Emma Thompson llega al streaming: ¿cómo es Down Cemetery Road, la nueva serie policial en Apple TV?​

Era una de las últimas resistentes, el último ejemplar de las actrices de aquel cine de los años 90 que todavía no había hecho pie en el territorio de streaming. La oportunidad llegó en esta temporada con la nueva serie de Mick Herron, el creador de Slow Horses, novelista heredero de John Le Carré y uno de los narradores actuales que mejor ha sintonizado con nuestro mundo en crisis. Su universo es el de los espías desencantados, el de los detectives anacrónicos, el del fracaso recurrente como forma de vida y estrategia de supervivencia.

Down Cemetery Road está inspirada en su primera novela, publicada allá por el año 2003, antes del éxito de la saga literaria de Jackson Lamb y del humor ácido de Gary Oldman como su intérprete en la adaptación de Slow Horses para Apple TV. Esta transposición de aquella primera incursión literaria asume tanto el espíritu de comedia negra de la exitosa Slow Horses, como también el retrato de un presenta álgido, signado por los residuos del trauma bélico de la OTAN en Afganistán, la paranoia terrorista que todavía recorre Europa, y la irremediable desconfianza en las instituciones surgidas en el marco de las democracias liberales. ¿Estamos ante el peligro de una magistral conspiración?

Eso es lo que cree inicialmente Sarah Trafford (Ruth Wilson) cuando entra por casualidad en un antiguo edificio guiada por una intuición. “Oxford Investigaciones” reza en una placa en la puerta del inmueble, indicio que sugiere una posible respuesta a su dilema. Sarah es una restauradora de arte en una galería del sur de Oxford, tiene una vida tranquila y bohemia, su marido es financista, ocupado en seducir clientes arrogantes y adinerados, y ella en preparar los agasajos sin demasiado entusiasmo. Pero un día, durante una de esas cenas de inversiones, apenas después del plato principal algo chamuscado por sus recurrentes olvidos culinarios, una explosión sacude a todos los comensales: la casa lindera ha volado por los aires. El saldo de víctimas informado es categórico: la muerte de sus ocupantes adultos y el enigma sobre el destino de la única sobreviviente, una niña que Sarah había saludado esa mañana. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Una explosión debido a una pérdida de gas o la punta del iceberg de una conspiración gubernamental?

Ese es el caso que Sarah trae al investigador Joe Silvermann (Adam Godley), eco real de la narrativa de Raymond Chandler, confiado en el aura de Phillip Marlowe como paraguas de protección. Pero el peligro tocará a su puerta y será su esposa Zoë Bohem la encargada de llegar a la verdad. Zoë no es otra que Emma Thompson, con su pelo entrecano peinado al gel, su atuendo negro y encuerado, su aire mordaz y humor temerario en el álgido camino de su profesión. A diferencia de su marido, Zoë descree de los velos de la ficción y se convierte en detective privado para pagar las cuentas y mantener en secreto a sus amantes. Serán el encuentro con Sarah y esa misión imposible, las verdaderas razones de su entrada en acción.

“Recuerdo que encontré Down Cemetery Road en 2016 gracias a la lista de recomendados de mi librería de cabecera. Leí casi todo el libro de pie, riéndome por lo bajo. Aunque las Sociedades ‘Jane Austen’ de ambos lados del Atlántico se unan y me ataquen, la pluma de Mick Herron me recuerda a la de Austen: ambos no toleran a los necios y suelen dejarlos al descubierto con solo un adjetivo”, explicaba la actriz en una reciente entrevista con la revista británica Radio Times. La idea de ver a Emma Thompson convertida en detective privado resulta extraña, más aún cuando Zoë Boehm es un personaje que expresa el corazón de la escritura de Herron: directa, implacable, sin dobleces ni elegancia. No hay demasiado de ese garbo que Thompson supo brindar a las criaturas nacidas del ingenio de Shakespeare, de la melancolía de E. M. Forster o de la contención de Kazuo Ishiguro, por enumerar algunos de los autores de los que se ha nutrido su filmografía.

Pero el estilo de Herron parece haber sintonizado con una cuenta pendiente de la actriz, una búsqueda recurrente en los últimos tiempos de su carrera, cercana a mujeres más reales y no tan idealizadas, ajenas a la imaginería romántica o a los preceptos de la corrección británica, dispuestas a inclinarse por caminos fallidos, historias de pérdidas, hazañas de reconstrucción. Personajes quizás como la viuda que anhela buen sexo en Buena suerte, Leo grande (2022), o como la excéntrica presentadora de televisión de Ellas mandan (2019), que debe reconvertirse a los ritmos de la ola del #MeToo. También personajes que han perdido las certezas, como la alcohólica esposa de Dustin Hoffman en Los Mayerowitz (2017) de Noah Baumbach, intentando ser parte de una familia que nunca termina de aceptarla.

