“En más de 10 años nunca saqué una bolsa de basura”. El trastorno que empieza de a poco y tiene el 2,6% de la población mundial​

“Toqué fondo cuando ya no pude entrar por la puerta. Estaba trabada con cosas que ni siquiera servían. Toda mi casa estaba tomada por los objetos”, dijo una mujer del barrio porteño de Villa Lugano, de 54 años, que dice llamarse Marta y que, con esfuerzo, tal vez como una expresión de deseo, se define como “exacumuladora compulsiva”. “El día que ingresé por la ventana, empecé a pensar que no podía seguir así”, grafica.

La vergüenza de Marta se filtra en cada una de sus frases. Le cuesta hablar del problema que empezó alrededor de 2008 –luego de la pérdida de su padre– y que padeció de manera aguda hasta principios de este año. Una pulsión interna, sin embargo, la obliga a relatar su experiencia: quiere ayudar a aquellos que –como en ella en el pasado– construyen murallas de objetos que los aíslan del mundo. “Me costaba tirar cosas. Todo el tiempo pensaba que me podían servir para algo. Guardaba latas vacías, aceite de muchos años, incluso muñequitos de la infancia de mis hijos; donarlo no era una opción para mí. La realidad era que ya casi nada servía y lo poco que servía ni siquiera se encontraba”, indicó.

El trastorno, según manifiesta, atraviesa límites inimaginables: “En más de 10 años nunca saqué una bolsa de basura. Todo quedaba adentro. Durante mucho tiempo me dije a mí misma ‘esto tiene que tener un fin’, pero no hacía nada”. A principios de este año pudo empezar con su batalla por superarlo: “Es una lucha de todos los días. Fueron más de 15 años”.

Explicaciones

Para los especialistas, la acumulación compulsiva es un cuadro de salud mental que está relacionado con lo afectivo y no con lo material: tiene que ver con las necesidades y carencias.

“Las personas que lo padecen tienen justamente eso: una compulsión por acumular. Les cuesta deshacerse de objetos porque, supuestamente, en algún momento les van a servir. Aproximadamente, un 2,6% de la población mundial lo padece”, dice María Teresa Calabrese, psiquiatra y psicoanalista especializada en enfermedades psicosomáticas y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA). “Acumulan ropa que no usan, papeles, boletas, cajitas y cositas que suelen estar ahí acumuladas desordenadamente. Guardan porque les cuesta tirar. Muchas veces dicen ‘después lo voy a reciclar’ y resulta que nunca se encuentra el momento para hacerlo”, explica.

Acumular lo que ya no sirve, de alguna manera, es acumular basura. En algunos casos, puede llegar a extremos como el almacenamiento de restos orgánicos que se descompondrán. A pesar de cualquier preconcepto, el problema suele atravesar distintos estratos. No siempre se da en lugares marginales ni únicamente en adultos mayores. Marta trabajó muchos años en un buffet, hace dos años que se desempeña en el área de limpieza de una facultad y tenía menos de 40 años cuando empezó con el trastorno. “Allí tenía todo limpio, pero en mi hogar no. Cuando llegaba a casa veía la mugre y me bajoneaba, pero no tenía fuerzas para solucionarlo”. admite.

Según los especialistas, la clave para analizar la acumulación es identificar si se trata de cosas innecesarias que pueden producir desorden u otros problemas. “Eso lo diferencia del comportamiento de los coleccionistas que guardan objetos de manera ordenada y cuidada”, indica Calabrese.

Para Alejandro Bègue, médico psiquiatra especializado en psicogeriatría y miembro de APA, no hay que confundir el trastorno con la acumulación que suele darse en otras etapas del desarrollo. “Los niños y adolescentes pasan de manera normal por etapas obsesivas y de guardado que luego dan lugar al orden y al coleccionismo. Acumulan figuritas, autitos, muñecas, entre otros. Es algo vital y propio de la edad”, sostiene. Según el especialista, los cuadros compulsivos complejos suelen presentarse en la edad adulta y adulta avanzada.

En general suele haber algún disparador: la pérdida de un familiar o de un hogar, un despido laboral e incluso un divorcio. “No tiene por qué ser específico, pero si una persona tiene la propensión, ante un evento importante, puede dispararse el cuadro”, señala Calabrese.

La familia ante el problema

Después de la muerte de su madre, Perla, que vive en Floresta, se dio cuenta de que su hermana tenía algunos comportamientos extraños dentro de la casa en la que vivía sola. “Un día la fui a visitar y vi que había empezado a juntar cosas en su casa. En ese momento, solo eran algunas cosas, pero me llamó la atención. Con el tiempo, su casa se convirtió en un ‘juntadero’”, explica.

Las discusiones familiares, recuerda Perla, no tardaron en llegar: los hijos de la acumuladora no concebían la vida que estaba llevando y ella no reconocía su problema. “Yo le hablaba. Le explicaba que no estaba bien lo que estaba pasando con su vida y le decía que su casa parecía un basurero, pero ella no quería entrar en razón. Decía que guardaba cosas que necesitaba”, cuenta.

