“El gluten lastima el intestino del 100% de las personas”, según la nutricionista Malena Ramos Mejía​

“Lo siento, no tiene latidos”, le dijo el ecógrafo a Malena Ramos Mejía el 18 de mayo de 2016, cuando estaba a punto de dar a luz a su segunda hija, Violeta. Aquel momento desgarrador marcó un antes y un después en su vida, sumado a dos enfermedades autoinmunes que se le desataron y la llevaron a emprender un profundo proceso espiritual de sanación.

Este camino incluyó un cambio radical en su alimentación. Como nutricionista, entendió que, para curarse, debía empezar por sanar su intestino. Una dieta libre de gluten, lácteos y azúcar refinada la ayudó a remitir su enfermedad, contra todos los pronósticos. Por este motivo, se hizo conocida en las redes sociales. Hoy, Malena tiene más de 332 mil seguidores en Instagram, donde busca expandir su mensaje de bienestar y de equilibrio a través de su ejemplo.

El embarazo había sido normal, pero durante el tercer trimestre estuvo muy hinchada. Pero como tanto sus controles como los de la beba mostraban valores dentro de lo esperado, atribuía dicho malestar al edema típico de los últimos meses de gestación. No parecía haber una explicación médica para semejante desenlace.

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Emocionada hasta las lágrimas, Malena recuerda que, cuando dejó el sanatorio, luego de una meditación guiada por su marido Max -coach ontológico-, le pasó algo muy peculiar: “Estábamos muy tristes, pero en paz”.

En su casa comenzó a sentirse cada vez peor: “Mi cuerpo empezó a endurecerse y no llegaba a ponerme las medias, el pantalón, los zapatos y mucho menos a atarme los cordones. De a poco, se me inmovilizaron los hombros y no podía levantar los brazos. Tampoco sentarme en el piso, doblar las piernas ni ponerme en cuclillas. Todos, médicos incluidos, lo adjudicaban al estrés del parto y a la tristeza por la partida de Viole”, puntualiza.

Pero en julio de ese mismo año, le detectaron el síndrome de Raynaud en las manos y, en octubre, le diagnosticaron dos enfermedades autoinmunes: esclerodermia sistémica difusa (causa el endurecimiento de la piel y los tejidos) y polimiositis (provoca debilidad muscular). Los médicos le decían que se podía frenar el avance de la enfermedad, pero no revertir el daño ya causado. Sin embargo, Malena no se dio por vencida y se convenció de que se iba a curar.

Hoy, se la ve radiante, superactiva y feliz: tuvo a su tercera hija, Olivia, y no para de sumar seguidores en sus redes sociales que la eligen por sus programas, talleres de alimentación consciente y recetas sin gluten, lácteos ni azúcar refinada. Es autora de tres libros, entre ellos, Alquimia de cuerpo y alma y lanzó una línea de productos naturales.

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-¿De dónde sacaste la fuerza para salir adelante?

-Viole estuvo muy presente con un montón de mensajes y, en mi recorrido espiritual, mi marido fue un gran sostén.

–Pese al pronóstico de los médicos, sabías que te ibas a curar…

–Sí, sabía que me iba a curar, pero que no iba a ser fácil. El médico me había dicho que no podía curarme, y ese fue el disparador para darme cuenta de que mi sanación dependía de mí, de que yo tenía que buscar por otro lado. Tomaba 21 medicamentos por día –entre homeopáticos y alopáticos–, y no eran suficientes. Yo ya meditaba mucho, pero empecé a conectarme aún más conmigo misma, a trabajar el disfrute.

–¿Qué te mostró el camino de la meditación?

–Era una persona muy exigente, estructurada. Pensaba que no existía el “no puedo”, y no paraba nunca hasta que mi cuerpo dijo basta para que pudiera frenar y aprender a valorarme por lo que soy, no por lo que hago. Porque, claro, yo hacía tanto porque era la única forma que conocía para sentirme valiosa.

–El cambio en tu alimentación fue una herramienta clave para potenciar tu sanación, ¿cómo llegaste a ella?

–Conocí esta nueva forma de alimentarme gracias a un amigo que me regaló un libro sobre cómo la comida puede ayudar a sanar el sistema inmunológico. Fue ahí cuando descubrí que entre el 70 y el 80% de nuestras células inmunitarias están en el intestino. Dejé de un día para el otro gluten, lácteos, azúcar refinada, maíz, soja, conservantes y aditivos. Empecé a darme cuenta de la importancia del alimento real, del alimento verdadero, y cómo puede transformar el cuerpo y la salud.

–¿Cuándo viste resultados?

–A la semana vi que podía caminar media cuadra más. Empecé a tener más energía y a sentirme mejor. Con esta alimentación noté que mi cuerpo respondía y que podía moverme. Y dije: “Listo, es por acá”. Lo probé porque no me quedaba otra. Después, los médicos me dijeron: “Vos te estabas por morir”.

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–¿Eliminar el gluten es para todos o solo para quienes tienen una enfermedad diagnosticada?