Quizás la mejor representante del “universo Thompson” sea Elinor Dashwood, la hermana discreta y responsable de Sensatez y sentimientos (1995), una mujer que debe animarse al amor aún ante todos los impedimentos de su tiempo y su ceremonial entorno. Es en ese origen donde la actriz y escritora encuentra el germen de su impensada detective, y es en la escritura de Jane Austen donde descubre el porqué de la admiración por un narrador como Mick Herron. “Sus monstruos, como también los de Jane Austen, son demasiado humanos”, destaca respecto a esas correspondencias literarias. “Si Austen se describía a sí misma trabajando sobre cinco centímetros de marfil, Herron lo hace sobre centímetros de linóleo desgastado: personas que intentan ser decentes y orgullosas dentro de instituciones cada vez más decadentes. Paradójicamente, sus calles parecen pavimentadas con chicle”.

Hay algo en esa idea de Emma Thompson respecto de la visión de Herron sobre el mundo que lo rodea que resulta decisiva para entender el rumbo de Down Cemetery Road. Heredera del tono de Slow Horses -algo cansino y descreído sobre la estela de Jackson Lamb, el espía desgreñado y flatulento al que da vida Gary Oldman, pero altivo e incisivo en el recorrido de su némesis, la gélida Diana Taverner que interpreta Kristin Scott Thomas-, la serie encuentra un equilibrio propio, reinventando la sagacidad del ‘private eye’ en un mundo confuso y caótico como el contemporáneo. A su vez, se diluye al ritmo del desencanto de Zoë Boehm toda ilusión de restaurar el orden perdido. El caso de Sarah es apenas un disparador para la investigadora, quien antes que interesada en resolver el caso para su clienta, lo que quiere es llegar a la verdad de una intriga que puso en jaque ese mundo doméstico en el que vivía. El de Joe y sus deudas, el de ella y sus amores clandestinos, el de esa oficina polvorienta en uno de los rincones de esa Oxford añosa y académica.

“De adolescente, leí y releí a Alistair MacLean, Raymond Chandler, Ian Fleming, Len Deighton, John Le Carré y Arthur Conan Doyle, así que es asombroso que me haya convertido en alguien que terminó creyendo en el poder femenino”, reflexiona la actriz entre risas. “Según las leyes de la probabilidad, aún debería estar buscando personajes que me obliguen a seducir y luego morir, a enamorarme y morir, a estar desnuda y muerta, o a manejar una boquilla sin quemarme. Pero aún sin encajar en esas categorías, me encanta el género: la oscuridad, los impulsos, las adicciones, la maldad oculta”. El género es el noir y el arquetipo del que Thompson escapa es el de la femme fatale, aquella única expresión del poder femenino en ese universo de detectives y pesquisas. Sin embargo, Zoë Boehm rompe el molde, no solo como detective sino como personaje femenino; “es una mujer brillante, cínica y atormentada que, por alguna razón de su pasado, decidió que no tenía que ser buena chica. No tenía que ser educada ni contentar a los demás, no tenía que disculparse por existir ni tratar de ocupar poco espacio”, agrega.

La partenaire de Emma Thompson en este juego de espías y mentiras es Ruth Wilson, actriz que forjó su inicial fama como la demente Alice Morgan de Luther para convertirse luego en la seductora Alison en The Affair, y luego pasar al público ATP con villanas de la literatura juvenil como la Mrs. Coulter de His Dark Materials. Ni dueña de un encanto irresistible, o de una psiquis frágil, ni poseedora de un extraño poder, Sarah Trafford es apenas una nerd que mantiene los límites de su universo en los lienzos de una galería de arte. El encuentro con una explosión, el esquivo paradero de una niña y la intriga forjada puertas adentro del Ministerio de Defensa de su Majestad convierten su vida en Oxford, previsible y anodina, en un misterio perfecto para Zoë Bohem. Sus destinos se entrecruzan, sus ánimos se complementan, y sus neurosis adquieren un brío mutuo. Es Sarah quien reinventa ese clásico arquetipo de la clienta, reemplazando la boquilla y la perfidia por una obsesión moral que la atormenta. ¿Qué ha pasado con la única sobreviviente de la explosión lindante a su casa? ¿Por qué han borrado su presencia de las fotografías del siniestro? ¿Quién la esconde del registro oficial que ofrecen las autoridades?

