El psicólogo Nicolás Iglesias da consejos claves para meditar y explica por qué provoca cambios tan profundos​

Disfrutaba de una vida muy mundana. Nicolás Iglesias trabajó durante siete años en el mundo de las corporaciones multinacionales y otros siete en una agencia de contratación de talentos de Hollywood de uno de los grupos publicitarios más importantes del mundo. Recuerda casi como anécdota haber negociado con Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. Estaba instalado en un penthouse en pleno San Pablo. Había hecho el recorrido perfecto del “deber ser”: licenciado en Administración de Empresas en la UCA, trabajo, buen sueldo y proyección laboral. En paralelo, también había estudiado coaching organizacional y cursado su primera formación en terapia Gestalt.

Lo tenía “todo”, pero cada mañana lo inundaba un vacío y una tristeza, con la sensación de querer irse de ese lugar que con tanto esfuerzo había alcanzado. “Hasta acá llegué”, se dijo y le dijo a los accionistas del grupo. Convencido, decidió dar un vuelco en su vida.

En 2015 se fue a vivir a San Francisco para estudiar en el Instituto Esalen, la escuela referente mundial, génesis de la terapia Gestalt, y el lugar que elige, por ejemplo, Chopra para presentar sus libros. Aprovechó para estudiar budismo. En 2016 volvió a Buenos Aires, profundizó su conexión con el budismo y conoció a quien define como su maestro: Gerardo Abboud, un hombre referente del budismo en Latinoamérica que vivió 15 años en la India con grandes lamas. Dos años después se animó a la experiencia de vivir en un monasterio en el norte de la India.

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Hoy disfruta de haber podido cumplir un nuevo sueño, escribir su primer libro: Meditación en zapatillas (Hojas del Sur) que presentó hace pocas semanas en la Feria del Libro.

–¿Cómo fue la experiencia de vivir como un monje?

–La verdad, muy dura. Te levantás a las cuatro de la mañana para empezar la práctica; a las siete te sirven el desayuno que es arroz con lentejas. Seguís practicando, a las 12 tenés el almuerzo que es arroz con lentejas. Sigue la práctica hasta las siete de la tarde. Luego cenás arroz con lentejas. Así, viví durante un mes y medio. Durante todo el día practicás meditación solo, pero uno puede hacer lo que quiera. Si querés, te vas, mirás el celular. La indicación del maestro es que si vas a tomarte esto en serio, no contrates a un babysitter que te diga cuándo meditar. El mensaje es que uno es el que tiene que juntar valor espiritual.

–¿Qué aprendizaje te dejó?

–El primero, soltá todo tipo de expectativas y lo probé en carne propia. A la semana de estar ahí había pedido una entrevista con el lama más importante del centro. Fui a una casita arriba de la montaña donde había un señor dándole de comer a un perro; pensé que era un asistente. Cuando me saludó me dijo que era el maestro. Recuerdo que tenía mil preguntas, pero a los 10 minutos de la charla me dijo: “100 preguntas, una solución: meditar. Andá a tu cuarto y volvé en varias semanas”. Me fui enojado, frustrado y a los días empecé a entender cuál era la lección del maestro.

–¿Cuál fue?

–La práctica del desapego, tener la capacidad de soltar lo que creías y quedarte con lo que es. Es un proceso muy transformador que uno tiene que hacer en soledad y solo depende de uno.

–¿Cuándo volviste, no te sentías sapo de otro pozo?

–Al principio sí, es como todo proceso de decantación y en un momento lo integrás, pero siempre la palabra clave de todos estos trabajos es el desapego. Sin renuncia no hay transformación; sin renuncia no hay crecimiento, no hay cambio. Tenés que dejar un estadio para pasar a otro.

–¿Por qué el budismo?

–Es como el amor, no le encuentro una explicación porque soy judío de vientre, fui a un colegio alemán y después a la Universidad Católica Argentina en la que estudiábamos catequesis, historia de la religión. No tengo explicación.

–Entonces, ¿qué te convocó?

–Lo práctico que es. Si bien tiene su parte religiosa y espiritual, su columna vertebral es el entrenamiento de la mente. Mente, no solamente me refiero al cerebro y a la cognición, sino al combo mente-emoción. Las dos cosas, el cuerpo y alma, cuerpo y cerebro, somos una unidad.

–¿Hablás de entrenar la mente para que no te invadan las emociones?

–Es un entrenamiento que empieza por una parte más atencional o de foco que es, por ejemplo, meditar poniendo atención en la respiración, un mantra, una canción o lo que sea cada vez que sentís que te dispersás del presente. El ejercicio es siempre volver: te distraés y volvés.

–¿Qué genera ese vaivén de pensar entre el pasado y el futuro?

–El pasado genera nostalgia y tristeza y el futuro genera ansiedad y agitación. Ambos están fuera de nuestro control. Por eso, las prácticas contemplativas que podemos llamar como queramos: mindfulness, meditación, son claves porque logran ponernos en el único lugar que existe que es el ahora.

