Giuliano da Empoli: “Cuando el enojo y el desencanto alcanzan cierto nivel, la locura se vuelve una elección racional”​

La primera novela del sociólogo, ensayista y asesor político ítalo-suizo Giuliano da Empoli (Neuilly-sur-Seine, 1973), uno de los invitados internacionales a la octava edición de la Noche de las Ideas, despertó el interés del presidente francés Emmanuel Macron y de la primera ministra danesa, Mette Frederiksen. El mago del Kremlin (Seix Barral) narra la historia de un aristocrático consejero del presidente ruso Vladimir Putin, experto en teatro de vanguardia, autor de novelas firmadas con seudónimo y descendiente de un abuelo anticomunista. Da Empoli conversará hoy, a las 18.30, con el periodista y ensayista Carlos Pagni sobre los “ingenieros del caos” que regulan la política contemporánea en tiempos de algoritmos y polarización extrema. También firmará ejemplares de su libro, que obtuvo el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa.

“Utilice la fórmula de ‘los ingenieros del caos’ en un ensayo -dice Da Empoli a LA NACION-. La cólera y el enojo, más los algoritmos, son los que crean el caos. La ira siempre existió en la sociedad, pero en momentos de crisis aumenta. Puede tener razones objetivas, pero el algoritmo hoy permite que la ira sea explotada de manera diferente. Es como si se hiciera fracking de petróleo, pero sobre la ira. Antes hacías el pozo y la ira salía como el petróleo: era el mismo mensaje para todo el mundo y había que converger en el centro, con un mensaje en el que la mayoría de las personas pudiera reconocerse. Con el surgimiento de las redes sociales, es como el fracking, se puede ir a buscar ira en diferentes pozos y en vez de tener movimientos centrípetos hay movimientos centrífugos; con estos, finalmente, se pueden constituir nuevas mayorías”.

Da Empoli asegura que la ira siempre fue utilizada por los políticos. “El filósofo alemán Peter Sloterdijk habla de los ‘bancos de la ira’. Instituciones como la Iglesia y los partidos de izquierda usaban el enojo de la gente que tenía dificultades, y se les prometía que ese enojo iba a servir para un proyecto más grande. Los bancos de la ira han perdido su eficacia y ahora hay ‘nuevos emprendedores’ de la ira que han aparecido en Europa y América. El escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, con quien me encontré el domingo, explica bien en sus columnas el modo en que los nacionalismos populistas, que pueden tomar formas estatales o liberales, impulsan la gran promesa de la humillación de la casta y del establishment. Es la gran promesa de los populismos incluso cuando no cumplen las otras promesas; lo central es la humillación de la casta. La sola presencia de Donald Trump en el poder y sus actos fueron una humillación para el Partido Demócrata, la vieja guardia del Partido Republicano, la prensa, la academia y los intelectuales”.

Durante la entrevista, Da Empoli -que reside en París- habla en inglés y en francés. “Mi español no es muy bueno”, admite. Su novela tuvo dos versiones: una francesa y, meses después, se publicó la italiana. “El libro funciona muy bien en Inglaterra y no tan bien en Estados Unidos”, cuenta. Esta es su primera visita a la Argentina. “Cuando uno es escritor, tiene muchas expectativas al visitar Buenos Aires, sobre todo por la tradición literaria de la ciudad, y el riesgo es la decepción, pero no fue así en absoluto -asegura como un buen huésped-. Varios pueden ser testigos de mi entusiasmo desde el primer momento”.

El atractivo protagonista de El mago del Kremlin, Vadim Baranov, está inspirado en Vladislav Surkov, considerado por años el ideólogo de Putin. “Está en el centro de la novela -sostiene-. En el mundo gris que rodea a Putin, con agentes del KGB y hombres de negocios, este personaje es muy sorprendente: escribe novelas de misterio con seudónimo, es experto en teatro de vanguardia y tiene pósteres de cantantes de rap en su cuarto. Da la impresión de que cumple con su rol de consejero de Putin como si hiciera una performance artística. Me pareció interesante contar el poder a través de este personaje. No quería escribir un ensayo sino entrar en la cabeza del personaje; preparé el libro como si fuera un ensayo, pero en vez de detenerme en los hechos entré en su cabeza para poner en escena ese teatro posmoderno que trabaja sobre la imagen de Putin. Quería escribir no solo sobre Rusia sino también sobre el poder, las dinámicas, las relaciones entre el consejero y el líder, las intrigas de la corte. La ventaja es que pude usar mi experiencia personal como asesor de políticos”.

-¿De qué políticos?

-Trabajé en Italia con muchos políticos como el exprimer ministro Matteo Renzi. Para escribir la novela, investigué mucho sobre Rusia pero luego, para contar cómo se toman las decisiones, cómo es la dinámica del poder, usé mi experiencia. Hay algo universal en el manejo del poder. El desafío era hacer la diferencia entre lo que es universal en las dinámicas de poder y las especificidades rusas. En los años 1990, en Rusia se vivía una época caótica, de gran libertad y en la que unos personajes se vuelven muy ricos mientras la mayoría de los rusos, tras la caída del Muro, pierden sus referencias y no dominan más lo que está pasando. Cuando se dan esas situaciones, cuando la gente se siente perdida, busca una figura carismática que restaure el poder. Y Putin aparece como una figura vertical que restaura el poder, reconectando con la especificidad del poder histórico de Rusia.

