“Estábamos fundidos”: creó un café para la alta sociedad, lo revivió con shows de strippers y ahora es un bar de artistas emergentes​

La Dama de Bollini es un bar que tiene latidos propios y es un fiel reflejo al alma porteña. Surgió como un escondite de la alta sociedad argentina —personajes del espectáculo, la política y la cultura—, pasó una adolescencia como un café cultural, supo refundarse como un espacio “de la noche” y hoy es el templo de los artistas emergentes.

Ubicado en Pasaje Bollini 2281 —dos cuadras que Borges describió en un texto porque resisten a la urbanización, con adoquines en el suelo, casas antiguas, faroles y un silencio que parece ajeno a la ciudad—, el bar mantiene la estética antigua, con paredes de ladrillo, mesas de madera, postigos, puertas de hierro y un antiguo piano alemán.

A las cinco de la tarde de un sábado frío de otoño, cuando el bar todavía no abrió, el dueño de La Dama de Bollini, Lionel Bollini (quien comparte, por casualidad, el apellido que nombra al pasaje y al bar), recibe a LA NACION iluminado por un farol del Pasaje Bollini, cierra la puerta y, unos pasos después, indica con el índice: “Vamos a esa mesa, donde se sentaba Borges”.

Un comienzo de alto vuelo: lomo relleno con ciruela y dos balas

La historia empieza con Cecilia Leoni, la madre de Lionel, quien compró la casa, la reformó y abrió un bar, al estilo de un pub inglés: “¡Mi madre estaba loca!”, confiesa Lionel Bollini, quien hoy gestiona el lugar. “La idea era hacer un lugar ‘de la high’, donde te cobraban un café tres veces más caro que el lugar más exclusivo de Buenos Aires y se comía lomo relleno con ciruela y manzana. No tenía mucho sentido”, continúa.

Sin embargo, el éxito fue rotundo porque, si bien Cecilia tenía muchos contactos en ese ámbito aristocrático, el bar ofrecía una atmósfera atrayente para la elite porteña. “En una misma noche veías a Charly García con Renata Schussheim, Martha Minujín, Mirtha Legrand y Daniel Tinayre, Enrique Pinti, Niní Marshall, Jorge Luis Borges con María Kodama, Guillermo Roux, Raúl Soldi, Pérez Celis, Raquel Forner, Alfredo Plank, Yuyo Noé, Graciela Borges (que filmó con Carlos Monzón, en La Dama, una escena de Pelear por la vida) y, tal vez, a algunos políticos”, resalta Lionel y destaca que uno de los mozos era un joven Humberto Tortonese.

Al comienzo, Cecilia compartía la gerencia del espacio con su pareja, Eduardo Pesce, que era “hombre de excesos”, en palabras de Lionel, y amigo de personajes como Carlos Monzón, Oscar “Ringo” Bonavena y Adrián “Facha” Martel. La pareja peleaba mucho, principalmente porque Cecilia quería hacer del bar un espacio cultural y, Eduardo, un lugar propio de sus círculos. Según cuenta Lionel, Eduardo comenzó a ser violento con Cecilia, hasta que “un día ella se cansó y le tiró dos tiros en las piernas: no lo mató, pero lo hirió”, según confiesa Bollini. Eduardo abandonó la gerencia del bar, le dejó a Cecilia su parte y una alta suma de dinero, y desapareció. Ahora eran madre e hijo al frente de La Dama de Bollini.

De los pisos de roble a las bolas de boliche y las sirenas de policía

“En esa época, el piso era de madera de primera calidad, se comían platos muy elaborados y venían las grandes figuras porteñas. Sin embargo, en 1985 aparecieron 10 disco bares, como por ejemplo Cemento, que cambiaron la lógica del negocio”, explica Lionel. La Dama de Bollini, para evitar la quiebra, se tuvo que adherir a la nueva moda y se convirtió en un disco bar. “Se mezclaban la barra brava de algún equipo del conurbano con chicas de Recoleta y algún peso pesado de Villa Adelina. Sonaba música fuerte y se vendía alcohol, era un boliche —avanza con la historia Lionel para relatar uno de los apogeos de este espacio— Si bien había algunos problemas, nos iba bárbaro”.

