibioba). “Sería muy importante para la clase política [argentina] decirles a los científicos que son necesarios para el futuro de la sociedad porque de dónde viene la innovación si no es de la ciencia”, planteó. El día anterior, había dado una conferencia en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

Es su primer viaje oficial a la Argentina desde que asumió la presidencia de la sociedad en 2023. En su discurso, en ese momento, al explicar para qué sirve la investigación dijo: “La ciencia protege la democracia”. ¿Cómo? A través de datos y evidencia para la toma de decisiones, según reiteró.

La colaboración entre Max Planck e instituciones argentinas se tradujo en publicaciones internacionales en ciencias básicas, con un trabajo conjunto de tres décadas. Cramer es bioquímico y biólogo molecular. Dirigió el Instituto Max Planck de Ciencias Multidisciplinarias en Gotinga. Con su equipo dio con un mecanismo clave en el proceso de salud o enfermedad: cómo hacen las células para leer las instrucciones que contienen los genes (código genético) y regular la producción de moléculas (por ejemplo, proteínas) necesarias para las funciones orgánicas.

¿Hacia dónde va la medicina?

Para Cramer, hay, hoy, dos tendencias en una medicina que progresa cada vez más rápido. “Hay cánceres, inclusive el de pulmón, que hace 20 años causaban la muerte en un año y, ahora, se pueden transformar en enfermedades crónicas con nuevos tipos de terapias, como los anticuerpos [monoclonales] o los inhibidores de [enzimas] quinasas –dijo–. En el futuro, habrá vacunas personalizadas: los pacientes llegarán a un centro de atención, se les hará una biopsia y, a partir de su información genética, se hará una vacuna con plataforma ARN mensajero que estimule su sistema inmunológico contra el tumor. Habrá desarrollos importantes en esa línea en los próximos años.”

La otra tendencia no sería tan positiva: la medicina, como dijo, es cada vez más costosa. Su ejemplo fue la terapia con la técnica Crisps de edición de genes. “Ofrece por primera vez en la historia de la humanidad un tratamiento para al menos algunas enfermedades genéticas, lo que es absolutamente increíble. Es para unas pocas enfermedades por ahora, pero era impensado hace unos años -señaló-. Son tratamientos extremadamente costosos: de cientos de miles y, a veces, millones de dólares. Por un lado, entonces, la medicina mejora cada vez más, es más precisa e individualizada, pero, por el otro, se vuelve más costosa.”

Y esa, ahí, donde surge una pregunta universal. “¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por tratamientos? ¿Qué puede pagar la sociedad? –planteó–. Ese es un debate que no veo que se esté dando; se le escapa. Es una discusión difícil. Cuánto habría que gastar es la pregunta que no podemos responder y es un gran debate por delante.”

Otra pregunta sin respuesta aún es si los pacientes efectivamente reciben lo que la ciencia médica va produciendo en sistemas sanitarios cada vez más exigidos y coberturas siempre insuficientes cuando aparece la necesidad.

“Durante la pandemia de Covid, y quizás por primera vez, el público pudo ver a la ciencia en acción –planteó–. Antes, los científicos publicábamos investigaciones, presentábamos argumentos y debatíamos datos y evidencia. Pero en la pandemia todo sucedía tan rápido que la sociedad quería información a diario y los científicos contaban que habían obtenido resultados que debían replicar o había que debatir. Y la población no estaba acostumbrada a esa discusión científica. Algunos, probablemente, lo interpretaron como falta de certezas porque pensaban que la ciencia solo encuentra verdades, cuando detrás de la evidencia y los hechos que se presentan, está el proceso científico y el debate de lo incierto.”

Confianza

En Alemania, la confianza en la ciencia aumentó del 50% al 60% entre 2019 y 2022-2023, pero también lo hizo la proporción que no confía. “Básicamente, lo que la pandemia hizo fue polarizar esa confianza”, describió Cramer. “De lo que tenemos que darnos cuenta es que, como nunca en la historia de la humanidad, tuvimos vacunas con mucha rapidez –enfatizó–. Se estima que se salvaron entre 7 y 20 millones de vidas con esas dosis y eso es asombroso. Es lo que llevó a las vacunas de ARNm que, ahora, se están desarrollando para tratar tumores.”

¿Considera que se aprendió la lección? “Pienso que no hay mucha más conciencia”, respondió. “La gente tomó conciencia de que son seres biológicos porque, antes, la prosperidad, la salud y todo lo dábamos por asegurado. Si necesitábamos atención, íbamos a un hospital y un médico nos trataría –amplió–. De pronto, apareció un virus fatal y se tuvo miedo. Había que evitar el contacto, los mayores eran vulnerables y había posibilidad de morir por una infección. La población ya no estaba acostumbrada a eso. Antes, con epidemias como la de gripe española, nadie asumía que podían salvarlo. Era un hecho que la naturaleza era más fuerte. Ahora, con la tecnología y los tratamientos disponibles, muchos asumieron que no podría pasarles algo. Muchos países hicieron un buen trabajo, pero hubo situaciones especiales. Entonces, ¿estamos preparados para una nueva pandemia? Depende.”