-¿Se parecen Putin y Stalin?

-Sí y no. Putin incorporó en su discurso todos los ejemplos de fuerza y de autocracia en Rusia e incluyó a Stalin en esta recuperación, al borrar la crítica a Stalin que se había instalado en Rusia en las últimas décadas. Pero, hasta ahora, no recurrió a las purgas de masas sino a otras más selectivas. De hecho, hay menos gente en las cárceles rusas que en otras épocas. Sí utilizó, como hizo Stalin con el episodio del sabotaje a los ferrocarriles que cuento en la novela, al chivo expiatorio. Con esto no se resuelve el problema, pero se entrega un culpable. A diferencia de Stalin, en su estrategia Putin no llega al fusilamiento, aunque a veces use otras variantes.

-Se dijo que su novela, lanzada en 2022, había anticipado la invasión rusa a Ucrania.

-Fue extraño porque, al escribirla, estuve acompañado por personajes desagradables en mi cabeza y pensaba liberarme de ellos con la publicación. Pero, al contrario, con la invasión rusa, estos personajes se metieron en la cabeza de todos. El libro no anticipa la guerra con Ucrania porque esta ya existía; la invasión de 2022 confirmó y validó la interpretación del poder de Putin que aparece en la novela. La guerra en Ucrania se desarrolló de una manera muy diferente a la que imaginaba Putin y en los últimos meses se ha visto que parece estar en una relación de fuerzas relativa. El error de la prensa europea sobre el futuro de la guerra es que caen en juicios e interpretaciones extremas sobre la posición rusa.

-¿Abandonará su carrera como asesor político para dedicarse a la literatura?

-Acumulé suficiente material y me gustaría seguir escribiendo sorbe el poder. Tengo poca imaginación y quiero seguir escribiendo sobre lo que conozco, en ficción y no ficción. También tengo un think tank individual, Volta, que me permite seguir encontrándome con gente en Francia e Italia. Mi novela tuvo una suerte de doble vida, una literaria y también una vida política, porque muchas personalidades reaccionaron y quisieron hablar del libro, como Macron, con el que me encontré varias veces; si bien él no me necesita para entender Rusia, hablamos de lo que significa estar en el poder. Me veo un poco como un antropólogo del poder y eso puede interesar.

-En la Argentina el Gobierno actual no siente mucho interés por las ciencias sociales y la literatura.

-Creo que los buenos políticos deberían interesarse en las ciencias sociales y la literatura, aunque sea de manera predatoria, pero no en el sentido negativo. Para usarlas, para obtener argumentos e ideas que sirven para tomar decisiones. El propio Presidente argentino tiene su propio aparato de ideólogos; es parte de lo universal en la política.

-¿El poder político está subordinado al poder tecnológico?

-Eso me preocupa profundamente. Por eso usé la novela de Yevgueni Zamitain, Nosotros, en mi novela. Hay una transferencia de poder desde la dimensión política a la tecnológica. La política se ha desplazado de los cafés y la prensa a las redes y el celular. Otras reglas se establecen, y muchas reglas las imponen las plataformas tecnológicas; en general, no son las reglas democráticas del debate parlamentario. En las redes todo está hecho para inflar los mensajes más extremos; el único criterio es el engagement y el tiempo que se pasa en una plataforma. Las democracias deberían, por lo menos, intentar regular el poder de las empresas tecnológicas; es algo que hasta ahora no se hizo.

-Como “antropólogo del poder”, ¿tiene alguna opinión sobre Javier Milei?

-No podría decir nada muy específico, pero se inserta en todas las tendencias de las que hablamos: la lucha contra la casta y la estructura política, la agitación de la ira social. Ahora esta es una estrategia mucho más fina porque, gracias al algoritmo, se pueden extraer todas las fuentes de la ira. Así se construye la imagen de un liderazgo subversivo. Cuando el enojo y el desencanto alcanzan cierto nivel, la locura se vuelve una elección racional. Cualquier cosa es mejor con tal de que lo anterior no continúe.

-¿El poder usa elementos ficcionales para perdurar?

-La diferencia entre un político exitoso, que funciona, y uno que no es exitoso es el control que se tiene sobre la narración. Con contorsiones varias, cambios y volteretas, mientras el político controla su relato, tiene éxito. Cuando lo pierde, c’est fini, se terminó. La realidad no cuenta en política, lo que cuenta es la percepción de la realidad. La realidad solo importa en la medida en que toca la percepción.

-¿Y la verdad?

-Moral y éticamente, importa. Pero desde el punto de vista de la dinámica política, hay una diferencia entre la verdad factual y la verdad emocional. La que importa es la verdad emocional, que a veces es verdad y a veces no lo es. La relación entre la ficción y la política es estructural.

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