–El gluten es una proteína de baja calidad, muy difícil de digerir, que lastima el intestino del 100% de las personas. Sin embargo, hay quienes tienen un intestino muy saludable –ya sea porque viven una vida sin estrés, porque se alimentan bien o por otros motivos– y tienen la capacidad de regenerar el daño que causó el gluten. Siempre se consumió trigo y pan, y uno se pregunta: ¿Pero cómo puede ser que ahora haga mal? Lo que pasa es que el trigo de antes no era transgénico. Hoy, en cambio, ha sido modificado genéticamente y contiene hasta 700 veces más gluten que el de antes. El verdadero pan es el de masa madre, en el que no se apura el proceso de fermentación. El gluten puede dañar las paredes generando lo que se llama intestino permeable. Por eso, no es lo ideal para nadie. Podemos consumirlo en menor cantidad y optar por versiones de mejor calidad.

–¿Y los lácteos?

–Hay dos puntos importantes. Primero, el lácteo que encontramos en el supermercado es un producto ultraprocesado. Segundo, la leche se pasteuriza, se homogeneiza, se esteriliza, se le adicionan y quitan componentes: se desgrasa, se le saca la lactosa… Si quisieras comerlos, deberían ser orgánicos. Tampoco necesitamos la cantidad que durante años nos hicieron creer. Además, mucha gente es intolerante a la caseína, una proteína de difícil digestión.

–¿Qué pasa con los azúcares refinados?

–Muchas veces se tiende a confundir el azúcar de la fruta con el azúcar común y no es lo mismo. Cuando comemos fruta entera estamos consumiendo su fructosa y también vitaminas, minerales, antioxidantes, fitoquímicos y fibra. El azúcar refinada, en cambio, suprime las células inmunitarias por un rato luego de su consumo; se asocia a mayor inflamación y peor funcionamiento de nuestro cuerpo, produce envejecimiento precoz, contribuye a la aparición de migrañas y genera adicción.

–¿Cuáles son los riesgos de eliminar estos grupos de alimentos?

–Ninguno, a menos que se esté encubriendo un trastorno alimenticio. En ese caso, ya estaríamos hablando de otro tema. Pero si se trata de una alimentación consciente, en la que se incorporan otros alimentos de calidad, no hay riesgo.

–¿Qué errores cometemos en nuestra relación con la comida?

–Hay muchísima información dando vueltas, y para mí es mucho más simple: se trata de volver a nuestras raíces, a lo natural. La gente se está llenando de suplementos por todos lados: magnesio, zinc, colágeno… Pero es mejor buscar esos nutrientes en los alimentos, porque de esa forma permitís que la magia actúe. Esto no quiere decir que en un momento puntual de tu vida no necesites suplementos. Por ejemplo, en mi caso, cuando me enfermé, durante esos primeros meses los tomé, porque te compran tiempo. Pero si estás sana, lo mejor es reforzar desde lo natural. Aunque es un proceso más lento, también es más real.

–¿Creés que haber estado del otro lado te hace una nutricionista diferente?

–Sí, totalmente, porque entiendo lo que están viviendo: lo duro que puede ser cocinarte cuando estás enfermo; lo agotador que es ver a tantos médicos y cómo todo eso te va desmotivando. Las malas noticias, los altibajos, la sensación de que tu cuerpo no te responde. Y, al mismo tiempo, tener que trabajar para amar cada vez más ese cuerpo. Yo sentía que mi cuerpo me traicionaba. Hasta que entendí algo fundamental: el síntoma es el grito desesperado de nuestra alma. Cuando nos habla y no escuchamos, aparece el síntoma. Y si seguimos sin prestarle atención, ese síntoma se hace cada vez más fuerte. Ahí entendí que viene a sanarnos.

–¿Cómo definís el corazón de tu enfoque como nutricionista?

–Mi eje central es acompañar a curar nuestro intestino y ayudar a descubrir el poder de sanar que todos tenemos dentro. Es como una cajita de herramientas interna que debemos aprender a activar.

–Muchas personas con enfermedades autoinmunes sienten que no tienen salida… ¿Qué les dirías desde tu experiencia real de remisión?

–Que podés hacer mucho más de lo que creés para salir de donde estás. Que el diagnóstico no es una sentencia. El que te dice “no tenés salida” es solo una parte, una pata de todas las que necesitás para sanar. La medicina también tiene un límite. Pero el resto es tuyo. Y eso es espectacular, porque la posibilidad de sanarte depende solo de vos. Es una invitación a hacerte cargo: vos sos el más interesado en curarte. Muchas veces buscamos afuera a alguien que nos haga sentir mejor. Pero en este camino, lo que más me entusiasmó fue darme cuenta de que la posibilidad de sanarme dependía de mí. Todo pasa. El hoy no es para siempre. Sembrando con conciencia el presente, vamos a cosechar un mejor mañana.

​ La especialista, que se curó de dos enfermedades autoinmunes con un cambio radical en su dieta, aconseja suprimir TACC, lácteos y azúcar refinada e invita a seguir una alimentación consciente  Salud 

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