Felipe de Edimburgo y Susan Barrantes: ¿fueron los protagonistas de un romance prohibido?​

El libro se propone bucear en lo más profundo de la entidad (primero matrimonio y luego sociedad) que conforman el príncipe Andrés y Sarah Ferguson. Una relación indestructible que creció al calor de los tabloides, imprimiendo siempre títulos con letras de escándalo. Por infidelidades mutuas, causas por corrupción y un protagonismo repugnante en el Caso Epstein. Sin embargo, hasta el día de hoy, a casi 30 años de su divorcio, se mantienen unidos, incluso viven en la misma propiedad.

El nombre es contundente: “El ascenso y la caída de la Casa de York”. Su autor, Andrew Lowie, que dice haber entrevistado a 3000 personas a lo largo de cuatro años para su trabajo, no tiene problemas en expresar su opinión sobre el príncipe Andrés. Y no se anda con vueltas: “Es un verdadero monstruo. Una persona tóxica, un matón. Alguien capaz de lo que sea con tal de conseguir lo que se propone. Alguien que tenía predilección por las rubias y las tenía si le apetecía… Alguien que ha sido capaz de aprovechar viajes oficiales en calidad de miembro de la realeza para sacar provecho personal y comercial. Alguien que ha utilizado recursos públicos para actividades privadas y de negocios”, dispara.

Sin embargo, en el prólogo, desde su primer párrafo, hace referencia a una historia secundaria que sorprende a los biógrafos de la Casa Real. La presenta como un hecho, no como un rumor. Dice así: “A veces, una bomba se esconde entre dos comas. 23 de julio de 1986. El padre del novio y la madre de la novia, amantes veinte años antes, estaban sentados en el tercer carruaje y saludaban a la multitud. El príncipe Felipe y Susan Barrantes, cuyo exmarido era entrenador de polo del príncipe Carlos, se habían movido en los mismos círculos sociales durante años. Ahora celebraban la unión del príncipe Andrés y Sarah Ferguson“.

A nadie sorprendió la noticia sobre una posible infidelidad del marido de Isabel II. Se ha escrito una biblioteca sobre los amoríos extramatrimoniales del príncipe Felipe. Las crónicas incluyen nombres propios de sus supuestas amantes, entre ellas la actriz Pat Kirkwood, la amiga de la familia Hélène Cordet, la noble Lady Penny Brabourne… Sin embargo, ninguna de estas relaciones fue comprobada jamás. Dickie Arbiter, el secretario de prensa de la Reina, alguna vez salió al cruce de las versiones con una frase que hizo historia: “(Al príncipe Felipe) Siempre le ha gustado mirar escaparates, pero nunca compra“, dijo.

Se sabe que Felipe tenía buena conexión con su consuegra, Susan Mary Wright, quien adoptó los apellidos de sus maridos, primero Ferguson y luego Barrantes. La prensa repetía que eran “amigos”.

A lo largo de su relato, Lownie aporta precisiones sobre esta historia de amor prohibido. Y hay un dato imposible de soslayar: los amantes concretaron su relación a mediados de la década de 1960, cuando Andrés y Sarah eran chicos. Es decir que Felipe y Susan dieron rienda suelta a su pasión cuanto no imaginaban que algún día serían consuegros.

Eso sí: los dos estaban casados. Susan padecía su matrimonio con Ronald Ferguson, oficial del ejército. Poco después de la boda, descubrió que su marido era propenso a las aventuras. Y que había mantenido un affair con una de sus damas de honor. Tuvieron dos hijas, Jane y Sarah. Se divorciaron en 1972.

En aquellos turbulentos años ‘60, cuando los amantes consumaron su romance, el mayor Ferguson era, además, amigo del príncipe Felipe e instructor de polo de su hijo mayor, el actual rey Carlos III.

Tres décadas después, en 1994, Ronald Ferguson publicó sus memorias bajo el título The Galloping Major. Allí dejó en claro que la relación entre Felipe y Susan le generó desconfianza. “Siempre sospeché que el príncipe Felipe le echaba el ojo a Susie. Sin duda, siguen siendo amigos hasta el día de hoy”, insinuó.

Durante la rueda de entrevistas para la promoción de su libro, cuestionado sobre la veracidad de esta historia, Andrew Lowie reveló una de sus fuentes: su esposa, Angela. Contó que su mujer creció en Ascot, cerca de los Ferguson, y que oyó la historia “de primera mano”.

