Fue un fracaso absoluto y 30 años después se convirtió en un éxito arrasador por un olvido: así triunfó la película invencible

Cada Navidad, millones de estadounidenses se reúnen alrededor del televisor para ver una película que en 1946 fue considerada un desastre total. Una película que destruyó a la compañía que la produjo y que casi arruinó a su prestigioso director. Una película que los críticos atacaron sin piedad y que el público rechazó masivamente. Hablamos de Qué bello es vivir.
Hoy, la historia de George Bailey y su ángel guardián Clarence es tan indispensable para la Navidad estadounidense como el pavo del Día de Acción de Gracias o los fuegos artificiales del 4 de Julio. Sin embargo, el camino hacia la inmortalidad cinematográfica fue uno de los más improbables en la historia de Hollywood: un viaje de tres décadas que dependió no del genio artístico, sino de la torpeza burocrática más afortunada del entretenimiento.
La paradoja es deliciosa: la película que Frank Capra creía que capturaría perfectamente el espíritu estadounidense de posguerra fracasó estrepitosamente cuando más lo necesitaba, solo para resurgir como un fenómeno cultural cuando menos se esperaba.
En diciembre de 1946, Qué bello es vivir se estrenó con la esperanza de conquistar al público que regresaba de la guerra. En su lugar, se convirtió en una lección brutal sobre lo equivocado que puede estar un cineasta respecto de lo que su audiencia desea ver.
La historia de George Bailey, un hombre común que contempla el suicidio hasta que un ángel le muestra el valor de su vida, no logró conectar con una audiencia que acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial. Los espectadores de 1946 buscaban optimismo moderado y desconfiaban de un cuento navideño sumido en tanta oscuridad emocional. La película recaudó apenas 3,3 millones de dólares frente a un presupuesto inflado de 3,78 millones, una pérdida que obligó a Capra a vender su querida productora Liberty a Paramount Pictures.
De una tarjeta navideña casera a Hollywood
La ironía del fracaso de Qué bello es vivir se vuelve aún más amarga cuando se conoce el origen humilde de la historia. Todo comenzó el 12 de febrero de 1938, cuando Philip Van Doren Stern, un historiador de la Guerra Civil de Pensilvania, tuvo una idea mientras se afeitaba. La inspiración surgió de un sueño que imitaba Un cuento de Navidad de Charles Dickens: un hombre suicida que recibe la visita de un ángel.
Qué bello es vivir, la película que se transformó en un clásico de Navidad
Stern tardó cinco años en pulir su historia de cuatro mil palabras, que tituló El regalo más grande. Sin embargo, todos los editores la rechazaron, desde The Saturday Evening Post hasta las revistas agrícolas más modestas. Frustrado pero decidido, Stern tomó una decisión poco convencional: con sus propios fondos, imprimió 200 copias del cuento en un folleto y las envió como tarjetas navideñas a sus amigos y familiares en 1943.
El milagro ocurrió cuando una de esas tarjetas llegó a David Hempstead, productor de RKO Pictures, quien se la mostró a Cary Grant. Fascinado, Grant llevó la historia al estudio, que adquirió los derechos por diez mil dólares. Después de languidecer años en las estanterías de RKO y pasar por las manos de guionistas como Dalton Trumbo sin éxito, el proyecto llegó a Frank Capra en 1945, quien lo compró por la misma cantidad que RKO había pagado originalmente.
El contexto que selló su destino
El fracaso de Qué bello es vivir debe entenderse en el contexto de su época. Se estrenó apenas unas semanas después de Los mejores años de nuestra vida, el drama de William Wyler sobre veteranos de guerra que se convirtió en un fenómeno cultural. Esta película, que duraba casi tres horas, logró un éxito rotundo de crítica y taquilla, además de ganar siete Premios Óscar, incluido el de Mejor Película.
En contraste, el mensaje empalagoso de Capra sobre valores de antaño parecía anticuado e irrelevante para la América de posguerra. Los críticos fueron despiadados: Bosley Crowther, del New York Times, atacó la película por su sentimentalismo excesivo y otros la calificaron como un insulto a la inteligencia del público. La crítica especializada consideró que Capra había tomado “un camino fácil e ingenuo” con su historia de redención.
Los problemas de producción
Los problemas de Qué bello es vivir comenzaron mucho antes de llegar a los cines. El proceso de producción fue descrito por el escritor Mark Harris como “algo parecido a una pesadilla”. Las constantes reescrituras del guion, los cronogramas de rodaje inflados y los cambios en el equipo técnico consumieron el presupuesto original de dos millones de dólares antes de terminar el rodaje.
La creación de la nieve artificial para las escenas navideñas se convirtió en una obsesión costosa para Capra. El director trabajó con Russell Sherman para desarrollar una innovadora mezcla de espuma, azúcar y agua que reemplazara los ruidosos copos de maíz tradicionales. Se utilizaron 24 mil litros de esta nieve química, aplicada con generadores de viento sobre el set. La ironía fue cruel: Sherman ganó el único Oscar que recibió la película por estos efectos especiales que George Stevens, socio de Capra, había detestado por su costo exorbitante.
El milagro televisivo
La transformación de Qué bello es vivir de fracaso comercial a clásico navideño fue el resultado de un accidente legal. En 1974, Republic Pictures olvidó renovar los derechos de autor de la película, que pasó automáticamente al dominio público. Este descuido administrativo cambió para siempre el destino de la historia de George Bailey.
Sin regalías que pagar, las cadenas de televisión de todo Estados Unidos comenzaron a transmitir la película de forma masiva durante cada temporada navideña. Lo que antes les costaba dinero a los programadores ahora era contenido gratuito, perfecto para llenar las horas de programación durante las fiestas. Las repetidas emisiones televisivas expusieron la película a generaciones que no la habían visto en cines y lentamente comenzó a ganar el estatus de clásico que había eludido en su estreno original.
Frank Capra observó este fenómeno con asombro y cierta melancolía. “Es lo más increíble que he visto en mi vida”, declaró al Wall Street Journal sobre el resurgimiento de su película. “Ahora la película tiene vida propia y puedo verla como si no hubiera tenido nada que ver con ella. Soy como un padre cuyo hijo llega a ser presidente. Estoy orgulloso, pero es el niño quien hizo el trabajo”.
El regreso del control corporativo
El milagro del dominio público duró hasta 1993, cuando un fallo de la Corte Suprema en el caso Stewart versus Abend devolvió los derechos de la película a Republic Pictures. El tribunal determinó que, aunque los derechos de autor de la película habían expirado, Republic mantenía los derechos del cuento original de Philip Van Doren Stern y de la banda sonora, lo que les otorgaba control sobre la obra completa.
Este cambio legal transformó la disponibilidad de Qué bello es vivir en televisión. La avalancha de transmisiones gratuitas se redujo a un goteo controlado cuando NBC adquirió los derechos exclusivos de emisión.
La película que una vez hundió una productora se ha convertido en un pilar de la cultura navideña estadounidense. El American Film Institute la votó como la “película más inspiradora de todos los tiempos”, y su mensaje sobre el valor de la vida ordinaria resuena con fuerza en una época de constantes desafíos económicos y sociales.
En 1946, “Qué bello es vivir” llegó a los cines para levantar el ánimo de posguerra pero casi destruyó la carrera de Frank Capra; cómo resurgió de sus cenizas Espectáculos
Leave a Comment