El caso Colapinto: Argentina, un país tan autodestructivo que ni siquiera disfruta tener un piloto en la Fórmula 1

Podríamos empezar por preguntarnos si efectivamente Franco Colapinto es bueno o no. Si la euforia que provocó su irrupción se desinfló. Si el periodismo exageró. Si el chico (ya con 22 años) se mareó, inmerso en la espuma de la fama repentina. Si el desparpajo mostrado ante las cámaras, diferencial del resto de los pilotos de la Fórmula 1, lo sacó del foco que debía mantener, considerando que formaba parte de la categoría más atractiva del automovilismo.
Ha pasado menos de un año desde aquella aparición casi celestial en Williams que devolvió, a los argentinos que lo habían extraviado, el magnetismo por sentarse nuevamente a ver Fórmula 1 frente a la TV y consumir toda clase de información a través de internet. Y a viajar adonde le permitiese su bolsillo en el caso de los más fanáticos, o bien combinar algún viaje preestablecido con una competencia, haciendo “doblete”. Por supuesto que muchos tenían el temor de que sucediese lo mismo que con Esteban Tuero o Gastón Mazzacane con sus experiencias en Minardi, cuando los últimos puestos en las grillas de partida o los abandonos eran una fija en la mayoría de los fines de semana.
“Pero Franco es distinto, tiene talento”, escuchamos, apostamos y repetimos. “Y además tiene empresas que lo respaldan”.
De pronto, en estos once meses, de manera progresiva fue brotando el escepticismo. Más en los que son neófitos en el mundo del automovilismo y que se arrimaron por esa ola de exitismo que nos suele acompañar natural y exageradamente. Y se cayó en el despropósito, en la desmesura. Porque en definitiva, hasta puede suceder que gente con dificultades para estacionar su auto en la calle o poner marcha atrás sin que suene la caja de cambios critique con vehemencia y altivez a un piloto que corre a 300 km/h, con la cabeza rebotándole como un perrito de taxi durante 90 minutos y el vértigo en el cuerpo. La Argentina suele ser lapidaria en muchos aspectos. Y felizmente, a Colapinto no se le ocurrió hablar sobre política, si no la cuestión hubiese sido más sangrienta.
Fueron 9 carreras en 2024, con un 8° puesto como mejor actuación (en Bakú) y 5 puntos en general que le vinieron económicamente muy bien a la escudería Williams, validando la confianza que le tuvo el director de equipo, James Vowles, cuando decidió que reemplazara a Logan Sargeant, desoyendo los consejos de quien fuera su superior en Mercedes (Toto Wolff). Nadie sabía si Colapinto, luego de su “pasantía”, seguiría en la F1 en virtud del desembarco de Carlos Sainz Jr. para acompañar a Alexander Albon en 2025.
Apareció Alpine, también el histriónico detector de talentos Flavio Briatore, y se reabrió la ilusión cuando se determinó el ingreso por Jack Doohan a partir del GP de Imola 2025. Son ya 7 carreras sin puntos, con más desilusiones que alegrías, mientras llegamos al Gran Premio de Hungría, que se correrá este domingo. Y la euforia que efectivamente se ha desinflado. Al menos eso se percibe. Hasta el propio Franco perdió la frescura que exhibía hace un año, un poco por indicaciones del equipo y otro tanto por fastidio propio, que cada vez oculta menos.
A pocos parece importarles demasiado si el Alpine es mejor o peor que aquel Williams. De hecho, a Sainz Jr., experimentado y procedente de Ferrari (sí, de Ferrari, donde estuvo cuatro años) luego de dos temporadas en McLaren, le cuesta conseguir posiciones decorosas acordes con sus 30 años y su prestigio. La sentencia hacia Colapinto comenzó casi a fines de 2024, cuando no pudo cerrar la temporada de la misma manera como la abrió y encendió una ilusión. “Chocapinto”, “Un bleff”, “Humo puro”, “Creído”, “La China Suárez”. Descalificaciones argentas sin anestesia cayeron como granadas sobre el primer piloto que pudo poner Argentina en 23 años en la Fórmula 1.
