Es hijo de italianos, dueño de un corralón y un martes 13 pudo cumplir su sueño de chico

En El Carmen, ciudad a treinta minutos de San Salvador de Jujuy, hay una presencia extranjera que corta con la rutinaria tranquilidad propia de cada fin de semana. Un rugido italiano que se siente en cada rincón, al doblar en cada esquina, sacudiendo el polvo por las calles. La escena es siempre la misma: peatones que levantan la vista, abren los ojos con asombro y sacan con velocidad sus celulares para capturar a la bestia en acción. Solo algún vecino, ya acostumbrado a lo extraordinario, evade la norma y levanta la mano para un cordial saludo.
El grito se vuelve frecuente a medida que avanza el auto: “¡Mamá, un Lamborghini!”. Y no es para menos. Se trata de un Huracán EVO Spyder, descapotable, color Arancio Xanto —como define la marca este tono de naranja—, con un motor V10 atmosférico de 640 caballos de fuerza que ruge como si viniera desde las entrañas de Módena.
Prueba de LN Movilidad del Lamborghini Huracan Spyder EVO
El superdeportivo circula con normalidad por las calles jujeñas. Aparece en redes sociales con frecuencia y despierta devoción allá por donde pasa. Su dueño es Martín Berno, heredero de una pasión por los fierros que su padre Oscar cultivó desde joven. Pero esta historia, como tantas otras en Argentina, comenzó con un inmigrante que llegó al país con lo puesto y con un único plan: trabajar para forjar un futuro.
Oscar, hijo de italianos, tenía apenas 15 años cuando se prometió tener una Ferrari. Aunque sólo completó la escuela primaria y las condiciones económicas no eran favorables, nunca abandonó ese sueño. Empezó desde abajo, con un pequeño almacén de ramos generales, que creció con el tiempo y dio lugar a otros emprendimientos: un corralón, luego la construcción. Nunca se quedaron en un solo rubro: supieron leer las oportunidades.
Prueba de LN Movilidad del Lamborghini Huracan Spyder EVO
Un día sonó el teléfono. Era un llamado desde Buenos Aires con una propuesta irresistible: una Ferrari F355 Spider usada, más accesible que un modelo nuevo, justo lo que buscaba. Oscar no lo dudó. Partió con su hermano y su hijo Martín hacia la capital y, en un simbólico martes 13, cerró la operación: compró el deportivo rojo que había pertenecido a Diego Armando Maradona, adquirido por el astro argentino durante su segundo paso por Boca en 1998. Martín, todavía chico, viajó de regreso apretado entre los dos asientos del Cavallino Rampante, testigo privilegiado del momento en que su padre cumplía su gran sueño.
Con los años, el garage fue cambiando de inquilinos: primero una Ferrari 458 Italia, después una 488 GTB amarilla, hasta que finalmente llegó el Lamborghini. Para esta familia de raíces italianas, la fidelidad a los autos de su tierra es incuestionable. “Éramos 100% ferraristas —cuenta Martín—, pero Lamborghini nos sorprendió gratamente. Siempre pensamos que Ferrari estaba un escalón arriba, pero hoy creo que están a la par. Es un Boca-River constante: uno saca un modelo con 1000 HP y el otro responde con 1015… así se van superando”.
El modelo actual —el Huracán EVO Spyder— combina un chasis de fibra de carbono y aluminio con un sistema de capota que se abre en solo 17 segundos. Alcanza los 323 km/h y ofrece tres modos de conducción: Strada, ideal para el uso cotidiano; Sport, pensado para una experiencia más emocionante; y Corsa, un seteo radical para quienes buscan sensaciones de pista. Todo esto se complementa con su caja de doble embrague “Lamborghini Doppia Frizione” (LDF), que anticipa el cambio de marcha antes de que el conductor siquiera lo note, gracias a sus siete velocidades y al juego sincronizado de embragues.
Pero más allá de las especificaciones técnicas, el Lamborghini persigue algo más profundo: no busca solo rendimiento, sino provocar una emoción. Ser un símbolo. Una obra de arte que se siente, que sacude.
Durante una sesión de fotos en la ruta provincial 42, mientras LA NACION retrataba al auto, un joven se acercó tímidamente. Tendría unos 20 años, celular en mano, y preguntó con respeto si podía acercarse. Ante la respuesta afirmativa, dio apenas dos pasos y se quebró en llanto. No pudo evitarlo. Le explicó a Martín que ese auto era su sueño desde chico, que lo había visto mil veces en imágenes, pero nunca imaginó encontrárselo en persona. Cuando logró calmarse, se sentó al volante. No lo arrancó. No hacía falta. Ya había sentido la emoción que solo provocan los sueños cuando se tocan con la punta de los dedos.
Una historia de inmigración, trabajo y autos de ensueño; la familia de Jujuy que tuvo una Ferrari que perteneció a Maradona y ahora circula con un Huracán Spyder que ruge entre montañas Autos
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