–¿Por qué le pusiste a tu libro Meditación en zapatillas?

–Siempre tuve el foco en bajar a tierra estas prácticas, enseñanzas o encuadres psicológicos y psicoespirituales como puede ser el budismo. No tenés que raparte la cabeza, ni hacerte budista, ni ponerte una sábana naranja en el cuerpo para poder entrenar estas cosas. Para meditar, lo más simple es sentarse y cada vez que tu mente se va, volvés. Es aburrido, no pasa nada, no hay magia, no te sentís Julia Roberts en Comer, rezar, amar, pero es como cuando vas al gimnasio y hacés flexiones de brazo, no crecen los músculos de un día para el otro.

–¿Cuánto tiempo hay que meditar?

–Técnicamente, científicamente, cinco minutos por día alcanzan. Lo dicen Daniel Coleman y Richard Davidson, dos de las personas que más saben de inteligencia emocional en el libro Rasgos alterados.

–¿A la mañana o a la noche? ¿Sentado?

–A mí personalmente me gusta más a la mañana porque es como un pequeño ritual de comenzar el día. Idealmente sentado para no quedarte dormido, pero no hay que cruzar las piernas como un pretzel. Puede funcionar en una silla. No es necesaria la técnica perfecta. Lo importante es volver cada vez que te vas, gobernar la presencia.

–¿Cómo?

–Ese poder de gobernar la presencia trae también la parte más informal de la meditación, que es un par de veces al día parar y habitar ese presente en lo que está sucediendo, en cualquier momento: puede ser mirando el cielo, manejando llevando a tus hijos a la escuela.

–Pero también se recomiendan meditaciones largas… ¿para qué sirven?

–La práctica de meditar es el primer paso. Entrenar la atención es como cuando tenés las rueditas de la bicicleta y después lográs equilibrio y las sacás. A partir de que tenés una mente atenta y una capacidad de atención más fuerte, más firme, podés entrenar la compasión, la generosidad, el altruismo, la bondad, la empatía. Todas las cualidades de un ser completo.

–¿Eso ayuda a tener menos apego?

–Sí, porque, por ejemplo, cuando te enganchás porque te cobraron mal una multa, tenés esa capacidad de volver al estado presente. Lo que se logra es que las emociones distorsivas no lleguen a dominarte. El problema central no es lo que nos pasa, es lo que hacemos con lo que nos pasa. Cuando uno desarrolla estas prácticas, aprende a vincularse de una manera más madura, con lo que te pasa. Cuando hablo de meditación en zapatillas, la propuesta es que hagas lo mejor que puedas, pero que hagas algo: podés generar ese espacio de meditación en el subte, en el colectivo.

–¿Tuviste alguna experiencia reveladora?

–Esto que me preguntás es un arma de doble filo porque si estamos hablando de soltar las expectativas, de meditar en zapatillas, de que sea simple, cualquier tipo de experiencia transpersonal o mágica ya genera expectativas y en nuestro trabajo tenemos que aprender a habitar el presente sin expectativas.

–¿Pero nunca sentiste nada extraordinario?

–En India tuve una experiencia de tremendísima paz que no tenía nada que ver con la felicidad. Solo paz y una sensación de serenidad que nunca había experimentado. Me sentía iluminado. Recuerdo que fui a ver al maestro feliz, sintiendo que lo había logrado. Me miró y con una simpleza absoluta me dijo: “Seguí, no importan las experiencias, dejalas ir, seguí meditando”.

–Te fuiste enojado…

–Lo hablé con mi maestro Gerardo Abboud y le pregunté por qué había desechado mi gran logro después de días y días de meditación. Y él fue muy claro: “Si uno va con la expectativa de que la meditación sea una especie de lobotomía, uno se frustra, porque como en la vida de cualquier ser humano, hay días mejores y otros peores”. Lo que sí está comprobado y muy evidenciado es que, con la meditación, uno logra un estado de mayor calma, bienestar y tranquilidad. Y también empieza a darse cuenta de sus relatos mentales. Se es consciente de lo que era inconsciente.

–Con eso alcanza…

–Es lo que en psicología se llama la tiranía del darse cuenta, la tiranía de la conciencia. El verdadero salto de madurez psicológica es cuando dejamos de esperar soluciones mágicas. No existe Papá Noel: si quiero un regalo, voy y me lo compro. Y eso es muy duro de aceptar, porque el mapa de la consciencia es un lugar muy intrincado.

–Hablaste también de compasión, ¿cómo se relaciona?

–Somos tan exigentes con nosotros mismos que si fuéramos así con nuestros amigos no nos quedaría uno solo. Tenemos que ser compasivos con nosotros mismos y esto es algo que también se logra con la meditación.

​ Nicolás Iglesias, autor del libro Meditación en zapatillas, comparte consejos claves para meditar y explica por qué provoca cambios profundos  Salud 

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