Por la música y la cantidad de gente los vecinos se quejaban. En particular, el dueño del bar recuerda una vecina que se llamaba Cecilia, al igual que su madre, que “hacía denuncias falsas para que clausuren bares y, cada vez que lo lograba, ponía una vela encendida en su ventana”.

Una noche, un comerciante furioso le tiró dos tarros de pintura en el frente de su casa y ella acusó a La Dama de Bollini del hecho. “Terminaron ella y mi madre tirándose del pelo, a los cachetazos, con móviles de los canales de televisión alrededor”, evoca Lionel. “Hasta hubo un sketch de Antonio Gasalla llamado ‘Las locas de Bollini’ por ese día”, recuerda.

Los calzoncillos de La Dama: un tire y afloje adolescente entre una madre “loca” y su hijo en la quiebra

Luego del incidente entre las Cecilias, La Dama de Bollini estuvo clausurada y la madre de Lionel sacó todos lo ahorros del banco, viajó a España y se compró un piso en Marbella, donde vivió hasta que se le acabó el dinero. Lionel, de 26 años y totalmente quebrado, quedó a cargo del bar junto a dos hombres de confianza que comenzaron a llevar adelante un proyecto cultural.

“Ellos hacían exposiciones de pintura y servían pasta gratis, dejaban que la gente consuma bebida, postre y demás”, explica Lionel, que es curador y aficionado al arte plástico.

Cuando su madre volvió a Buenos Aires, “sin un peso”, como dice Lionel, comenzaron con concursos de pintura que unía a artistas de todo el país, desde Tierra del Fuego hasta Misiones: los “Encuentros de pintores, dibujantes y fotógrafos”, organizados por la Fundación Bollini, creada para dichos fines. Era un concurso de arte cuyos ganadores eran expuestos en la Biblioteca Nacional, el Congreso de la Nación o el Centro Cultural Recoleta, mientras que, los demás artistas, presentaban sus obras en la sede oficial de la La Dama de Bollini o en la sede de la Fundación Bollini, a una cuadra del bar sobre el mismo pasaje. Pasaron artistas como Febe Defelipe, Miguel Alfredo D’ Arienzo, Alejandro Ongay, Leo Chiachio, Key Reynolds, Gaba de Dios, con jurados como Yuyo Noé, Fermín Fèvre y Julio Sánchez Baroni.

Estos eventos que se mezclaban en La Dama de Bollini con espacios literarios, liderados por Josefina Arroyo, Olga Orozco y otras personalidades como María Kodama, ya viuda del autor de El Aleph.

A fines de los años 90’, Cecilia volvió a sacar todo el dinero del banco y viajó a Miami, esta vez, dejando a Lionel y al bar otra vez quebrados. El joven se había divorciado de su mujer, madre de sus tres hijos, y “ya no sabía qué hacer para reflotar el bar”. Fue por eso, explica Lionel, que empezó a meterse en la noche: “Arrancaba temprano y terminaba tarde. Estábamos fundidos, como por tercera vez, en realidad —ríe—. Yo ya no sabía qué hacer”, se justifica antes de tiempo.

Una noche Lionel estaba con sus amigos artistas en un espacio donde exponían pintores de primer nivel. Al enterarse de que él en su propio bar les pagaba más a los artistas por mostrar sus obras, “bastante borracho” —admite—, se acercó al escenario donde alguien hablaba al micrófono y se subió dispuesto a correr al orador y denunciar al dueño del espacio públicamente. “Mis amigos me decían: ‘Che, bajá’, e incluso los de seguridad me lo pedían, pero no les hice caso”, cuenta a LA NACION. “Cuando estaba por agarrar el micrófono, el presentador se corrió y, detrás de él, apareció un stripper hombre. Yo lo miré y, por alguna razón, empecé a imitarlo”, narra Lionel y, luego, se pone de pie para señalar su atuendo, “el mismo de esa noche”, dice y señala su sweater azul, su camisa blanca y su jean celeste. “Me empecé a desabrochar el cárdigan, bailando lento, y lo lancé hacia el público; después, dejé la camisa colgada de una luz y seguí hasta quedarme en calzoncillos”, relata.

