¿Estamos ante el principio del fin del kirchnerismo?​

El peronismo ha quedado sumergido en un mar de interrogantes sobre su futuro, al tiempo que una feroz lucha interna entre kirchneristas y kicillofistas ha comenzado a librarse por el control de las estructuras partidarias, con epicentro en la provincia de Buenos Aires.

De poco les servirá a los exponentes de este movimiento político intentar ocultar sus diferencias internas y su falta de renovación programática bajo un manto de unidad. Porque la unidad sin rumbo no sirve para nada.

Las explicaciones que algunos de los más emblemáticos dirigentes del PJ brindaron acerca de las posibles causas de su derrota electoral del 26 de octubre distaron de ser creíbles y, en no pocos casos, rozaron el absurdo.

Desde sectores afines al gobernador Axel Kicillof, se responsabilizó por el traspié peronista en la provincia de Buenos Aires al nuevo sistema electoral, que tuvo a la boleta única en papel (BUP) como principal protagonista. El propio mandatario bonaerense, insólitamente, se quejó de que, durante el acto electoral, proliferaron las largas filas porque a la gente había que explicarle cómo votar. Se trata de una argumentación infundada. Si algo caracterizó al nuevo sistema electoral fue su sencillez y su agilidad, además de que les garantizó a todas las fuerzas políticas que su oferta electoral no corriera riesgos de estar ausente en las mesas de votación o de quedar a merced de los turbios manejos clientelistas de punteros.

Desde el kirchnerismo también se recurrió a un argumento extravagante para explicar la derrota bonaerense. Para Cristina Kirchner, el “error político” consistió en el desdoblamiento de las elecciones provinciales y nacionales dispuesto por Kicillof. La diferencia de unos 14 puntos en favor de Fuerza Patria en la elección del 7 de septiembre operó para la condenada expresidenta como una PASO que permitió reagrupar el voto antiperonista en los comicios de octubre.

La exjefa del Estado también señaló que ”al viejo antiperonismo se le sumó otro factor” como “el miedo, un actor determinante ante la posibilidad de una crisis política que terminara agravando la ya terrible situación de la gente de a pie”. Añadió que “algunos creyeron que si el Gobierno (de Javier Milei) perdía la elección de medio término, se caía” en el contexto de “una escalada de suba del dólar y del riesgo país”.

En síntesis, Cristina Kirchner atribuye el traspié a una estrategia electoral errada de Kicillof y al miedo a que se cayera el gobierno de Milei. Por el contrario, no reconoce que el verdadero miedo de muchos de los votantes que se volcaron en favor de La Libertad Avanza pasaba por la posibilidad de que los comicios abrieran la puerta para un retorno del kirchnerismo al poder.

Subyace en el peronismo una evidente pobreza de ideas que sus candidatos han buscado tapar con consignas tales como “Frenar a Milei”

En su extenso análisis, la expresidenta obvió las pésimas performances electorales de Fuerza Patria en distritos como Córdoba, donde apenas obtuvo el 5% de los votos; Misiones (9%), Salta (12%), Neuquén (13%) y Jujuy (15%), al igual que las impensadas ventajas alcanzadas por la coalición de Milei en no pocas provincias.

Los términos de la reciente carta pública de Cristina Kirchner fueron interpretados por algunos intendentes bonaerenses afines a Kicillof como una suerte de ruptura. Así como el gobernador salteño, Gustavo Sáenz, denunció que Cristina y Máximo Kirchner manejan el PJ como “una pyme familiar”, prácticamente no se escucharon voces dentro del peronismo no kirchnerista de apoyo a la expresidenta cuando advirtió que “se viene una fuerte ofensiva para tratar de romper el peronismo y el campo nacional y popular en su conjunto” y juntó esa idea con la de que “en forma inédita y en tiempo récord, ordenaron mi prisión y mi proscripción de por vida para ejercer cargos públicos”.

La concepción de Cristina elude asimismo el hecho de que las listas de candidatos de Fuerza Patria fueron armadas por ella misma, como ahora lo señalan no pocos intendentes bonaerenses que, como lo ha admitido el jefe comunal de Ezeiza, Gastón Granados, creen ser los dueños de los votos.

Más llamativa aún resultó una reflexión del comunicador y empresario Roberto Navarro, quien hasta no hace mucho no ocultaba su fe en el kirchnerismo. Horas atrás, criticó a Cristina Kirchner porque “luego de festejar en el balcón la derrota del peronismo y de que el hijo haya hecho morisquetas detrás del gobernador (Kicillof), llegó el ataque directo para intentar sacar de la cancha a un político que no le obedece al vástago”.

Detrás de la disputa interna, subyace en el peronismo una evidente pobreza de ideas que sus candidatos han buscado tapar con consignas tales como “Frenar a Milei”.

Nadie puede animarse a pronosticar la muerte de este movimiento político que acaba de cumplir 80 años. Nadie puede considerar fenecida a una fuerza política que ha sobrevivido a más de una crisis que incluso puso en vilo a todo el país, y que acaba de reunir en el orden nacional alrededor del 35% de los votos válidos emitidos, si se suman sus distintas vertientes.

Pero sí puede conjeturarse que los dirigentes peronistas deberían dejar de preguntarse cómo retornar al poder para empezar a meditar seriamente si el peronismo puede volver a expresar algo nuevo.

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