El secreto infalible de un tambero todoterreno

En los campos de Suipacha, donde los suelos “overos” desafían a la agricultura y favorecen la ganadería, Alberto Garibotti ha forjado una historia de tesón y amor por su oficio. Durante más de 50 años, trabajó codo a codo con su cuñado Agustín Badiola en un emprendimiento familiar que ha resistido las crisis económicas y los embates climáticos.
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“Estamos juntos en esto desde hace 50 años. En buenos y malos momentos. Comenzamos ordeñando a mano y pasamos a máquina”, cuenta Garibotti con el orgullo de quien ha persistido contra viento y marea en una actividad que no conoce de feriados ni descansos.
Garibotti y Badiola llevan adelante un tambo que produce entre 4000 y 5000 litros diarios, aunque han llegado a los 6000 en sus mejores momentos. Lo interesante es cómo han dividido las tareas según sus fortalezas: “Nos tenemos repartido un poco el trabajo. Mi cuñado se dedica más a la crianza de las terneras, que es un excelente criador con conocimiento de muchos años, y yo me dedico a la parte de recría, inseminación. Me gusta la vaca, desde siempre me ha gustado”, explica Alberto, quien a sus 75 años mantiene intacta su pasión por el ganado.
Esta sociedad familiar ha sobrevivido a todo tipo de dificultades, incluida la crisis del 2001, cuando debieron vender parte del campo para evitar endeudarse. “Hoy, hablo de crédito, no queremos saber más nada. Con menos, igual nos arreglamos”, afirma con la sabiduría de quien ha aprendido a adaptarse a las circunstancias.
La trayectoria de Garibotti en el mundo lácteo es notable. Además de su trabajo en el tambo, fue transportista de La Vascongada durante 10 años y trabajó brevemente en La Suipachense. “En el oficio de la leche me faltó hacer el queso nomás, pero prácticamente he hecho de todo”, comenta con humor.
En 1987, comenzaron a implementar la inseminación artificial, una práctica que Alberto domina con maestría y disfruta especialmente. “Tengo una técnica para inseminar. Me encanta, tanto como me encantan también los caballos”, señala, al revelar su otra gran pasión.
Competencia
En los últimos años, Garibotti ha comenzado a participar en las Competencias de Vacas a Campo, en la Sociedad Rural de Suipacha. Una iniciativa que la Asociación Criadores de Holando Argentino (Acha), trabaja con las distintas Instituciones organizadoras de Exposiciones y/o Entidades de Control Lechero Oficial. Estas se destacan principalmente por la participación de vacas de tambos comerciales de productores lecheros, a diferencia de las tradicionales exposiciones en las que participan principalmente cabañas expositoras.
“Es la única manera que también te conozcan un poco”, explica Garibotti sobre su decisión de exhibir sus animales, a pesar de la reticencia inicial de su esposa.
Un jurado de Acha visita los establecimientos, y junto a la gente de cada tambo seleccionan las vacas que participarán en cada categoría en su representación, estas son filmadas y en un evento de premiación se realiza la coronación de las ganadoras. Garibotti se ocupó de ello poniendo en práctica sus conocimientos adquiridos a lo largo de décadas. “Me fijo en su aplomo, cómo está la ubre, cómo está agarrada, la colocación de pezones, cómo se desplazan. Eso es muy importante”, dijo.
El resultado fue excepcional. “Tuvimos la suerte que el primer año que participamos sacamos la gran campeona”, recuerda. Y este año, su participación también fue destacada, con una de sus vacas obtuvo el segundo puesto en primer parto, y otra fue reconocida como campeona en su categoría.
En las pistas
Pero si hay algo que define a Garibotti además de su dedicación al tambo, es su amor por los caballos. “He montado más de cien caballos y competido en pruebas de Rienda; también competí en Palermo en Categoría de Caballos de Trabajo: salí cuatro veces campeón ahí”, comenta con legítimo orgullo.
Durante más de 20 años participó en competencias ecuestres, y este año se clasificó nuevamente para una final en La Ganadera.
Su pasión por los caballos es tan fuerte que ni siquiera un grave accidente logró alejarlo de ellos. Una caída en una manga le provocó varias vértebras quebradas, requiriendo una operación tras la cual le prohibieron volver a montar. Para un hombre como Garibotti, esa era la peor noticia posible. Sin embargo, “como buen vasco”, encontró solo el remedio. Comenzó gradualmente a sentarse sobre padrillos a pelo, aprovechando el calor de la piel para calmar sus dolores, hasta que finalmente recuperó la confianza para cabalgar nuevamente, desafiando las recomendaciones médicas.
Filosofía
A pesar de los avances tecnológicos, como los robots de ordeñe, Garibotti mantiene los pies en la tierra. “Estamos en una etapa que no sabemos si alguno de mis hijos puede llegar a seguir con esto. No podemos invertir 100.000 dólares para poner robots”, reflexiona.
Sin embargo, su filosofía permanece inquebrantable: “Nosotros buscamos siempre el buen trato, que las vacas tengan comida, que es lo principal, que no les falte agua”. Una receta simple pero efectiva que le ha permitido mantenerse en una actividad donde, como él mismo señala, de los más de 500 tambos que existían antiguamente en Suipacha, hoy apenas quedan unos 25.
A sus 75 años, Garibotti encarna la tenacidad y la pasión del hombre de campo argentino. Como él mismo dice: “Hasta el día de hoy, gracias a Dios, seguimos y seguiremos hasta que podamos”.
Alberto Garibotti, con 75 años, lleva adelante la empresa familiar lechera y compite en exposiciones ganaderas; como jinete participa en pruebas ecuestres Ganadería
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