El hall del San Martín como un spa donde reconfortarse el alma con la danza

Una energía vivaz, que emana del talento, de las ganas, de la expresión de un grupo de jóvenes estudiantes del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, se instala en el hall del edificio. El público está sentado en el suelo, en las escaleras, balconea en las barandas del primer piso. Hace frío, es domingo, el mundo es un caos. ¡Qué importa! Al menos por una hora: de 18 a 19, se abre un paréntesis. ¿Alguien va a resistirse a un reseteo emocional? La experiencia es contagiosa: se pueden respirar colores, devorar los ritmos, llenar el cuerpo de entusiasmo. Y salir reconfortado.
Nuevamente este año, alumnos de segundo y tercero del taller que desde 1977 forma a intérpretes de danza contemporánea están haciendo sus primeras presentaciones en público con un programa que incluye creaciones colectivas (Unísono y Pulso, con la guía coreográfica de Federico Fontán), una obra de repertorio (Travesías, de Mauricio Wainrot) y un bienvenido trabajo que resulta de la incorporación del folklore en el espectro de lenguajes (Mirarse, de Jimena Visetti y Rodrigo Colomba).
A la manera de El mundo, 18 bailarines, un show, un trabajo que el semillero del San Martín hizo en 2022, cuando el ciclo de formación comenzó a invitar a coreógrafos a crear un repertorio propio, Unísono funciona como una presentación en sociedad para diecisiete bailarines que con sus orígenes cubren prácticamente todo el mapa de la Argentina. Soy de Rosario, soy de Salta, soy de Mendoza, soy de Banfield, soy de la ciudad de Buenos Aires. El mayor declara 21 años. Cada uno usa su voz y su cuerpo, cartas credenciales que los distingue en ese territorio común, para mostrar primero en solitario un movimiento que será luego el que repliquen todos justamente al unísono, en una poderosa coreografía coral donde lo académico no desentona con lo urbano ni el fraseo lírico junto al más quebrado.
Probablemente no haya mejor guía que Fontán para acompañar a los jóvenes en esta experiencia de creación conjunta, buscando capturar la impronta de cada uno, con más o menos técnica, y echando mano a recursos biográficos para consolidar la propuesta que partió de sus clases de improvisación en el taller. En un círculo virtuoso, Fontán regresa una vez más a la que fue su escuela, donde se formó antes de abrirse paso como el creador original y el intérprete de gran sensibilidad que es.
También aquí en la sociedad creativa que integra con el talentoso Jiva Velázquez -solista del Ballet Estable del Teatro Colón, que en paralelo a su carrera de bailarín produce música electrónica-, trabajaron con el grupo de tercer año en otra obra donde el ritmo es protagonista. Una propuesta que “aprovecha una cuestión más juguetona, más directa y más artesanal entre la creación de la música y de la coreografía -señala Fontán-. De esa relación entre el ritmo y la velocidad surgió Pulso”.
Lo que sigue es Travesías, que segundo año saca del repertorio de la casa, y funciona en el programa como bisagra o puente a la vez de apropiada antesala para el cierre folklórico.
De aquellos “viajes” que originalmente Wainrot hizo investigando músicas étnicas de diferentes culturas las que arriban hasta aquí, en este fragmento, tienen tanto el color del propio terruño como de la lejana e intensa India. “En la utilización de instrumentos, por ejemplo, las músicas del Tibet y del Himalaya, tienen sonidos muy parecidos a las músicas andinas de nuestra cordillera. Las dos tienen sonoridades que provienen de los instrumentos de viento que se asemejan”, advierte el coreógrafo, a quien crear esta obra le permitió “montar a caballo, en burro y camellos por esas melodías antiquísimas que han sido recuperadas por el alma y desde la memoria”, dice con respeto y admiración.
Mirarse, en el final, destaca por todas partes: por la novedad que significa el ingreso del folklore en este espacio, por la calidad coreográfica y la búsqueda que emprendieron los chicos de la mano de Colomba y Visetti, por esa llama que prende en todos -público, amigos, entendidos y desprevenidos, por igual- y que te deja con el corazón inflamado.
Viene a la memoria una idea de Colomba que, en una entrevista con LA NACION el año pasado, respondía a la pregunta sobre la “renovación” del folklore. Ponía como ejemplo la época dorada del chamamé, cuando se le cantaba al pájaro, y después cómo el Chango Spasiuk hizo aparecer una emoción, una tristeza: “De pronto, no estás bailando sobre algo tangible, estás bailando sobre algo que te sucede”.