“Me di cuenta muy pronto de que empezar una carrera en este género que exige escenas de acción a los 66 años era, en realidad, temerario y posiblemente estúpido”, desliza Thompson respecto de su itinerario de pura acción. “Pero tuve suerte: contaba con una valiente compañera como Ruth Wilson, una mujer que no duda en hacer cualquier cosa, aunque sea peligrosa. Había noches en que nos reuníamos para tomar una copa y, mirándonos por encima del borde del vaso a los ojos, inyectados en sangre, nos preguntábamos ‘¿Qué fue lo que hicimos hoy?’. Recorrimos el país de punta a punta, corriendo, escondiéndonos, pataleando y gritando a medida que avanzábamos en la historia, preguntándonos cómo lo lograríamos, pero sabiendo que nos teníamos la una a la otra. Sin embargo, nos asombraba constantemente nuestro agotamiento. Me consolaba mucho que Ruth también se cansara, ya que es veinte años menor”.

Thompson encontró en Zoë Boehm el mejor disfraz. En colaboración con la guionista Morwenna Banks, a quien conocía de su juventud cuando juntas escribían sketches para comedia, hallaron el tono y las palabras que nacidas de la pluma de Herron podían encontrar eco en un personaje real, de carne y hueso. Una mujer real con la campera de cuero gastada comprada en el peligroso Camdem Town de Londres, con el pelo cortado a tijeretazos, con el gesto desconfiado y al mismo tiempo convencido de seguir los pasos de un misterio que no tarda en propagarse como un virus. “Terminamos el rodaje a comienzos de febrero de este año luego de ocho meses de aventura -recuerda en el final de su entrevista con Radio Times-; en Londres, en King’s Cross, concluimos la jornada mientras Mick Herron y su mujer, Jo, caminaban por la parte de atrás del set, del brazo, con una timidez encantadora. Siento pena y alivio por partes iguales. Nuestro equipo milagrosamente ha sobrevivido. Y siento que no he terminado, que no, que no puedo, que no debería. ¿No será el síndrome de Estocolmo?”. Eso se pregunta todo detective cuando se dirige a un nuevo caso.