Lo que resaltó, sin dudar, fue “haber aprendido” que el mundo cuenta con “una ciencia muy robusta” que puede dar respuestas en poco tiempo. “Los científicos fueron los que hicieron las primeras pruebas diagnósticas. ¿Por qué eso fue importante? Porque permitió seguir por dónde avanzaba el virus, detectar los casos y proyectar la propagación. Diseñaron distintos tipos de vacunas y, también, fueron los que les dijeron a los políticos cómo predecir con qué velocidad se diseminaba el virus. Los científicos tienen un papel muy importante en estos tiempos para las sociedades. Cuando las vidas están en peligro, los políticos tienden a ser muy conservadores en las decisiones.”

Criticó, por ejemplo, haber sido tan estrictos con el cierre de las escuelas. “El daño no terminó: se puede ver el alcance de la depresión en los más jóvenes, soledad, y eso es en parte por la pandemia y, en parte, por las decisiones que se tomaron”.

Aprender a pensar

En línea con su antecesor, Martin Stratmann, destacó la importancia de la educación. “No solo se trata de enseñar a las personas para el trabajo futuro -dijo-, sino para el pensamiento crítico: que sean mentes independientes, que puedan juzgar asuntos complejos. Esto es necesario en cualquier democracia.”

Eso, para Cramer, se logra cuando la educación despierta la conciencia de lo complejo del mundo alrededor. “Es por esto que existe el trabajo de los científicos –relacionó–: investigan, hacen ciencia, pero también están entrenando a la próxima generación a pensar más críticamente o confiar en lo datos, diferenciarlos de la ficción y proporcionar evidencia. Y para tomar buenas decisiones políticas se necesita evidencia. No hay que subestimar la importancia de la educación.”

En un contexto adverso, como definió en la carta abierta enviada al presidente de Harvard, ¿qué pueden hacer los científicos? “Es difícil responder porque el pensamiento racional sería promover la educación y la ciencia. Pero diría que, siempre, seguir explicando por qué lo educativo es tan importante y, básicamente, decirle a la población que la ciencia no es un lujo. Es un pilar de la democracia. La ciencia libre es tan relevante como la libertad de prensa o la independencia en los jueces –agregó–. Y, siempre, enfatizarle a la sociedad que la vida, como la conocemos, no existiría sin la ciencia. Usamos un celular, pero la gente no se pregunta de dónde viene y hay mucho de física cuántica en nuestros celulares. Lo mismo ocurre con la medicina, en la que hubo revoluciones para poder tratar las enfermedades.”

Colaboración

En ese sentido, consideró que la colaboración entre Max Planck y los investigadores argentinos es “realmente impresionante”. En los últimos cinco años, se publicaron 1268 artículos conjuntos, con resultados que van desde la astrofísica hasta la biomedicina o las ciencias sociales. Pero lo que más destaca es el intercambio de talento.

“Científicos jóvenes de la Argentina viajan a los institutos de Max Planck durante un plazo como puede ser el de un doctorado o un posdoctorado, publican hallazgos importantes y vuelven al país para formar sus equipos en la universidad o la institución de la que provienen. Tenemos 18 líderes de grupos que siguen en contacto con la sociedad y pueden seguir la colaboración con acceso a la infraestructura de los institutos en Alemania”, refirió.

El 56% de los investigadores de Max Planck son extranjeros. Cramer promueve especialmente ese intercambio. “Es muy bueno para la ciencia porque estimula la creatividad”, afirmó.

“En los últimos días –dijo sobre su visita al país–, encontré jóvenes científicos muy motivados, talentosos. Solo puedo alentarlos a seguir. Pueden aparecer problemas, cuesta obtener una beca y los tiempos son difíciles, pero es importante que hagan lo que les apasiona. También, los aliento a viajar: no es solo el entrenamiento para aprender métodos, sino integrarse a otras culturas, conocerse a sí mismos y hacer amigos de los que aprender. Tuve muchas dificultades durante mi doctorado y después. Dudé de si debía seguir, pero, al final, no me arrepiento porque hacer ciencia es tan divertido. Ser los primeros en el mundo en ver algo, hacer un descubrimiento, es un enorme placer”, concluyó.

​ Patrick Cramer, presidente de la Sociedad Max Planck, una red de instituciones de investigación de Alemania, habló con LA NACION también sobre el rol fundamental de la ciencia en la democracia  Sociedad 

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