Falso, un ensayo de locos: una talentosa explosión de teatro dentro del teatro
Autoría y dirección: Martín Repetto. Intérpretes: Pablo Mónaco, Mariú Fernández, Mariano Muso, Isabel Noya, Ugo Guidi, Bruna Sambataro, Pilar Rodríguez Rey y Agustín Olcese. Vestuario: Milva Russo. Iluminación: Uriel Buk. Música original: Juan Manuel Bevacqua. Maquillaje: Macu Atauri. Sala: Nün Teatro Bar (Juan Ramírez de Velasco 419). Funciones: domingos, a las 18. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
“Hombre hipócrita y falso” es como define la Real Academia Española al término “Tartufo”, en directo reconocimiento a la obra de Molière, estrenada en París en 1669, un clásico de la comedia satírica, múltiples veces interpretado y adaptado (entre otros, por Tito Cossa). No es inocente entonces que Martín Repetto haya elegido el título Falso para la obra que escribió y dirige: desde el inicio, “traduce” a nuestro contexto y le barre el polvo de las tradiciones a un nombre muy visitado. Pero no adapta, en sentido estricto, el texto original sino que toma lo esencial para enmarcarlo en otra obra, es decir, mete al teatro dentro del teatro, un procedimiento narrativo -con diferencias, se denomina puesta en abismo o matrioshkas o cajas chinas- que pone a la actuación -y a su verdad- en el centro.
Los espectadores de Falso presencian el hábitat de la actuación, un ensayo, una “pasada” de Tartufo interpretada por cuatro actores y cuatro actrices (una multitud para el teatro off y, para el comercial, también). En general, en los ensayos suele no haber escenografía, rubro que en esta obra, casualmente o no, no aparece en los créditos. Tal vez sea un guiño interno pero, de todos modos, lo que vemos son unos banquitos donde se sienta el elenco mientras espera, y un par de percheros con vestuario.
Cada uno de los intérpretes, por lo tanto, realiza dos personajes: el que le toca en la obra Tartufo (por ejemplo, Dorina) y el del actor o actriz que está en el ensayo (Mariú, la actriz que compone a Dorina). Pero, a su vez, estos últimos personajes llevan el mismo nombre de pila que el actor o actriz “reales” (Mariú Fernández). No es el único doblez. En el Tartufo en proceso, uno de los actores debe hacer dos papeles, Flipota y el señor Leal, ambos a cargo de Ugo (Ugo Guidi). Y en Falso, Agustín Olcese es el Director de la obra pero también Valerio en Tartufo.
Es mucho más complicado explicar este enroque que verlo en escena, donde no hay ninguna confusión posible y todo funciona -perdón por el ya obsoleto lugar común- igual que un reloj. Un cambio en las luces marca el cambio del tiempo del ensayo al de la obra de Molière y nunca es forzado ni incongruente. Son ocho intérpretes afiladísimos no solo en teatro sino en varias disciplinas: cantantes (Mariú, nuestra Amy Winehouse), músicos (Mariano Muso/ Mariano/ Orgón) y coreógrafas (Pilar Rodríguez Rey/ Pilar/ Mariana).
Muy destacables, hay que nombrar a todos sin excepción: Pablo Mónaco (Pablo/ Tartufo) e Isabel Noya (Isabel/ Pernelle), ambos en este momento también en Entre sombras, en El galpón de Guevara; Bruna Sambataro (Bruna/ Elmira), formada desde Raúl Serrano a Marcelo Savignone, además de bailarina de tango; Olcese, que trabajó con los directores Marcelo Caballero y Mariano Caligaris; y Guidi, que este año dirigió La lechuga, en Timbre 4. Y el director de este grupo, Repetto, que viene del ámbito del teatro musical porque actuó en puestas de Pepe Cibrián Campoy, Valeria Ambrosio y James Murray, pero también investiga el teatro de texto: en 2022, adaptó y dirigió La vida ante mis ojos, a partir de Tío Vania, de Antón Chéjov, en el Cultural San Martín.
Desde que se ubica el público, Mariú está en escena. Ella abre y cierra la obra con un breve monólogo, un alegato contra la hipocresía y la intolerancia que dirige a la platea y con quienes comparte sus comentarios, del mismo modo que Dorina, la criada de la casa que sabe mejor que todos lo que sucede y cómo solucionarlo. A medida que los intérpretes llegan, queda visible la tóxica relación entre ellos y, en especial, entre Mariú y Pablo. El contraste, las similitudes, los traspasos entre los conflictos reales y los de ficción más la expuesta banalidad de los egos generan un flujo de humor constante. El último en aparecer es el Director, siempre crispado y al borde de la crisis. No hay pausas ni descansos, la acción se mantiene a alta velocidad y no choca en ninguna curva.
Si el autor francés buscaba señalar a los charlatanes e impostores de la época de Luis XIV, en la obra de Repetto cada cual podrá también imaginar conexiones contemporáneas. Pero muy por encima de eso, Falso es una celebración del juego como catarsis y la posibilidad de, a pesar de los enfrentamientos, hacer algo entre todos.
Crítica de Falso, de Martín Repetto. Espectáculos
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