​ Era una de las últimas resistentes, el último ejemplar de las actrices de aquel cine de los años 90 que todavía no había hecho pie en el territorio de streaming. La oportunidad llegó en esta temporada con la nueva serie de Mick Herron, el creador de Slow Horses, novelista heredero de John Le Carré y uno de los narradores actuales que mejor ha sintonizado con nuestro mundo en crisis. Su universo es el de los espías desencantados, el de los detectives anacrónicos, el del fracaso recurrente como forma de vida y estrategia de supervivencia. Down Cemetery Road está inspirada en su primera novela, publicada allá por el año 2003, antes del éxito de la saga literaria de Jackson Lamb y del humor ácido de Gary Oldman como su intérprete en la adaptación de Slow Horses para Apple TV. Esta transposición de aquella primera incursión literaria asume tanto el espíritu de comedia negra de la exitosa Slow Horses, como también el retrato de un presenta álgido, signado por los residuos del trauma bélico de la OTAN en Afganistán, la paranoia terrorista que todavía recorre Europa, y la irremediable desconfianza en las instituciones surgidas en el marco de las democracias liberales. ¿Estamos ante el peligro de una magistral conspiración? Eso es lo que cree inicialmente Sarah Trafford (Ruth Wilson) cuando entra por casualidad en un antiguo edificio guiada por una intuición. “Oxford Investigaciones” reza en una placa en la puerta del inmueble, indicio que sugiere una posible respuesta a su dilema. Sarah es una restauradora de arte en una galería del sur de Oxford, tiene una vida tranquila y bohemia, su marido es financista, ocupado en seducir clientes arrogantes y adinerados, y ella en preparar los agasajos sin demasiado entusiasmo. Pero un día, durante una de esas cenas de inversiones, apenas después del plato principal algo chamuscado por sus recurrentes olvidos culinarios, una explosión sacude a todos los comensales: la casa lindera ha volado por los aires. El saldo de víctimas informado es categórico: la muerte de sus ocupantes adultos y el enigma sobre el destino de la única sobreviviente, una niña que Sarah había saludado esa mañana. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Una explosión debido a una pérdida de gas o la punta del iceberg de una conspiración gubernamental? Ese es el caso que Sarah trae al investigador Joe Silvermann (Adam Godley), eco real de la narrativa de Raymond Chandler, confiado en el aura de Phillip Marlowe como paraguas de protección. Pero el peligro tocará a su puerta y será su esposa Zoë Bohem la encargada de llegar a la verdad. Zoë no es otra que Emma Thompson, con su pelo entrecano peinado al gel, su atuendo negro y encuerado, su aire mordaz y humor temerario en el álgido camino de su profesión. A diferencia de su marido, Zoë descree de los velos de la ficción y se convierte en detective privado para pagar las cuentas y mantener en secreto a sus amantes. Serán el encuentro con Sarah y esa misión imposible, las verdaderas razones de su entrada en acción. “Recuerdo que encontré Down Cemetery Road en 2016 gracias a la lista de recomendados de mi librería de cabecera. Leí casi todo el libro de pie, riéndome por lo bajo. Aunque las Sociedades ‘Jane Austen’ de ambos lados del Atlántico se unan y me ataquen, la pluma de Mick Herron me recuerda a la de Austen: ambos no toleran a los necios y suelen dejarlos al descubierto con solo un adjetivo”, explicaba la actriz en una reciente entrevista con la revista británica Radio Times. La idea de ver a Emma Thompson convertida en detective privado resulta extraña, más aún cuando Zoë Boehm es un personaje que expresa el corazón de la escritura de Herron: directa, implacable, sin dobleces ni elegancia. No hay demasiado de ese garbo que Thompson supo brindar a las criaturas nacidas del ingenio de Shakespeare, de la melancolía de E. M. Forster o de la contención de Kazuo Ishiguro, por enumerar algunos de los autores de los que se ha nutrido su filmografía. Pero el estilo de Herron parece haber sintonizado con una cuenta pendiente de la actriz, una búsqueda recurrente en los últimos tiempos de su carrera, cercana a mujeres más reales y no tan idealizadas, ajenas a la imaginería romántica o a los preceptos de la corrección británica, dispuestas a inclinarse por caminos fallidos, historias de pérdidas, hazañas de reconstrucción. Personajes quizás como la viuda que anhela buen sexo en Buena suerte, Leo grande (2022), o como la excéntrica presentadora de televisión de Ellas mandan (2019), que debe reconvertirse a los ritmos de la ola del #MeToo. También personajes que han perdido las certezas, como la alcohólica esposa de Dustin Hoffman en Los Mayerowitz (2017) de Noah Baumbach, intentando ser parte de una familia que nunca termina de aceptarla. Quizás la mejor representante del “universo Thompson” sea Elinor Dashwood, la hermana discreta y responsable de Sensatez y sentimientos (1995), una mujer que debe animarse al amor aún ante todos los impedimentos de su tiempo y su ceremonial entorno. Es en ese origen donde la actriz y escritora encuentra el germen de su impensada detective, y es en la escritura de Jane Austen donde descubre el porqué de la admiración por un narrador como Mick Herron. “Sus monstruos, como también los de Jane Austen, son demasiado humanos”, destaca respecto a esas correspondencias literarias. “Si Austen se describía a sí misma trabajando sobre cinco centímetros de marfil, Herron lo hace sobre centímetros de linóleo desgastado: personas que intentan ser decentes y orgullosas dentro de instituciones cada