Ahí están para decir todo eso que los atraviesa el Chango Spasiuk, además del Dúo Heredero, Carlos Liliana y su grupo Soberanía, y un alumno del Taller, Tomás Aimaretti, que sale a escena tímido, rasgueando una zamba en la guitarra, que enseguida convoca en el hall ese tipo de silencio que merecen los momentos de apreciar algo que asoma y que puede ser grande.
Descalzos aun en los zapateos, con palmas y pañuelos; en figuras grupales, círculos y situaciones íntimas; de a dos en la estrechez de un abrazo. Miradas es bailar con el otro, no solo a la vez.
“¿Dónde iremos a parar si se apaga Balderrama?“, dejan flotando la pregunta, que no va tanto por el boliche aquel de los hermanos Balderrama, epicentro de la bohemia salteña, sino por ese símbolo que viene cifrado en la retórica. Todos cantan; algunos, tras el efusivo aplauso, dejan su baldosa o su silla, y se animan a la ronda final.
Cuerpo, acción, espacio, tiempo y energía: danza. El taller que desde hace 35 años dirige Norma Binaghi, con la revitalizante codirección de Damián Malvacio desde hace ya varias temporadas, tendrá nuevas funciones el próximo sábado y domingo, a las 18, en el hall del Teatro San Martín (Corrientes 1530). Y además de todo, es gratis.
Lo viejo funciona: un zoom puertas adentro
Rodrigo Colomba y Jimena Visetti, extraordinarios bailarines del Ballet Folklórico Nacional, arrancaron 2025 ofreciendo una clase de prueba para el Taller de Danza Contemporánea del San Martín, que luego se transformó en un cuatrimestre y que terminó en esta muestra. “El primer encuentro fue muy comunitario, como centro de rueda, bien de fogón, para ver lo que el movimiento provoca en esas situaciones, y sobre todo haciendo hincapié en que se mirasen -cuentan a LA NACION ese fascinante mundo que gira puertas adentro-. Aquella clase la terminamos con una serie de chacarera y los chicos llegaron a un estado como… ancestral. Uno de ellos, Isaías, decía ‘No me canso, puedo bailar todo el día’. Nos reímos todavía ahora”.
Una vez más: lo viejo funciona. La experiencia tomó continuidad y Rodrigo y Jimena comenzaron a tocar algunos ritmos. Primero el chamamé, porque se descubre muy fácil el 6×8. “Lo que sale ahí es la dificultad del abrazo, pero ellos tenían muchas ganas de compartir cualquier cosa que les propusiéramos, la música los invadía. Tratamos de que pensaran en lo que heredamos directamente como argentinos, que hay una fibrita que nos va a tocar seguro y les hicimos saber que al espectador también le pasa, que hay algo muy resonante en la danza folklórica que siempre a una persona sensible la mueve”.
Con la chacarera aparecieron las ganas de todos de zapatear. “Tienen unas capacidades físicas espectaculares -subrayan-. Cada cosa que planteábamos la explotaban mucho más con esa facilidad que les da la gran escuela que traen. Y haciendo chacareras… ¡ya nos pedían la zamba! Encontramos cosas de ellos con una potencia preciosa, como mirarse en distintos estados, fuera del dogma folklórico, con mucha verdad”.
Fue así que cuando Malvacio les propuso hacer el montaje que se está viendo en estas funciones, para Colomba y Visetti la cosa ya se había puesto potente, “pero no potente como una bomba, potente porque los chicos empezaron a contar sus experiencias. Lloramos varias veces con sus historias -revelan-. Todos encontraban en algún familiar un rasgo folklórico que tratamos de potenciar, para observar la manera en que sus cuerpos de ahora llevan algo que no tiene explicación. Tiene herencia”.
La importancia de los semilleros
Como el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón para el Ballet Estable, la natural aspiración para los más destacados alumnos del Taller de Danza sería el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Sendos semilleros, forman a los mejores intérpretes, cada cual con su estilo.
Pero hay otro espacio institucional apreciable para la exploración de la danza, los Talleres Coreográficos del Teatro Colón, donde los integrantes del Ballet Estable con inquietudes para la creación pueden valerse de los recursos de la casa y explorar esa otra faceta. Ensayo y error, de allí surgieron varios valores: lleva 42 ediciones. Este mes expusieron el resultado de sus trabajos en el escenario mayor Julieta Urmenyi, con su obra Dejavú, un romántico viaje en el tiempo entre fantasmas; Jiva Velázquez reincidió como buen habitué que es de este taller para mostrar El reflejo del paisaje, interesante exploración del cuerpo y las sonoridades; y Iara Fassi debutó en la composición coreográfica a partir de Contándote, expresiva activación para un entrañable poema familiar.
El joven semillero de estudiantes que dirigen Norma Binaghi y Damián Malvacio se luce con un programa cargado de energía, belleza y expresión Danza
Leave a Comment