La falta de reconocimiento del problema determina que los acumuladores, ante el reclamo de sus cercanos, se aíslen. “Mi hija me decía que estaba todo sucio y que había que tirar cosas, pero yo me enojaba”, recuerda Marta. “No permitía que me dijeran nada. No daba lugar. Cuando mencionaban lo de tirar se terminaba la comunicación para mí”, sostiene. Y suma: “No dejaba que nadie fuera a mi casa. Mi hija en diez años no entró a mi casa, yo iba a la de ella y a la de mis amigas”.

El tratamiento no es fácil, según Calabrese: “No son personas que busquen ser ayudadas porque no piensan que tienen un problema. Aunque no es fácil que recurran a una ayuda profesional, los familiares tienen que intentarlo”. Si bien existen en la sociedad muchos casos, Calabrese y Bérgue coinciden en que es poco frecuente encontrar a acumuladores en los consultorios.

Para Perla, todo el universo de su hermana era incompresible: “Lo que más me llamó la atención era que acumulaba muchísimas botellas de plástico: decía que era para hacer cortinas. También guardaba cartoncitos de papel higiénico, ropa que ya no usaba más. Todo eso y mucho más, potenciado por la cantidad”.

Según el psiquiatra Bègue, los objetos acumulados tienen siempre un carácter común: “Tienen algo que identifica a un vínculo del paciente, ya sea consigo mismo o con otra persona o personas. No son nunca elegidos al azar. Muchas veces representan a alguien que ya no está, pero fundamentalmente representan los sentimientos que no pueden ser hablados”. A veces involucra a objetos que podrían funcionar en alguna circunstancia, dando utilidad, satisfacción o productividad. “En el amontonamiento, sin embargo, no brindan esa vitalidad sino que forman parte del cementerio de cosas”, explicó.

Convivir con acumuladores compulsivos

La convivencia con los acumuladores compulsivos suele ser un problema para los vecinos. A diferencia de lo que sucede con ruidos molestos, para que el Estado intervenga, el problema debe haber escalado bastante.

“Una persona puede acumular cosas en su casa y eso no es ningún delito, ni una contravención, ni una falta. La acumulación por sí sola no puede ser sancionada como ilegal. La cuestión es cuando esa actividad empieza a generar problemas hacia terceras personas”, dice Carlos Rolero Santurian, fiscal a cargo de la Unidad Fiscal Especializada en Materia Ambiental (Ufema) de la Ciudad de Buenos Aires. Ufema, es una de las 40 fiscalías que dependen del Ministerio Público Fiscal. Su órbita abarca temas como bromatología, contaminación, residuos peligrosos y maltrato animal.

Según manifiesta Rolero Santurian, comúnmente las denuncias aparecen cuando los vecinos se ven afectados por olores fétidos, roedores, insectos o enfermedades. “No es una conducta reprochable desde el punto de vista penal. Requiere en realidad de una contención médica y psiquiátrica”, indica.

En la Capital para resolver las disputas los vecinos suelen recurrir a las comunas, a la fiscalía o a la policía. La multiplicidad de puntos de gestión, según asegura Rolero Santurian, dificulta contar una estadística de casos. “Las denuncias que no llegan a nosotros, no son un porcentaje significativo”, señala el fiscal. El Municipio de San Isidro, por su parte, durante 2022 recibió 27 denuncias de vecinos por problemas de convivencia urbana con acumuladores y otras 23, en 2023.

Si bien es un problema de origen psiquiátrico, puede traer trastornos de salud física: están expuestos a la contaminación, sobre todo si hay restos de comida. Cuando está muy avanzado el cuadro, también puede ocasionar caídas, porque a veces solo les quedan laberintos por donde circular. También se pueden generar incendios. “Puede implicar riesgos importantes”, advierte Calabrese.

Para los especialistas, en muchos casos está relacionada con cuestiones transmitidas transgeneracionalmente. “Si hay algún acumulador en la familia es más fácil que alguno de los miembros sea acumulador”, señala Calabrese. Y agrega: “Se ve en gente cuyos antepasados han vivido situaciones de guerra en donde todo podía servir”.

Desde 2016 Luján Mere se especializa en la limpieza de casas de acumuladores compulsivos. Como su tarea va más allá de una simple limpieza remunerada, suele ser recomendada por psicoanalistas. “Antes de tomar el servicio hablo mucho con ellos. Les pido fotos, que me expliquen cómo llegaron a eso, y les pregunto si están convencidos de tirar todo lo innecesario. Nunca reconocen el problema; cuando les preguntás si acumula, te dicen ‘no es tan así’, pero cuando vas es aún peor”.

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Una condición ineludible para Mere es que los acumuladores participen de la limpieza: “Yo le llamo ‘Mugreterapia’ es muy sanadora. De los casos que he conocido ninguno ha reincidido”. Más allá de cualquier convencimiento previo, en medio de la limpieza, siempre aparecen ciertos síntomas: “Les cuesta respirar, les duele la cabeza, muestran signos de ansiedad e incluso algunos incluso lloran. Hay que acompañarlos y hacerlos razonar”.

Desde que tomó un nuevo camino, Marta enfrenta una batalla diaria: no quiere caer de nuevo en la acumulación. “Día a día trabajo para superarlo. Hoy tiro todo, no quiero juntar nada. Creo que lo superé, pero no hay que cantar victoria porque es como una adicción”. Hay algo que repite frecuentemente y que la ayuda como un mantra: “No hay que pensar que algo puede servir para después”.

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