vez más decadentes. Paradójicamente, sus calles parecen pavimentadas con chicle”. Hay algo en esa idea de Emma Thompson respecto de la visión de Herron sobre el mundo que lo rodea que resulta decisiva para entender el rumbo de Down Cemetery Road. Heredera del tono de Slow Horses -algo cansino y descreído sobre la estela de Jackson Lamb, el espía desgreñado y flatulento al que da vida Gary Oldman, pero altivo e incisivo en el recorrido de su némesis, la gélida Diana Taverner que interpreta Kristin Scott Thomas-, la serie encuentra un equilibrio propio, reinventando la sagacidad del ‘private eye’ en un mundo confuso y caótico como el contemporáneo. A su vez, se diluye al ritmo del desencanto de Zoë Boehm toda ilusión de restaurar el orden perdido. El caso de Sarah es apenas un disparador para la investigadora, quien antes que interesada en resolver el caso para su clienta, lo que quiere es llegar a la verdad de una intriga que puso en jaque ese mundo doméstico en el que vivía. El de Joe y sus deudas, el de ella y sus amores clandestinos, el de esa oficina polvorienta en uno de los rincones de esa Oxford añosa y académica. “De adolescente, leí y releí a Alistair MacLean, Raymond Chandler, Ian Fleming, Len Deighton, John Le Carré y Arthur Conan Doyle, así que es asombroso que me haya convertido en alguien que terminó creyendo en el poder femenino”, reflexiona la actriz entre risas. “Según las leyes de la probabilidad, aún debería estar buscando personajes que me obliguen a seducir y luego morir, a enamorarme y morir, a estar desnuda y muerta, o a manejar una boquilla sin quemarme. Pero aún sin encajar en esas categorías, me encanta el género: la oscuridad, los impulsos, las adicciones, la maldad oculta”. El género es el noir y el arquetipo del que Thompson escapa es el de la femme fatale, aquella única expresión del poder femenino en ese universo de detectives y pesquisas. Sin embargo, Zoë Boehm rompe el molde, no solo como detective sino como personaje femenino; “es una mujer brillante, cínica y atormentada que, por alguna razón de su pasado, decidió que no tenía que ser buena chica. No tenía que ser educada ni contentar a los demás, no tenía que disculparse por existir ni tratar de ocupar poco espacio”, agrega. La partenaire de Emma Thompson en este juego de espías y mentiras es Ruth Wilson, actriz que forjó su inicial fama como la demente Alice Morgan de Luther para convertirse luego en la seductora Alison en The Affair, y luego pasar al público ATP con villanas de la literatura juvenil como la Mrs. Coulter de His Dark Materials. Ni dueña de un encanto irresistible, o de una psiquis frágil, ni poseedora de un extraño poder, Sarah Trafford es apenas una nerd que mantiene los límites de su universo en los lienzos de una galería de arte. El encuentro con una explosión, el esquivo paradero de una niña y la intriga forjada puertas adentro del Ministerio de Defensa de su Majestad convierten su vida en Oxford, previsible y anodina, en un misterio perfecto para Zoë Bohem. Sus destinos se entrecruzan, sus ánimos se complementan, y sus neurosis adquieren un brío mutuo. Es Sarah quien reinventa ese clásico arquetipo de la clienta, reemplazando la boquilla y la perfidia por una obsesión moral que la atormenta. ¿Qué ha pasado con la única sobreviviente de la explosión lindante a su casa? ¿Por qué han borrado su presencia de las fotografías del siniestro? ¿Quién la esconde del registro oficial que ofrecen las autoridades? “Me di cuenta muy pronto de que empezar una carrera en este género que exige escenas de acción a los 66 años era, en realidad, temerario y posiblemente estúpido”, desliza Thompson respecto de su itinerario de pura acción. “Pero tuve suerte: contaba con una valiente compañera como Ruth Wilson, una mujer que no duda en hacer cualquier cosa, aunque sea peligrosa. Había noches en que nos reuníamos para tomar una copa y, mirándonos por encima del borde del vaso a los ojos, inyectados en sangre, nos preguntábamos ‘¿Qué fue lo que hicimos hoy?’. Recorrimos el país de punta a punta, corriendo, escondiéndonos, pataleando y gritando a medida que avanzábamos en la historia, preguntándonos cómo lo lograríamos, pero sabiendo que nos teníamos la una a la otra. Sin embargo, nos asombraba constantemente nuestro agotamiento. Me consolaba mucho que Ruth también se cansara, ya que es veinte años menor”. Thompson encontró en Zoë Boehm el mejor disfraz. En colaboración con la guionista Morwenna Banks, a quien conocía de su juventud cuando juntas escribían sketches para comedia, hallaron el tono y las palabras que nacidas de la pluma de Herron podían encontrar eco en un personaje real, de carne y hueso. Una mujer real con la campera de cuero gastada comprada en el peligroso Camdem Town de Londres, con el pelo cortado a tijeretazos, con el gesto desconfiado y al mismo tiempo convencido de seguir los pasos de un misterio que no tarda en propagarse como un virus. “Terminamos el rodaje a comienzos de febrero de este año luego de ocho meses de aventura -recuerda en el final de su entrevista con Radio Times-; en Londres, en King’s Cross, concluimos la jornada mientras Mick Herron y su mujer, Jo, caminaban por la parte de atrás del set, del brazo, con una timidez encantadora. Siento pena y alivio por partes iguales. Nuestro equipo milagrosamente ha sobrevivido. Y siento que no he terminado, que no, que no puedo, que no debería. ¿No será el síndrome de Estocolmo?”. Eso se pregunta todo detective cuando se dirige a un nuevo caso.  Espectáculos 

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