 El show improvisado fue un éxito: “‘¡Arte, arte, arte, esto es espectacular!’, gritaba desde la primera fila una artista muy conocida a la que prefiero no nombrar, mientras yo, con mi baja estatura y en calzoncillos, daba saltos para intentar alcanzar mi camisa“.

Tal fue la repercusión de su acting que Lionel decidió empezar a hacer el show de stripper en el bar: “Esto ocurría los viernes y era un éxito, por alguna razón”, cuenta y vuelve a sentarse, hojeando algunas carpetas de fotos viejas. Más tarde, en el año 2001, aproximadamente, contrató una actriz canaria para reemplazarlo: “Striptease cultural”, lo llamó.

La Dama de Bollini: la casa de la cultura emergente

En 2019, Scarlett Page, la hija de Jimmy Page —guitarrista de Led Zeppelin—, fotógrafa, viajó a Buenos Aires a sacarle retratos a Charly García, David Lebón, Juanse, Botagofo, Juan Fernando Kubero Díaz y otros artistas en el bar. “Dijo que lo eligió, entre todos los paisajes porteños, porque tenía ‘un alma propia’, y yo creo que es así”, recuerda Lionel. “Es como si Buenos Aires transpirara por estos ladrillos”, destaca.

Luego de 2002, el bar comenzó a trabajar con la cultura emergente. Hoy en día se hacen eventos de todo tipo: presentaciones de libros o discos, lecturas de poesía o narrativa, eventos musicales, foros de psicología y arte, y hasta cumpleaños.

“Este lugar es de la juventud. A mí me emociona ver que los chicos de hoy en día toquen temas de Charly o de Fito en el piano, que hagan eventos de cuentos, que tengan tanto para dar… Es una época bastante linda donde aparecen generaciones que se olvidaron un poco del ego”, medita Bollini.

El bar invita a pasar y a contar. El piano, con los postigos abiertos, muchas veces deja a los curiosos mirando por la ventana. Otros, obnubilados por las fotos de famosos en el pasillo del zaguán original, sonríen entre las copas; muchos fuman en el patio y conversan con un vino de por medio. Este es un espacio que sigue juntando mil y una noches para sobrevivir una luna más.

En palabras de Borges: ¿qué es La Dama de Bollini?

En el libro Atlas (Emecé), se publicó el texto de Jorge Luis Borges “La cortada de Bollini”. Se trata de una breve descripción del autor en la que retrata las paredes del bar. Dice así:

Contemporáneos del revólver, del rifle y de las misteriosas armas atómicas, contemporáneos de las vastas guerras mundiales, de la guerra del Vietnam y de la del Líbano, sentimos la nostalgia de las modestas y secretas peleas que se dieron aquí hacia mil ochocientos noventaitantos a unos pasos del Hospital Rivadavia. La zona entre los fondos del cementerio y el amarillo paredón de la cárcel se llamó alguna vez la Tierra del Fuego; la gente de aquel arrabal elegía (nos cuentan) esta cortada para los duelos a cuchillo. Esto habrá ocurrido una sola vez y luego se diría que fueron muchas. No había testigos, salvo, quizá, algún vigilante curioso que observaría y apreciaría las idas y venidas de los aceros. Un poncho haría de escudo en el brazo izquierdo; el puñal buscaría el vientre o el pecho del otro; si los duelistas eran diestros la contienda podría durar mucho tiempo.

Sea lo que fuere, es grato estar en esta casa, de noche, bajo los altos cielos rasos, y saber que afuera están las casas bajas que aún quedan, los hoy ausentes conventillos y corralones y las tal vez apócrifas sombras de esa pobre mitología.

​ Lionel Bollini, el dueño de La Dama de Bollini, abre las puertas al pasado y cuenta a LA NACION las mil y una noches de un lugar que tiene infinidad de historias que contar y aún respira con fuerza  Sociedad 

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