Pasión por Argentina

Susan nació en 1937 en el seno de una acomodada familia de hacendados y banqueros con títulos nobiliarios. Fue presentada en sociedad ante la corte en 1954. El propósito de la ceremonia, la versión británica del Bal des Débutantes francés, es juntar a las señoritas con los solteros más codiciados del Reino Unido. En definitiva, buscar “buenos matrimonios”. En su caso, funcionó: dos años después se casó con el mayor Ronald Ferguson.

No precisa el autor cuánto tiempo duró el romance prohibido entre el príncipe Felipe de Edimburgo y su futura consuegra. Sin embargo, poco después de su divorcio de Ferguson, Susan se enamoró del Héctor Barrantes, jugador de polo profesional argentino, dueño de un respetable 7 de hándicap, quien junto con Eduardo Moore revolucionó la cría y exportación de caballos de polo.

Susan y “El Gordo” -así lo llamaba- se conocieron en 1967, en una cancha de polo. En esa jornada estaban el príncipe Felipe de Edimburgo y el mayor Ronald Ferguson. Si bien fue un cruce mínimo, que podría decirse “intrascendente”, los dos recordaría siempre ese momento. Barrantes se había consagrado campeón de un torneo y ella subió al podio para entregarle el trofeo. No se dijeron más que “hola” y “gracias”. No pasó nada.

Los dos tenían la vida resuelta. Susan sostenía su tormentoso matrimonio con Ronald Ferguson mientras que Barrantes vivía con su mujer, Luisa James, en Trenque Lauquen.

Sin embargo, la tragedia torció el destino de esta historia: Luisa James murió en 1973 en un accidente automovilístico en la ruta 5, a la altura de Pehuajó. Estaba embarazada de 8 meses y viajaba a Buenos Aires acompañada por su cuñada, Inés Barrantes, para someterse a un estudio de rutina.

Un año más tarde, otra vez en Inglaterra, Héctor volvió a cruzarse con Susan, ya separada. El flechazo fue inmediato. En 1975 se radicaron en Argentina, en El Pucará, un campo que Barrantes había comprado meses antes en el partido de Tres Lomas, a 100 kilómetros de Trenque Lauquen. Eran poco más de mil hectáreas, un desierto que juntos forestaron y convirtieron en su hogar. Vivieron, durante los primeros tiempos, mientras construían el casco en su estancia, en una simpática cabaña alpina que todas las crónicas periodísticas contrastaban con los castillos que Susan solía visitar en Inglaterra.

Barrantes fundó allí un innovador centro de producción de caballos de polo que marcaría época e inspiraría a los criadores y exportadores más destacados, como Horacio Heguy. De allí surgieron yeguas notables como La Luna y Lambada, madre de Cuartetera de Adolfo Cambiaso. “Criaba para sacar cracks, no para hacerse rico”, decían.

Finalmente, tras un tortuoso matrimonio, Susan pudo vivir una fantástica historia de amor… Hasta el 10 de agosto de 1990, cuando El Gordo murió víctima de un cáncer fulminante. En sus últimas horas lo visitó su “hijastra”, la duquesa de York, Sarah Ferguson. Sus restos fueron sepultados en El Pucará.

Susan decidió quedarse en la Argentina. “Este es mi país ahora, acá está mi casa… y acá está El Gordo”, decía. Durante el primer año, apenas salió de El Pucará. Después, comenzó a repartir sus días entre El Pucará y un departamento en Buenos Aires. Fundó una productora de televisión y editó un libro sobre polo. Para afrontar algunas deudas, vendió parte del campo. Se quedó con 250 hectáreas. Se convirtió en un personaje al que los periodistas perseguían para preguntarle, sobre todo, por las desventuras de su hija en su tormentoso matrimonio con el príncipe Andrés. “No vi las fotos, es todo lo que voy a decir”, respondió sobre las fotos que mostraban a la duquesa de York junto a un amante norteamericano besándose en Francia (fue el primer gran escándalo generado por los paparazzi en la Familia Real británica).

El 19 de septiembre de 1998, fue a tomar el té a la casa de unos amigos en Trenque Lauquen. De regreso a El Pucará, sufrió un accidente automovilístico: su Land Rover verde chocó contra una camioneta Traffic en la ruta 23. Murió en el acto, a los 61 años.

Fue sepultada en El Pucará, junto a “El Gordo”. Sus hijas viajaron para el entierro y dejaron una placa de madera con la siguiente leyenda grabada: “Susie y Héctor Barrantes. Juntos y en paz con los árboles que plantaron. Nosotros los amamos. Sarah y Jane”.

​ La reciente biografía de los duques de York revivió un viejo rumor sobre un amor prohibido entre Susan Barrantes y el príncipe Felipe de Edimburgo  Lifestyle 

Leave a Comment

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *