Fue hogar de los dueños de una empresa automotriz y sede de la embajada de Irán; hoy, reabre sus puertas
Edificación imponente de la ciudad, son pocos los que no reconocen su fachada redonda en pleno Barrio Parque. Varios saben, también, que guarda en su interior una innumerable cantidad de historias. Por ejemplo: se dice que había fantasmas que encendían las luces por la noche. Que el mirador fue proyectado para una familia excéntrica que quería controlar las pruebas de los autos de su empresa automotriz. Que fue el primer desembarco comercial en una atípica y exclusiva manzana del barrio. Y que aun hoy tiene una habitación blindada, con doble piso, que se abrió por primera vez hace apenas 10 días.
Lo cierto es que el misterio que encierra la Casa Palanti es tan circular como su presencia. Construida en 1922 por el mismo arquitecto que levantó el Palacio Barolo, cuenta con alegorías a la Divina Comedia que las diversas familias y empresarios que vivieron allí durante distintas décadas supieron conservar. Los rostros de Dante y Beatrice siguen firmes en el portón y también en los relieves de una de las fachadas levantadas especialmente para los Fevre, dueños originales.
Desde el mirador circular –como el hall y varios de sus cuartos—la familia Fevre controlaba las pruebas de autos que su concesionaria realizaba en la pista del ex Palacio Alcorta y el ex Museo Renault. Su construcción fue a pedido de la concesionaria Resta Hermanos, que vendía autos de marca Chrysler. Así, los Fevre (y los Basset, que eran la otra parte de la sociedad) contaban con una vista privilegiada a la pista de autos a cielo abierto que también había proyectado Palanti, en 1928.
Pero hoy, eso es historia pasada. Sus rastros solo quedan en las fotos de archivo, ya que el edificio fue a remate y en 1994 se levantó un complejo de lofts premium. En la ex pista hoy se ubica la piscina de las residencias.
Después de los Fevre llegaron los Soler, la siguiente familia que disfrutó de los 466 metros cuadrados de la icónica casona, las boiseries de madera, los vitrales. Y claro, las tremendas vistas panorámicas desde el mirador que mantiene intacta su Cruz del Sur astrológica. Sobre todo en noviembre, cuando las flores lilas del jacarandá se roban todas las miradas. Para acceder hay que subir por escalerillas angostas (0,62 centímetros) de cemento muy espiraladas. Pero vale la pena.
El búnker de seguridad también quedó intacto en la Casa Redonda –así se la conoce–, ubicada en la esquina de Eduardo Costa y Ortiz de Ocampo. Lo llamativo es que de este cuarto blindado se sabía poco y nada, hasta que las tareas de restauración para el desembarco de un restaurante de alta cocina develaron el misterio. Sucede que hasta 1980 la Casa funcionó como sede de la embajada de Irán, cuando aún estaba en el poder el Sha Mohammad Reza Pahlaví. “Entrar acá fue un gran desafío, el lugar es mágico, guarda muchas historias. No se puede cambiar nada, porque es un inmueble con protección patrimonial”, señala Pablo Dayan, socio junto a su hermano Diego, de Casa Palanti, el restaurante de 100 cubiertos, un bar y tres salones privados que acaba de abrir sus puertas.
“Yo pasaba por la puerta y me daba pena que el lugar estuviera cerrado. Hasta que convencí a los propietarios y les aseguré que la restauración respetaría todos los requisitos. Ellos viven afuera”, dice Dayan, sumando una gota más de misterio al conjunto.
Lo cierto es que con la partida de la delegación diplomática iraní, la casona se puso en venta. En su momento se hablaba de cifras que superaban los 7 millones de dólares. Pero ni las escalinatas de mármol, ni el patio ajardinado ni los faroles de hierro repujado lograron atraer compradores. Y durante ocho años estuvo cerrada. Esa fue la época de los fantasmas, las luces nocturnas y los portones siempre cerrados que alimentaron las leyendas urbanas de la zona.
Recién en 2017 se volvieron a abrir las pesadas puertas y se recuperó el brillo de los pisos originales. Con la llegada de una galería de arte y showroom de muebles que impulsó la empresa Argentina Mobili también se instaló el equipamiento de firmas internacionales como Fendi Casa, Roberto Cavalli Home, Molteni & C, Ralph Lauren y Boca do Lobo en espacios ambientados por interioristas locales. Además, se colgaron obras de Luis Felipe Noé, Juan Doffo, Juan Astica y Alejandro Debonis; y fotografías de Sergio Castiglione.
A los pocos años las rejas negras volvieron a cerrar la casa catalogada como Patrimonio Arquitectónico y Urbanístico de la Ciudad. Esta protección estructural indicada en la Ley 3056 implica que no se puede demoler ni modificar la estructura, por ser un edificio anterior a 1941.
Con esta premisa, entonces, los Dayan apostaron fuerte y convocaron a la interiorista Eme Carranza, experta en diseño de bares y restaurantes con identidad propia, para transformar una leyenda en una puesta escenográfica.
Así, con gestos teatrales que destacan los detalles constructivos, Casa Palanti estrena nueva piel: la de un restaurante exclusivo que aprovecha todos los rincones, menos el altillo y el cuarto blindado. Hasta el baño conserva sus proporciones, con bañera y las dimensiones de un monoambiente.
El jardín también fue recuperado, junto con un mueble original diseñado por Palanti que hoy funciona como vitrina de objetos de anticuario. “La arquitectura de la casa te regala todo, la clave fue respetar su impronta”, destacan Carranza y Magdalena Picco, escenógrafa e integrante del equipo, que eligió textiles de pana, jackard y flecos de seda para subrayar la intervención en los espacios que emulan al Infierno y al Purgatorio.
“El gran desafío fue crear atmósferas inéditas sin perder la esencia del autor”, apunta Eme Carranza. En tanto, Juan Ventureyra está a cargo de una carta a la que define como 80% estacional: “El foco está en la trazabilidad de distintos productores seleccionados de todo el país”, señala el chef, que cuenta con una estrella Michelin por Riccitelli Bistró, en Mendoza.
Otro hallazgo recuperado de la casa es la chimenea que los propietarios originales ubicaron en el salón comedor. La ambientación logró que hoy cambiara su función: de calefaccionar el espacio a proteger, o brindar intimidad, a una de las mesas. Un refugio apenas incrustado, abierto pero, a la vez, cerrado. El búnker original, mientras tanto, quedó intacto: un triángulo de tres metros por uno y medio. “Quedó tal cual estaba, lo dejamos así, en el área de servicios. Entendemos que era el pánic room de la embajada en su momento, porque tiene hasta vidrio blindado en la ventana”, cuenta Dayan.
Hoy, la reconversión de la Casa Palanti sigue su curso, sin perder su estructura y su glamour originales. Esta nueva etapa, al menos, permitió conocer algunos secretos. Aunque todavía se conservan buena parte de los misterios fundacionales bajo siete llaves y será cuestión de tiempo que los podamos descubrir.
Construida en 1922 por el mismo arquitecto que levantó el Palacio Barolo, la casona cambia de piel y se transforma en un restaurante Sábado


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