Cuando Carlos Reutemann se retiró en 1982, después de perder el título en Las Vegas 81 probablemente por su desobediencia en Jacarepaguá, cuando no respetó las indicaciones de equipo de dejar ganar a su compañero Alan Jones, el argentino extremista (que todavía no tenía redes) sintió casi un alivio. Hasta ahí, el santafecino era visto como un perdedor, como un deportista sin alma de campeón, que no se la jugaba. ¿Entenderían lo que se jugaba en rigor andando a esa velocidad y sin las normas de seguridad que existen hoy? Probablemente ni siquiera repasaron la historia para enterarse de que Francois Cevert, Peter Revson, Mark Donohue, Tom Pryce, Ronnie Petersen y Patrick Depailler son algunos de los pilotos que Reutemann vio morir en accidentes en la época que corría.
Pasaron los años, después las décadas, hasta que, ya en tiempos políticos y lejos de los circuitos, Lole comenzó a ser valorado en su justa dimensión. O al menos respetado. Tarde. Aunque nunca sea tarde para recibir respeto. Al menos de alguien que fue contratado por Brabham, Ferrari, Lotus y Williams, cuatro marcas top.
Colapinto ni siquiera pudo ser respetado. Es el chico que siempre larga atrás. O desde el pit lane. El que tiene problemas con las estrategias de los ingenieros o con la durabilidad del caucho. El que quizá pase sin pena ni gloria por la Fórmula 1 porque jamás tenga la posibilidad de subirse a autos como los que se subió Reutemann (por mérito propio). Muchos pilotos, jóvenes y no tanto, tienen apenas un vuelo rasante por la categoría y al día de hoy desconocemos si hubiesen sido buenos o no. No tuvieron esa chance.
No pudo Colapinto ser al menos respetado en su justa medida por el ojo experto de los neófitos que rápidamente bajan el martillo como una sentencia inapelable. Como si estar en una de las 20 butacas más codiciadas del deporte motor fuese una estupidez. Todo, sin siquiera medir los enormes problemas que tiene el Alpine. Si la medida de sus reales condiciones fuese su compañero Pierre Gasly, la primera referencia es que el francés tiene 10 años más de experiencia y que eso no se consigue en un simulador. Y que ser 1 o 2 en un equipo no es lo mismo: si no, no le estarían cambiando de compañeros a Max Verstappen de manera constante y pilotos que esperaron toda su vida una oportunidad se derrumbaron sin solución. La excepción, hoy, es McLaren, con autos muy parejos, casi sin órdenes de equipo y con pilotos (Lando Norris y Oscar Piastri) dispuestos a todo con tal de ser primeros
Argentina viaja a veces a velocidades superiores a la Fórmula 1. Porque ni siquiera Colapinto pudo asentarse en la división y ya se habló de la posibilidad de que se vuelva a correr el Gran Premio en el Oscar y Juan Gálvez, con toda la inversión que ello implicaría en un país que está tratando de asomar la cabeza después de décadas de despojo.
Sin soslayar que ya a la segunda o tercera carrera que le tocó afrontar en 2025 se empezó a hablar de si “Briatore le respetaría las cinco competencias acordadas o si volvería a ser piloto de reserva”. Y que hubiera denuncias en las redes sobre supuestos “boicots” de sectores a los que no les conviene que se hable de Fórmula 1 porque le resta pantalla a sus productos. Argentina es así, tan autodestructiva, que ni siquiera puede disfrutar tener un piloto entre los 20 más envidiados del planeta entre sus colegas. Alguien que está donde está Colapinto no puede ser malo. Es una cuestión elemental, básica y simple de entender incluso para los que vieron cinco carreras de Fórmula 1 en su vida.
Lo cierto es que hoy ni siquiera sabemos si Colapinto va a ser un piloto de 10 años en la Fórmula 1, o un chico del que se esperaba todo y consiguió menos de lo imaginado. O lo peor: una ráfaga de ilusión que no supimos apreciar en su debido contexto y por la que habrá que esperar años y más años hasta que surja otra oportunidad. Para él o el que sea.
Ya será tarde.
De la euforia al escepticismo, de la ilusión a la descalificación. Cuando tener una de las 20 butacas más codiciadas pareciera ser una estupidez Automovilismo
Leave a Comment